Cultura
Mi bisabuelo fantasma me descubre América
Guillermo Roz explica la génesis de ‘Sapukái’, una novela inspirada en su bisabuelo Pascual, trabajador de La Forestal a principios del siglo XX. Aquella maderera británica gobernó con mano de hierro amplios territorios del norte de Argentina.
El rumor se largaba en ciertas sobremesas desde la boca de mis tíos: «Nuestro apellido original no es Ortiz, Ortiz era el español al que mató nuestro bisabuelo y por eso nos quedamos con su apellido». Aquello siempre me llevaba a una certeza: algún día ese rumor va a ser una novela. Pero la certeza se iba durmiendo con los años, hasta que un día, el encuentro con una vidente accidental me señaló el camino. La mujer me miró fijamente a los ojos y me dijo: «Detrás de ti hay un hombre de camisa blanca, corbata negra y sombrero. Dice que él no ha matado a nadie, pero que eso da igual, que te pongas a escribir esa novela y que él te acompañará». Yo, que creo cuando me conviene, creí. Creer en la fuerza de aquel fantasma me convenía, me llevaba a abrir las historias de aquella novela dormida. Así comencé a escribir Sapukái (Hoja de Lata, 2024), voz guaraní que significa grito. A estas alturas, sé que me la dictó ese hombre. Tiempo después pude rescatar la única foto familiar en la que aparece, tal cual lo describió la vidente: camisa blanca, corbata negra y sombrero.
Mi bisabuelo se llamaba Pascual Ortiz. Había nacido en la provincia argentina de Corrientes, allá por el final del siglo XIX o principios del XX. De joven se había ido a buscar trabajo a Santa Fe, donde se aseguraba que una empresa inglesa traía trabajo para todos. Esa empresa se llamaba La Forestal, y creció con una voluntad: hacer su país adentro del país. Y, sin duda, lo logró. En medio de aquellos gigantescos bosques de quebracho –la madera más resistente del planeta, transformada en postes de luz y durmientes para las vías férreas del primer mundo, además del tanino con el que curtir los cueros hasta hacerlos casi eternos–, los ingleses se hicieron de oro. Así llamaban a ese tanino: el oro rojo. Crearon 40 pueblos con sus puertos por los que llevar la madera en barcos, 400 kilómetros de vías de ferrocarril y unas 30 fábricas. Todo eso con astucia, con carácter emprendedor y con el sudor de miles de hombres (paisanos, extranjeros recién llegados, indios) como mi bisabuelo, que cobraron exiguos pagarés que debían gastar en las proveedurías de alimentos que los mismos ingleses habían creado; con la muerte siempre acechando (nadie pasaba de los 40 años de edad), por el polvillo de las máquinas aserradoras de la fábrica o las pestes que en bosques y selvas arrasaban. La colonización de América en todo su esplendor, la esclavitud disfrazada de progreso.
Los hombres y mujeres de aquel tiempo se dividieron: los ingleses eran dioses / los ingleses eran demonios. Los que los quisieron dioses argumentaron que antes de La Forestal no había trabajo, ni casas, ni un «vale por un kilo de carne», esas monedas con las que hacer cola una vez por mes en las proveedurías. Los que los vislumbraron demonios, entendieron desde un principio el final de la historia: después de explotarnos, a nosotros y al quebracho, y cuando ya no queda nada que explotar, se irán en busca de otros destinos todavía vírgenes… Efectivamente, tras el quebracho sudamericano se fueron tras la mimosa africana.
Dicen los que saben, que los demonios talaron el 90 por ciento de aquel patrimonio argentino, que con tanto beneplácito entregaron los políticos corruptos e incapaces de aquella época, y que el proceso de desertificación y de catástrofe ecológica que dejaron se calcula en unos 3.000 millones de dólares. Tras el paso de los ingleses, lo que había sido un conjunto de bosques y selvas con árboles que tardaron cientos de años en hacerse descomunales, quedó en un paisaje, tan espacioso como una Barcelona y media, con troncos cortados al ras, inundaciones constantes y plagas a la orden del día.
Sin contar la historia de los levantamientos sindicales, que trajeron masacres para los manuales valientes de la Historia. Sin contar las historias de amor y desamor, de crímenes y de misterios, y los exagerados días de Sapukái, el personaje protagonista de mi nueva novela que le da título, inspirado en Pascual Ortiz. No cuento todo esto porque lo cuento en la novela. Mi bisabuelo fantasma y yo, los invitamos a leerla.