Sociedad
Lydia Cacho: “Los periodistas deberíamos cuestionar nuestro ego”
La periodista Lydia Cacho ha estado en el punto de mira de políticos, policías y empresarios corruptos en México
El periodismo puede ser un oficio peligroso. Lydia Cacho (Ciudad de México, 1963) lo sabe bien. Ha sido amenazada, perseguida y hasta secuestrada y torturada por su trabajo. Su libro Los demonios del Edén (2004) destapó una red de prostitución y pornografía infantil en México que la puso en la diana de políticos, policías y empresarios corruptos. Desde entonces, lleva 20 años esquivando sicarios, pero eso no le ha impedido seguir investigando y denunciando casos relacionados con la violencia y la esclavitud sexual, el abuso de menores y el crimen organizado.
Porque Cacho, a pesar de las dificultades, cree de verdad en la capacidad del periodismo para cambiar las cosas. Milita en el llamado «periodismo de soluciones». Feminista a ultranza y defensora infatigable de los derechos humanos, ha recibido multitud de premios por su labor periodística.
Vamos a hablar del periodismo de investigación. ¿Es importante el periodismo de investigación?
Claro, pero creo que la investigación se subestima. No globalmente, pero sí en nuestro entorno. Hay una gran cantidad de periodistas que no desarrollan las técnicas para investigar de forma adecuada. A veces se cree que el periodismo de datos es periodismo de investigación, pero que el periodismo de opinión, que tiene cifras e historias sobre crímenes reales, no lo es.
¿Y por qué? ¿Porque no hay presupuesto, no hay lectores, no hay formatos? ¿Porque el gran periodismo de investigación al final no vive de periódicos, sino de libros o pódcast? ¿Porque el periodismo de investigación no ha sido suficientemente valorado?
El hecho de que tengamos ahora tanta diversificación de medios, tantos pódcast, canales de YouTube, plataformas, eso no garantiza que haya mucho más periodismo de investigación. Que no haya más periodistas dedicados a investigar tiene que ver con factores personales. Primero, porque tiene un alto coste personal, y no solo por las amenazas o la incertidumbre que genera enfrentarse al poder, que también. Y luego porque implica un monumental esfuerzo en tiempo y energía que poca gente está dispuesta a hacer, y menos si está mal pagado.
Pero el periodismo de investigación ha dado el salto a los libros. Tú eres un ejemplo de ello.
Eso es otro nivel. Publicar las investigaciones periodísticas en formato libro les da un aura de literatura, incluso la gente cree que son novelas. Para muchos el periodismo es una forma, digamos, primaria de literatura. Yo creo que necesariamente tiene que estar atravesado por la literatura.
¿Tus reportajes de investigación han sido en su mayoría encargos o decisiones personales?
Casi todas han sido decisiones profesionales y personales. Cuando comencé a hacer periodismo, los editores me mandaban a cubrir lo que ya estaban cubriendo otros medios. Sin embargo, al llegar al sitio me daba cuenta de que la gente quería hablar de cosas que no eran publicadas por los medios. La gente me ponía enfrente algo de mayor profundidad, como el sufrimiento colectivo. Hay que hablar de todas las implicaciones de un trauma: las psicológicas, las económicas… Entendí que tenía que escuchar a la gente para encontrar el origen de la historia que verdaderamente interesaba. Siempre que empiezo una investigación, hago un trabajo de meditación y de concentración plena para poder escuchar de verdad a quien entrevisto. Y luego, cuando la gente te empieza a preguntar ¿cómo escogen a las víctimas de trata? ¿quién se las lleva? ¿de qué manera?, los padres, las madres y tus lectores necesitan saber que hay algo que se puede hacer, que no todo está perdido. El reportaje les debe resultar útil. Ese es el periodismo que ahora llamamos «periodismo de soluciones». Yo lo entendí hace más de 30 años, cuando hice las investigaciones sobre feminicidios en Ciudad Juárez. Mi mantra para sostenerme dentro del caos, el horror y el dolor era y sigue siendo descubrir qué pequeñas o grandes soluciones se pueden implementar para proteger a todas las víctimas más allá de los hechos históricos o políticos concretos.
¿Y esas soluciones las vas descubriendo según investigas o aparecen al final de la investigación?
Pues yo creo que es una combinación de ambas. Es decir, tú vas con una hipótesis periodística y conforme avanzas sabes que eso tiene vida propia. En el periodismo de investigación sucede como en la literatura de ficción, vas tras una historia, tienes un mapa mental, información y fuentes fidedignas. Y de pronto algo sucede, hay un destello, lo sigues y entonces la historia se va por otro lado porque es por donde tenía que ir. Hacer un reportaje para mí es un proceso de aprendizaje, tanto desde la perspectiva humana como desde la intelectual, la política, la social. Un proceso que me ha conducido a veces a cambiar de opinión.
Es muy sano e inteligente estar dispuesto a cambiar de opinión…
No tengo ningún problema con eso. Creo que es fundamental estar dispuesta a que la vida y las personas que más saben te demuestren que no lo sabes todo. Que te debes dejar atravesar por la historia. Parte del secreto del periodismo de soluciones tiene que ver con que la historia te atraviese, que te cuestiones cómo miras, no el mundo desde dónde lo miras. Evidentemente, la objetividad no existe, es la subjetividad bajo una estructura ética lo que se requiere para hacer periodismo.
¿Tu carrera como periodista también te ha llevado a aprender dónde tienes algo que aportar con tu voz y dónde eres simplemente una lectora o espectadora?
Sí, yo creo que hay que tener una mirada crítica respecto al rol del periodista y su responsabilidad frente a la comunidad. Habría que cuestionar el papel de nuestro ego y del poder que tenemos al poner el micrófono en el sitio adecuado para dirigir la mirada al sitio correcto. Esto tiene que ver con el trabajo personal y emocional. La fama y el prestigio, por ejemplo, estorban mucho para hacer un trabajo más pleno, más profundo. Por otro lado, el periodismo de investigación es muy hermoso porque te permite intentar aportar algo, no solamente de lo que tú sabes, sino de lo que tú vas aprendiendo en el camino. Y eso me parece extraordinario.
¿En qué momento te diste cuenta del tipo de periodista de investigación que eras, de la voz que tenías?
Creo que fue muy jovencita, cuando una historia llegó a mí. Evidentemente, yo no la estaba buscando. Iba caminando por Cancún y vi que había unas camillas con personas afuera del hospital, en la calle, a pleno sol. Todos eran hombres jóvenes. Me acerqué y les pregunté por qué los tenían así, a más de 40 ºC. Esos hombres jóvenes eran portadores del VIH o ya habían desarrollado el SIDA. Eran parte de lo que se conocía popularmente en Cancún como los chichis, chicos que estaban metidos en el comercio sexual por exclusión social y económica. No los querían en el hospital porque los médicos y las enfermeras tenían miedo de contagiarse.
Sin ir preparada para ello, empecé a entrevistarles. Me metí en el hospital y pregunté a médicos, enfermeras… No basta con encontrar una historia importante, hay que tirar de ese hilo en profundidad. Ese reportaje supuso mi primer premio de periodismo. Lo más lindo fue que, en cuanto se publicó, me buscaron más hombres gays para contarme sus historias. Así surgió una serie de columnas y artículos sobre lo que estaba sucediendo. Fue tal el impacto que me llamó el gobernador del estado para decirme que yo estaba mintiendo, que en Cancún no había turismo sexual y menos con personas gays. Me amenazó si seguía publicando estas historias. Ese día entendí que tenía que contar las historias de los márgenes, que yo estaba siempre mirando los márgenes porque de alguna manera también pertenecía a ellos.
Fui consciente de que tenía un punto de vista propio y que el periodismo era lo que yo sabía hacer. Seguí publicando porque no paraban de llegar llamadas telefónicas y faxes al periódico. Me comprometí de tal forma que construí el primer albergue para personas con VIH y acompañé a muchas de ellas a morir. Mis amigos periodistas se burlaron de mí. Me dijeron que el periodismo no era activismo. Descubrí que, por supuesto, que sí, que el periodismo te lleva al activismo de esa manera. Aprendí lo que era el verdadero poder, cómo podía yo poner el poder que se adquiere a través de contar historias al servicio de las y los otros.
Pero existe otro poder, el que paga esos reportajes. ¿No hay siempre un filo muy fino entre a quién investigas y quien te paga el sueldo?
A veces. Es una de las grandes crisis que vivimos. A mí me ha llevado a vivir en una precariedad mucho mayor de la que viviría si no tuviera unos límites éticos. Cualquier persona que tenga una credibilidad y una carrera tan larga como la mía ha tenido que tomar la decisión de no publicar con ciertos medios, por mucho que te inviten a hacerlo. Me pasó hace poco. Me pidieron un reportaje sobre blanqueo de capitales y en la investigación descubrí que el banco, que es parcialmente propietario del medio de comunicación, estaba involucrado en el blanqueo. Adivina… El reportaje no se publicó, obviamente no lo pagaron y ni siquiera reclamé por ello. Por supuesto que hay una crisis con eso, la ha habido siempre, no podemos engañarnos. La mayoría de los medios de comunicación convencionales han tenido vínculos directos con el poder. Los propietarios y los directivos de los medios están fascinados por su cercanía al poder.
Hay un libro que hay que leer, yo se lo doy a leer a todos mis estudiantes de periodismo, aunque les advierto de que no hay que pagar por eso. Es el último libro de Pedro J. Ramírez, donde cuenta con fascinación y grandilocuencia sus vínculos con el poder, con el Rey, con todos. Te das cuenta de que ahí tienes un tejido de actos de convivencia con la corrupción que terminan en impunidad debido a la autocensura. Y hay tal impunidad que es posible que el periodismo se atreva incluso a revelar pomposamente esos vínculos. Es un problema enorme. Yo he dejado de trabajar con medios o me he negado a trabajar con gente que sé que tiene la mano en el bolsillo incorrecto.
Y entonces, ¿de qué vive una mientras investiga?
¡Ah!, de dar cursos de periodismo o clases de cocina. En su momento las conferencias también fueron fundamentales para encontrar un equilibrio económico. Y también los libros, que me han salvado. Lo han hecho porque he podido hacer reportajes que en la prensa no habría podido hacer. Pero hay un sesgo de hipocresía en lo que estoy diciendo porque, al final, la mayoría de los medios, incluso la editorial para la que yo trabajo, también pertenecen a fondos de inversión. Si te pones a rascar es que no dirías nunca nada. No podríamos publicar prácticamente en ningún sitio. Pero dentro de eso, tú intentas por lo menos buscar el espacio más limpio posible para poder trabajar. Una tiene que aprender a vivir con esta realidad y con su conciencia.
Pero tú misma te traicionarías incluso en tu instinto, en tu hambre. ¿De verdad te estarías traicionando?
Claro. Mira, el otro día conocí a un periodista español muy famoso, aunque yo no lo conocía personalmente. Me confesó su admiración por publicar mi trabajo como periodismo, porque él cuando investiga mafias lo convierte en ficción para series de televisión porque no se quiere jugar la vida. No jugarse la vida lo puedo respetar, pero cuando tú decides que vas a hacer una investigación de esta naturaleza para después convertirlo en pornografía del dolor y en entretenimiento… Uf, no sabes lo incómodo que me resultó ese halago.
Sobre todo por cómo te la has jugado tú.
Cuando se ha estado en las trincheras tanto tiempo viendo sufrir a la gente, a mí eso me parece no solamente peligroso sino de un cinismo inaceptable. Con eso también convivimos todo el tiempo.
Claro, con esas contradicciones, y también con otra cosa que para mí es muy importante: el hecho de que tú, con tu trabajo, encuentres fisuras en el sistema a través de las cuales puedan contarse esas cosas. Eso también nos hace recuperar cierta esperanza y pensar que no todo está podrido porque lo has podido contar en alguna parte.
Sí, esa es otra cosa que me interesa mucho. Cuando escribo libros, a mí me encanta presentarlos y viajar a las ciudades y a los pueblos, y hablar con la gente y convivir, y no tiene que ver necesariamente con un acto de mercadotecnia, como pretenden las editoriales. Porque ahora una tiene también que vender sus propios libros, las editoriales ya no lo hacen del todo.
Exacto.
Nos toca trabajar el doble: escribir y vender. Pero a mí me encanta llegar a la presentación de un libro y estar con la gente, convivir con ella y escuchar sus preguntas y sus reflexiones, porque de repente te das cuenta de todo lo que le faltó al libro. Y eso, que para otros periodistas puede ser frustrante, para mí es fascinante porque creo que debemos seguir aprendiendo. Luego terminas haciendo reportajes de aquello que no incluiste en el libro y vas conviviendo con esa historia, que sigue viva. Después de publicar un artículo en La Marea sobre la adicción al porno de los niños me han buscado muchas escuelas para que vaya a hablar con asociaciones de padres, para ayudarles a descubrir herramientas con las que proteger a sus hijos, para acompañarlos. Ese texto sigue vivo. Esa es una parte que a mí me interesa mucho del periodismo, cómo hacer pedagogía, porque el periodismo de soluciones está relacionado con la pedagogía contra la corrupción y contra la comercialización del dolor humano.
Pero existe una tendencia a la banalización del dolor, una masificación del porno emocional, que impide cualquier pedagogía porque impone un lenguaje. El dolor solo como contenido, como carne de plataforma.
Es la invasión del true crime, que no da descanso, ni en el salón de tu casa, ni en el coche… Me interesa mucho cuestionar esto. ¿Por qué esta fascinación con el dolor? ¿Por qué alimentamos al monstruo del dolor todo el tiempo? Esta sobreexposición, a la larga, hiere y mata la empatía. Es muy delicado hacer ciertos reportajes, porque puede que no aporten nada. Por ejemplo, hace poco una revista de Latinoamérica me llamó para hacer un reportaje sobre cuántos niños quedan atrapados en las redes de comercio sexual. Algo así como «los que no pueden salir del pozo de la muerte», «los insalvables», solo les faltó decir «los desechables». Y les dije que no, que no tenía nada que aportar. Estoy en una crisis que tiene que ver con cómo abordar ciertos temas, con qué estamos haciendo con las historias que contamos para que tanta gente esté huyendo del periodismo y no quiera enterarse de la realidad. Porque algo no estamos haciendo bien.
Lydia Cacho además de convincente, valiente, honesta, parece de la raza de lxs imprescindibles; lo que no me cuadra es que le hayan dado tantos premios pues por lo general estas válidas personas estorban al sistema que acostumbra a ir a por ellos.