Sociedad

Hombres con amigas

"Si no tuviera amigas me lo perdería todo. Conectar con ellas, cultivar esas amistades ha supuesto un cambio radical en mi vida". Es uno de los testimonios recogidos en el dossier 'Las amigas necesarias'.

Ilustración de Nadia Hafid.

Este artículo está incluido en LaMarea97 I Las amigas necesarias. Puedes conseguir el dossier completo en nuestro kiosco online o suscribirte para recibir nuestras revistas desde 50 euros al año. ¡Gracias!

Haz la prueba. Piensa en ejemplos de ficción en los que un hombre y una mujer construyan una amistad. Descarta los casos en los que una de esas dos personas no se sienta atraída por el género de la otra. También aquellos que se dan con una diferencia de edad notable entre ambas y, por último, los que nos presenten esa relación diluida en un grupo de más gente. No es fácil, ¿verdad? Posiblemente, los hombres con amigas estén infrarrepresentados en las pantallas y los libros, lo que no quita para que tampoco sea automático encontrar tanta casuística en la vida real.

Marte y Venus en el recreo

«Si no tuviera amigas me lo perdería todo. Conectar con ellas, cultivar esas amistades ha supuesto un cambio radical en mi vida. Me permiten verme bajo otro punto de vista, entender comportamientos propios que entre hombres están normalizados, por ejemplo, bromas pesadas o el no saber cómo estamos. Tener amigas me hace entender la amistad de otra forma, escuchar y preguntar más», reconoce Lionel S. Delgado, sociólogo e investigador sobre nuevos modelos de masculinidad.

Los orígenes de algunas de esas amistades nos llevan a esos momentos en los que, desde muy temprano, los caminos de los niños y de las niñas se separan. Delgado recuerda que su entorno leía «en clave de pareja, como primeras novias» a las niñas con las que jugaba a los cinco años. El patio del colegio, uno de los primeros espacios de socialización jerarquizada por género, contribuye al extrañamiento y la segregación. «Ha estado tradicionalmente organizado alrededor de la pista de fútbol. Los chicos aprenden que tienen que defender este espacio de la invasión ajena y así vemos cómo se expulsa a las chicas que quieren jugar al fútbol o les permiten entrar con el peaje de ser consideradas marimachos desprovistas de su feminidad. Esa construcción artificial reproduce la idea de que unos son de Marte y otras de Venus, y la lógica de que no es posible la amistad como vinculación de iguales», mantiene Delgado.

«Si no tuviera amigas me lo perdería todo. Significan un cambio radical en mi vida», dice Lionel S. Delgado

La performatividad y los rituales de género empiezan antes, incluso, para la psiquiatra Marta Carmona. «Antes de que la criatura nazca, ya hay una proyección. Los humanos no nacemos en una tabla rasa. Venimos a rellenar un hueco de expectativas y una gran parte de ese hueco son las relaciones sociales. En el patio, las niñas son relegadas al margen con juegos que ocupan poco espacio o están sentadas hablando, estableciendo las bases de lo que años más tarde entenderemos como inteligencia emocional, eso a lo que nos referimos cuando decimos que las niñas son más maduras. En esas conversaciones de patio de niñas de primaria, ¿de qué hablan? No de clase ni de fiesta ni de trabajo. Están hablando en términos infantiles de relaciones sociales, de cómo se relacionan unas con otras, de qué se puede hacer y qué no. Luego esas niñas tienen mogollón de horas de vuelo en cuestión de relaciones y esos niños que han estado jugando al fútbol no las tienen. Ahí se abre una brecha, durante años, de desarrollo emocional muy diferente. Y sobre los niños que se quedan en los corrillos de las niñas solo existen dos relatos. Uno es el de “qué machote, qué de novias tiene”, que puede ser desde la mirada del padre benevolente. O el más frecuente, el de la masculinidad defectuosa, el de alguien que no llega a ser chico. Y ese relato es una apisonadora», explica Carmona.

El patio del colegio es un espacio de socialización jerarquizado por género. ÁLVARO MINGUITO

Hay un elefante en la habitación. En el imaginario hegemónico, el deseo nubla la posibilidad de amistad entre un hombre y una mujer heterosexuales. «En la construcción de la masculinidad tradicional está que los hombres siempre van a priorizar el sexo. Es ese relato según el cual, aunque ellos no quieran, hay algo natural que les arrastra a no poder dejar de pensar en ello con cualquier mujer. Si tiramos de ese hilo, acabamos en la incapacidad de los hombres para controlar su impulso sexual y, por tanto, en su irresponsabilidad ante los abusos sexuales. Eso también funciona hacia las mujeres en el sentido de que éstas no deben fiarse de nadie porque tienen algo muy preciado, su sexualidad, algo que este mundo hostil va a querer arrebatarte», apuntan desde el colectivo Proyecto Una, que investiga, entre otras cuestiones, cómo se inscriben las relaciones de género en la cultura popular y digital.

La centralidad del amor romántico puede condicionar las amistades con mujeres, como reconoce que le ha ocurrido en su caso a Samuel Martínez, facilitador de grupos, que ha construido esas relaciones ya en la adultez. «Cuando pienso en quién es muy amiga, me doy cuenta de que, en un momento dado, supimos que no había tensión sexual. O con quien la hubo, probaste y no funcionó, pero se ha construido una amistad profunda sobre la que ya no planea esa duda», indica. Desde hace cuatro años, trabaja junto a Daniele Cibati en el proyecto Centrifugados. Allí impulsan espacios para hombres en pro de «un cambio masculino para que el mundo sea menos desigual y violento», como él mismo define.

Martínez considera que tiene relaciones más personales con amigas que con amigos y que a veces siente que necesita quedar más con ellas que con ellos. «Tengo algún grupo de colegas hombres con el que estoy un poco en duelo porque en una época de mi vida necesitaba algo más que quedar en el sitio de siempre a hablar de lo mismo de siempre. Hice algún intento por cambiarlo y no funcionó mucho. En esa época empecé a tejer amistades más profundas con amigas. Pero algo importante: son nuestras amigas, no nuestras terapeutas. Los tíos a veces podemos sentir que nos falta eso y convertimos a una amiga en confesora. Sin embargo eso debe ser recíproco, no deben ser simplemente alguien a quien vamos a llorar nuestras penas», critica.

El dilema machista: o novias o enemigas

Si el ideal masculino gira en torno al éxito, debemos recordar que éste no hace solo referencia al dinero. El patriarcado, hasta nuestros días, ha enseñado a los hombres a leer las relaciones con las mujeres en clave de conquista. En una sociedad que prioriza la pareja y la familia por encima de las amistades, la expresión «ser solo amigos» suena, en el mejor de los casos, a premio de consolación. «Los hombres tenemos una desconexión con nuestras emociones tan fuerte que hace que las confundamos. Si no estamos acostumbrados a pensar en espacios de comprensión, cariño y acompañamiento fuera de la lógica de la pareja, la primera persona que nos haga casito nos roba el corazón. La cuestión es qué hacemos con eso. El problema viene cuando no se acepta ese “no” o se entiende que la mujer manipula y eso acaba en resentimiento. Que la gente te cuide no quiere decir que quiera tener contigo una hipervinculación amorosa. Los hombres deberíamos ver que existen más emociones aparte de la romántica», expone Delgado.

«Los tíos a veces convertimos a una amiga en confesora. Pero eso debe ser recíproco», considera Samuel Martínez

Durante los últimos años, el concepto de manosfera ha servido para describir aquellos espacios digitales que promueven y retroalimentan una masculinidad rígida –quebradiza– para hombres, en buena parte jóvenes, a los que se intenta convencer de que las mujeres, especialmente las feministas, dinamitan puentes relacionales y conspiran contra la comprensión del mundo.

La ultraderecha lleva tiempo con la caña de pescar metida en esas aguas, que necesita revueltas. Esa reacción maneja con comodidad expresiones como friend zone, por ejemplo, ese supuesto castigo de una mujer a un amigo que no le atrae sexualmente. Para Proyecto Una, la extrema derecha trata de «aprovechar la frustración de una masculinidad que promueve estereotipos que no es posible mantener para la mayoría de individuos. Además, la adolescencia es una época jodida para casi todo el mundo, donde pones en duda tu sexualidad y tu atractivo», recuerda el colectivo autor del ensayo Leila, Rihanna & Trump, en el que disecciona esta fase a la defensiva del machismo actual.

En nuestro país, esta postura reactiva se inscribe en el avance por la igualdad del último lustro. «Trump ya vio que este ejército de hombres frustrados que le hacían campaña gratuita era instrumentalizable –opina Delgado–. La guerra cultural de la ultraderecha pasa por negar el feminismo, un movimiento potentísimo y una de las cartas ganadoras de la izquierda, especialmente desde 2018. Su retórica busca conectar con el dolor del hombre para culpar a las feministas, demonizándolas y ridiculizándolas. Pero luego, esa propia manosfera no da opción al bienestar. El antifeminismo no ofrece una solución al malestar de la friend zone. Como mucho, propone dejar de relacionarse con mujeres o manipularlas, pero siempre desde un odio que ahonda más en el malestar. A la ultraderecha no le interesa tu bienestar emocional».

Amistad contra el capital

Cabe preguntarse si esta distancia entre hombres y mujeres se inscribe en un posible problema de los hombres con la amistad en general. En Estados Unidos ya se habla de una recesión de nuestros círculos afectivos. En la primavera de 2021, el Survey Center on American Life comparó una encuesta sobre la amistad actual con datos de 1990. El número de hombres que tenían más de seis amigos íntimos había caído a la mitad y los que aseguraban no tener ninguno se había multiplicado por cinco. Los mujeres que afirmaban haber recibido apoyo emocional por parte de una amistad eran el doble que los hombres. Solo la mitad de éstos, comparado con ellas, le había dicho a un amigo que le quería. «Estamos en un ocaso de la comunidad y en el auge de la soledad y de los malestares mentales derivados de ésta, pero hay un problema específico con el género», reflexiona Delgado.

«Los hombres tendemos a competir, a hablar menos, a no profundizar en los vínculos. Algunos, entre sus amistades masculinas, no pueden contar ciertas cosas porque sería mostrar debilidad. Hay un peso enorme de la idea del lobo solitario. Es el mito neoliberal del hombre hecho a sí mismo, de alguien que no cuenta con cuidados o los invisibiliza, alguien fuerte y autosuficiente. Eso ha hecho muchísimo daño y no es casualidad que se hayan romantizado perfiles como el de American Psycho, El club de la lucha o El lobo de Wall Street».

Manifestación del 8-M en Madrid, en 2020. Á. MINGUITO

Delgado matiza que tampoco deberíamos entender la manosfera como una suma de soledades. «Ellos te dirán que no están solos. Allí se comparten frustraciones o la localización del radar en una carretera. Están constantemente aconsejándose para triunfar individualmente, son hombres subjetivados desde el neoliberalismo con una noción del apoyo mutuo enfocado exclusivamente al negocio, lo que incluye el negocio de ligar», apunta el sociólogo.

Ciertos relatos imponen cómo deben ser las relaciones entre hombres, opina Carmona. La psiquiatra no cree que las amistades masculinas sean siempre más superficiales. «Pero que un grupo de tíos quede a tomar café y contarse sus problemas se lee como raro. Hay muchos más referentes de tipos que se juntan para beber, liarla y, ya borrachísimos, a las cinco de la mañana, tener un momento de lucidez, establecer una conexión emocional genuina y confesarse un montón de cosas. Pero primero tienen que haber hecho de señores y haber volcado unas cuantas papeleras. La amistad tiene que ver con el cuidado mutuo y eso es algo de lo que suele carecer el relato de la amistad que los hombres tejen entre sí».

Según Marta Carmona, la amistad se basa en «el cuidado mutuo», algo que suele quedar relegado en el relato masculino

Por otro lado, la cuestión es cómo alimentar relaciones cuando la productividad laboral exige cada vez más tiempo y energía, los precios de los alquileres nos expulsan del barrio y estímulos de todo tipo golpean nuestros sentidos. «Hay una lógica destructiva brutal en esta maquinaria capitalista que no deja espacio a construcciones de amistad que no estén relacionadas con el consumo. ¿El capitalismo te deja que un fin de semana te vayas de Mánchester a Málaga a una despedida de soltero con tus amigos? Sí, porque ahí hay gente que puede ganar dinero. ¿Deja espacio para que, si tu hijo tiene un tumor cerebral, tu colega de toda la vida pueda turnarse contigo en las noches de hospital para permitirte descansar? No, porque ahí nadie gana dinero. La amistad como tal no cabe en el capitalismo. Pero es interesante ver cómo las relaciones afectivas pasan por encima de lo material y de lo histórico. Continuamente hacemos esfuerzos para ver a las personas que queremos, para salirnos de esa maquinaria. A diario priorizamos nuestros vínculos ante la comodidad. Renunciamos a dormir para poder estar con nuestros amigos», defiende Carmona.

De cajas a puentes

La «caja de la masculinidad» es un concepto acuñado en 2017 por investigadores interesados en qué significa ser un hombre joven hoy en día. Examina las creencias transmitidas por la familia, los medios o los pares sobre lo que se espera de un varón, y cuanto más rígidas son éstas, más dentro se está de la caja. Entre ellas, la invulnerabilidad emocional, la fortaleza física, el rol de proveedor económico del hogar o la constante disponibilidad al sexo con mujeres. Aunque el trabajo original se centraba en las realidades de Estados Unidos, México y Reino Unido, especialistas del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación Fad Juventud lo han aplicado al contexto de nuestro país.

Su estudio, de 2022, encontró que los chicos de entre 15 y 29 años que reconocían contar con apoyo tanto de amigos como de amigas era bastante mayor, 6 de cada 10, entre quienes estaban fuera de la caja de la masculinidad. El soporte solo en chicas era llamativamente notable entre chicos dentro de ese habitáculo. Delgado, en su trabajo con jóvenes, observa una bifurcación. «Hay avances en una parte de la juventud que se socializa con otros códigos, suavizando sus formas de ser hombres. También hay un sector que se ha atascado y parapetado en posiciones reaccionarias, pero estudios como el de la caja apuntan a que éste no es tan grande. Es importante no sucumbir a discursos pesimistas. Creo que podemos ser optimistas, precisamente dentro de la deriva de pesimismo social por las múltiples crisis sociales, acerca de que, a nivel de género, las cosas están cambiando», asegura.

Martínez ve un panorama similar en sus visitas a institutos. «Hay chavales muy reaccionarios pero también otros de 17 o 18 con una cabeza y un entendimiento de la realidad y del mundo, con un nivel de conciencia sobre igualdad de género que ya me hubiese gustado a mí tener con su edad. El reto es poner a dialogar entre sí a ambos espacios», afirma, mientras cuestiona el grado de calidad de la amistad entre hombres de alguien que no tiene amigas. En Proyecto Una también detectan un cambio positivo: «Empieza a ser una red flag que un hombre cis heterosexual no tenga alguna. Significa que solo ve a las mujeres como objeto de deseo, que no las considera interesantes o que tiene actitudes por las que ninguna está interesada en ser su amiga».

La amistad sólida y profunda entre hombres y mujeres aparece como un puente por el que pasa la igualdad efectiva. Un paso adelante para el que es justo pensar en que, por responsabilidad histórica, la iniciativa recaiga en los hombres. Aunque no podamos pedir más pedagogía a quien ya cuenta con un enorme historial de hartazgo y dolor, como resume Martínez, la amistad es ese sitio confortable pero donde alguien que te quiere te dice que te estás equivocando. Es decir, uno de esos lugares preciosos, por bonitos y contados, donde se fabrica un mundo mejor.

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