Sociedad
Michael y Eric: gais, católicos y pioneros
Llevan juntos 46 años y han sido una de las primeras parejas homosexuales en recibir la bendición de la Iglesia católica en la ciudad de Nueva York
La mañana del 18 de diciembre de 2023, Eric Sherman estaba leyendo el periódico en el ordenador, en el despacho de su casa en el barrio neoyorquino de Queens, cuando recibió una alerta con una noticia de última hora. «El papa Francisco permite a los curas bendecir a las parejas del mismo sexo», decía el titular. Eric fue corriendo a la cocina, donde su marido, Michael McCabe, estaba terminando de desayunar. «¿Es esto lo que creo que es?», preguntó enseñándole la noticia a su pareja.
Durante los 46 años que Michael y Eric llevan juntos, han sido testigos de cómo los derechos de la comunidad LGTBI han ido avanzando. En los noventa, cuando la ciudad de Nueva York lo autorizó, se registraron como pareja de hecho. En 2010, se casaron en Connecticut porque su estado, Nueva York, aún no había aprobado el matrimonio homosexual. Cinco años después, celebraron la decisión del Tribunal Supremo de declarar el matrimonio entre parejas del mismo sexo legal en todo el país. Y esa mañana de diciembre, acababan de descubrir que su relación podía recibir también la bendición de la Iglesia católica.
Michael, que va a misa todos los domingos y da catecismo en una parroquia de Manhattan, recibió el anuncio del papa como un regalo personal. «Sentí que lo había hecho por mí, directamente», cuenta.
La noticia fue una sorpresa para la pareja. Francisco ha ido dando pasos para abrir la Iglesia a la comunidad LGTBQ: se ha reunido con activistas, ha comido con mujeres trans y ha utilizado un tono más amable al hablar de la homosexualidad, un tema considerado tabú durante mucho tiempo. Pero la decisión, aun así, supuso un cambio significativo, sobre todo teniendo en cuenta que hace dos años el Vaticano publicó una declaración en la que se negaba a bendecir a las parejas del mismo sexo, argumentando que Dios «no puede bendecir el pecado».
Con cada vez más católicos apoyando el matrimonio homosexual, y cada vez menos fieles, el papa se ve forzado a dar pasos para adaptar la Iglesia a la sociedad. Aunque aún hay declaraciones que chocan con esa intención, como las que pronunció a finales de mayo en un encuentro a puerta cerrada con obispos italianos. Allí les pidió que no admitieran a seminaristas homosexuales porque ya hay «demasiado mariconeo». Cuando trascendieron sus palabras, pidió perdón, argumentando que no quería ser «homófobo».
Salvar a la Iglesia
Ser gay y a la vez católico puede resultar contradictorio. Uno podría preguntarse por qué alguien querría ser parte de una institución que durante años ha llamado a las personas LGTBI pecadoras o enfermas; qué hace falta para superar ese conflicto interno. A Jason Steidl le costó años convencerse a sí mismo de que su sexualidad no era un pecado. Steidl, que ahora se describe como un teólogo católico abiertamente gay, creció en un ambiente envangélico conservador, en el que desde pequeño le hicieron creer que su futuro consistiría en casarse con una mujer y formar una familia.
Durante años lo intentó, pero se vio envuelto en una doble vida, quedando con hombres a escondidas de sus novias. «Me di cuenta de que iba a tener una vida miserable si no conseguía resolverlo», recuerda. Se mudó a Nueva York para estudiar Teología en la Universidad de Fordham. Allí se enamoró, encontró una comunidad LGTBI católica que le apoyaba y decidió unirse a ella, en un intento de cambiar el conservadurismo y la homofobia de la Iglesia desde dentro.
Steidl, que ahora es una de las voces más reconocidas del activismo LGTBI católico en Nueva York, es consciente del sufrimiento que la Iglesia ha provocado, y sigue provocando, en millones de personas. Por eso se esfuerza en que su bienestar emocional no dependa de lo que se dice cada día en el Vaticano. Es, dice, como formar parte de una familia. «Adoro a mi familia, pero puede hacer y decir cosas que duelen. Y eso no me hace menos parte de ella. A veces hay que distanciarse de las relaciones que nos hacen daño», explica. Él se ha alejado de la Iglesia cuando lo ha necesitado, a veces durante meses, pero siempre ha vuelto, convencido de que son las personas LGTBI católicas las que van a cambiar el rumbo de la Iglesia. «Son las personas queer las que van a salvar a la Iglesia de su arraigado odio, homofobia y transfobia», asegura.
Michael McCabe tenía unos 30 años cuando decidió salir del armario con sus padres. Fue a finales de los setenta, el día de Acción de Gracias. Michael, que vivía en Nueva York, fue a Nueva Jersey a pasar el día con su familia. Esa mañana, mientras desayunaban en la cocina, se lo contó a su madre. «No se lo digas a tu padre», fue su primera reacción. Pero Michael ya lo tenía todo planeado: había quedado con él para comer y contárselo.
«Quiero contarte que soy gay», soltó durante la comida. Su padre, al principio, no lo entendió, no sabía qué significaba eso. «Me gustan los hombres, soy homosexual», aclaró Michael. «Solo quiero que seas feliz», contestó su padre. Michael aún se emociona al recordarlo. «Era todo lo que quería escuchar», dice.
Michael decidió contarlo entonces porque estaba enamorado y se acababa de mudar a un piso con su novio. Se conocieron gracias a una amiga en común en un Nueva York sucio y a veces espeluznante, que en nada se parecía al de las luces y los lujos de hoy, pero también más libre que otras ciudades. Desde entonces han estado juntos. Son una de esas parejas que se terminan mutuamente las frases. «Fue amor a primera vista», recuerda Eric. «Michael era muy inteligente, muy atento y tenía un gran sentido del humor», cuenta sentado en el sofá rosa de su salón, que pega con las paredes, también rosas.
Eric no tardó mucho en visitar a los padres de Michael. Ambos recuerdan cómo el padre de Michael limpió toda la casa, preparó un cuarto con una cama de matrimonio para la pareja y les enseñó la zona llevándolos a pasear en coche. «Fue así durante toda su vida. Siempre se portó muy bien con Eric», apunta Michael mientras su marido asiente con la cabeza.
Su padre era religioso, católico. Michael, en cambio, aunque había recibido educación católica toda su vida, no era practicante y se sentía alejado de la religión. Pero, al observar cómo su padre trataba a Eric, pensó que ser católico debía consistir en eso: en ser respetuoso, cariñoso, bondadoso. Así que, unos años después, cuando su padre murió, Michael tomó la decisión de acercarse a la Iglesia. «Pensé en cuál sería la mejor manera de estar cerca de él. Y decidí ir a misa todos los domingos por él, para estar a su lado». Desde entonces, solo ha faltado a su cita en un par de ocasiones. «Las puedo contar con los dedos de una mano», asegura.
La Iglesia abierta
De entre las iglesias abiertas a la comunidad LGTBI en Nueva York, Michael eligió St Francis Xavier, situada en Greenwich Village. Hoy, en la entrada, hay un cartel anunciando eventos y asociaciones. Hay grupos para lesbianas católicas, para gais católicos e incluso yoga. También hay un memorial, a la altura del altar, con algunos de los nombres de los que murieron durante la epidemia de SIDA que empezó a principios de los ochenta. «Todos los miembros de nuestra comunidad, ya sean homosexuales o heterosexuales, están intentando buscar su camino hacia Dios. Y nosotros les damos la bienvenida a todos», explica Kenneth Boller, el pastor de esta parroquia desde 2019.
Dice Boller que todos los que se acercan a esta iglesia vienen con una mochila, con una razón para empezar a formar parte de la comunidad. Algunos llegan con ira, después de haber sido rechazados por su familia o su iglesia. La mayoría viene porque alguien les ha contado que es un lugar seguro, que allí pueden rezar sin sentirse juzgados. «La Biblia son las Sagradas Escrituras, pero se escribieron en un determinado momento y lugar y no nos podemos quedar congelados ahí. Tenemos que sacar lo mejor de eso, su espíritu, la verdad subyacente, y aplicarla», explica Boller.
Michael hace oídos sordos cuando escucha o lee algo sobre el Vaticano o la Iglesia católica que ataca su identidad. Él, en realidad, está ahí por su padre. «En el catecismo nos llaman trastornados, pero yo no les escucho. No tienen ni idea. Yo vi el amor a través de mi padre, lo veo a través de Eric. Eso es lo que sé, eso es lo que me da vida. Y cuando tienes eso, todo lo demás es ruido, y puedes cerrar la ventana y el ruido se queda fuera», cuenta Michael.
Aquella mañana de diciembre, cuando el Vaticano anunció la decisión del papa, Boller reunió a su equipo para decidir cómo proceder. En realidad, algún cura de la iglesia ya llevaba un tiempo ofreciendo bendiciones a parejas homosexuales, pero a escondidas. La diferencia es que ahora ya no sería necesario ocultarlo. Boller no esperaba, en cualquier caso, que muchas parejas se acercaran a solicitar la bendición. «Aquí ya son bienvenidos tal y como son, muchos no necesitan ese extra», dice. Pero Michael y Eric sí. En cuanto saltó la noticia, le enviaron un email a Kenneth Boller. «¿Cuándo podemos hacerlo?», decía el mensaje, impaciente. La Navidad estaba a la vuelta de la esquina, así que Boller les pidió algo de tiempo. «Pero contad con ello», les contestó.
La declaración con la que el Vaticano anunció la medida se cuida de diferenciar las bendiciones del acto del matrimonio entre un hombre y una mujer. «La presente Declaración se mantiene firme en la doctrina tradicional de la Iglesia sobre el matrimonio», dice el documento, que también aclara que la bendición no puede tener la apariencia de un acto litúrgico. No se puede hacer, de hecho, «con las vestimentas, gestos o palabras propias de un matrimonio».
Cristina Traina, profesora de Estudios Religiosos en la Universidad de Fordham y miembro del grupo de lesbianas católicas de St Francis Xavier, cree que el papa ha intentado tomar una decisión que calme los deseos de las comunidades más progresistas de la Iglesia, pero que a la vez no despierte la ira de las más conservadoras. «Está siendo mucho más calculador y astuto de lo que parece, intentando hacer algo que ambas partes puedan aceptar, pero con la que ninguna esté del todo satisfecha», asegura. Para Traina, la bendición, aunque es un paso adelante, se puede interpretar también como una simple invitación a seguir el camino de Dios, a vivir una vida conforme a la doctrina de la Iglesia. «Supone bendecir a una pareja gay o lesbiana que quieren continuar una vida basada en la fe. En esencia, estamos asumiendo que acabarán evolucionando», explica. Otros no lo ven así. James Martin, un cura jesuita que se ha reunido y hablado de estos temas en varias ocasiones con el papa, considera la decisión del pontífice un enorme hito para la comunidad LGTBI católica. «Antes un cura no podía hacer una bendición. Ahora, en determinadas circunstancias, sí puede», apunta.
Apenas tres meses después del anuncio, a principios de abril, Michael y Eric invitaron a un par de decenas de amigos a su casa de Queens. «Este es un día muy especial para nosotros y teneros aquí lo hace aún más», dijo Michael antes de empezar la ceremonia. En la entrada del apartamento, rodeado de sus amigos más cercanos, con bandejas con zanahoria y hummus, comida tailandesa y copas de plástico con prosecco, Michael y Eric se cogieron de la mano delante de un cura católico que se había ofrecido a acercarse a casa de la pareja para hacer la bendición.
El primero en hablar fue Eric. «Solo quiero decir que antes de esta ceremonia, yo ya había sido bendecido. Cada día de mi vida con Michael ha sido una bendición. Con él, me divierto incluso yendo a la oficina de correos», bromeó. «Ha sido una bendición sin interrupciones. Michael me ha enamorado. Me ha enfurecido. Me ha asustado. Ha sido mi mejor amigo, mi amante. He sido muy afortunado estos 46 años», decía mientras Michael le miraba sonriente. «¿Qué puedo deciros?», añadió Michael. «Ya veis por qué quiero tanto a este hombre. Lo quiero desde el primer día que lo vi».
El cura, colocando la mano sobre sus cabezas, realizó la bendición. Michael y Eric se cogieron de la cintura, delante de él. «Que esta bendición descanse sobre ellos hoy y todos los días de su vida hasta la vida eterna», pronunció el sacerdote. Los invitados empezaron entonces a aplaudir, preparándose para brindar con sus copas de plástico. «¡Por fin! Cuarenta y seis años después», exclamó uno de los asistentes. Lo demás es ruido.
Como siempre las mujeres quedan fuera del foco, sólo aparecen de forma colateral. Aquí un estudio para avanzar en la crítica feminista de las religiones pre y pos modernas:
https://zenodo.org/records/11468964
Cuanta «bondad, tolerancia y racionalidad» muestra la iglesia catolica. En efecto, permite el casamiento entre hombres, perdona, sin mas, a curas pedofilos reincidentes, » limpiaba», feliz, la pasta de la mafia italiana – proveniente toda del trafico de drogas y de personas, la extorsion a comerciantes y de toda otra accion criminal imaginable – , pero, en ningun caso, permitira que mujeres tengan derecho a ejercer el sacerdocio, si les da la puta gana, como manda cualquier Constitucion occidental. Tampoco permite que los curas se casen y eviten asi tener que recurrir a la puñeta y a la pedofilia clerical para satisfacer sus instintos sexuales.
Predica los curas que Dios es unico y absolutamente perfecto, pero, luego, entroniza a curas pecadores, les llama Papas y les otorga el don de la Infalibilidad; es decir, los hace- por decreto anal- tan perfectos como el mismisimo Dios. Pero, claro, como eso lo deciden curas «infalibles», no es ni blasfemo ni pecaminoso.
No contentos con tanta falsedad y bajeza, los Papas se presentan como fanaticos de la humildad, pero, ellos y sus felpudos, a los cuales llaman » Cardenales, visten a todo lujo, llevan anillos de oro y piedras preciosas hasta en sus penes. A los tipos no les importa nada que, con la venta de uno solo de sus collares, diademas y joyas finisimas, podrian alimentar a los miles de niños pobres del mundo. Ademas de ropa fastuosa y payasesca, los cardenales y Papas viven en mansiones de lujo, con piscina y hasta cama de agua. Eso si, todo, incluyendo los condones, los pagan los » financistas» de la Vaticueva. Todo eso explica porque los tipos son tan creyentes en Dios y sus milagros » divinos» .