Cultura

Gladys Palmera: instrucciones para construir un palacio popular

La Fundación Gladys Palmera lleva 25 años promoviendo la difusión de la música iberoamericana. Su apuesta como archivo, taller y escuela es un ejemplo de política social y cultural.

Alejandra Fierro, también conocida como Gladys Palmera, rodeada de algunos de sus discos.

Este reportaje fue publicado en #LaMarea98, en el suplemento cultural El Periscopio. Puedes conseguir la revista aquí y seguir apoyando el periodismo independiente.

Anomalía

Una anomalía es algo que se introduce en un sistema y produce una perturbación que, a través de su persistencia, consigue mutar el sistema mismo. La Fundación Gladys Palmera lleva desde 1999 promoviendo la investigación, conservación, producción y difusión de la música y la cultura iberoamericana.

Triple anomalía, por tanto.

Primero por la persistencia, quizás el mayor problema de los proyectos de este tipo. Aguantar, existir, seguir. Más de 20 años de trabajo continuado es ya en sí mismo un éxito. Quizás la base de esa enorme capacidad de resistir el paso del tiempo venga del carácter hogareño, doméstico, de la propuesta, o de nacer como estación de radio.

La segunda anomalía es el objeto y sentido de la propia fundación. En un momento en el que «lo latino» es una marca global de artistas de renombre internacional (y también un fabuloso cajón de sastre) sorprende la vocación por el conocimiento situado, el archivo y contextualización de cada una de las obras y la vocación por enviar señales que acerquen la enorme diversidad de la música iberoamericana a la sociedad española.

La tercera anomalía es la vocación de transformación social que orienta su trabajo.

Lugar

La Fundación Gladys Palmera hace suya esa máxima que dice que necesitamos una casa para poder andar por el mundo. Su sede empezó siendo, literalmente, una vivienda, un hogar. ¿Hay algo más bello que tener un proyecto que te expulse de tu propia casa para convertirla en algo más grande? La vida, cuando se desborda, produce estas cosas. La sede de Gladys Palmera está en San Lorenzo del Escorial y alberga una parte importante de su actividad, pero sirve fundamentalmente como contenedor de un gigantesco archivo de más de 50.000 discos de vinilo y pizarra y más de 30.000 cedés. Además de la parte puramente musical, tiene miles de fotografías, carteles de conciertos, libros, anuncios, etc. El archivo, que inició como archivo personal de la propia Gladys, cuenta hoy con música de más de 40 países.

El archivo, que también tiene una pata digital que puede consultarse libremente y que es extensísima, es un recurso básico para quienes quieran conocer mejor las músicas iberoamericanas. Una herramienta, por tanto, para amantes de la música, pero también para investigadores e historiadores de todo el mundo. Un espacio que mezcla lo popular y el conocimiento experto.

El lugar sirve también de espacio de reunión y como soporte de la propia radio y de los conciertos domésticos, que se caracterizan por su enorme diversidad, un poco al estilo de la producción de la radio pública norteamericana y sus famosos «Tiny Desk Concerts».

Radiofónica global para toda la galaxia

Gladys Palmera es, sobre todo, un emisor. Una estación de radio que hoy es también una plataforma multimedia de difusión cultural. Su canal de YouTube tiene 142.000 seguidores, un vistazo a su web nos devuelve desde programas especializados a playlists en las que tiene cabida absolutamente todo el universo musical iberoamericano.

Tres ejemplos de lo que podrías encontrar en un simple vistazo: «Dj El Chino, Danzas Eternas», Cheetah Latina, Samba Funk y Soul y «Mayte Martín, el flamenco que me cautivó». Mientras escribo suena «Amantes del futuro», uno de los conciertos de su canal de YouTube.

Los palacios populares del siglo XXI ya no tienen tan sólo una casa física, sino que abren sus puertas y ventanas como propuestas con un pie en lo analógico y otro, inevitable, en lo digital. Más aún si pensamos que Gladys Palmera empezó como una radio y es más bien la potencia de la propia radio la que ha ido permitiendo que florezcan los otros proyectos a su alrededor. El viaje, en ese sentido, ha sido el contrario. De las redes (o más bien de las ondas) al territorio físico, pero lo interesante es cómo el carácter radiofónico del proyecto se traslada a la filosofía del conjunto que es, por tanto, abierto, accesible y, claro, gratuito.

Taller y escuela

En un momento en el que la discusión sobre las políticas culturales públicas nos habla o nos remite a la idea de accesibilidad no entendida sólo como derecho a la escucha (en este caso), algo para lo que Gladys Palmera ya sería un ejemplo incontestable, su apuesta por lo educativo y por la producción cultural la coloca como una experiencia que podría servir de ejemplo a todo tipo de instituciones públicas, pero muy especialmente las locales, a la hora de diseñar proyectos que garanticen el derecho a la cultura.

La Escuelita del Ritmo es una iniciativa nacida de la Fundación en el año 2009 como una herramienta de transformación social para que los jóvenes de la comunidad de Portobelo, en el Caribe panameño, tengan oportunidades laborales a través de la música. Las clases son gratuitas y los alumnos y alumnas tienen la oportunidad de aprender percusión, guitarra, bajo de cuerda, piano, canto, trompeta, saxofón, trombón, clarinete, flauta transversal, flauta dulce, bajo de viento, violín y danza.

Eso no es todo. A la escuela la acompaña una suerte de taller musical. El «Estudio Sabrosura», que forma en ingeniería de sonido y producción musical, pero sobre todo ofrece un espacio en el que los alumnos y alumnas pueden grabar sus composiciones. De esta forma la escuela se convierte también en una herramienta para consolidar escenas musicales y desarrollar la economía local de Portobelo. Llevar el desarrollo económico a las propias comunidades es otra de las apuestas de esta iniciativa.

Gladys

Imagina una niña pequeña que descubre la comunicación radiofónica jugando con un walkie-talkie. Imagina que su manera de relacionarse con la radio no es sólo a través de la escucha, sino también y sobre todo desde la enunciación. Imagina lo que supone para alguien tan pequeño el impacto de decir «hola» a la nada, al éter comunicativo, y que desde esa nada una voz (amiga a partir de ese momento) te responde «hola». Desde ese día Gladys decide que esa es su vocación. Ese es su lugar en el mundo, y ya lo hemos dicho, pero lo vamos a decir de nuevo, que un lugar en el mundo es lo que nos permite salir por ahí y descubrirlo todo.

Gladys Palmera es una construcción, una identidad que enlaza desde el origen el gusto por lo iberoamericano y la posibilidad de construirse una misma una vida a partir de las piezas de sus aficiones. Una vida centrada en convertir los deseos particulares en aventuras colectivas. Con el mismo descaro ético y estético que respira La Movida en Madrid, pero en general cualquier «movida» en cualquier lugar del planeta.

Construir un personaje, ajustar la personalidad a una estética. Volverse, por tanto, un poco personaje, desbordar la vida misma, pero al mismo tiempo no quedarse ahí y disolverse en un proyecto colectivo que coloca la transformación social en el centro.

Palacios

No es cierto que Gladys Palmera utilice la cultura para cambiar su entorno. Eso lo hace, siempre, toda cultura. Lo que hace Gladys Palmera es que el impacto sobre el entorno tenga un carácter abierto, feminista y de justicia social. En ese sentido la iniciativa, la radio, la fundación, la escuela, transitan territorios culturales que las alejan de la inmensa mayoría de proyectos culturales que conocemos.

En ese sentido digo que es un palacio. Un palacio, sí, una estructura lujosa, única, como una biblioteca –¿no es un archivo como el de Gladys Palmera un poco biblioteca?– o un parque público. Una herramienta para crear lugares. Lugares donde se produzcan encuentros, donde se funden comunidades, donde el intercambio cultural produzca nuevas herramientas, más canciones, un lugar para que aquella parte popular que siempre tiene la música se sostenga.

Pero lejos de ser una iniciativa consagrada tan sólo a la memoria y el archivo, todo en este palacio popular conecta con la modernidad. Precisamente en ese cruce entre el conocimiento inmenso y la vocación popular se encuentran los ingredientes de una remezcla que no parece estar mirando nunca al pasado, sino más bien construyendo los cimientos del presente.

Otra de las características que más me llama la atención y que emparenta a Gladys Palmera con iniciativas aparentemente alejadas de ella misma como los Centros Sociales Okupados o los Ateneos y librerías asociativas, es que no aspira a la totalidad, sino a producir la mayor potencia relacional posible, pero siempre dentro de los límites del proyecto. Es, en ese sentido, pura concreción. Lo concreto, eso que suele escapar en los proyectos culturales, con esa tendencia a intentar abarcar lo universal, es una de las garantías de su éxito. La especificidad de su propuesta. Es desde esa especificidad como se amplía un mundo que resulta ser inmenso.

Decía César Rendueles que las políticas culturales debían fijarse mucho más en cómo se desarrollan las políticas de promoción del deporte de base que en las supuestas excelencias académicas de cierto canon o en la permanente obsesión por controlar la agenda cultural como única propuesta de concejales y consejeros de Cultura. El deporte de base se promociona, como en el ejemplo de las bibliotecas, produciendo lugares, pistas, espacios de entrenamiento, campos de prueba. Eso es exactamente Gladys Palmera.

A través de este palacio popular se forman músicos y músicas, se difunde y se investiga música, pero mucho más importante, se forman oídos y cabezas.

No es poco.

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