Cultura
Todo el mundo puede bailar
‘Nuestro último baile’, de Delphine Lehericey, es una declaración de amor a la danza y un alegato contra el edadismo y contra la dictadura de los cuerpos perfectos.
La directora Delphine Lehericey toma como ejemplo una obra magna de la historia del cine para explicar la esencia vitalista de Nuestro último baile: «La danza contemporánea es un ámbito de corte democrático. Si Ratatouille nos contaba que todo el mundo puede cocinar, la danza contemporánea nos enseña que todo el mundo puede bailar». Ese es, efectivamente, el punto de partida de su película, la posibilidad, abierta a todos y todas, de usar el cuerpo como forma de expresión artística, pero la comedia de Lehericey contiene más niveles de lectura, todos socialmente relevantes.
Nuestro último baile es la historia de una ruptura, la del septuagenario Germain (François Berléand) con su modo de vida contemplativo y su condición de enfermo. Cuando su esposa muere repentinamente, y a pesar de sus problemas cardiacos, decide ocupar su lugar en la compañía de danza amateur en la que ella estaba enrolada. «Lise y yo nos hicimos una promesa: la mejor manera de decirnos adiós es seguir los pasos del otro, ponernos en su lugar y hacer lo que le gustaba hacer. El que se quedara debía terminar lo que el otro había emprendido», dice para presentarse ante sus nuevos camaradas. La película es también, por tanto, una historia de amor.
Asimismo, es una lección sobre el trabajo en equipo en el siglo XXI. Los jefes y directores severos y gritones son cosa del pasado. Aquí es donde emerge, grandiosa, la figura de La Ribot. La célebre coreógrafa madrileña (premio Nacional de Danza y medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes) se interpreta a sí misma en un papel en el que expone su singular manera de dirigir equipos y de crear sus montajes. «Empiezo a entender a La Ribot –comenta Germain a uno de sus compañeros–. Tiene talento. Hace de titiritera, pero en vez de hilos usa palabras. O se mueve de una forma particular y te fascina con sus grandes ojos para embaucarte». En realidad, lo que hace La Ribot, es un tipo de creación colectiva en el que involucra a toda la compañía y para darle forma se inspira en las historias personales de sus integrantes.
Aquí toma el duelo de Germain y sus limitaciones físicas para inventar una coreografía que se adapte a él y que el resto de la compañía pueda agrandar y embellecer. Todo el mundo cabe en sus creaciones, jóvenes y mayores, atletas y cuerpos no normativos. Todos tienen derecho a bailar. Firme partidaria de la danza inclusiva, en la vida real La Ribot ha firmado espectáculos rompedores como Happy Island (con bailarines con capacidades especiales) o A escala humana (un estudio sobre el cuerpo sin limitaciones de talla o de destreza).
Un alegato contra el edadismo
Así pues, Nuestro último baile es, en otra de sus capas, un alegato contra el edadismo y contra la dictadura de los cuerpos perfectos. Y cuenta a su favor, además, con el impulso emocional que le otorga la música y la danza. Eso siempre funciona. Este impulso es tan poderoso que, en determinados casos, puede arrastrarte a un entusiasmo completamente imprevisto (como cuando ves Billy Elliot y sigues el ritmo con el pie, sin reparar en que la película es una oda al individualismo thatcherista y en contra de la lucha obrera). Por otra parte, la historia del hombre maduro que encuentra en el baile el remedio perfecto para su soledad tampoco es nueva; baste recordar aquella maravilla titulada No estoy hecho para ser amado (2005), donde Patrick Chesnais se dejaba arrebatar (y nos arrebataba) por la exquisita cadencia del tango.
El tema de la edad siempre está presente en la obra de Delphine Lehericey. Sus anteriores películas, Puppylove (2013) y El horizonte (2019), eran historias coming-of-age, filmes que contaban el doloroso tránsito de la infancia y la adolescencia hacia la vida adulta. «¡Germain es probablemente el adolescente más viejo de mi filmografía!», bromea la cineasta, que en su última película ha querido criticar (desde la comedia, sin acritud) la infantilización a la que son sometidos a menudo los ancianos.
Nuestro último baile, en definitiva, es una cinta de apariencia amable, sencilla, romanticona en algunos momentos, con ciertos tics de telefilm de sobremesa, pero que esconde valiosas enseñanzas, algunas quizás demasiado obvias, pero otras francamente sugestivas (como la de fomentar la curiosidad por la danza contemporánea). Basta con mirarla, como todo, con los ojos adecuados. Como dicen en un momento del filme, citando a Oscar Wilde, «la belleza está en los ojos de quien mira». Y se puede decir de Nuestro último baile que es una película bella.
‘Nuestro último baile’ se estrena en salas el viernes 15 de marzo.
Como recuerdo los cines ASTORIA de alicante.donde se proyectaban este tipo de cine,europeo,español, Alemán independiente de Estados Unidos dé América del norte, argentina chile….. una auténtica pena.