Tus artículos

A bordo del Geo Barents en el Mediterráneo, la ruta migratoria más mortífera del mundo

Franca Ferrari, de Médicos Sin Fronteras, surca el Mediterráneo a bordo del Geo Barents con 36 supervivientes que partieron de Libia. Esto es parte de lo que vivió allí, mientras navegaban por “la fosa común más grande del planeta”.

Varias personas jugando al cricket a bordo del Geo Barents, en el mar Mediterráneo. MOHAMMED CHEBLAK / MSF

Miércoles, 15 de diciembre. Se supone que el partido de críquet iba a ser ayer, pero por cuestiones meteorológicas en el Mediterráneo, se aplazó para el día siguiente. Es un día soleado, perfecto para jugar. Nunca había visto este deporte. Mohamad, quien me acompaña en esta jornada deportiva, detiene su afán por fotografiar cada instante para explicarme muy sencillamente los aspectos más importantes del juego:

“Es como el béisbol. Dos equipos compiten por turnos, uno bateando y otro lanzando. Si el que batea logra batear lejos, corre como loco para anotar puntos. Bueno, aquí no corre mucho, claro. El otro equipo intenta atrapar la bola en el aire y darle al wicket, que sería el arco, del equipo oponente. Igual, aquí es especial, tiene otra mística”.

Empieza el partido. Si bien no tengo obligación de elegir un equipo, quiero que gane Bangladesh. Los motivos son dos. Por un lado, juegan con ventaja: es uno de los deportes más populares del país. Por otro lado, el equipo bangladeshí e incluso su hinchada, cubiertos de mantas de abrigo —aunque esté soleado, hace mucho frío—, apenas notaron mi tonada argentina me bautizaron al grito de “Messi, Messi”. Pese a la barrera lingüística —no sé hablar su idioma, lamentablemente, ni ellos español—, me contaron lo mucho que se alegraron cuando Argentina ganó el Mundial del 2022. Se ganaron que hinche por la verdirroja.

Los primeros 15 minutos de partido se disputan con tranquilidad. Me quedo tildada mirando el bate que utilizan. Es de madera, de unos 50 centímetros de largo. Compuesto por la superposición de una tabla y una ¿cuchara? gigante, de madera también. Estos elementos están recubiertos por un cabo de color naranja. Intuyo que Alex, el logista, habrá tenido algo que ver con este resolutivo diseño.

36 supervivientes

Hoy, el mar Mediterráneo está mucho más calmado. Las olas que ayer medían 4 metros se redujeron a menos de la mitad. Con el mareo generalizado y el movimiento involuntario de nuestras extremidades hubiese sido imposible jugar al críquet. Este partido no es como cualquier otro, tiene razón Mohamad. Se está jugando en el medio del mar Mediterráneo, a bordo del Geo Barents, el barco de búsqueda y rescate de Médicos Sin Fronteras (MSF). Es el tercer día a bordo con los 36 supervivientes del último rescate. Navegamos rumbo a Génova, Italia, el puerto que las autoridades italianas nos asignaron como seguro para desembarcar. Queda un día de viaje.

Los nervios y entusiasmo por llegar lo sentimos todos a bordo. El partido nos permite olvidarnos, por un momento, de todo lo que pasó y lo que vendrá.

Hace dos días y medio, el 13 de diciembre sobre la tarde-noche, esta improvisada cancha de críquet estaba vacía de elementos deportivos. La colmaban mantas de abrigo, kits de higiene, raciones de alimentos y un equipo de médicos y trabajadores humanitarios esperando a recibir a 36 personas que estaban siendo rescatadas por el equipo de MSF.

Hace dos días y medio, un grupo de 36 personas partieron de Libia en una embarcación superpoblada; in distress es el término correcto, sin salvavidas y sin saber si lograrían pasar la noche en la ruta marítima migratoria más mortífera del mundo. Algunos con abrigos hechos con bolsas de plástico. Otros, algo más preparados, con chaquetas que parecían ser mejores para el frío. Ninguno tenía zapatos. Los zapatos pesan e impiden nadar en caso de naufragio, pienso. Ninguno trajo pertenencias más allá de un móvil para poder comunicarle a sus familiares que lo habían logrado, que estaban vivos, camino hacia un puerto seguro en Europa: tierra de sueños fértiles para quienes huyen de tanto dolor.

Me alejo de la zona de juego. Están discutiendo sobre algunos puntos que se está llevando el equipo contrario, Inglaterra. Este equipo está compuesto por una mezcla de nacionalidades: cuatro bangladeshíes, que no tienen problema con dejar su camiseta de origen de lado con tal de jugar, y dos ingleses, compañeros del equipo de Médicos Sin Fronteras. Me acerco a Manaum y a Abdul, hace rato están contemplando el mar y jugando con un avión de papel. En inglés, como zona franca entras ambas lenguas, les pregunto qué quieren hacer una vez que lleguen a Italia. Me responde solo Manaum: Pasé mucho dolor en Libia. Voy a Europa porque quiero trabajar, formar una familia, tener una casa”.

Mediterráneo supervivientes
Dos de las personas que iban a bordo del Geo Barents. FRANCA FERRARI / MSF

La ruta migratoria más mortífera del Mediterráneo

El año pasado fue el más mortífero en la ruta migratoria del Mediterráneo central desde el 2017. En noviembre del 2023, el informe de MSF titulado Nadie vino a rescatarnos, evidenciaba que, hasta la fecha de publicación, casi 2.200 niños y niñas, mujeres y hombres habían desaparecido o perdido la vida en el transcurso del año. 

Desde entonces, los números siguieron aumentando. En total, 7 personas mueren o desaparecen al día. 22.747 personas han muerto en esta ruta desde el 2014. Por números como estos bautizaron al mar como “la fosa común más grande del planeta”. No quisiera escribir cifras cuando se habla de personas. Me gustaría poder escribir el nombre de todas ellas. Tienen un nombre. Una historia. Su recuerdo se mantiene presente en el corazón de sus seres queridos que aún hoy los lloran sin haber podido velarlos.

Desde 2015, Europa ha enfrentado una situación que algunos han etiquetado erróneamente como la “crisis de refugiados”, aunque en realidad son los refugiados los que están en crisis. En este periodo, Europa ha abandonado la idea de que las fronteras son simplemente límites geográficos y que deberían ser un espacio donde se protejan los derechos de todas las personas. La falta de intervención por parte de los Estados en los rescates constituye una violación de dos derechos fundamentales, el derecho a la vida y las normas marítimas. Estas normas exigen que cualquier Estado o embarcación rescaten a cualquier persona en riesgo en el mar, sin importar su estatus legal, y las lleven a un lugar seguro. Sin embargo, en lugar de cumplir con estos principios humanitarios, Europa ha optado por enfocarse en la seguridad, criminalizar a las personas y a las organizaciones de rescate, y externalizar las fronteras mediante acuerdos con terceros países.

El concepto de vallas/muros, la vigilancia con instrumental militar, la sobrerrepresentación de “migrantes que llegan en masa”, ha culminado en el Nuevo Pacto Europeo de Migraciones y Asilo, que de “nuevo” no tiene nada, y lejos está de ser consecuente con los derechos de las personas migrantes y solicitantes de asilo. Este Pacto solo continúa e intensifica las políticas restrictivas en Europa. No solo no detendrá las muertes en el Mediterráneo, sino que otorga absoluta libertad a los dirigentes europeos para desentenderse de su obligación de rescatar y continuar con la obstaculización y la criminalización de las actividades de búsqueda y rescate de la sociedad civil.

Geo Barents

Médicos Sin Fronteras (MSF), ha llevado a cabo misiones de búsqueda y rescate en este contexto, brindando asistencia a más de 90.000 personas desde 2015. A partir de 2021, estas operaciones se realizan a bordo del Geo Barents, el barco en el que estamos ahora. A pesar de los crecientes obstáculos operativos y políticos. MSF ha logrado rescatar a más de 10.500 personas en el mar a bordo de este barco. 11 cuerpos de personas fallecidas han sido recuperados. Una persona ha nacido a bordo.

La mayoría de las personas rescatadas a lo largo de los dos años y medio de operatividad del Geo Barents provienen de Bangladesh, Siria, Eritrea, Pakistán y Egipto. Han pasado todo tipo de personas a bordo: mujeres con hijos, menores no acompañados, padres de familia, jóvenes que viajan solos y solas, personas mayores. Todos huyen de sus países para buscar un futuro mejor. Huyen de la pobreza, de la violencia, de las guerras. Huyen de contextos de los que poco escuchamos hablar. O quizás sí, y poca importancia les damos. La mayoría huye arriesgándose a que una barca precaria en el medio del mar sea más segura que la tierra. Las particularidades de cada caso dependen de cada persona. Las historias son incontables.

Las cicatrices de las personas rescatadas

Cerca de mí está Marie Anne Henry, la matrona a bordo. Le pregunto si puede contarme algún recuerdo bonito en el barco; un momento al que vuelva su mente cuando el cuerpo desembarca:

“Antes de que las leyes italianas cambiaran, podíamos estar semanas enteras con los supervivientes hasta que nos derivaron a un puerto seguro. Recuerdo la vez que estuvimos casi tres semanas a bordo, con muchas mujeres supervivientes. Al realizar las consultas médicas correspondientes nos mostraron sus cicatrices. Todas estuvieron expuestas a situaciones de violencia. Tras 10 días, las mujeres del equipo les ofrecimos hacer una sesión de masajes, construir(les) un espacio seguro. Trajimos nuestros aceites personales, algunas luces bonitas que encontramos aquí, nuestras cremas. Después de un rato haciéndoles masajes, las supervivientes quisieron hacer lo mismo con nosotras. Fue muy inesperado. Fue un momento muy hermoso. Estábamos todas juntas. Para mi hacer masajes, con mis manos, a un cuerpo lleno de cicatrices… sabiendo la historia detrás de cada cicatriz… y que luego esa mujer tome el rol de masajista… no puedo explicarlo con palabras. Aún usábamos mascarillas de COVID-19, que terminaron todas mojadas de lágrimas de emoción”.

Mediterráneo juegos
Varias personas juegan en el Geo Barents. FRANCA FERRARI / MSF

Todas las personas rescatadas tienen cicatrices: internas y externas, visibles e invisibles. Las cicatrices se van produciendo en los distintos puntos migratorios. La mayoría tarda meses e incluso años en llegar. Salen de su punto de origen, transitan por distintas ciudades en el camino, hasta llegar, la mayoría, a Libia. Allí esperan días, semanas, meses e incluso años antes de intentar cruzar el mar.

Libia es el infierno para los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo. A raíz de los testimonios e informes médicos recopilados a bordo del barco, y de la labor de MSF en los centros de detención de Trípoli, se publicó el informe Vais a morir aquí: abusos en los centros de detención de Abu Salim y Ain Zara, en el que se denuncian abusos y malos tratos a las personas refugiadas, solicitantes de asilo y migrantes en dos centros de detención en Trípoli: agresiones, abusos sexuales, cacheos sin ropa, torturas, registros corporales íntimos, palizas, extorsiones, violaciones, privación de las condiciones de vida más básicas y homicidios, entre otros. Los testimonios, como el que copio a continuación, son desgarradores:

“Cuando me llegó el turno, la mujer (la guardia) me dijo que si mantenía relaciones sexuales con él (otro guardia) podría salir. Empecé a gritar. Me sacó y me golpeó con un tubo y me llevaron de nuevo a la sala grande con las otras mujeres. Allí me dijo: ‘Vas a morir aquí’”.

Algunas personas intentaron cruzar el mar más de 10 veces. En muchas ocasiones, la guardia costera libia, financiada por Italia, los devuelve al país africano. Son los famosos pushbacks.

“Se devuelve a las personas a un círculo de violencia y extorsión”, me explica Virginia Mielgo, coordinadora a bordo del proyecto. Como no se puede construir una valla en el mar, se financia a Libia para que actúe como tal.  

Migrar de manera segura

Vuelvo al partido y reparo en Mohamad, que está hablando con Hasim, uno de los supervivientes, sobre la única pertenencia que trajo: un pañuelo típico de Bangladesh. Su mundo en un pañuelo. Es el único que habla un poco de inglés y opera como traductor con el resto de los supervivientes. Mohamad es el responsable de comunicación a bordo y le consulta si puede entrevistarlo. Nos alejamos un poco, vamos a un espacio más íntimo.

Hasim, en su idioma natal y de espaldas a la cámara, habla un largo rato. Cuenta por qué huyo de su país, también sobre lo que ha pasado hasta poder salir de Libia, nos comparte sus planes a futuro, una vez llegue a Europa. Cuando terminan, en inglés, le agradece por la conversación y le ofrece su pañuelo.

Mediterráneo trabajo
Varias personas trabajando a bordo del Geo Barents. FRANCA FERRARI / MSF

Todas las personas que estamos aquí construimos un hogar muy lejos del hogar. El equipo de trabajadores de MSF también es muy diverso, vienen de distintos puntos, aunque todos están aquí —estamos— por el mismo motivo: asistir a las personas que buscan refugio, seguridad y están en situación de peligro es una obligación; migrar, un derecho humano.

Yo llevo mi hogar a través del mate. Le cebo uno a Juan Cruz —Juanito—, uno de los técnicos de búsqueda y rescate del equipo. Es rosarino, vive mitad del año a bordo y otra mitad en Tenerife, donde es guardavidas en una playa. “Si un barco no fuese más seguro que la tierra, nadie pondría a su hijo adentro”, dice mientras me devuelve el mate. Le pregunto por qué se dedica a esto. “Creo que me dedico a esto… un poco por ser migrante. Pude migrar de una manera segura, con un pasaporte y un avión, y llegar a un país en el que podía ser residente, como lo fue España. Ellos no. Muchas veces ni siquiera llegan. O lo hacen con muchísimas dificultades. Poder dar una mano a otra gente en el movimiento me parece importante. La gente va a seguir migrando, no hay forma de pararlo”.

Yo también soy una migrante, al igual que muchas personas a bordo. Soy argentina viviendo en España, y mi historia se entrelaza con la de mis bisabuelos italianos y polacos, quienes hace muchos años se embarcaron en travesías similares a la de los 36 supervivientes de Bangladesh, huyendo de la persecución en sus países y buscando un futuro mejor. La diferencia es que yo llegué a Europa en avión, con un pasaporte rojo y un sello italiano, lo cual me otorga un privilegio que otros no tienen: la oportunidad de migrar de manera segura.

Hacer hogar a bordo

El partido sigue. Gana Bangladesh por 3 wickets. En simultáneo, en el fondo, funciona «la barber shop«. Así le dicen al espacio del barco en el que —con tres tijeras, cuatro peines, dos máquinas de cortar el pelo, un espejo horizontal y dos sillas— los pasajeros pasan la mayor parte del día. Es el espacio reservado para el autocuidado. Como en muchos otros proyectos de MSF, el cuidado a la salud mental es prioritario.

“Esta actividad, al igual que los momentos de pintar, es para que las personas tengan algo que hacer hasta llegar a puerto. Pero también es un momento clave de recuperación. Es volver a decidir, quizás después de mucho tiempo, cómo quieren tener el pelo, qué estilo quieren llevar; es reconectar con ellos mismos, con su imagen”, cuenta Margot Bernard, la coordinadora adjunta del proyecto.

Muchos de ellos, detenidos durante un largo tiempo en Libia, puede que no hayan tenido la oportunidad siquiera de mirarse al espejo. De eso se trata: de cuidar de uno mismo, de verse a uno mismo, tomar elecciones y verse bonito. Es una actividad que disfrutamos mucho, tanto los supervivientes y los trabajadores.

Cada uno tiene su turno. No van apurados. Quieren llegar a Italia prolijos, peinados, cuidados. Quienes cortan, peinan y afeitan son, en un principio, los que más experiencia tienen. Me tienta cortarme el flequillo. Tengo la suerte de que Abdullah se ofrece a cortarlo. Es buenísimo haciéndolo. Es muy joven, con una sonrisa que te cautiva.

“Are you sure?”, me pregunta con timidez. Detrás, trabajadores y supervivientes se ríen cómplices. “Yeees”, le digo, y muestro una foto que tenía guardada en el móvil con un estilo de flequillo que me gusta.

Mediterráneo peluquería
Cortándose el pelo a bordo. FRANCA FERRARI / MSF

Los jugadores del partido se toman un descanso. Algunos se sirven té. Otros toman agua. Me acerco nuevamente a Marie Anne, la matrona a bordo. Cuando le pregunto sobre este proyecto de MSF, define el Geo Barents como una pausa. Un momento de calma entre la violencia de la que huyeron los supervivientes y los obstáculos que encontrarán una vez lleguen a tierra firme: “Notas mucho la diferencia de cómo llegan, con la mirada perdida. La vida ya no está ahí. Están sedientos, están cansados, están sucios. Tras unas horas, comienzas a ver como la vida resurge. El último día, el del desembarco, ya son otras personas. Lo puedes ver en su mirada. El poder de resiliencia que tienen es asombroso”, reconoce.

De estas pequeñas pausas es también de lo que trata este proyecto de Médicos Sin Fronteras. Convertir hogar muy lejos del hogar. Es jugar al críquet con una cuchara de madera; es cortarse el pelo y emprolijar la barba tras meses de no verse al espejo; son las clases de italiano para aprender las frases más básicas con la que intentarán desenvolverse ante las autoridades; son los momentos de escuchar música de su país, en el que se disfruta de bailar y cantar; son los intercambios de conocimientos de lengua bangladeshí y las del resto de nacionalidades que hay entre los trabajadores a bordo (aquí todos estamos aprendiendo); son los cuidados médicos, las sesiones individuales de apoyo a la salud mental, los momentos de dibujo que permiten expresar emociones; son todas estas actividades, tan pequeñas y tan enormes, las que se realizan hasta llegar a puerto seguro, y convierten un barco en un hogar de cuidados sin fronteras.

Mediterráneo hogar
Convierten el barco en su hogar. FRANCA FERRARI / MSF

Celebrar la vida

Abdul lanzará la pelota para el equipo inglés. Antes, le comunica a Margot, árbitro de esta jornada, que es la jugada final. El jugador estrella del equipo bangladeshí, Kamal, tiene muy en cuenta la limitada disponibilidad espacial a la hora de batear. En vez de batear alto y lejos, lo hace al estilo del hockey: corto y al ras del suelo. No vaya a ser que la pelota —la única pelota— salga disparada por la popa y se pierda en las inmensidades del mar Mediterráneo.

Bangladesh se consagra campeón. Todos los jugadores y los espectadores festejamos con abrazos, gritos eufóricos y algunos bailes. Se celebra. Del mismo modo que hace dos días y medio estas 36 personas de origen bangladeshí celebraron haber sobrevivido, haber sido rescatadas por el equipo de Médicos Sin Fronteras. Celebraron tener la oportunidad de soñar con tener una casa, formar una familia, trabajar, sentirse seguros. Celebraron estar vivos.

No debería costarles tanto a algunos, lo que a otros se nos fue dado.

Todos los nombres de los supervivientes han sido modificados. Por seguridad y respeto a su privacidad, no se muestran sus rostros.

*Franca Ferrari es licenciada en Relaciones Internacionales y magister en Estudios Migratorios. En la actualidad, es integrante del equipo de Comunicación de Médicos Sin Fronteras España.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.