Crónicas | Internacional
Rugby para placar prejuicios
En Tanzania, donde hasta la presidenta calificó como poco atractivas a ciertas deportistas, un grupo de chicas combate tabúes y estigmas practicando un juego desconocido y masculino para la mayor parte de la sociedad.
Cuenta Aziza Abdallah, una joven de 21 años, que ella ha sufrido discriminación en el colegio y en su casa. Que su padre, cuando había que decidir entre su hermano o ella (cuando había dinero, en cuestiones académicas…), siempre elegía a su hermano. Por eso, en cuanto le hablaron de ese equipo de rugby en formación que iba a ser sólo para mujeres, no se lo pensó dos veces. «Es un juego, y como es un juego todo el mundo puede jugar», resume con sencillez. Porque Abdallah considera que no hay deportes buenos para hombres o para mujeres, que ellas pueden hacer exactamente las mismas cosas que ellos. Y este deporte no iba a ser una excepción. «Me hace más fuerte, me da confianza en mí misma, me divierte… Por todo eso lo practico», añade.
No puede decirse que la opinión de esta joven sea mayoritaria en su país, Tanzania, una nación del África Oriental cuya población ronda ya los 64 millones de habitantes. Incluso la actual presidenta de la nación, Samia Suluhu, que además fue la primera mujer en acceder al cargo, se desmarcó en agosto del 2022 con unas declaraciones que causaron gran polémica. En una recepción oficial a la selección masculina de fútbol sub-23, afirmó sobre las mujeres tanzanas que juegan al fútbol lo siguiente: «De aquellas que tienen el pecho plano podría pensarse que son hombres. Si miras sus rostros… Si deseas casarte, lo que quieres es a alguien que sea atractiva, a alguien que tenga las cualidades que te agradan. Y en ellas… esas cualidades han desaparecido».
Ni esas palabras ni otras parecidas influyen en Aziza Abdallah ni en sus 15 compañeras, que hoy se preparan para un entrenamiento y para un posterior partido amistoso. Lo hacen en las instalaciones de fútbol de la universidad pública de Dar es-Salam. Hoy estará a su cargo Ramadhan Abdallah, otro joven de 23 años y componente de la selección masculina de rugby de Tanzania. «Los deportes tienen que ser oportunidades para las mujeres. Creo que estar en contra de esto es una forma de violencia», dice. Y agrega: «Llevo con ellas dos meses y medio y ya se les nota la pasión. Este juego sirve para educar en el respeto, en integridad, en solidaridad…».
Queda un largo camino
Tanzania no es el mejor lugar del mundo para nacer niña. Los ejemplos que lo demuestran son múltiples y diversos. El Banco Mundial publicó el año pasado que el 44% de las mujeres tanzanas de entre 15 y 49 años habían sufrido violencia sexual o física por parte de alguna pareja. Además, el 5% de las jóvenes se casa antes de cumplir los 15, y el 31% antes de los 18. La desigualdad empieza a labrarse en estas edades tan tempranas, pero pesa como una losa cuando resulta demasiado tarde para intentar cambiarla. Por eso, dos de cada tres estudiantes universitarios en el país son varones. Por eso, por cada diez hombres con un empleo remunerado, hay apenas seis mujeres.
Estas diferencias sociales se dejan ver de igual modo en el ocio o en el deporte profesional. También en el rugby. Las explica Jacob Jonas, presidente de la Federación Tanzana de Rugby: «Hay una liga masculina con 10 equipos y unos 300 jugadores. En cambio, ahora estamos intentando comenzar la femenina. Ya hemos formado cuatro conjuntos y a unas 60 mujeres. También tenemos selección nacional masculina, aunque todavía sin mucho nivel comparado con otros países de nuestro entorno. Quizás podríamos competir contra un equipo de la segunda división de Kenia, pero estamos empezando. En cuanto al combinado femenino, aún no hemos podido crear uno. Nuestro propósito es que comience a jugar en 2024». Jacobs espera también que, para el 2026, la nación cuente con alrededor de 22 equipos locales semiprofesionales formados íntegramente por mujeres, aunque reconoce que es un objetivo muy ambicioso.
Estas dificultades esperables en los inicios se pueden comprobar con un solo vistazo al terreno de juego donde hoy van a entrenar la quincena de jóvenes, el mismo en el que el combinado nacional masculino ha programado un amistoso contra un equipo de la cuarta división de Gales. Las medidas son las de un campo de fútbol, corregidas poco antes del partido por un operario, quien marca con cal las líneas que delimitan la nueva superficie. Y, encima de cada poste, han colocado finos troncos de madera para emular los palos del rugby. Aunque todo eso es lo de menos. Habla Mwamuna Kadyoshe, otra de las jóvenes que se prepara para jugar: «Cuando me hablaron de este deporte, lo primero que se me vino a la cabeza fue que no era algo popular en Tanzania, pero ahora ya no pienso dejarlo. Me encanta».
Pioneras
Aunque si Abdallah, Kadyoshe y sus compañeras pueden jugar al rugby es gracias a la labor de quien se preocupó por hacerlo posible. Se llama Fatma El-Kindiy, una mujer de 40 años que hoy observa el entrenamiento de quienes han recogido su testigo. Ella cuenta su historia así: «Yo solía jugar en Bostwana, donde hay más tradición por la influencia sudafricana. Empecé en 2015. Pero, a finales de junio de 2022, tuve que regresar a Tanzania. Entonces contacté con la federación y pregunté si había sección femenina. Me contestaron que no». El-Kindiy se puso manos a la obra. Primero se convirtió en la primera mujer en ser elegida, por votación, miembro del comité ejecutivo de la federación. Después comenzó a buscar a otras entusiastas que la acompañaran en su empeño.
Rehema Konza fue una de las mujeres a quien Fatma El-Kindy descubrió en el camino. Konza dirige Wee Do, una ONG local enfocada en el empoderamiento de la mujer y ubicada en Kigamboni, un distrito de la periferia de Dar es-Salam. Y cuando escuchó hablar del rugby lo tuvo claro. «Es un deporte que puede mejorar la capacidad de decisión, que aumenta la fuerza física, que sirve para enseñar la igualdad entre hombres y mujeres… Que las chicas lo aprendan sólo tiene ventajas», dice. Konza fundó uno de los equipos femeninos de los cuatro que hay ahora en Tanzania, que toma su nombre de la propia organización y en el que juegan Aziza Abdallah y Mwamuna Kadyoshe. «¿Quién sabe? Quizás, algunas de las niñas puedan representar al país en el futuro y encontrar una forma de ganarse o mejorar sus vidas con ello. Ponen muchas ganas», concluye.
Con todo, y a pesar de que las jóvenes se esmeran entre placajes, melés y ensayos, incluso en los días de lluvia y barro, los desafíos son todavía grandes y costosos. Y la desigualdad y el machismo estructural vuelven a hacerse un hueco entre ellos. Finaliza Fatma El-Kindiy: «Es difícil convencer a las personas que siguen viendo el rugby como un deporte únicamente masculino. Hay que cambiar la forma de pensar y, claro, resulta complicado. Otro gran reto es llegar a todos los rincones de Tanzania. De los cuatro equipos, dos son de Arusha y Moshi –los dos núcleos urbanos más importantes al norte del país–, y los otros dos de Dar es-Salam. Y después está el tema de la financiación: necesitamos patrocinadores. Aunque, bueno, ya nos han invitado a Kenia, a Burundi… Todavía no, pero creo que en el futuro podremos ser competitivas».
Y ese futuro mejor anhelado por estas mujeres irá más allá del ámbito deportivo.