Entrevistas

Ignacio Pato: “El Rayo Vallecano da el mensaje de que no todo está perdido gracias a lo colectivo, a sus gentes y a las alegrías compartidas”

Entrevista al autor del libro ‘No es fiera para domar. Una historia centenaria del Rayo y Vallecas’. En el que, a partir de testimonios, desentraña la unión entre un barrio y un club: el Rayo Vallecano.

Ignacio Pato. Foto: ÁLVARO MINGUITO

En la vida existen ciertas cosas mediadas por los sentimientos, la pasión y el arraigo inusitado a un lugar que hacen que sean difíciles de explicar. Es el caso del Rayo Vallecano, ese equipo de fútbol que nació en una calle cercana al Puente de Vallecas en una primavera de 1924. Un siglo después, voces como las de Ignacio Pato en No es fiera para domar. Una historia centenaria del Rayo y Vallecas (Altamarea, 2024) se convierten en un corolario de testimonios que, pieza a pieza, desentrañan la unión entre barrio y club que solo la muerte de la afición podrá separar.

¿Cómo nació el Rayo Vallecano? ¿En qué se parece el club de ahora al de entonces?

El Rayo Vallecano nació como un equipo de calle, en concreto de Nuestra Señora del Carmen, como se llamaba entonces. Era un equipo superhumilde, mucho más de lo que es ahora. Para la gente que lo fundó, sería inimaginable adivinar en lo que se convertiría, ya no un siglo después, sino apenas un par de décadas más tarde. Tuvo la particularidad de que lo fundó gente muy joven, adolescentes de entre 13 y 19 años. Junto a ellos estuvo Prudencia Priego, asistiendo y cuidando, como diríamos hoy, todas esas reuniones y primeros pasos del Rayo aquella primavera de 1924.

Yo diría que aquel Rayo que el Puente de Vallecas vio nacer apenas se parece al actual. Por decir, ni siquiera estaba la franja. Vestían con camiseta y pantalón blanco y medias negras. Aquello fue la semilla de lo que es hoy, pero el Rayo ha cogido fuerza y entidad colectiva a través de los años. De ahí la expresión que tanto se repite, una especie de lema: el equipo de una calle, el orgullo de un barrio.

Para escribir el libro, ha entrevistado a multitud de aficionados históricos del Rayo Vallecano. Más que lo que han dicho, me gustaría saber cómo lo han dicho. ¿Usted qué ha sentido cuando estas personas le hablaban del Rayo Vallecano?

Yo lo que he notado es que estaba ante la historia. Por ejemplo, Rafael Garrido, actual socio número 1 del club con casi 90 años y que, de joven, se dedicaba a vender artículos de piel por Madrid, cuando la capital era una ciudad independiente a Vallecas. Él iba con una insignia del Rayo en la solapa y me contaba que caía bien a los clientes por eso, y que vendía más.

En ocasiones, a lo largo de la publicación habla de Vallecas más allá del Rayo Vallecano.

Yo tenía claro que las historias que cuenta el libro, además de realizar cierto trabajo de documentación y producción como autor, tenían que ser narradas por sus propios protagonistas. De ahí que se hable tanto de Vallecas como pueblo y como barrio y distrito que siempre ha luchado por conseguir mejoras sociales, mejores servicios y mayor dignidad para sus habitantes.

¿Eso es lo que ha hecho que la afición del equipo sea mayoritariamente antifascista?

Podemos hablar de una construcción de identidad y de recoger unos valores que sí han estado en el barrio. Investigando, me ha sorprendido que los periódicos de hace 100 años, de tiempos de la República o la Guerra Civil, ya utilizaban el nombre de Vallecas de forma clara, posicionándolo en el imaginario de la opinión pública.

Hablamos de un lugar no siempre comprendido, cuando no despreciado, construido en gran medida por gentes venidas de fuera, llegados desde los puntos más necesitados de este país. Aunque es generalizar, ahí ya se veía cierta sensibilidad de izquierdas. Así nace esa tendencia incluso rupturista con lo establecido, sobre todo influida por la gente más joven de los años 70.

No es ningún secreto que hasta mediados de los años 90 la grada del Rayo, su fondo, no era lo que hoy con Bukaneros al frente. Ahí había otra gente, hasta con presencia de elementos de extrema derecha. Poco a poco se construyó una grada con unos valores determinados, como el antirracismo y el antifascismo, con una marcada sensibilidad anticlasista también.

¿Cuál diría que ha sido el peor momento por el que ha pasado el equipo?

Los dos peores momentos en los que pienso también han estado marcados por algo positivo. El primero fueron los cuatro años en Segunda B, de 2004 a 2008. Su ascenso fue una catarsis para los aficionados, porque al Rayo, por historia, no le correspondía estar en esa división. En aquellos momentos, la viabilidad del equipo también estaba comprometida.

Lo bueno que trajo aquello es que muchísima gente se acercó al club. Hoy en día hay cánticos que recuerdan aquella hazaña, cuando la afición se pegaba viajes larguísimos para ver al equipo jugar fuera de casa.

Otro momento de mucha tensión se produjo en 2011, cuando se dieron impagos a jugadores y amenazas de huelga por ellos. Fue un milagro que el Rayo subiera a Primera División porque era la única manera de que pudiera seguir vivo los siguientes años. Aquel año acabó con el, como mínimo, polémico paso de la familia Ruiz Mateos por el Rayo. Crearon un desastre que despatrimonializó al club, incluso cambió sus siglas.

De aquello, algo bonito que quedó fue la piña que hizo la afición, tanto con los jugadores como con los trabajadores del club. Los rayistas dieron el do de pecho. Por ejemplo, realizaron colectas para poder ayudar económicamente a las personas que peor lo estaban pasando. Después de hablar con tanta gente, me queda la sensación de que aquel mal trago sirvió como un sello entre la afición y los jugadores y empleados.

¿Y el mejor momento?

Me quedo con el presente. No por un ejercicio de presentismo o falsa esperanza, sino como algo entendido de forma amplia. Cada vez hay más niños y niñas que son del Rayo, y que solo son del Rayo. Esto es importante porque a nadie se le escapa que, aunque Vallecas sea Vallecas, el equipo comparte ciudad con otros dos grandes como el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Esto de que un equipo de barrio esté en la élite es lo que hace del Rayo Vallecano algo precioso, sinigual en el mundo.

¿Hasta qué punto la comunidad juega un papel importante en el club?

El Rayo Vallecano debe mucho a su músculo colectivo, incluso autogestionario. Y eso también es muy bonito, esa mezcla entre gente implicada a nivel social que no son rayistas, pero también vallecanos que, sin ser especialmente futboleros, se implica en la alegría que contagia el equipo en el barrio.

Vivimos en una época con una falta abismal de vínculos, también fuera del deporte. Los vínculos son boicoteados por un capitalismo que no nos deja respirar. En ese sentido, el Rayo Vallecano es una punta de lanza del arraigo, de cercanía entre la gente, que demuestra que las redes sociales y los vínculos humanos todavía pueden resistir. El Rayo da el mensaje de que no todo está perdido gracias a lo colectivo, a sus gentes y a las alegrías compartidas.

La lucha de la afición contra la Presidencia del club también es una cuestión continua que se alarga ya años. ¿Qué conflicto hay?

El problema está en que existe un propietario que realmente maneja al Rayo como si fuera únicamente una empresa. Tampoco recogen la sensibilidad social y el contexto de un equipo como este. En resumen, hay una gestión muy negativa, por no decir nefasta, en cuanto al cuidado de la afición, incluso del propio patrimonio del Rayo Vallecano, y no solo el tangible. Sin ir más lejos, la falta de iniciativa por parte del club en los actos del centenario ha sido palmaria. La palabra más repetida es “dejadez”.

Hace unas semanas, desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid, propietario del estadio, dejaron caer que el Rayo Vallecano tendría que salir del barrio. ¿Globo sonda o realidad preocupante?

No hay ningún avance más allá de lo que supimos aquel día, pero la afición reaccionó de forma inmediata. Otra característica de la Presidencia es la opacidad. En cualquier otro club, hubiera habido una comunicación directa con las peñas. Es cierto que está el debate de si fue un globo sonda o algo que se concretará, pero cambiar el estadio también repercutiría en la previa y el pospartido.

Moverlo de la avenida de la Albufera a Valdecarros, como se rumorea, terminaría con el ambiente que se crea en cada encuentro. De todas formas, si se tiene que batallar para que el estadio siga donde está ahora, la afición rayista dará esa batalla.

Por último, ¿es posible definir al Rayo Vallecano sin mencionar al barrio? ¿Cómo lo definiría usted?

A mí me ha sido imposible hacerlo en el libro. Tenía la idea de escribir la historia del Rayo vinculándolo al territorio, pero enseguida me di cuenta de que iba mucho más allá, que esto iba de Vallecas en sí. Yo lo definiría como un equipo que tiene la suerte de estar rodeado de una afición, una comunidad de personas, muy involucrada en el sentimiento de unos colores y un arraigo incomparables. No solo es el Rayo, sino todo lo que le rodea. Por eso hablo de que supone una luz, un salvavidas al que también nos podemos agarrar desde fuera de lo futbolístico.

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Comentarios
  1. Que el barrio y el futbol vayan juntos es impensable y admirable, son pequeñas cosas inconcebibles en un mundo que todo se comercializa como primer objetivo y cerrado a cal y canto y ajeno a la Sociedad en su faceta profesional, excepto en el arraigo que emocionalmente consigue en los seres humanos, que si es necesario se dejan la piel y desgraciadamente no lo hacen por luchar por un bienestar nada resuelto para muchos seres humanos.
    El futbol ha sido mi deporte favorito como «usuario» de barrio y poco más y deliberadamente dejo al margen lo negativo que tiene y tiene mucho.
    La gotita de utopía que produce y genera el Rayo es muy de agradecer

  2. Por todas las cosas positivas qué contáis del Rayo y de la afición, vamos que parece un oasis dentro de la apisonadora capitalista que se ha hecho dueña de Madrid, aunque no me interesa el fútbol, si viviera en Madrid, bien seguro que me hacía socia del Rayo Vallecano.
    Lo merecen. Mucho más que un club.

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