Opinión

El pasado presente del sionismo

Pablo Batalla analiza la beligerancia de Israel con España después de la decisión del Gobierno de reconocer al Estado palestino

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, en una foto de archivo. WORLD ECONOMIC FORUM / Licencia CC BY-NC-SA 2.0 DEED

¿Por qué el Gobierno israelí no carga contra Noruega e Irlanda con la misma inquina que contra España? Tal vez el tamaño tenga algo que ver. Pero, sobre todo, lo tiene la historia. Como todo ultranacionalismo, al sionismo revisionista enloquecido que hoy blande las riendas del Estado judío se le sale la historia por las costuras; es una glotonería enfermiza de historia, una percepción trastornada del tiempo por la cual el pasado no lo es en realidad: no ha pasado, sino que continúa vivo en las cosas del día; sigue pudiéndose combatir por él o contra él; sus personajes y tramas son eternos, telúricos, inmortales, como dioses o fuerzas cosmogónicas en lid perenne e irresoluble.

El nacionalismo traza el espacio en el tiempo y el tiempo en el espacio. Para el nacionalismo israelí, para su historia mítica, el estatuto de España no es el de Irlanda o Noruega. España es Sefarad y es la Inquisición. Y a los ojos más febriles de esos nacionalistas, eso que es otro tiempo sigue siendo este espacio. Cuando el Gobierno español toma la decisión de reconocer diplomáticamente al Estado palestino, no lo hace, no puede hacerlo, por motivos nobles, sino movido por el antisemitismo eterno del país que expulsó a los judíos de su suelo en 1492 y persiguió luego con saña a los judeoconversos. Pedro Sánchez es un Torquemada redivivo en traje azul ferretero y corbata.

«Los días de la Inquisición han terminado», dice Israel Katz, un ministro de Exteriores que se llama igual que su país (y qué inquietante es eso, si uno lo piensa). Pero lo dice en un sentido que le da lo que ha dicho justo antes: «Dañaremos a quien nos dañe». Hay en el sionismo una poco conocida tradición de avergonzarse de las víctimas del Holocausto o la Inquisición. Algunos de los supervivientes de la Shoá se toparon en los años cuarenta y cincuenta, a su llegada a Israel, el desprecio de los sabras, los judíos que habían emigrado a Tierra Santa antes del advenimiento nazifascista: se lo tenían merecido —llegaba a decírseles—, por no haber creído a tiempo en el sionismo; y era vergonzoso que no hubieran plantado cara, sino que se hubieran dejado exterminar «como ovejas en el matadero». Los libros de texto de los primeros lustros de existencia del Estado de Israel apenas hablaban del Holocausto: solo del gueto de Varsovia, la insurrección que permitía salvar la cara de un pueblo que ahora quería ser fornido y expeditivo. La violencia dantesca que hoy caracteriza el proceder de Israel tiene que ver con ese trauma: que no pueda decirse nunca más que somos cobardes. 

Para Katz, los días de la Inquisición se han acabado, pero no porque la Inquisición ya no exista, que vaya si existe, sino porque ya no existen los judíos mansos; los pálidos tirillas del gueto. La nación judía se fundó «claramente», escribe Shlomo Ben Ami, «en la supuesta superioridad del israelí sobre el judío diaspórico»: a diferencia de él, el homo israelicus era robusto y seguro de sí, hombre de acción e ingenio, con «callos en las manos [y] no un toque de gracia en el alma», como escribía en su novela Los días de Ziklag el escritor Sámej Izhar, el más representativo de la Generación de 1948. Un sabra, palabra que procede del hebreo tzabar: cierto cactus tenaz que, espinoso por fuera, esconde un interior tierno y un sabor dulce.

La voluntad de serlo era especialmente acuciante en el sionismo revisionista, fundado por Ze’ev Jabotinsky y minoritario en las primeras décadas de existencia de Israel, marcadas por la hegemonía laborista, pero dominante hoy. Jabotinsky era un judío de Odesa admirador de Mussolini y el fascismo italiano, que reconocía una parte de realidad al estereotipo antisemita del judío enclenque, cobarde, apocado, pasivo, pedigüeño, y defendía un ideal militar de judío muscular, presto siempre para el sacar los puños y las pistolas. Su propio nombre, Ze’ev, era una declaración de intenciones: no era aquel con el que había nacido (se llamaba Vladímir), sino un nom de guerre cuyo significado es «lobo» en hebreo. Jabotinsky fue fundador del Irgún —una de las organizaciones terroristas judías creadas para acabar con el dominio británico, autora del terrible atentado del Hotel Rey David, que causó 91 muertos en julio del cuarenta y seis— y mentor intelectual de Menájem Beguin, creador del Likud, el partido de Netanyahu.

Los lobos israelíes prenden fuego hoy a campos de refugiados en cuyas tiendas de campaña arden vivos y son decapitados los niños árabes. Lo hacen movidos por discursos que invocan no ya solamente el recuerdo de la Inquisición, sino pasajes bíblicos como la destrucción y exterminio de los amalequitas. No pasa el pasado para el fasciosionismo, que quiere ser venganza de cinco milenios de agravios ya reales, ya mitificados. España debe prepararse para sufrirla, pues como publica Jónatham Moriche, «Israel no va a conformarse con tuitear. Espero que todo el mundo tenga esto claro, empezando por quienes desempeñan altas responsabilidades en los servicios de defensa, seguridad e inteligencia del Estado».

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Comentarios
  1. El pueblo español siempre ha tenido un especial afecto por el pueblo palestino.
    Será porque siempre lo hemos visto como un pueblo mártir y somos más sentimentales que la gente fría del norte?
    Porque los latinos estamos geográficamente más cerca o porque, al fin y al cabo, aunque no lo sea, el gobierno español se autodenominan socialista y el socialismo y la ultraderecha son enemigos irreconciliables. Yo creo que es por ahí. Netanyahu sabe que no ha sido Sánchez sino el pueblo español que le ha obligado a reconocer a Palestina, sabe del vínculo afectivo de este país con Palestina y eso es lo que Israel querría destruir.
    Un implacable y traidor enemigo nos hemos creado; pero estamos obligados a ser honestos, a no dejarnos intimidar y a trabajar por un mundo más justo. Lo que se siembra tarde o temprano se recoge.

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