Opinión
Entretener y movilizar
"No deben dejarse la vehemencia y la pasión en manos de los malvados; el bien necesita su propia vehemencia", escribe Pablo Batalla
La derecha es «entretenida», dice Adrià Porta Caballé. Unas campanadas en Ferraz son la última ocurrencia de los agitadores de las concentraciones ante la sede socialista. La penúltima, darle la vuelta a los ejemplares de Tierra firme, último libro de Sánchez, en sus expositores. La antepenúltima, el «me gusta la fruta» de Ayuso y sus innumerables derivaciones hortofrutícolas. Son chorraditas pueriles; se puede responder a estos muchachos con uno de esos memes del perro mazado y el perrete llorica sobre la degeneración de la raza, en el que el perro mazado sea el general Moscardó, rechazando rendir el Alcázar de Toledo para salvar la vida de su hijo; y el perrete llorica, este creerse que es alguna clase de heroísmo disidente compartir en Instagram fotos de canastos de peras y albaricoques. Pero son cosas entretenidas. La derecha entretiene; sabe proporcionar a sus reclutas pequeños rituales que les proporcionen la sensación de contribuir, de participar.
Puede decirse que no es un mal reparto de las cosas, este por el cual la derecha entretiene y pone a los suyos a microfastidiar a los empleados de la FNAC, mientras la izquierda gobierna y rellena los renglones del BOE, y es cierto, pero también un falso dilema. Podría gobernarse y entretener, y tal vez entreteniendo se hubiera obtenido un trozo más gordo de la tarta de las Cortes; uno que no requiriera acuerdos con Junts, que controlara el Senado o que impidiera la matraca de Alberto Núñez, too stupid to understand parliamentarism, de ser él el ganador de las elecciones.
En los últimos tiempos, el PSOE entretiene algo a sus huestes, pero Sumar no entretiene apenas a las suyas, y aun las desentretiene. Llega a parecer deliberada la frialdad tecnocrática con la cual se conduce el partido de Yolanda Díaz, como si se tuviera la convicción de que la izquierda lleva diez años entreteniendo demasiado, y que sigue haciéndolo el cargante y contraejemplar Podemos. Tal vez sea Sumar lo que queda en pie de una casa después de un incendio apagado a destiempo: un a duras penas reconstruir una vida, un que la tranquilidad sea lo que más se busque… y un pánico cerval al fuego y a la chispa.
Algún indicio hay de que se ha tomado en cuenta este problema, y por ejemplo, el envío a Galicia de Marta Lois, de quien no ha tardado en deducirse que será reemplazada en sus tareas de portavoz por Íñigo Errejón, un orador excelente y motivador, que hace unos días obtenía universales aplausos por un combativo discurso, sostenido con inusual pulso castelarino, sobre la separación de poderes en el Congreso. No debiera bastar, en cualquier caso, con buenos oradores parlamentarios y ministerios que promulguen leyes buenas y necesarias para un pueblo de la coalición sedentario y silencioso, limitado a aplaudir lo que sus próceres hagan.
Las últimas elecciones no dejaron de ganarse por los pelos, y han proporcionado cuatro posibles años de tiempo ganado que debiera aprovecharse en urdir unas bases implicadas, movilizadas, que sostengan un triunfo más holgado en próximas convocatorias, que podrán ser exclusivamente electorales o no solo: también quizás callejeras; tal vez, en el límite, la defensa del Gobierno legítimo frente a un golpe de Estado duro, blando o mediopensionista.
Existe una teoría sobre la falta de letra del himno español que la atribuye al pánico perdurable que dejaron en las élites del país los problemas de Fernando VII con las milicias ultrarrealistas, sostén de su regreso tras el Trienio Liberal, que después se indispusieron contra él cuando vieron que rechazaba, por ejemplo, restaurar la Inquisición (el absolutismito cobarde, por así decir); indignación que es origen de la eclosión posterior del carlismo. Quedó impresa en sus sucesores la preocupación por evitar unas bases partidarias demasiado movilizadas, y la adopción de un himno no cantable, sino tan solo escuchable con recogimiento y solemnidad —lo que, en los años cuarenta, exasperaba a los falangistas—, es expresión de eso.
A Sumar, hoy, viene a pasarle lo mismo. Pánico, decíamos, al fuego y a la chispa. E incluso a las banderas, eufemizadas en el pin de una sandía o el «visit Palestine» del póster turístico vintage que se adivina en un insípido spot navideño, difundido por la formación; una suerte de pasteurización obsesiva de todo lo que sea intenso que también afecta al republicanismo, convertido en vagas fantasías de una España presidida por Iñaki Gabilondo o un suave y educado ausentarse de los fastos monárquicos.
No deben dejarse la vehemencia y la pasión en manos de los malvados; el bien necesita su propia vehemencia. Hace falta sangre en las venas de los buenos.
He aquí el quid de la cuestión:
«No deben dejarse la vehemencia y la pasión en manos de los malvados; el bien necesita su propia vehemencia. Hace falta sangre en las venas de los buenos».
La vehemencia de los buenos, en los países «democráticos» acaba en la cárcel.
Pablo Hasel desde la cárcel, en apoyo a Palestina y su resistencia.
«El terrorismo desinformativo de los medios de comunicación…
https://www.youtube.com/watch?v=N1GbIqgBMR8
Que no son la izquierda, Pablo, no te confundas ni confundas. Son a lo sumo progres.
Queda poca izquierda, a causa de la represión de la «democracia» y la que queda está encarcelada, acusada de falsos delitos, acosada y hostigada. Las masas, manipuladas, desinformadas, soporizadas, casi que la consideran terrorista, ya que pretenden terminar con el sistema capitalista.
Me pregunto si esa «izquierda light» que forma parte del gobierno está haciendo algo positivo o nos estamos despistando.