Crónicas | Cultura
Sobre la censura, sobre la precariedad: un cuento real
Varios afectados y afectadas por la censura reflexionan sobre la situación general de la cultura: “El 97% de los artistas necesita otro trabajo para vivir y el 80% no ha visto un contrato en su vida”.
La autora tenía claro lo que quería contar. Y lo contó. Tras varias novelas, aquella obra de teatro era la culminación de todo lo que queríacontardeverdad, así, todo junto. Tras muchas lecturas, escrituras –e infernales reescrituras– en aquella obra estaban sus últimos cinco años de vida. Escrita la obra, empezaba lo complejo: venderla.
Venderla tras escuchar la lista de cancelaciones que, bien sabía ella, era un aviso a navegantes: el nuevo canon ya no es cultural, es ideológico –“el nuestro”, parecían decir desde unas instituciones públicas empeñadas en aplicar tiempos del ayer al hoy y al mañana–. La autora llevaba varios días dándole vueltas a hacer un hilo de Twitter (ahora X) con las consecuencias que estaba provocando el canon “ancestral”, como íntimamente lo denominaba. No lo hizo, claro. La autocensura, sin ella advertirlo, ya se había activado. Prefirió guardar el genio y el ingenio para mejor ocasión y consultó el reportaje que sigue sobre censura y precariedad.
“Cuando me enteré de las cancelaciones, sentí indignación. Fue la confirmación de las advertencias que muchos llevábamos haciendo hace tiempo sobre el papel de la extrema derecha; pueden venir cosas más graves después de esto”. Así expone sus sensaciones el dramaturgo Guillem Clúa, ante la ola de obras y películas canceladas durante este verano. Clúa apela a razones “ideológicas y no económicas”, como arguyen las instituciones, para explicar el ataque frontal que vive el mundo de la cultura.
“Lo primero fue una sensación de preocupación”, reconoce Ana Belén Santiago. La directora artística de Teatros del Barrio argumenta para El Periscopio que, cuando se aducen razones presupuestarias, se está transmitiendo “una jerarquía de valores, se está diciendo que esto [la creación] no es importante”. Para el actor Alberto San Juan “son casos de censura institucional por motivos de fobia a la libertad sexual y sentimental, y ocultación del terror franquista”, señala. La artista plástica Esther García Urquijo confiesa “desesperanza” tras enterarse de las anulaciones y alude a la propia complejidad de vivir de la creación “como para tener que lidiar con la censura por (sin)razones políticas”.
El camino de la censura
El jurista y experto en libertad creativa Alberto González se remonta más atrás de la llegada de VOX al poder: “Lo primero que me ha venido a la cabeza es que no es un tema nuevo, sobre todo desde la Ley Mordaza”. González es uno de los asesores jurídicos de la Organización por la Libertad Artística (OLA), colectivo que trata de dimensionar todos los retos a los que se enfrenta el sector cultural, entre los que destaca la redacción del Estatuto del Artista. Entre los desafíos, aporta datos sobre la precariedad del sector cultural: “El 97% de los artistas necesita otro trabajo para vivir y el 80% no ha visto un contrato en su vida”. “El sector cultural es tan precario que pedir unidad es casi obsceno”, reflexiona García Urquijo. “La gente lucha a diario por migajas. Lo irónico es que la única solución a nuestros problemas sería precisamente unirnos”.
Sobre el camino emprendido por la censura reciente, el dramaturgo Paco Bezerra ya conoce sus derivadas. “Fue contradictorio: por un lado pensé en lo negativo de lo que se nos estaba viniendo encima”, explica en primer lugar sobre las cancelaciones estivales. Y continúa: “Por otro, sentí alivio por si había alguna duda, incluso desde el mundo del teatro, de que lo que estaba diciendo era cierto”. Su certidumbre nació tras la cancelación de su obra Muero porque no muero el pasado año por parte de los Teatros del Canal, dependientes de la Comunidad de Madrid. Bezerra hace balance profesional tras denunciar su caso: “Yo no he estrenado nada este año; desde 2011 hasta ahora siempre he estrenado algo. Desde que dije aquello, he dejado de trabajar”.
El coeditor de Mongolia y experto en cuitas judiciales en pos de la libertad de expresión, Darío Adanti, apunta también a la preocupación sobre derechos conquistados entre las nuevas generaciones visibles en las redes sociales: “Ellos pueden decir lo que quieran, pero tú no porque te hacen auténtico boicot o ponen el grito en el cielo”, sentencia el ilustrador argentino. Su experiencia con la censura proviene también de su nacionalidad. En 1983, en Argentina sonaba “La censura no existe mi amor, woah-oh, ah-ah” y una Junta Militar decidía el futuro del país.
Ana Belén Santiago, cuya productora alcanza este año su primera década, señala una relación ineluctable en todo este debate: “La censura sucede en sistemas precarios; el sector escénico español es dependiente de la Administración pública en su financiación de origen, pero también en la circulación, que es donde se recupera la inversión”.
Precariedad y censura
La autora empieza a mover el texto. Está convencida: puede funcionar. Es ambiciosa. ¿Por qué no?, se pregunta en un tono que deriva rápidamente en forzado deseo. Contacta con una productora. Hay interés de un ayuntamiento. Parece que la cosa va adelante. Hay fecha de estreno; hay elenco; hay montaje. Hay. Hasta que no hay. El canon “ancestral” también la ha alcanzado. La censura del ayuntamiento, primero; el ofrecimiento de una empresa privada, después. El ofrecimiento suena a premio de consolación precario: ofrecen pagar la producción a un precio mucho más bajo que lo acordado con el municipio. Cierra el ordenador y apaga el teléfono. Nada va según lo previsto.
“Para mí no hay relación entre precariedad y censura”, afirma Pablo Huetos. El actor y productor de Teatro Defondo vincula la censura “a un grupo que está intentando generar una convivencia sucia de enfrentamiento, en la cual todos parecemos enemigos de todos”. Huetos es uno de los últimos ejemplos del movimiento censor: su compañía es la responsable de Orlando, de Virginia Woolf, cancelada por el Ayuntamiento del Partido Popular de Valdemorillo (Madrid). “Al final de la semana, cuando lo hacemos público [la censura de su obra], el Ayuntamiento alega que es un problema presupuestario”. Tras el revuelo, rememora el productor, el municipio ofreció que fueran a trabajar gratis: “La taquilla se la quedaba el Ayuntamiento y nosotros no recibíamos nada”. Una proposición que Pablo Huetos asocia a la “ignorancia” municipal respecto a las libertades, los derechos y la propia gestión de un ayuntamiento.
“Por supuesto que sí”. Tajante, el experto jurídico Alberto González señala la connivencia entre instituciones públicas y privadas para convertir la cancelación de obras en un mecanismo neoliberal para abaratar costes y cachés de una producción y promover la precarización. Desde la industria cultural, para González, esta situación coloca al sector ante una disyuntiva: “O lo tomas o lo dejas. El primer paso de la censura es la precariedad laboral”, sentencia. Alberto San Juan desconoce esta práctica: “Aunque me parece una gran idea”, ironiza.
¿Y los nuevos creadores ante este panorama de censura y precarización? Adanti considera: “Si yo no estuviera en Mongolia y tuviese a toda esa gente detrás, me plantearía mucho qué hacer”. Clúa matiza: “Si algún creador cree que va a tener una mayor proyección o que le va ir mejor autocensurándose o no tratando ciertos temas, a lo mejor es que no tiene mucho futuro como creador”. Santiago advierte: “Uno de los riesgos fundamentales es la pérdida de imaginación ante la voluntad de querer que lo vea la gente. Y si eso no va a suceder, igual decides no hablar de un tema”. Huestos pronostica: “Sí que es posible que esta ola de censuras haga que se vaya a contenidos más suaves, más gentiles, menos conflictivos, pero también creo que va a suceder lo contrario”. García cree: “En lo que respecta a las generaciones venideras, odiarán todo aquello que se les imponga, como ha venido ocurriendo”.
La autora empieza a dudar. Aquella intención, aquel texto que respondía a lo que queríacontardeverdad se ha ido desvaneciendo tras varias lecturas e infinitas correcciones. Rebaja el tono en un monólogo, suaviza un verbo en el que acaba de atisbar una violencia nunca antes detectada, elimina párrafos completos. Lo que había nacido como su catarsis creativa, comienza a transformarse en una autocorrección textual y moral. Lo peor es que la autolesión no le sorprende en absoluto; lo normaliza. Cansada, cierra el documento y abre YouTube. Busca: “Amaral, Sonorama Ribera, Revolución”.
Menos mal que los dueños del cortijo están preparando a la infancia y a la juventud con una buena base cultural, democrática, libre, culta, sensata…:
Un grupo de activistas de Antimilitaristes-MOC València pinta de rosa y se sube a un tanque en protesta por la militarización de la feria infantil Expojove en València.
La ‘tropa payasa’ ha accedido al stand de la Comandancia Militar de València de la citada feria Expojove, este año ampliada con el permiso del actual equipo municipal y donde se exponía el vehículo militar de combate Centauro. Cuando la comitiva municipal encabezada por la concejala de Fiestas y Tradiciones, Mónica Gil, se aproximaba a mostrar su apoyo a las Fuerzas Armadas, un par de ‘payasos’ han subido al vehículo de combate y han derramado botes de pintura rosa, sosteniendo carteles que rezaban “La guerra no és un joc” y “Desmilitaritzem Expojove”. El resto de activistas han desplegado más carteles alrededor de la comitiva municipal.
Las personas participantes han sido identificadas y han podido abandonar el recinto alrededor de una hora y media después de la opción. La acción se ha realizado en el marco de la campaña para “desmilitaritzar Expojove”, apoyada por más de 60 entitades pacifistas, sindicales y educativas para animar a las instituciones a que dejen de invitar a ediciones de Expojove a las fuerzas armadas. (El Salto)