Internacional
Cuba, un punto de inflexión
En los últimos días se ha vivido una oleada de protestas en Cuba, cuya motivación recuerda a las vividas en julio de 2021. Entonces, la dura represión provocó la indignación generalizada, también entre defensores de la Revolución cubana
Este reportaje se publicó en septiembre de 2021 en la revista bimestral de La Marea. Puedes descargar aquí, de forma gratuita, el dosier completo dedicado a Cuba. Si quieres apoyar el periodismo independiente, suscríbete.
“Yo no dudo que exista un plan de la CIA porque es lo que la CIA ha hecho toda la vida. Y porque el embargo es real. Por ejemplo, Siemens, que durante 35 años vendió equipos médicos a Cuba, ha sido comprada en un 15% por una empresa estadounidense. Y, por la ley del embargo, ya no puede venderle nada a Cuba nunca más. Es cínico presionar de esa forma a un país para, al final, crear las condiciones de un estallido social. Pero a las 10.000 personas que salieron el 11 de julio [de 2021] a la calle no las pagó la CIA”, argumenta Juan Pin, periodista y uno de los trabajadores de la cultura más reconocidos de Cuba.
El 27 de noviembre de 2020, unos 300 jóvenes artistas se concentraron frente al Ministerio de Cultura para protestar contra la detención de 14 miembros del Movimiento San Isidro, algunos de los cuales hacían una huelga de hambre por la condena a ocho meses de prisión a su compañero el rapero Denis Solí. Pin se unió a la protesta. Cuando el Gobierno aceptó un diálogo con 30 representantes, fue uno de los elegidos junto al reputado director de cine Fernándo Pérez y el actor Jorge Perugorría.
“Los muchachos reclamaban libertad de expresión, que el Ministerio de Cultura interviniese para que la Policía dejase de pegarles y para que pudieran abrir sus galerías particulares en las que exponer sus obras. Es la única manifestación en la que la oposición pide al sistema que los acepte. El 27 de enero, los chicos fueron a pedirles lo mismo y el ministro de Cultura y sus funcionarios les agredieron”, explica en la casa familiar en la que creció, donde acompaña a su madre, Marta Hernández, quien fue una destacada productora de televisión.
Rodeada de fotografías de toda una vida, esta hija de emigrantes canarios lee un libro sobre cinematografía. A sus 90 años, Hernández se disculpa porque la sordera no le permite conversar. Su hijo nos explica que ella sigue siendo una acérrima defensora de la Revolución porque recuerda bien la sociedad contra la que se levantaron los guerrilleros.
“Ir a la universidad de manera gratuita, como ocurre aquí, es el sueño de Centroamérica. Pero la vida no se queda ahí. No le puedes pedir a la juventud un compromiso con el pasado cuando tú ya no significas nada para ellos, cuando no le has dado derechos y libertades elementales, y no tienes nada que ofrecerles en lo material. Y, aún menos, cuando lo haces de una manera represiva porque el mundo ha de ser como se lo impones. Este país está detenido en el tiempo y ha perdido la sonrisa”, continúa Pin, quien se sorprendió al verse, de nuevo, pidiendo a los funcionarios de Cultura libertad para crear. Cuarenta años atrás, fue un miembro destacado de la llamada Generación Guillermo Tell por el tema homónimo del cantautor Carlos Varela, que reclamaba el derecho a la participación política de los hijos de la Revolución.
Protestas en más de 60 poblaciones
La mañana del 11 de julio, cientos de personas salieron a marchar por las calles de San Antonio de los Baños, a 100 kilómetros de La Habana, tras el llamamiento de la página de Facebook La villa del humor a movilizarse contra el Gobierno por los continuos cortes de luz y la escasez de alimentos que sufre el país, inmerso en su peor crisis en décadas. Las imágenes corrieron por las redes sociales y desembocaron en movilizaciones simultáneas en más de 60 poblaciones.
Las proclamas eran tan variadas como las causas que aglutinaban. Una de las más repetidas fue “Patria y vida”, el título de una canción antigubernamental de Yotuel Romero, excantante del grupo Orishas residente en Estados Unidos, y que revierte el lema castrista de “Patria o Muerte”, visible en fachadas de todo el país. También hubo quienes gritaron “Abajo la dictadura” o “Socialismo, sí; represión, no”, una consigna que le costó ser detenido a un joven que la mostró en una pancarta en abril y cuya grabación también se volvió viral.
Según los vídeos que subieron a las redes los propios manifestantes, la mayoría de las marchas fueron pacíficas, aunque hubo episodios de enfrentamientos con la policía y ataques a comercios, especialmente a aquellos de Monedas de Libre Cambio (MLC), en las que solo pueden comprar quienes tienen acceso a divisas.
Un alto porcentaje de los manifestantes eran personas negras, mestizas y de los barrios más pobres, hartas de la falta de alimentos básicos, de los cortes de luz y agua y de ver a sus hijos crecer confinados desde marzo de 2020 sin atisbar un horizonte de mejora. “Ya no aguantamos más” es la frase más repetida entre los entrevistados para este reportaje.
En la capital, los trabajadores y trabajadoras de la cultura, que ya se conocían como el movimiento 27N -por la concentración que protagonizaron en noviembre de 2021-, se citaron en la sede del Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (IRCT), el órgano oficial que controla prácticamente toda la información en la isla. Pedían 15 minutos de pantalla para abordar la ola de protestas que se extendía por el país. “Sabíamos que no iban a hablar de ellas o que las iban a menospreciar”, explica Raúl Prados, director de fotografía y protagonista de una de las imágenes más icónicas de aquel día, en la que se le ve volando tras ser lanzado por hombres vestidos de civil a un camión junto a otros detenidos.
“Empezó a salir gente de la IRCT y a gritarnos lo de siempre: mercenarios, gusanos, vendepatrias, proyanquis… Hicieron un acto de repudio, una práctica que se hizo visible en los años 80 con quienes querían emigrar de Cuba”, recuerda Prados a finales de julio, sentado en el salón de su minúscula casa, donde permanece bajo arresto domiciliario desde que fue puesto en libertad dos semanas antes de esta entrevista.
Cientos de personas detenidas
Como decenas de las casi 500 personas cuyas detenciones fueron verificadas por organizaciones internacionales como Human Rights Watch, Prados se encontraba a la espera de ser juzgado por desorden público en el momento de la entrevista. Este delito, junto al de desacato y resistencia, es del que se acusa a la mayoría de los detenidos -un 80%, hombres– ya que el derecho a la manifestación está recogido en la Carta Magna cubana.
Este joven licenciado en Derecho y en dirección de Fotografía en la prestigiosa Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños fue puesto en libertad junto a algunos de sus colegas de profesión tras 24 horas de interrogatorios en las que les preguntaban, una y otra vez, quiénes eran sus líderes. Amigos y conocidos de su sector habían lanzado una potente campaña por las redes sociales para hacer visible su detención.
Según han declarado familiares y detenidos a periodistas y organizaciones locales -el Gobierno cubano no permite la entrada al país de investigadores de entidades como Amnistía Internacional- la mayoría de estos permanecieron encarcelados días antes de poder realizar una sola llamada de tres minutos de duración. Muchos de ellos fueron condenados mediante juicios sumarios, sin acceso además a asistencia letrada. Asimismo, varios menores fueron recluidos, un extremo reconocido por la Fiscal General de Cuba, Yamila Peña. Al cierre de esta edición, a mediados de agosto de 2021, permanecían presas al menos 150 personas, entre ellas 10 menores, según Cubalex, una organización fundada en La Habana en 2010 y registrada en EEUU desde 2017.
“Tuve que leer tres veces el comunicado de Black Lives Matter para entender bien lo que estaban diciendo. Es algo que me tiene muy molesto”, explica Ulises Padrón, filólogo, editor y activista por los derechos de las personas LGTBIQ y afrodescendientes. “Se centran en pedir el fin del embargo y del bloqueo, algo que tendría que hacerse ya, pero no en el derecho de las personas a protestar cuando estamos en una sociedad racializada en la que las personas negras y afrodescendientes sufren más, están más discriminadas y han sido más violentadas por la represión policial”, continúa, en su apartamento en una azotea de La Habana Vieja, a escasos 200 metros del Capitolio. Entre el dormitorio y el salón-cocina, no suman más de 30 metros, casi todos ocupados por libros.
Cuba como zoológico
“Hay una izquierda que sigue viendo a Cuba como su zoológico, como un museo. Vienen, van al Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, que les prepara sus programitas para ir a cosechar una semana, un ratito a Tropicana y así es muy lindo ver el socialismo. Pero hay otra Cuba, en la que los paradigmas de la Revolución ya se han acabado o están agotados. Claro que la educación y la sanidad son derechos a preservar, incluso si tenemos otros sistemas políticos. Pero tiene que haber oportunidades de trabajo, la gente está pasando hambre y de mi generación apenas quedamos unos pocos en el país”, expone con hartazgo.
Ulises amplió su activismo como hombre gay a la de afrodescendiente cuando, explica, vio cómo la discriminación de las personas “negras y mulatas siempre salen a relucir en Cuba en los momentos de crisis”. La única persona cuya muerte ha sido reconocida por el Gobierno durante las protestas fue un hombre de origen afroamericano y la mayoría de las personas que salieron a la calle el 11 de julio eran, como se puede constatar en los vídeos publicados en las redes sociales, de los barrios más excluidos y, en consecuencia, negras y mestizas. “La revolución nos reconoció derechos fundamentales, pero no cambió la estructura social. En la universidad, por ejemplo, somos minoría. De los 150 estudiantes que había en mi clase, solo una veintena no éramos blancos”, concluye.
El 11 de julio por la mañana, varios de los entrevistados nos cuentan que empezaron a sospechar que algo estaba ocurriendo cuando empezaron a sucederse los cortes de Internet. Cuando las protestas se habían extendido por buena parte del país, el apagón se hizo definitivo y en los días siguientes apenas hubo conexión.
En declaraciones para La Marea, el embajador de Cuba en España, Gustavo Machín, niega que estas desconexiones de Internet estén relacionadas con la censura gubernamental. “Los cortes eléctricos fueron motivados por la reparación de las generadoras”. El diplomático responsabiliza a Estados Unidos del mal servicio porque “en virtud del bloqueo, impide a Cuba un uso libre de internet, restringiendo la utilización de más de 70 programas informáticos, sitios y servicios, que paradójicamente son accesibles para el resto del mundo. En el inventario figuran la plataforma de videoconferencia Zoom, la mayoría de las aplicaciones de Google, como Code, Cloud, Maps y Play Publics, entre otros”.
“Llevamos un año y medio aguantando una campaña en las redes sociales dirigida a hacer caer el Gobierno. Y están todas las condiciones para que así sea: la pandemia, las crisis de salud pública, económica, de alimentación…Y está claro quién financia la contrarrevolución: la embajada norteamericana”, añade Machín.
El 17 de agosto, el Gobierno hizo público el contenido de su ley decreto 35 que, entre otros, declara tener como objetivo “defender los logros alcanzados por el Estado Socialista”. La norma centrada en la ciberseguridad recoge 17 nuevos delitos como el de la subversión social, alterar el orden público y la difusión de noticias falsas en Internet .
Paul Rodrigo Valdés es el conserje del colegio Concepción Arenal, cuyo nombre fue elegido por los miembros de la Sociedad Gallega antes de la revolución. Vacío de estudiantes desde marzo de 2020 [por la pandemia], sus aulas han sido convertidas en un centro de vacunación.
Rodrigo explica orgulloso cómo su país ha desarrollado su propia vacuna gracias a la apuesta que Castro hizo en el campo de la biotecnología en los años 80. Y desconfía de las motivaciones de los manifestantes del 11 de julio, a los que observó sentado en la puerta de su centro de trabajo, situado justo enfrente del Capitolio. Comparte la versión oficial de que las protestas fueron resultado de la ciberguerrilla que desarrolla desde Estados Unidos la oposición.
“La contrarrevolución está financiada, en su gran mayoría, por la embajada norteamericana. Y lo que no sabe esa gente es que cuando llegó la revolución había casi dos millones de obreros agrícolas que no tenían tierra para trabajar, que dos de los seis millones de habitantes eran analfabetos y otros tres, semianalfabetos. La revolución es lo único que ha traído un poco de bienestar a este país”, explica Valdés, hijo de campesinos, licenciado en derecho laboral, que nació con una discapacidad en la pierna derecha.
“Lo que necesitamos es un sector privado que sea capaz de invertir, pero no lo tenemos por el temor que hay dentro de los cubanos a que si un sector civil llegara a tener el suficiente dinero algún día pudiera hacer la contrarrevolución al Estado. Porque el dinero pone y tumba Estados”, concluye este hombre al que, cuando se le pregunta por los logros de la Revolución, subraya el derecho al aborto, la igualdad de salarios entre hombres y mujeres y que estas sean mayoría entre las licenciaturas de ciencias más cualificadas.
Una periodista local, que prefiere mantenerse en el anonimato y que apenas supera los 30 años, está cansada de que el argumento de la igualdad de las mujeres sirva para tapar la desigualdad que sufren otros colectivos, como el afrodescendiente. “En la calle piden la documentación a los negros y mestizos por ser reguetoneros y vestir de determinada manera”, asegura. También denuncia “la rapidez con la que el presidente Miguel Díaz-Canel dijo ‘la orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios’, para enfrentar al pueblo contra el pueblo”. En su opinión, tuvo que ver con quienes estaban mayoritariamente en las calles: “les descalificaron llamándoles ‘marginales’ por ser los más pobres”. El lumpenproletariado, los denominan en los análisis marxistas internacionales.
Movilizaciones simultáneas
El conductor del cocotaxi -los triciclos motorizados que llegaron a la isla a finales de los 90- duda si recoger a los periodistas. El pico de contagios está en su récord hasta el momento: más de 9.000 al día, y se culpa a los extranjeros de haber introducido la cepa delta en la isla. Finalmente, el hombre vestido con la equipación del Barça cambia de sentido en el semáforo y pregunta el destino. “Todo esto lo han provocado los de ahí enfrente para acabar con la Revolución. Esta noche dicen que llegan los de la flotilla. No nos gustaría tenerlo que hacer, pero si entran en nuestras aguas, nos defenderemos”, suelta casi sin preámbulos en referencia a los emigrantes cubanos que han zarpado ese mismo día de la costa de Miami para lanzar bengalas desde el límite de las aguas fronterizas en apoyo a las protestas.
Esa noche, apenas será visible el fulgor del fósforo desde La Habana, pero las conversaciones entre activistas y periodistas incidirán en cómo se ha endurecido la vigilancia contra ellos tras las protestas. “Aquí no ocultan que te están observando. Que sientas su presión es parte de la estrategia. Por eso, entran en la casa y mueven algo para que sepas que han estado ahí. O se hacen ver cuando te están esperando frente al portal para seguirte”, explica uno de ellos, de quien debemos preservar su identidad para no perjudicar su trabajo.
“Aquí hay siempre alguien vigilándote porque en cada cuadra hay un Comité de Defensa de la Revolución con ese fin. Y en Cuba casi todas las cosas que haces son ilegales de alguna manera. Si en vez de hacer una cola de 5 horas para conseguir el pollo se la compras a alguien que la hizo y te lo vende un poco más caro, ya estás cometiendo el delito de la receptación”, explica el director de fotografía Raúl Prados, consciente de que en cualquier momento, como hemos visto en tantos vídeos, podrían entrar los policías que le vigilan y detenerle por dar esta entrevista.
“Les están dejando trabajar para saber quién colabora con ustedes. Es su forma de identificar a los disidentes”, opina un veterano reportero de este país. En Cuba todo el mundo, afín o crítico con el Gobierno, da por sentado que puede estar siendo escuchado cuando habla por teléfono, que alguien del Estado sabe con quién se está encontrando en ese momento, que algún vecino está tomando nota de que en ese preciso instante está abriendo la puerta de su casa a dos extranjeros.
La violencia policial y la arbitrariedad judicial con la que han sido respondidas las protestas han roto algo entre muchos de los que sentían un orgullo nacionalista por el sistema cubano. “Acá crecimos sintiendo que esto no era una dictadura porque dictadura era lo de Pinochet o de Videla, y aquí no teníamos aviones desapareciendo a gente. Ni siquiera, policía golpeando a gente. Pero luego vas creciendo y dándote cuenta de que no puedes cuestionar nada del régimen porque entonces te conviertes, primero, en sospechosa; después, en traidora”, nos explica la reportera local.
“A veces, la gente de tu entorno no termina de creerse todo este control. Pero las imágenes de policías pegando y deteniendo a la gente han cambiado la visión que tenían muchos de la Revolución. Ya no se la creen, aunque cueste mucho admitirlo cuando llevas toda la vida defendiendo algo que ya forma parte de tu identidad. El problema es que si solo ves los medios oficiales, que son todos los que puedes ver sin Internet aquí, pensarás que solo salieron delincuentes a la calle. Porque eso es lo que dicen desde el Gobierno una y otra vez”, concluye.
Las críticas de Silvio Rodríguez
El impacto de la represión gubernamental ha sido tan fuerte que personalidades insignes vinculadas con la revolución se han pronunciado abiertamente en contra. El cantautor Pablo Milanés, que ya marcó distancia con los Castro en los años 90, apoyó las protestas desde su muro de Facebook, donde escribió: “Es irresponsable y absurdo culpar y reprimir a un pueblo que se ha sacrificado y lo ha dado todo durante décadas para sostener un régimen que al final lo que hace es encarcelarlo”. Y, por si quedaba alguna duda de su oposición, añadió: “En el año 1992 tuve la convicción de que definitivamente el sistema cubano había fracasado y lo denuncié”.
Más impacto han tenido las declaraciones del también cantautor Silvio Rodríguez, defensor hasta hoy del modelo cubano y que, aun así, aceptó la invitación pública a reunirse con el dramaturgo Yunior García, uno de los detenidos durante las protestas que se encuentra bajo arresto domiciliario mientras es juzgado. El autor de El necio pidió la amnistía para los manifestantes pacíficos y en una entrevista con El País definió el 11 de julio como “un antes y un después (…), algo de gravedad que nos lleva a reflexiones y espero que a medidas inmediatas”, en referencia a las reformas económicas aprobadas en los congresos del Partido Comunista de Cuba desde 2011 y cuya implementación sigue encontrando oposición entre la parte más conservadora del aparato.
“Si no quieres tener oposición, invéntatela tú. Lo que ha ocurrido es algo liderado por el Gobierno para abrir una válvula de escape y saber quién es quién. Y es lo de menos, porque aquí todos sabemos quién es quién”, comienza diciendo José Toirac, pintor reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas en 2018, el galardón más prestigioso del país. “Lo que no sabe la gente es cuándo estamos infringiendo una ley porque en Cuba hemos sido educados al margen de ella. Lo que puedo hacer o lo que no es un criterio ético que aprendes en la familia y en tu día a día”, continúa en su estudio, situado en un primer piso de un edificio de Centro Habana, rodeados de pinturas del Che y Fidel protagonizando reconocidas campañas de Marlboro, Calvin Klein o Coca Cola.
“Una de las cosas que tengo claras como artista es que el día que tenga problemas legales no va a ser por una obra de arte, sino por comprar en el mercado negro. El mercado negro es un mecanismo de control, lo ponen en tu expediente de chico malo y es con lo que te joden”, explica alguien cuya obra ha sido censurada en numerosas ocasiones y que, a la vez, ha conseguido los mayores reconocimientos, ejemplo de la complejidad de la realidad cubana.
Toirac, cuya obra se expone y vende en galerías de Estados Unidos y Europa, entiende que “hay miles de razones para protestar en este país, pero a mí nadie me va a coger como carne de cañón para que proteste en nombre de alguien que está en Miami detrás de su ordenador”. Porque, como subraya, él vive en Cuba y aquí sigue queriendo vivir. Y no tiene claro que una reforma de sistema político mejorase la situación: “¿Qué son elecciones democráticas? Son trampas de lenguaje. Cada país se tiene que buscar la vida como mejor le funcione. Que nadie me venga a importar su modelo, el que da consejo cuando no se lo piden es un intruso”.
Si algo genera consenso entre las numerosas personas entrevistadas es es rechazo frontal a los migrantes y líderes políticos que residen en el país vecino que han pedido una intervención militar de Estados Unidos. Y, también, a quienes justifican la represión policial mientras se manifiestan a favor del sistema cubano en países donde se permite el multipartidismo.