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Medio siglo de radicalidad en el fútbol español: de las peñas de animación a los asesinatos de la extrema derecha

Borja Bauzá publica 'La tribu vertical', una historia de los grupos ultras en España, desde su surgimiento en los años setenta a la actualidad.

Un hincha agita un bote de humo antes de un partido Barcelona-Real Madrid. ERIC RENOM / LAPRESSE / REUTERS

Las peñas animosas de los años setenta, cuyos cánticos reverberaban hasta en los estadios más humildes de fútbol, se convirtieron en grupo ultras con una ideología marcada a lo largo de la década de 1980. Algaradas, palizas y razias entre hinchadas se convirtieron en la tónica general del fútbol español durante años, tanto dentro como fuera de los estadios. Los clubes y el Estado intentaron frenarles, pero su presencia en las calles continúa siendo una realidad. En el libro La tribu vertical. Una historia de ultras, hooligans y otros grupos radicales del fútbol español (publicado por Libros del K.O.), Borja Bauzá desgrana la cronología de un hooliganismo que aún sigue copando titulares.

Bauzá escribe casi desde dentro. Él tomó contacto con el mundo ultra cuando tenía 16 años. Llevado por sus inquietudes e interés por las tribus urbanas, un día cayó en el foro de Internet de la revista Super Hincha, que nació en 1993 y que estuvo auspiciada por varios miembros de hinchadas de diferentes equipos de fútbol. Llegó incluso a estar en los kioscos. «Me sorprendió encontrar bastante cordialidad entre los usuarios, aunque fueran de equipos distintos. Había cierto debate y algunas dosis de humor negro», rememora.

De esta forma, al historiador y periodista le resultó algo extraño comprobar que la imagen que se había creado de ese mundo era diferente a la que estaba conociendo. «Y me enganché. Soy aficionado del Real Madrid, así que entré en Orgullo Vikingo, una escisión de Ultras Sur descontenta por la deriva política que estaba tomando el grupo. Aquí éramos de carácter más apolítico y más tibio en lo que a violencia se refiere», explica. Era el verano de 2003 y Orgullo Vikingo apenas lo formaban unas 60 personas. Ahí estuvo siete años, un tiempo en el que Bauzá fue muy activo en los tifos de animación y en el acompañamiento al club.

Inicio de la escena ultra en España

Esa experiencia ahora le ha avalado para poder entrevistar a decenas de ultras. A algunos retirados de los estadios y de las calles, y a otros que siguen allí. También a integrantes de la Policía Nacional que, en algún momento, se han visto en la obligación de controlarles. Según su relato, el surgimiento de los hooligans en España toma como referencia la escena ultra de Italia y el hooliganismo de Reino Unido. Ha documentado cómo antes del Mundial de 1982, celebrado en España, ya había gente tratando de animar en los fondos de los estadios y de meter «cierta bullanga», apostilla.

Medio siglo de radicalidad en el fútbol español
Portada de La tribu vertical, de Borja Bauzá. LIBROS DEL K.O.

Las peñas animosas, como él las denomina, que existían en ciertos clubes en la década de 1970, pronto se tornaron en grupos mucho más ultras que animaban de forma coordinada y con mayor agresividad y violencia a principios de 1980. Por ejemplo, el Frente Atlético, de ideología neonazi, surgió en el estadio Vicente Calderón en 1982. En el caso de Ultras Sur, la hinchada de ideología de extrema derecha del Real Madrid, no tiene una fecha concreta fundacional. El experto aduce que surgió en el seno de la peña Las Banderas, «desde donde los chavales más agresivos se escindieron y formaron Ultras Sur».

La creación de los grupos radicales del fútbol español tan solo había comenzado. Por ejemplo, los Boixos Nois llegaron al Camp Nou en 1981. De la peña Biri Biri, que animaba al Sevilla desde 1975, salió la Brigada Norte Biri Biri que, tras un proceso, se reconvirtió en Biris Norte, la hinchada actual, de izquierdas. En el caso de Euskadi, los Herri Norte que animaban desde 1981 al Athletic de Bilbao se convirtieron en esa década en los Herri Norte Taldea, identificados con la causa abertzale.

Descoordinación inicial

Bauzá prefiere no generalizar a la hora de hablar de este tipo de grupos ultras, aunque sí ubica algunas tendencias compartidas entre ellos. «Durante buena parte de los años ochenta, operaron como el ejército de Pancho Villa. Quizá había algún líder espiritual, un cabecilla, pero carecían de organización. Yo los consideraría más bien bandas o pandillas en las que tampoco había una tendencia política decidida, aunque había excepciones», se explaya. Entre estas excepciones, ilustra, se encuentran las Brigadas Blanquiazules, ultras del Espanyol, que «son de extrema derecha desde sus inicios y lo llevan a gala», puntualiza el autor del libro.

Por aquel entonces, estos grupos estaban formados generalmente por menores de edad que no habían desarrollado su propia ideología y que se dejaban llevar por las tendencias del momento o los líderes. «A finales de los ochenta y principios de los noventa la cosa cambia. Ahí empiezan a adquirir cierta estructura, se organizan mejor y aparecen los liderazgos absolutos y el reparto de funciones», añade Bauzá. Es en ese momento cuando comienza la asunción de una ideología clara en la mayoría de hinchadas. Según Bauzá, los ultras de los noventa ya no eran chavales, sino ultras organizados con estructura y mucha gente en sus filas.

El Estado intenta actuar

Dos muertes hacen que la realidad cambie un poco para los ultras. La primera fue el asesinato del joven de 20 años y seguidor del Espanyol Fréderic François Rouquier el 13 de enero de 1991, a manos de cinco miembros de los Boixos Nois. La segunda muerte llegó el 15 de marzo de 1992 en el partido que disputaron el Espanyol y el Cádiz, cuando un aficionado lanzó una bengala. El artefacto terminó incrustado en el pecho de Guillermo Alfonso, un niño de 13 años que se encontraba con su familia en el estadio de Sarriá.

«Aquello supuso una controversia brutal. Los medios de comunicación y la sociedad empezaron a pedir acciones contra unos grupos que, en los años ochenta, sí veían con cierta simpatía. De ahí nació la Comisión Antiviolencia en el Deporte, en 1992», comenta Bauzá. El choque entre hinchas y autoridades estaba servido después de que los clubes los hubieran «acunado» durante años. «Los ultras les aportaban ciertas cosas, así que minimizaban sus aspectos negativos», apunta el autor.

La calle como escenario de los enfrentamientos

El Estado pidió colaboración a los equipos de fútbol. Así se inició una suerte de domesticación de los ultras, pero solo dentro de las canchas. En las calles, la guerra entre hooligans seguía siendo frecuente. «Decidieron trasladar sus escaramuzas y sus razias fuera de los estadios, pero también cambiaron sus objetivos. Tras un proceso de maduración, concluyeron que los enfrentamientos debían ser algo entre ultras, así que empezaron a dejar atrás las agresiones a otros aficionados que no formaban parte de los grupos», desarrolla.

Preguntado por qué ideología predomina entre los grupos ultras del fútbol español, Bauzá considera que esta realidad está bastante equilibrada. En cambio, señala que las acciones de la extrema derecha asociada al fútbol siempre han llamado más la atención, algo que se explica por los asesinatos que han cometido. Por ejemplo, el neonazi Ricardo Guerra, vinculado al grupo Bastión del Frente Atlético, mató al seguidor de la Real Sociedad Aitor Zabaleta en diciembre de 1998. En noviembre de 2014, también siete ultras del Frente Atlético arrojaron al río Manzanares el cuerpo sin vida de Francisco Javier Romero Taboada, conocido como Jimmy, hincha del Deportivo de La Coruña.

En la actualidad se dan dos fenómenos que no se pueden entender el uno sin el otro, añade Bauzá. «Por un lado, están las gradas de animación que, en algunos casos, no en el Real Madrid o Barça, incluyen a los propios grupos, pero muy diluidos», explica el experto. Por otro lado, eso ha llevado a que la conflictividad aumente en las calles, ya que algunos de estos grupos «cada vez se sienten menos cómodos dentro de los estadios», opina.

Sus enfrentamientos están basados en el conocido como «síndrome del beduino», es decir, en una maraña de amistades y enemistades que no dejan de escalar y en el que el enemigo de mi amigo también es mi enemigo y el enemigo de mi enemigo puede ser mi amigo. «Hay trifulcas entre grupos debido a su rivalidad únicamente deportiva, pero también entre grupos de diferentes o similares ideologías, o entre grupos ideologizados y otros apolíticos que tienen cierta relación con alguno de sus enemigos», finaliza Bauzá.

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Comentarios
  1. Unai Simón, portero de la selección de fútbol pide no hablar contra la extrema derecha.
    Los jugadores y entrenadores de fútbol han optado por asumir su nueve y privilegiado status quo pagando los privilegios económicos con su silencio.
    Ya puede Israel asesinar a 40.000 palestinos que lo suyo será tirar un córner mirando para otro lado.
    El mucho dinero de por medio condiciona y exige lealtades y ellos obedecen como perfectos súbditos. Incluso cuando desde las gradas las aficiones se posicionan en contra del fascismo. Ellos no participan…están por encima del populacho.

  2. El fútbol otra adicción más para tener a la gente entretenida para que no piense en las injusticias y tejemanejes del sistema. Además de dar un pésimo ejemplo de los falsos valores: las escandalosas cifras astronómicas que cobran los jugadores y las que mueven los clubs.
    Alimento de fanáticos cuando no de energúmenos.
    En mi generación, al fútbol y a la iglesia se les llamaba el opio del pueblo.
    Que manera de ir para atrás cada vez más atontaos.
    Así pueden decir los millonarios, tal como el banquero Buffet, que efectivamente hay una lucha de clases y que los ricos la han ganado por goleada.

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