Cultura
Alberto San Juan: “Amo profundamente España”
El actor interpreta el monólogo ‘Macho grita’ en el Teatro Pavón de Madrid, una pieza sobre nuestra secular inclinación por la dominación, la violencia y la persecución del diferente. Además, en televisión se pone en la piel del modisto Cristóbal Balenciaga.
Puestos a resumir la azarosa historia de España, podríamos pensar que los dos grandes obstáculos a la libertad, el desarrollo, la ciencia y la cultura de nuestro país fueron Fernando VII y Francisco Franco. Pero estas dos aberraciones históricas son, en realidad, muy recientes. La intransigencia, la persecución del diferente y la violencia que nos caracteriza como pueblo empezaron mucho antes. Alberto San Juan (Madrid, 1968) lo explica así en su obra Macho grita: «Las fosas en las que yacen, invisibles y olvidados, tantos cuerpos republicanos comenzaron a cavarse en 1492».
San Juan se subió esta semana al escenario del Teatro Pavón para representar este monólogo, que alterna puntualmente en el Teatro del Barrio con otro texto suyo: Autorretrato de un joven capitalista español. Además, mañana estrena la serie Cristóbal Balenciaga en Disney +, en la que interpreta al genial diseñador vasco en un biopic dirigido por Jon Garaño, Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga.
¿Por qué ha convertido España en su tema predilecto?
Por una preocupación y un interés por la realidad que se multiplica a partir del 15-M. Me contagio y me intoxico, en el mejor de los sentidos, de aquel «basta ya». Empiezo a leer historia de España y en esas lecturas encuentro un texto de María Zambrano que se llama Carta sobre el exilio en el que habla de «los siglos de guerra civil». Esa referencia a «los siglos» me provocó una enorme curiosidad. Esa es la chispa de la que nace precisamente Macho grita. Luego tuve una charla con Fernando Guerrero y Ángel Luis Lara, que son profesores de Historia en Nueva York y han investigado la construcción de la identidad española. Todo eso me llevó a 1492 y a cómo se construye la idea de España prescindiendo de dos partes de lo hispánico: lo judío y lo musulmán. A partir de entonces, el país se mutila y se empobrece terriblemente.
En la obra usted habla del «español despedazado para poder ser un solo cuerpo».
Nos despedazamos para ser algo más pequeño… y violento. Una mutilación es siempre algo muy violento. Todos somos, en alguna medida, cristianos, musulmanes, judíos, paganos y animistas, y entender eso sería muy útil para convivir mejor, sobre todo ahora. Desde que acabó la Guerra Fría, el poder trabaja para crear un nuevo enemigo, que es Oriente. Nosotros somos Occidente, los buenos, y ellos son los moros. Vivimos en un modelo social agonizante cuyo fin no es la preservación de la vida sino la rentabilidad económica. Ahí no hay espacio para el ser humano. Si tomáramos conciencia de esto, acabaríamos con el capitalismo en un fin de semana. Pero como el capitalismo es dueño de todos los canales de comunicación puede imponer un relato dominante. Buscamos culpables en los diferentes, normalmente en las minorías oprimidas: palestinos, saharauis, indígenas de América Latina…
En 1492 le pillamos el gusto a eso. No nos detuvimos tras purgar a judíos y musulmanes, luego lo seguimos intentando con los gitanos, las mujeres, los protestantes, los vascos, los catalanes, los homosexuales, los comunistas…
Con cualquier disidencia que escape a la jerarquía establecida. Las minorías son aceptadas siempre que adopten un papel de subordinación. Desde el momento en el que se quieren emancipar, son enemigos. Y ahora son, simplemente, chivos expiatorios para no culpar a las energéticas, a las grandes empresas de comunicación, a los bancos… En su lugar el discurso oficial culpa a los okupas, a los migrantes, a los pobres, a las feministas, etc. Para ello tenemos una base histórica muy eficaz: la antiespaña. El franquismo le dio fama a este concepto, pero la idea era mucho más antigua.
¿Somos la antiespaña?
La antiespaña es una ficción. No existe tal cosa. Todo aquel que se haya criado aquí es español. ¿Cómo no amar la tierra en la que te has criado, sus paisajes, sus acentos, su música, su comida? Por eso el capitalismo es tan poco patriota. Utiliza la patria sólo cuando está en peligro y lo hace a través de múltiples formas: patriotismo, fascismo, incluso nazismo. Y todo lo demás lo convierte en mercancía: el paisaje, la comida, la música, hasta el punto de que todo se uniformiza y ya da igual estar en Getafe que en Wisconsin. Yo puedo decir que amo profundamente España.
Usted hizo un recital en Granada con textos en los que Lorca hablaba del desacertado concepto de «madre patria». Era difícil no emocionarse con él.
El discurso con el que abría ese espectáculo lo escribió Lorca ¡a los 19 años! Es alucinante. Y en otro artículo decía: «El chino bueno está más cerca de mí que el español malo». Para él un mal español es el que no acepta al diferente, aquel que expulsa parte de lo español, aquel que no reconoce lo morisco, lo judío o lo gitano como español.
¿Cómo le explicaría a una persona de derechas que El rey, Autorretrato de un joven capitalista español o Macho grita no son espectáculos antiespañoles?
Es que, de hecho, son obras de amor a España, entendiendo España como una cultura y una comunidad humana. Yo quiero que la gente que vive aquí, venga de donde venga, viva lo mejor posible y sea lo más hospitalaria y lo más amable posible, porque me importa este lugar. El otro día Herman Tertsch dijo que yo era un ser «que odia». Creo que se equivoca. Todas estas obras son obras de amor al ser humano. En este caso, de amor al ser humano que vive en España. Seguramente a un independentista vasco o catalán le podría rechinar todo esto, y lo entiendo. A mí no, porque yo me siento español.
Viendo su espectáculo uno recuerda que el independentismo, desgraciadamente, está cargado de razones.
Yo me independizaría del poder que domina este país. Me gustaría independizar España de esos esclavizadores que se reúnen en clubes como el Ibex 35.
¿Por qué asocia la pérdida de privilegios del hombre blanco heterosexual con la historia de España?
El saqueo que emprenden los Reyes Católicos en América funda el colonialismo moderno. Imperios hubo muchos anteriormente, claro, pero el tipo de colonialismo racista, evangelizador, supremacista lo inventa España. No creo que los anteriores imperios necesitaran justificar sus conquistas. Los romanos, por ejemplo, eran más fuertes y punto. Pero los castellanos nos presentamos allí como salvadores de esos pobres salvajes que no han conocido todavía el cristianismo. Les vamos a contar la verdad. Y creerse en la posesión de la verdad es una actitud absolutamente machista. A partir del imperialismo de los Reyes Católicos el hombre blanco heterosexual, a ser posible de clase alta, se convierte en el sujeto protagonista. Luego la Ilustración francesa, aunque trae muchas ideas de emancipación, también pone al hombre blanco en el centro. Y después, el imperialismo británico hace lo mismo pero basando su superioridad en el conocimiento científico y tecnológico. Como dice Gabriela Wiener en su libro Huaco retrato, el argumento ya no era la cruz sino la ciencia.
La banda que le acompaña es muy hábil a la hora de subrayar el impacto emocional de las palabras. Incluso a los llamados «antiespañoles» nos cuesta mucho no emocionarnos cuando suena En er mundo o Suspiros de España.
Totalmente. Estos músicos ya estaban en Animalario, en 1995. Fue la primera obra que hice y después dio nombre a la compañía. En principio, yo quería que toda la música fuera española y, por tanto, que tuviera resonancias africanas y orientales, pero eso era muy difícil. Ellos pueden tocar pasodobles muy bien, pero no música africana u oriental por una razón: Felipe II, en 1568, prohibió las danzas y los instrumentos moriscos. Así nos arrebató parte de nuestra cultura hispánica. La expulsión de los judíos y los moriscos supone la pérdida de muchos saberes. Desde 1492, ser español significa pensar menos, saber menos, ver menos.
En su espectáculo, al hablar de la pulsión española por eliminar al «enemigo interior», usted afirma que «es imposible consumar un genocidio». ¿Por qué seguimos intentándolo?
El capitalismo, en realidad, es un delirio de dominación del mundo y de la vida. Pero la vida es ingobernable. Puede que nosotros nos extingamos como especie, pero la vida en la Tierra continuará. Nada que esté vivo puede someterse a un control total. Puedes matar a una persona, pero eso tiene consecuencias: siempre quedará alguien que la conoció y que le tenía simpatía. Y que quedará herido por esa pérdida. Los genocidios son empresas absurdas. Necesitamos acabar con el capitalismo y con el fascismo, no sólo por una cuestión ética sino por una cuestión práctica.
Macho grita empieza con una confesión: usted siempre quiso interpretar al don Juan de Zorrilla. ¿Qué clase de Don Juan pretendía hacer? ¿Le llamaba la atención la parte del macho o quería darle otro enfoque?
Quería hacer una versión absolutamente libre. Mi intención era utilizar el recurso de una compañía teatral que está ensayando Don Juan. Entre escena y escena, los miembros de esta compañía debatirían sobre el significado de la obra. Es un recurso muy utilizado, lo sé, pero es efectivo. Y así yo me podría permitir ser el director, el autor de la adaptación y el protagonista. Reconozco que esta acumulación tiene algo de soberbia. [Risas]. Lo de querer hacer un Don Juan en realidad habla de mi propio machismo, así como Autorretrato de un joven capitalista español habla del capitalista que yo mismo llevo dentro. Porque he sido educado en una sociedad capitalista y machista y, por mucho que yo ahora esté en contra, sigo teniendo muchos rasgos machistas y capitalistas. A partir de ahí, decir que soy feminista es mucho decir. Puedo decir que estoy aprendiendo a serlo, que quiero serlo, que lo estoy intentando. También quiero ser Espartaco, quiero emanciparme, pero sigo siendo esclavo.
Usted fue uno de los fundadores de Animalario, que era un grupo de actores y actrices muy numeroso y muy talentoso. ¿Cómo acaba entonces en el monólogo?
Llego al monólogo por una cuestión de supervivencia. En 2012 no tenía trabajo, se había disuelto la compañía, tenía deudas, vivía de lo que me prestaban los amigos. Entonces pensé: «Tengo que hacer algo que no me cueste ni un duro». De ahí surgió Autorretrato de un joven capitalista español y, milagrosamente, pude vivir de ello. Lo representé muchísimas veces y como no había gastos, por poco que me pagaran me salían las cuentas. Pero había otra razón para hacer monólogos: tener libertad total, no tener que negociar con nadie qué iba a hacer ni cómo lo iba a hacer. Eso tiene un coste, claro: cuatro ojos ven más que dos. A día de hoy pienso que necesito una compañera o un compañero que me aporte una mirada desde fuera.
¿Ese compañero podría ser Guillermo Toledo?
A Willy nunca le interesó ni la dirección ni la escritura. Podría dar su opinión sobre una escena, pero no le gustaría ponerse a reescribirla. Él es actor 100%. Ahí vuelca toda su pasión. Y es el único actor que yo conozca que ha sido realmente vetado, y por muchos años además. Afortunadamente, ese veto terminó. Hizo Los favoritos de Midas en Netflix y ahora otra serie que se llama Romancero en Amazon. Willy ya está trabajando otra vez, pero nos hemos perdido 10 años de un actor maravilloso. Ya sea pidiendo una caña o haciendo un soliloquio tiene algo que, aparentemente sin esfuerzo, rezuma verdad.
Antes de El rey, ustedes hicieron juntos El montaplatos, de Harold Pinter.
Sí, esa fue la última producción de Animalario después de 15 años de trabajo. La hicimos con la intención de pagar todas las deudas pero no lo conseguimos. Cerramos la compañía y aún debíamos 30.000 euros.
¿En teatros madrileños como el Teatro Español o los Teatros del Canal se podría vetar a Alberto San Juan por sus ideas políticas?
He sabido de algunos teatros en España en los que el programador me ha dicho: «Me gustaría programarte, pero no puedo porque desde la concejalía no me dejan». En la ciudad de Madrid, si eso ha ocurrido yo no lo he sabido. El PP lleva gobernando una eternidad en Madrid, y el PP de Aguirre no era menos reaccionario que el de Ayuso, pero los tiempos actuales sí son más reaccionarios. Quiero decir que en Cultura, tradicionalmente, han tenido un poco de más cuidado y han puesto a gente interesante al frente de los teatros. Llamaron a Álex Rigola para dirigir los Teatros del Canal, por ejemplo.
Cuando hizo El rey, ¿tuvo miedo de ser procesado en algún momento por injurias a la Corona?
No. De hecho, creo que me quedé corto. [Risas].
¿Cree que el deber del artista es llegar hasta ahí, bordear ese filo?
No creo que todo el mundo tenga que escribir obras sobre personajes históricos o sobre política. [Risas] A mí me parece interesante, pero creo que el único deber del artista es ser sincero consigo mismo y trabajar con libertad. Luego está el riesgo, claro, en la forma y en el contenido. Y no sólo el riesgo, también el compromiso. Desde mi punto de vista, para que una obra tenga interés debe tener un compromiso con la vida. Pero eso se puede abordar desde muchos aspectos, incluso desde el arte abstracto. Ese compromiso no tiene que tratar necesariamente de ningún tema en particular. Una obra de teatro podría hablar de las moscas y ser comprometida y arriesgada.
Hablando de arte comprometido, ¿nunca ha hecho un Brecht? Lo digo porque parece que le gusta mucho cantar.
Nunca he hecho una obra de Bertolt Brecht, pero es cierto que cada vez canto más.
En Mundo obrero usted cantaba las canciones compuestas por Santiago Auserón y le tenía pillado el tonillo.
Bueno, bueno, canto como un actor que canta. Otra cosa es ser cantante. Tampoco lo pretendo. Yo canto como canta la gente en su casa.
José Sacristán, por ejemplo…
[Interrumpe] ¡Ostras, Sacristán sí canta como un cantante! Ha hecho El hombre de La Mancha, ha hecho zarzuela… Ha sido cantante profesional dentro del teatro, sabe afinar, llegar a ciertas notas. Eso yo no podría hacerlo.
Pues se defiende bastante bien.
En Macho grita canto tres canciones. No está mal. En realidad, yo creo que, ya sea cantando o actuando, lo importante es comunicar. Porque puede ocurrir que seas un prodigio técnico pero que no logres transmitir emociones al público. Bob Dylan, uno de mis cantantes favoritos, tiene limitaciones vocales pero emociona hasta el tuétano.
Además de su trabajo en el teatro, ahora acaba de estrenar la serie sobre Cristóbal Balenciaga en Disney +. Usted ha dicho que ha sido el papel más difícil de su carrera.
Desde luego ha sido el de mayor dimensión y mayor relevancia, sí. Porque es como hacer tres películas en una. Son seis horas de ficción con un protagonismo muy grande. Sin duda, a mucha distancia, es el papel de mayor importancia que he hecho.
Almodóvar dice que a los actores, antes de los rodajes, os encanta que os pongan deberes. Por ejemplo, a Javier Cámara le pidió que aprendiera a coser para Hable con ella. ¿Usted ha tenido que hacer muchos deberes para encarnar a Balenciaga?
Sí, he tenido que aprender francés, porque una tercera parte del papel había que interpretarlo en ese idioma y yo no tenía ni idea de francés. Y sobre la costura, pues también he tenido que dar clases para aparentar que una aguja, unas tijeras o un tejido son objetos familiares para mí. Estos deberes, en definitiva, se basan en aprender algo nuevo, y eso siempre es bonito. Otra cosa, muy diferente, es cuando te piden que vayas a un gimnasio a ponerte cachas. Si no te gustan los gimnasios, como es mi caso, ¡eso es horrible! [Risas].
¿Ha podido reflexionar sobre la actual deriva de la casa Balenciaga, sobre qué pensaría el modisto de lo que se está vendiendo con su nombre? Ahora, esa marca es famosa por convertir la ropa de pobre en algo exótico: un mono de pintor o unas zapatillas viejas se venden por miles de euros.
La verdad es que no. Como la serie va sobre él y su trabajo, que terminó en 1967, no conozco lo que hace hoy la casa Balenciaga. Yo me he interesado exclusivamente en la vida y en la obra de Cristóbal Balenciaga, nada más.
Sobre las tablas, ¿usted ha tenido la sensación de olvidarse de sí mismo y convertirse en su personaje? Los actores americanos llaman a eso «volar». Lorca, como usted cuenta en uno de sus monólogos, llamaba a ese acto artístico «enduendarse». ¿A usted le ha pasado?
Enduendarse, sí… Yo creo que sí me ha pasado. Es entrar en un estado de conexión con lo que estás haciendo y con el público que te saca de tu percepción habitual y que te hace ir más allá. Es parecido a un colocón, a una droga. Si estás tan concentrado que logras olvidarte durante un minuto de que estás actuando en un teatro, bueno, eso es algo maravilloso. Pero tiene que durar un minuto. Si dura 20 minutos, igual debes plantearte que tienes un problema y que tienes que consultar a un médico. Hay gente que sigue metida en el papel incluso fuera del escenario. A mí eso me parece una estupidez. En cualquier caso, esos momentos de trance, de despegarte de tu yo cotidiano y de pronto entrar, qué se yo, en la piel del tío Vania, son maravillosos. Y no es una sensación exclusiva de los actores, te puede ocurrir contemplando un paisaje o viendo a un niño jugar en la calle o cerca de la persona que amas, cuando te olvidas totalmente de ti y te centras en ella. En fin, son momentos de profunda conexión con la vida.
«En España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa»
Antonio Machado.
Mi gratitud a Willy Toledo, Alberto San Juán, a todxs lxs actores, artistas, cantautores, con dignidad, valores, y comprometidxs con los problemas de la época
¿qué ha sido de los de la ceja? ¿eran de los que sólo luchan un día?
Luís Pastor: ¿Qué fué de los cantautores?
https://www.youtube.com/watch?v=ZVWTo9e24hI
Me ha encantado la entrevista. Muy interesante como Alberto San Juan trata el concepto de patria y de «ser español».
Magnífica entrevista. Con mucho contenido.
San Juan es un hombre de conciencia y da gusto escucharle.
Gracias