Cultura

Elena Rosillo: “Todos transitamos por algún camino de la desviación”

El ensayo ‘Underground: el camino de la desviación’ analiza el nacimiento y desarrollo de los movimientos contraculturales en España. Hablamos con su autora sobre la existencia de espacios alternativos al capitalismo global. ¿Aún son posibles?

Elena Rosillo, autora de ‘Underground: el camino de la desviación’.

¿Existe hoy el underground? ¿Hay algo que podamos llamar contracultura? Sobre estas cuestiones gira Underground: el camino de la desviación, editado por Fuera de Ruta. Su autora es Elena Rosillo, profesora de la Universidad Europea, programadora en salas de conciertos y periodista musical (en Ruta 66 y en La Marea, entre otros medios) que ha transformado su tesis doctoral en un ensayo para todos los públicos.

En él analiza el nacimiento y desarrollo de los movimientos underground en España. Habla de quiénes los protagonizaron y de cuáles fueron sus razones. Eran, por usar la terminología del sociólogo Howard Becker, los «desviados», lo opuesto a los «cuadrados», que sería la gente que sigue las normas. Aquellos seres inadaptados pensaron que otro mundo era posible y se pusieron a cantar, a bailar y a crear en consecuencia.

¿Tu libro es una especie de reivindicación de aquellos que no salieron en «la foto oficial» de la Movida?

Ese es más bien el punto de partida. El libro surge de una pregunta: «¿Y si los de esta foto no fueran todos los que están?». De hecho, es bastante obvio que esos no podían ser todos porque entonces… qué tristeza, ¿no? Lo que yo hago es preguntarme qué ha pasado realmente con aquellos que hicieron algo más creativo o se arriesgaron más que todos esos que aparecen en el Baile de la Rosa de Mónaco. [Risas] Eso, de movida, tiene poco, ¿no? Eso es «la movida promovida por el Ayuntamiento», la movida que ha sido institucionalizada. Pero ¿y la Movida de verdad? ¿Dónde quedó? ¿Qué había antes? ¿De dónde surgió todo eso?

Además, siempre se habló de dos Movidas paralelas: por un lado, la que salía en La bola de cristal, y por otro, la del heavy y el punk que sonaba en las salas del extrarradio. Aunque, en realidad, a eso nunca se lo consideró parte de la Movida.

Efectivamente. Hubo una discriminación por géneros, de la que también hablo en el libro. Si de lo que estás hablando es de una actitud o de una corriente alternativa, ¿por qué lo supeditas todo a un género, que era el pop? ¿Por qué no hablas de otros géneros que estaban rompiendo en ese momento? Y lo que mola mucho de la historia del heavy y del punk es, sobre todo, los lugares en los que se desarrolla. Eran pequeños espacios que por pasión, por entusiasmo, acaban organizando conciertos para poder escuchar la música que no les dejan escuchar en otras partes. Pero no se trató sólo del heavy, había otros géneros que ni siquiera estaban en el radar de la Movida, como el ska, que estaba, y aún está, relegado a ámbitos antisistema.

Tú también has organizado conciertos en «pequeños espacios» como esos. ¿Fue allí, en las salas de conciertos, donde empezaste a pensar en los caminos de la desviación?

En parte, sí. Lo menciono en el libro: la primera vez que me sentí bien, o comprendida o arropada después de la muerte de mi madre, fue en una sala de conciertos. Porque sentía que en ese lugar se respiraba la misma incomprensión del mundo que yo tenía en la cabeza. Por entonces ya estaba trabajando en mi tesis, y decidí incluir en ella lo que se llama la «observación participante», que es cuando tú te metes en el meollo, lo estudias desde dentro y sacas conclusiones a través de tu experiencia.

Y supiste que no pertenecías al grupo de los cuadrados…

¡Lo sabía desde mucho antes! [Risas] Pero, en realidad, es muy difícil ponerle palabras a eso, aunque es algo que sentimos desde pequeños. Es ese sentimiento que surge cuando miras a los niños de tu clase y te dices: «Aquí todos son cuadrados. Yo no soy igual que ellos, ni quiero serlo, no me apetece». Aunque, de alguna forma, todo el mundo transita por un camino de la desviación. Hay muchos desviados disfrazados de gente normal. Mucha de esta gente no exhibe su desviación por miedo a ser rechazada. Pero luego están los que dicen: «A tomar por culo, me hago un piercing, me hago un tatuaje y que se vea esta desviación. Que se vea que no soy como vosotros».

En esa categoría estaría, sin duda, Javier Corcobado, que es un músico que siempre fue a su bola y que es casi el hilo conductor del libro. ¿Por qué te parece tan importante?

Como objeto de estudio académico me parecía un caso perfecto para entender lo que es el underground. A no ser que leas mi libro o que hayas tenido algún tipo de contacto con la contracultura durante los años ochenta y noventa, no sabes quién es Corcobado. Hablo de España. En México, en cambio, es una celebridad, es un dios en la tierra. Cada vez que va allí se hace una gira y saca dinero para vivir todo el año. Pero aquí, no.

Sin embargo, entre quienes lo han conocido, ha tenido mucha repercusión. Creó una corriente, y eso me venía muy bien para la tesis porque hablaba de cómo la desviación de la norma crea nuevas comunidades subculturales. Y luego, a nivel personal, yo la primera vez que vi a este señor en directo dije: «¡Pero si esto es mi tesis!». Es alguien que cada vez que le encasillan o que consiguen meterle en el sistema, él se sale. Porque Corcobado también tuvo su celebridad, no creas. Tuvo mucho dinero, hacía letras para cantantes mucho más conocidos como Luz Casal. Fue entonces cuando se hizo adicto a la heroína, lo perdió todo y se escapó al norte porque la había liado parda. Le debía dinero a todo el mundo.

En resumen, a ese hombre no hay manera de meterlo dentro de un cuadrado porque lo destruye. Él, más que formas de crear, busca formas de terrorismo cultural.

¿Y por qué crees que fue más entendido o más aceptado en México que aquí?

Bueno, primero porque hay mucha más gente. Si aquí juntas 100 seguidores, allí son 1.000. También porque allí hay una suerte de idolatría por los productos culturales que vienen de España y, sobre todo, por los de los años ochenta. Esa década está muy de moda, es algo casi omnipresente. Y luego por aquello tan manido de que «nadie es profeta en su tierra». Es una frase hecha que está incompleta, claro. Para entenderla bien hay que tener en cuenta que en tu tierra te han visto fallar. Te han visto liarla, te han visto dejar de pagar copas, te han visto hacer cosas embarazosas. En esas circunstancias, cuando haces algo grande no se te toma tan en serio.

Otro que en México es un «dios en la tierra» es Bunbury, que es uno de los muchos músicos influidos por Corcobado.

Efectivamente. Su primer disco con Héroes del Silencio se llamaba El mar que no cesa, que es una referencia a Mar Otra Vez, uno de los grupos de Corcobado. Son dos figuras muy carismáticas, pero Bunbury sí se dejó meter en el cuadrado. Dijo «este soy yo y voy a aprovechar mi éxito». Lo cual es perfectamente legítimo.

No sólo legítimo. Es lo normal, ¿no? Nadie monta una banda con 17 años con el propósito de no petarlo.

Claro. Si lo que no es normal es lo de Corcobado. [Risas] En su caso no sería exactamente «no quiero petarlo» sino «quiero petarlo mal, quiero destruirlo todo». Ese sería el pensamiento más corcobariano. Un pensamiento que también es muy adolescente. Ha ocurrido siempre: «Este mundo está maaaaal, hay que destruirlo, yo tengo razón, vosotros no, porque pertenecéis a una generación caduca que se ha equivocado en todo y nos ha dejado una mierda de herencia». Vale para los jóvenes de hace 60 años y para la generación woke, sólo que ahora se pronuncia desde un punto de vista más ecológico: «¿Qué habéis hecho? Os habéis cargado el planeta». Es el mensaje que todas las nuevas generaciones lanzan a sus padres.

Fernando Pardo, de Corizonas, te contaba que él disfruta mucho tocando cada fin de semana en un sitio distinto y permaneciendo en los márgenes del sistema, alejado de la industria musical. Pero, claro, él es un músico veterano que lleva muchos años haciendo eso. Para los chavales que están empezando no es tan fácil tocar en directo de forma regular.

Claro que no. Porque se han cargado el sistema. Ya no hay una infraestructura que sostenga eso. Fernando Pardo se lo puede permitir, y hay que decir que es admirable lo que hace, porque es una forma de vida que evidentemente conlleva menos ganancias que hacer una gran gira. Si te fijas, la mayoría de los músicos con una cierta repercusión lo que hacen es tocar en festivales, dar un conciertillo al año en algún sitio especial, y vivir de lo que ganan en verano. Fernando Pardo no funciona así, sobre todo con Sex Museum. Ellos, más que Coronas o Corizonas, son únicos en su especie por su tendencia a girar por salas. Pero no se gana tanto dinero en las salas. Hay que tener en cuenta lo que te cuesta llegar allí, lo que te cuesta el alquiler, más los costes de producción… Al final es casi lo comido por lo servido.

Tú hablas en el libro de «la decadencia de la cultura de salas». ¿A qué se debe? Además de las razones económicas, ¿hay razones sociales para esa decadencia?

Sí. Las salas han perdido la que era su razón de ser. Antes hablábamos de las salas que había en la periferia de las ciudades. Eran espacios subalternos que organizaban conciertos para su comunidad: los heavies, los punks, etc. Ahora, las salas que todavía funcionan están en el centro de las ciudades. ¿Y cuánto te cuesta la entrada? Lo mismo te cuesta 10 euros. ¿Y una cerveza? Pongamos 5 euros. ¿Vas a pagar 15 euros para ver a un grupo desconocido? No puedes. Porque luego querrás cenar. Y después tendrás que volver a casa. No es sostenible. Antes pagabas una entrada mínima y no sabías lo que te ibas a encontrar. Te reunías con los colegas, escuchabas música y a veces te llevabas la sorpresa de hacer algún descubrimiento. Ahora no. Ahora sólo vas a una sala si conoces al grupo que toca. Eso destruye la escena. Porque, al final, ¿quién va a verte? Pues tus amigos, tu familia o gente de tu núcleo que apuesta por lo que haces.

Cuando escribes sobre la canción protesta cuentas que a aquellos conciertos de los años setenta mucha gente iba a hablar. ¿A ti te molestaba que la gente hablara en los conciertos que tú programabas?

Yo al final descubrí que la música es una excusa para la reunión. Obviamente, hablar en un concierto está mal, porque puedes molestar a los demás, ¡pero tampoco has ido a ver a una orquesta sinfónica! En general, la música suena mal en las salas. Suena a lata. Allí vas a beberte una cerveza y a encontrarte con tus amigos, a los que les gusta el mismo tipo de música. La música es el pegamento social que une a esa gente, que tiene unos gustos y una estética diferentes a los de la mayoría. Y, evidentemente, no hablan todo el tiempo, ¡en algún momento también escuchan! [Risas] Lo que me parece mal es que en las salas de ahora, en las que hay que pagar 15 euros para entrar, encima te dediques a hablar. Ese público está allí porque toca un grupo de moda o porque el lugar mola. Es puro postureo. A ese público se la suda la música y se la suda todo.

También dices en el libro que la música es un vehículo político muy débil, y señalas el hecho de que los pijos también bailan las canciones de Ska-P. Me hizo recordar la inscripción que Woody Guthrie llevaba en su guitarra: «This machine kills fascists». ¿Todo eso es un mito?

No, no, por supuesto que no. La carga contestataria de Woody Guthrie era muy importante y tuvo mucho sentido en su momento. El problema de meter una carga política en tus canciones es que tu música suene en una cámara de eco, que la escuche la gente que piensa igual que tú. Y si rompes esa cámara de eco…

…entonces se produce una especie de apropiación cultural y los pijos empiezan a bailarla. O sea, que pierdes siempre.

Pierdes siempre, sí. Por eso digo que la música es débil. Hay que tener en cuenta que los pijos saben muy bien lo que están bailando. Seguramente escuchen las letras y piensen: «¿Qué te crees? ¿Que voy a ofenderme con tu musiquita de mierda? ¿Que puedes hacerme daño con esto? Pues no. ¡Mira cómo bailo!». Y probablemente estén disfrutando con ese puntillo de niño malo. A veces, cuando pienso en la anécdota de Juanito Valderrama con Franco, cuando le pidió que le cantara El emigrante dos veces, me pregunto si el dictador no entendería perfectamente lo que quería decir esa canción y se estaba recreando en plan: «¿Crees que puedes hacerme daño con una coplilla?».

No creo que Franco y su círculo llegaran a ese nivel de sofisticación intelectual.

¡No, seguramente no! Tienes razón. Eran un poco… faltos. [Risas] En cualquier caso, para que no se me entienda mal: no quiero decir que componer canciones con mensaje no sirva para nada. La canción protesta o la música política es importante porque une. Puede que a tus enemigos no les haga daño, pero une a los tuyos. Ahí radica su fuerza, no como arma política sino como vehículo de trasmisión de ideas.

¿La gentrificación ha sido más eficaz que la Ley de Peligrosidad Social para cortar los caminos de la desviación?

Pues sí. La ley de vagos y maleantes pretendía sacar a la gente desviada de las plazas: gente rara, mal vestida, yonquis… A toda esa peña había que ponerla fuera de circulación. Y al final, ¿quién ha logrado eso? ¡El mercado, amigo! [Risas] La gente rara ya no puede estar ahí porque no se lo puede pagar. El dinero ha sido más eficiente que la ideología.

Esto conecta con la dificultad, casi imposibilidad, de vivir hoy en ciudades como Madrid o Barcelona. ¿El underground podría nacer en otros ámbitos? ¿En un pueblo, quizás?

Rodrigo Cuevas, por ejemplo, tiene un mensaje muy potente en ese sentido. Consiste en volver al pueblo porque allí tendrás dinero suficiente para hacer las cosas que te interesan, no sólo para trabajar y pagar el alquiler y la compra, que es lo que ocurre en la gran ciudad. El problema con las comunidades pequeñas es que allí te conocen. Incluso puedes irte a Fraguas, el pueblo okupa de Guadalajara, porque es lo más desviado y lo más antisistema que se te ocurre. Pero las cien personas que viven en Fraguas te van a conocer. Tu capacidad para desviarte, para cambiar, quedaría limitada muy pronto.

Elena Rosillo: Underground, el camino de la desviación
Portada de Underground. FUERA DE RUTA

Y las «asociaciones», de las que hablas mucho en el libro, estarían también muy limitadas. En la ciudad puedes conocer gente nueva, tejer redes con otras personas desviadas.

Claro, en un pueblo no puedes crecer de la misma forma, no puedes evolucionar y desarrollarte. Estarías siempre haciendo una especie de performance de ti mismo. La ciudad te provee de nuevas conexiones. Si te quedas hablando con las mismas personas no evolucionas, te metes en un tarro de conservas o en el cuadrito de una exposición antropológica que dijera: «Así vive la desviación». Pero no es real.

En la parte final del libro haces un paralelismo entre el underground durante el franquismo y el actual. Y eso me sorprendió. Yo no pensaba que hoy hubiera underground ni contracultura.

Es lógico. La gran pregunta es si todavía es posible la desviación o el underground. La respuesta que más me estoy encontrando es que no. Pero igual no lo es para nosotros porque en nuestra cabeza tenemos un esquema cerrado sobre lo que es el underground y no somos capaces de ver más allá. Entonces alguien te lo señala y dices: «Es verdad, no lo veía».

Tú hablas del rap y del trap como underground. Y tengo que decir eso mismo: yo no lo veía.

El trap es un ejemplo perfecto de esto. Lo que yo creo es que aquellos que han sido rechazados por el sistema son los que realmente nos van a mostrar cuál es el futuro de la cultura. Porque esa gente, no siendo aceptada por la cultura oficial, es la que se tiene que buscar la vida para crear algo nuevo. Cuando eres rechazado, cuando eres una mierda para el sistema dominante, pues no quieres escuchar la música ni vestir la ropa del sistema dominante. Lo que haces es performar eso y apropiarte de ciertas marcas, de cierta estética, y crear algo nuevo para ti en lo que sí te sientas a gusto.

Si lo resumes con la palabra choni te quedarías sólo en la superficie. Las personas que han crecido con ese rechazo son capaces de crear algo nuevo. Los técnicos de sonido siempre dicen que con el trap hay que olvidar todo lo que hayas aprendido. Hay que tirarlo a la basura y abrirte, pero es difícil. Cuando tú ya conoces las normas es muy difícil salirte de ellas. Es como hablar. Si ya has aprendido a hablar bien es muy difícil crear lenguaje.

O sea, que es todo lo contrario a lo que se enseña en las escuelas de arte. Allí te dicen que primero tienes que aprender a pintar de forma académica y luego, si quieres, romper todo eso y hacer arte abstracto y contemporáneo. Pero a lo mejor ya no eres capaz de hacerlo.

Exacto. Ahí estoy con Derrida, que es como… ¡el amor de mi vida! [Risas] Él señalaba que salirse de lo aprendido es difícil porque ya te han instalado un sistema en la cabeza. E incluso si quieres romper con eso y hacer todo lo contrario, en realidad estás guiándote por lo que ya has aprendido. Te estás basando en la norma, porque la tienes metida en la cabeza. En ese sentido, Foucault habla de «censura interior». En Vigilar y castigar explica que cuando las reglas eran más laxas el castigo era más severo porque el rey tenía que demostrar que tenía un poder absoluto sobre ti. La democracia y sus sistemas disciplinarios, en cambio, lo que hacen es meterte la norma en la cabeza para que tú mismo no quieras salirte de ahí por miedo a que te pillen. Foucault es muy divertido porque esto lo aplica también al sexo. Es como aquello que cantaba Jarcha: «Gente muy obediente hasta en la cama». [Risas] Piensas: «Esto se hace así», y ya no eres capaz de imaginar algo más allá.

Buñuel, por ejemplo, siempre estuvo atacando la religión, precisamente porque era la educación que había recibido. En realidad, aunque quería destruirla, no conseguía alejarse de ella.

Eso es muy interesante porque tu cárcel mental depende de la educación que has recibido. Howard Becker, al que cito mucho en el libro, dice que la desviación depende de la norma. Buñuel quería romper con su educación católica, pero hay gente que ha sido educada en un ambiente liberal y para ellos desviarse es precisamente abrazar el catolicismo. Pasarían, por ejemplo, de una familia nudista y poliamorosa a fundar una familia católica tradicional. [Risas] Ahí es donde el concepto marxista de superestructura hace aguas, porque al final depende de lo que cada uno tenga en la cabeza. El enemigo es diferente para cada persona.

¿Una rave ilegal sería un ejemplo de underground actual?

Totalmente. Una de las cosas más divertidas y más underground de este año fue la rave de Granada.

Al principio la televisión la pintaba como si aquello fuera el infierno. Luego entrevistaron a los vecinos del pueblo y resulta que estaban encantados.

Eso fue maravilloso. [Risas] Lo normativo era atacar la rave, y es lo que hicieron los medios antes de conocer el contexto. En el libro hablo de la época de la pandemia y de cómo todo lo que no fuera Netflix, es decir, todo lo que fuera ocio no reglado era castigado. Hubo un anuncio en el que se comparaban dos pulseras: la de un festival de música y la del hospital. Todo lo desviado, todo lo que se salía de la norma, era castigado. Ahí sí que podías ver la superestructura de Marx, la hegemonía. Ojo, al decir esto no me estoy metiendo con las medidas sanitarias.

La rave de Granada quizás sea un ejemplo demasiado obvio. Da un poco de rabia no saber dónde hay otros ejemplos deunderground.

Ya. Es como eso de que lo que no se nombra no existe. O lo que no sabes ver, no lo ves. Quizás nosotros ya no podemos verlo, porque no formamos parte de ese rollo o porque nuestra cabeza ya está condicionada. Si no sabes lo que es la desviación, pues no la vas a ver. Y hay una dificultad añadida: las redes sociales. Si tú tienes un micro y lanzas un mensaje, ese mensaje puede ser fagocitado por una red con un algoritmo que tú no has controlado. ¿Eso es underground? Ahora se habla mucho del Imperio romano como ejemplo de red. ¿Sabías que hay una movida en Internet que dice que los hombres piensan en el Imperio romano una vez al día? ¿A ti te pasa?

¿Todos los días? No creo.

Pues eres raro. [Risas] Sí, dicen que los hombres piensan en el Imperio romano todos los días y se plantean en qué piensan las mujeres una vez al día. Es una chorrada pero me ha venido a la cabeza por lo del Imperio romano. Las redes sociales y el capitalismo lo fagocitan todo, como hacía el Imperio romano. Los romanos, cuando conquistaban un pueblo, permitían que éste mantuviera sus dioses. No había problema mientras fueran ciudadanos del imperio. Con las redes sociales y el capitalismo ocurre lo mismo. ¿Que eres LGTB… lo que sea? No importa. Ponle un hashtag y ya puedes entrar. Y si puedes entrar, estás haciéndole el juego. Y si el underground le hace el juego al sistema entonces ya no es underground. Yo creo que, a día de hoy, lo más underground es querer salir del underground. Y hablar de ello.

Hay dos formas de acercarse al fenómeno. Una es la de Corcobado cuando le pregunté en la radio qué era el underground. Su respuesta fue callarse… ¡durante un minuto! O sea, terrorismo radiofónico. Lo quería estrangular. [Risas] Luego, en su autobiografía, dijo que esa era una pregunta estúpida. ¡Corky, joder, que te he dedicado una tesis! [Risas] La otra forma de underground es la que señala Jordi Costa en el epílogo del libro: hablar de él y seguir buscándolo, porque a fuerza de buscarlo igual llegas a alguna conclusión. Porque si das por hecho que el underground ya no es posible te estás dando por vencido.

Max, el dibujante, decía que en la España de los setenta todo lo que no era caspa era underground.

«La caspa» era la cultura oficial de la dictadura, pero ahora es más difícil saber qué es underground porque hay muchos tipos de caspa. El gran problema es que la rebeldía se ha vuelto de derechas. Es muy triste. Con todo lo que hemos luchado y resulta que ahora lo rebelde es ir a misa. La derecha se ha apropiado de esas formas de comunicación y de actitud contracultural para dar una impresión de rebeldía, porque ahora la norma es de izquierdas. Y está de puta madre que el mensaje oficial sea feminista y a favor de colectivos desfavorecidos, pero si te quieres desviar contra el sistema hegemónico te vas a desviar contra eso. Es paradójico y frustrante. Ahí te das cuenta de que no somos capaces de imaginar nuevas formas de rebeldía, de que para enfrentarnos al discurso oficial recurrimos a formas antiguas ya inventadas. Ante la incapacidad de imaginar un futuro, acosados todo el rato por distopías económicas, sociales y climáticas, nos volvemos al pasado y lo idealizamos. Ahora ser diferente es ser como mi abuela. Da mucha rabia. Hay chicas en TikTok que dicen que lo más radical es quedarte en casa y dedicarte a las tareas domésticas porque eso te libera. ¿Para eso se hizo Mayo del 68?

Resulta muy perturbador saber que las salas de conciertos están en decadencia para todo el mundo menos para los grupos de rock nazi. Ellos sí llenan las salas.

Claro, porque los otros grupos no son censurados, pueden salir en las redes y en la radio. Pero la única forma de ver a ese grupo de rock nazi y escuchar su mensaje es en directo, y por eso te van a llenar la sala.

Esa es la desviación mal entendida.

Hay un libro de Pablo Stefanoni que se llama ¿La rebeldía se volvió de derechas? que habla sobre este fenómeno de la desviación mal entendida. Lo lees y es para echarte a llorar. Se suponía que íbamos a salir mejores…

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Comentarios
  1. EN DEFENSA DE LA LIBERTAD DE EXPRESION.
    La? revista Mongolia de humor satírico ha publicado su? agenda anual 2024, la única que hace compatible el calendario gregoriano con el que crearon los científicos y poetas racionalistas de la Revolución francesa, que nos sitúan ya en el? año 232, para que también se pueda utilizar en los meses de brumario o pluvioso como hicieron los hombres y mujeres que crearon las bases del mundo moderno y nos liberaron de las cadenas de la religión.?
    En esta agenda figuran efemérides propiamente laicistas, además de la reivindicación republicana como modelo de Estado.
    https://tienda.revistamongolia.com/collections/

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