Internacional
De los perros-robots ‘amigos’ a los robots armados (y 3)
Los principales fabricantes de plataformas cuadrúpedas, como llaman a los perros-robot en el sector, se esfuerzan por mostrar una imagen amable de sus productos. Cada vez más empresas y cuerpos policiales y militares los usan para tareas de vigilancia.
Este reportaje (el último de una serie de tres) forma parte parte del dossier ‘Robots asesinos’ de la revista #LaMarea99. Puedes conseguirla aquí y seguir apoyando el periodismo independiente.
Opacidad es una la palabra que se repite a menudo a lo largo de este dossier. También en una charla informal en el ayuntamiento de Waltham (Massachussetts) con colaboradores de la alcaldesa. En octubre de 2023, Jeannete A. McCarthy parece cansada. Son días de mucha actividad, en noviembre se celebrarán las elecciones municipales (y, obviamente, en ese momento todavía no sabe que volverá a ganarlas por sexta vez consecutiva).
Aun así, esta mujer afable, de 70 años, saca tiempo para atender la visita inesperada de las dos reporteras españolas. También para imprimir en su despacho las direcciones de las empresas de robótica que se han instalado en las afueras de esta ciudad de 65.000 habitantes. Situada a 17 kilómetros de Boston, es conocida por ser la cuna de la revolución industrial de Estados Unidos y por albergar, en 1850, la Waltham Watch Company, referente mundial en la producción de relojes de pulsera, primero, y en la de los de precisión después.
Waltham también ha destacado históricamente por su tradición sindical, recuerda orgulloso Scott Coleman, secretario del Sindicato General de la Construcción de Norteamérica. Casualmente, dice entre risas, Angela, la mujer que trabaja a pocos metros de la sala de reuniones, es su madre y también la presidenta. En la planta baja del edificio, una cafetería que parece anclada varias décadas atrás. Grandes ventanales a la calle principal, buenos pasteles.
Scott se entusiasma hablando allí de convenios colectivos e incluso de las aplicaciones de la robótica al sector de la construcción, donde alivia algunas tareas duras y peligrosas. De Boston Dynamics no pueden contar nada los Coleman, tampoco la alcaldesa ni los vecinos que repasan con calma las páginas del periódico mientras toman café. No tienen contacto con trabajadores de la empresa. Deducen que, como la mayoría de los ingenieros e ingenieras de las empresas de robótica de la ciudad, no viven allí.
El cuartel general de Boston Dynamics se encuentra a 6,5 km. del centro de Waltham, en uno de los polígonos más alejados de la ciudad. Por el camino, casas unifamiliares dispersas con jardines impecablemente cuidados. En la entrada de una de las propiedades, un cartel advierte que está vigilada mediante drones.
Es imposible acceder a las instalaciones de Boston Dynamics sin concertar una entrevista previa, confirma la recepcionista desde el otro lado del cristal. Ni siquiera al vestíbulo. En este caso, las visitantes deben conformarse con la visión de los dos perros-robot que, a modo de reclamo, custodian un recinto vallado situado ante la puerta principal. Sus idas y venidas, subiendo rampas, parándose de golpe, resultan inquietantes, al menos, la primera vez.
En cualquier caso, obtener una cita suena a misión imposible. De ello se quejaba la periodista especializada en tecnología Cleo Abram. Finalmente, alguien le ayudó a conseguirla y terminó grabando dos vídeos que subió el pasado enero a su canal Huge If True, en YouTube: uno con Spot y otro con Atlas, el humanoide que, de momento, solo se usa para experimentar.
En ambos casos, Abram acosa e incluso golpea a las criaturas de Boston Dynamics. Algo similar hacían dos empleados de Unitree en los videos promocionales del «primer robot humanoide universal» de la compañía china. Pese a las patadas que recibió, y al poco garbo que muestra el Unitree H1, no lograron hacerle caer.
En las demos de robots es frecuente ver a humanos que les ponen trabas. Provocaciones ante las cuales nunca se rebelan ni abandonan las tareas que están realizando. Se limitan a recomponerse una y otra vez. El mensaje es claro: no suponen ningún peligro, respetan la primera ley de Asimov –«un robot no dañará a un humano»–, Terminator no existe.
Esta estrategia de marketing parece necesaria a tenor de algunas experiencias negativas del pasado. La Policía de Nueva York tuvo que renunciar en 2021 a los Digidogs, unos perros-robot programados por Boston Dynamics, ante el alud de críticas recibidas. El año pasado, sin embargo, el alcalde de la ciudad, el expolicía Eric Adams, retomó el proyecto. «Digidog ha salido de la perrera», declaró en abril, al tiempo que anunciaba otros dos modelos de vigilantes robóticos. Uno de ellos, el K5, patrulló en fase de pruebas en la estación de Times Square en noviembre. De color blanco, su diseño evitaba cualquier parecido con un ser vivo y más bien parecía un buzón gigante.
En España, los perros-robot también han suscitado reacciones diversas. El Spot que se paseó por las calles de León en octubre de 2021 causó cierto revuelo. La empresa responsable de esta acción es Plain Concepts, uno de los partners de Boston Dynamics en España. «Aún hay algunas reticencias en algunos sectores o en el público a la hora de abrazar la tecnología de primeras, pero cuando se explica bien y se ven todos los beneficios que puede reportar dejan los prejuicios iniciales a un lado», responden por correo electrónico. Sobre la preocupación por el doble uso que pueden tener los robots, desde Plain Concepts remarcan que suscriben la política de Boston Dynamics «de no vender dispositivos a empresas que pudieran añadir armas o tener objetivo bélico».
La declaración de principios de la empresa estadounidense suena bien. No obstante, analistas especializados en defensa como Tim Ripley se plantean qué significa en la práctica. «Si el robot es un dron de vigilancia y encuentra un objetivo al que tú lanzas un proyectil de artillería, y matas gente, entonces ese dron es tan parte del sistema de armas como un dron que tenga un misil incorporado. Es parte de la cadena que mata», declaraba Ripley al diario británico The Guardian en 2022.
Por otro lado, Boston Dynamics, que en el pasado fue adquirida por Google y posteriormente por SoftBank, es propiedad de Hyundai desde 2021. Y esta empresa surcoreana parece tener menos reparos a la hora de desarrollar productos bélicos. En el artículo de The Guardian antes mencionado se destaca que una de las filiales del grupo, Hyundai Rotem, anunció en abril de 2022 una colaboración con otra firma de Corea del Sur, Rainbow Robotics, para desarrollar un robot de defensa cuadrúpedo. «En la imagen promocional se muestra a un perro-robot con una pistola incorporada», escribe Stuart Clark.
Una estampa muy distinta a la que transmitía Boston Dynamics el pasado 25 de octubre cuando lanzó un vídeo para mostrar que Spot podía hablar gracias a ChatGPT. El resultado es un Spot que adopta diferentes personalidades y registros: un adolescente preguntón, un viajero en el tiempo –concretamente, a la época de Shakespeare–, un personaje sarcástico al que llaman Josh... Ataviado con estrambóticos sombreros, se aleja así del imaginario asociado al fiero e impactante perro-robot que a finales de 2017 protagonizó el capítulo Metalhead de la serie Black Mirror (Netflix), capaz de lanzar proyectiles con metralla contra humanos para proteger una propiedad privada.
Las plataformas cuadrúpedas pueden resultar amenazantes y muy espectaculares, pero el verdadero peligro radica en el potencial destructivo de la inteligencia artificial, insisten las fuentes consultadas. De hecho, las máquinas representan hoy el principal freno al desarrollo de las capacidades de la IA, argumenta Eduardo Gómez de Tostón, CEO de la empresa española Alysis. Un perro-robot, por ejemplo, tiene una autonomía aproximada de tres horas. Por ello, la misión que deba ejecutar una IA está sometida a esa limitación técnica. Si no lo logra en ese tiempo, «se acabó, ahí queda», añade. Aumentar la duración de las baterías es otra historia, y nada sencilla por múltiples razones.
Alysis tiene como partners a Boston Dynamics, Unitree y Ghost Robotics, entre otras compañías. Con esta última, firmó un acuerdo el pasado octubre para abrir una planta en Asturias donde ensamblar sus robots y servir como centro de soporte en Europa. Ningún proyecto de Alysis tiene relación con sistemas de armas autónomas letales, asegura su responsable a través de una videollamada.
El objetivo de prohibir los robots asesinos está cada vez más ausente en la discusión pública. Hay quienes sostienen que ya es tarde para hacerlo y consideran que la vía más eficaz para reducir su impacto y amenaza es regularlos. Sin embargo, siguen apareciendo iniciativas que podrían replicarse en otros lugares. Es el caso de la propuesta de ley que se registró en 2023 en Massachusetts para prohibir la fabricación, venta y uso de robots y drones armados a civiles e, incluso, el uso de robots no armados para amenazar, acosar o reducir físicamente a las personas.
La lucha contra las minas antipersona y las bombas de racimo también pareció en su momento un objetivo nada realista, hasta que en 1997 se consiguió aprobar el tratado que las prohíbe. Aquel triunfo le valió a su promotora, Jody Williams, ser galardonada con el premio Nobel de la Paz.
Sin embargo, Williams reconocía en una entrevista concedida a La Marea en 2016 que es más difícil acabar con los llamados robots asesinos porque son «un tema desconocido, y los cinco o seis países que los quieren están muy avanzados respecto al resto». En el caso de su país [Estados Unidos], «al Gobierno le gusta invadir otros países, por lo que quieren equipos militares más rápidos y efectivos para invadir, matar y ahorrarse la imagen de miles de americanos volviendo a casa y denunciando a las autoridades públicas, como sucedió con la guerra de Vietnam». En la reunión que en ese momento se celebraba en la sede de la ONU en Ginebra para intentar prohibirlas mediante la Convención sobre Ciertas Armas Convencionales, Williams dijo a los representantes de los países más reacios: «Hacen esto en nombre de los ciudadanos, pero los ciudadanos no quieren que un robot pueda apuntarles y dispararles».
Armamento, un tema incómodo para el Gobierno de España
España, que votó a favor de la resolución de la ONU, lleva años apostando por el desarrollo y adquisición de armas autónomas y semiautónomas. La Marea ha intentado obtener más información sobre la postura del Gobierno en esta materia, pero el Ministerio de Defensa ha denegado todas las peticiones, escritas y telefónicas, formuladas durante las últimas semanas. «No es posible atender su solicitud», ha sido su respuesta recurrente. Imposible preguntar por la compra de 27 drones SIRTAP a Airbus España, el año pasado; por los MQ-9 Reaper, adquiridos a General Atomics (EE. UU.), o por la integración de misiles aire-superficie Hellfire en estas aeronaves no tripuladas que colocan a España en la lista de países con drones armados.
Por su parte, Indra, empresa del Ibex35 en la que el Gobierno español cuenta con una participación del 28% a través del SEPI, tampoco ha querido responder a las preguntas sobre el acuerdo anunciado a principios de febrero con Lockheed Martin (EE. UU.) por el que equipará «cuatro buques saudíes con sistemas de defensa electrónica de vanguardia», según consta en la web de Indra. Tampoco sobre el resto de las empresas líderes de la industria armamentística con las que colabora y que han llevado al Bank of America a valorar que la compañía española está preparada para asociarse con «actores de primer nivel» internacional del sector de la defensa.
Sí han confirmado a este medio fuentes de la empresa pública Navantia que los diseños de sus principales productos, la serie de fragatas F-110 y los submarinos S-80, incluyen inteligencia artificial, pero siempre exigen participación humana para su funcionamiento y en todos los casos «cumplen con las directivas europeas». En este sentido, los sistemas de armas que salen de sus astilleros son semiautónomos.
Agradezco y comparto el contenido del artículo (ya lo había leído “en papel”)
Y aprovecho la ventaja que ahora me supone el poder “opinar” para expresar mis reservas a la aseveración del Sr. Tim Ripley de afirma que:
«Si el robot es un dron de vigilancia y encuentra un objetivo al que tú lanzas un proyectil de artillería, y matas gente, entonces ese dron es tan parte del sistema de armas como un dron que tenga un misil incorporado. Es parte de la cadena que mata»
Mis reservas vienen porque entendida literalmente vendría a decir que todo lo que permite “matar” es parte de la cadena que mata.
Y en ello habría que incluir desde “la rueda” hasta “la informática”, pasando por la “pólvora”, “la electricidad”, “la dinamita” (que tantas muertes evitó), “las telecomunicaciones” y también, “la robótica”.
EL problema no fue inventar el “pentotal” o “la electricidad”, sino utilizarlos para torturar.
En el caso del dron de vigilancia también puede utilizarse para localizar a una persona en peligro y ayudar a socorrerla y en ese caso forma parte de “la cadena que salva”.
Obviamente soy contrario a la industria armamentística y creo que, si no le ponemos un bozal cuanto antes, terminará siendo aún más peligrosa que los mercados financieros.