Opinión

De “disminuido” a “persona con discapacidad”: ¿para cuándo persona y punto?

"No solo no es aceptable acosar a los diferentes, sino que hay que hacer un esfuerzo consciente por valorar la dignidad de nuestros pares", escribe Christine Lewis

El Pleno del Congreso de los Diputados reunido en sesión extraordinaria en el Senado, para debatir la reforma del artículo 49 de la Constitución. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS

Tengo un primo que es doctor en Matemáticas y toca Bach al piano sin partitura. Pero no tiene trabajo porque tiene síndrome de Asperger. A su lado me siento pequeña porque las mates siempre se me han dado fatal y no sé hacer música sin partitura, pero en el mundo de hoy, él tiene un trastorno y yo no.

Hablemos una vez más de las palabras. Según la RAE, el prefijo dis- indica negación o contrariedad, o significa dificultad o anomalía. Hay otros prefijos como sub-, in- y minus- con la misma carga negativa. Todos estos prefijos se han utilizado a lo largo de la historia para nombrar a los hoy 4,3 millones de personas con discapacidad en España: subnormal, inválido, minusválido. Se da incluso la circunstancia de que las dos palabras presentes en los últimos debates de la política institucional no ocultan cierta reivindicación por parte de la RAE de la ‘normalidad’:

Disminuido: que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal. ¿Qué es normal para la RAE? ¿O quiere decir habitual cuando dice normal?

Discapacidad: situación de la persona que, por sus condiciones físicas, sensoriales, intelectuales o mentales duraderas, encuentra dificultades para su participación o inclusión social. En los momentos actuales, la población que padece estos problemas es cada vez mayor.

El capitalismo nos quiere sumisos y sin problemas de ningún tipo para producir y consumir más, y así contribuir al PIB. Las palabras son importantes, no me cansaré de decirlo. Y todo mi respeto para alguien que ha tenido que sufrir que le llamaran disminuida. De lo que se trata es de cambiar la percepción de la sociedad -con educación y respeto- de que la diversidad no constituye una alteración, sino riqueza; de que desterremos de nuestro lenguaje todas las palabras que hablen de discapacidad; de que eliminemos del imaginario popular las diferencias entre unas personas y otras.

Los servicios públicos deben proveer todos los recursos necesarios para que no se noten estas diferencias y -lo que es más importante- su accesibilidad. Pero no basta con promulgar leyes que atañen a la dependencia; hay que cumplirlas para asegurar que nadie quede desamparado.

Y hablando de diversidad, me pregunto dónde quedaron las expresiones como ‘capacidades diferentes’, ‘necesidades especiales’ y ‘diversidad funcional’ que sustituyen las palabras con prefijos y connotaciones negativas. Seguramente soy muy mal pensada, pero quizá la derecha no habría firmado el cambio de «disminuido» a «persona con diversidad funcional» por considerarlo demasiado progre. La valentía en los planteamientos será siempre mejor que la hipocresía.

Los colectivos de personas con discapacidad llevan años en lucha por sus derechos. Sospecho que la reforma del artículo 49 de la Constitución les parecerá un avance, aunque solo sea por la adopción de términos más inclusivos que eluden, además, el masculino genérico. Debo decir también que siempre me ha extrañado que las mismas personas a quienes alguna autoridad médica, administrativa o de otra índole haya declarado discapacitadas se refieran a sí mismas en los mismos términos. Lo mismo ocurre con las enfermedades denominadas como «raras». Qué menos que eliminar lo negativo de la palabra y decir que son poco comunes o infrecuentes.

Repito que su lucha y tenacidad merecen todo mi respeto pero, como en tantos otros aspectos de la vida, debemos pasar como sociedad a otro estadio de tratamiento de la diversidad funcional y psíquica. Tampoco se me ha escapado que es un tema que hay que tratar con delicadeza para no herir sensibilidades. Los profesionales -pero también la sociedad en general- necesitan nombrar los conceptos, pero una educación inclusiva salvaría los obstáculos. Qué menos que enseñar, por ejemplo, los rudimentos del lenguaje de signos a la par que el inglés tan omnipresente.

Las personas sin una diversidad declarada o manifiesta pueden también padecer trastornos como la claustrofobia, las menstruaciones dolorosas o la dislexia que pueden ser incapacitantes. La diferencia entre las personas con estos trastornos y las personas con capacidades diferentes es que la sociedad excluye social y laboralmente a estas últimas. Eduardo Galeano decía que la utopía sirve para caminar. Pues caminemos hacia una sociedad inclusiva y respetuosa. No podemos quedarnos sólo en el cambio de unas palabras por otras.

El verdadero trasfondo de este tema es la intolerancia hacia los otros. Da igual que estos sean de otro color, otra cultura o vayan en silla de ruedas. No solo no es aceptable acosar a los diferentes, sino que hay que hacer un esfuerzo consciente por valorar la dignidad de nuestros pares. La sociedad de hoy es intolerante y sólo cuando el apoyo del entorno y los recursos públicos son suficientes no percibimos la discapacidad. Beethoven se quedó sordo al final de su vida, pero nos queda su música y lo llamamos genio; Stephen Hawking padecía esclerosis lateral amiotrófica, pero sólo vemos sus hazañas como físico teórico y cosmólogo.

Todas las personas somos únicas y, con discapacidad o sin ella, se trata de identificar y nutrir lo que nos caracteriza.

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Comentarios
  1. Parece difícil tener optimismo sobre el futuro de la izquierda, de momento parece que ha desaparecido ya que ahora se autodenominan como progresistas, a mi me parece diferente.

  2. Sería fantástico que hubiera mucha gente de derechas con la que poder, simplemente, hablar y dialogar, virtudes humanas que en esta sociedad que parece cada vez más polarizada parecen imposibles. Gente de derechas que parece cada vez más devorada por el tsunami ultra-fascista-populista que recorre el mundo

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