Cultura
Paula Ortiz: “Teresa nos demuestra que es la imaginación la que nos mantiene vivos”
La directora aragonesa vuelve a las pantallas con ‘Teresa’, la adaptación de la obra ‘La lengua en pedazos’, de Juan Mayorga. Además, está dando los últimos retoques a su película sobre Hildegart Rodríguez.
Quienes disfrutaron de La novia, la adaptación de Bodas de sangre que le valió dos goyas en 2015, estaban esperando con muchas ganas esta noticia: llega a los cines algo nuevo de Paula Ortiz. Y no solo algo, sino tres películas. En octubre se estrenó Al otro lado del río y entre los árboles, basada en la última novela publicada por Ernest Hemingway. El 24 de noviembre lo hizo Teresa, una película sobre la poeta mística de Ávila que ha trabajado en colaboración con el dramaturgo Juan Mayorga. Y en una fecha próxima aún por definir será el momento de una tercera, que girará en torno a la historia de la intelectual y política Hildegart Rodríguez Carballeira, niña prodigio asesinada por su madre, que había intentado hacer de ella un «modelo de la mujer del futuro» durante la Segunda República. Tres mundos aparentemente muy distintos, pero aunados ahora bajo la mirada poética y cuestionadora de Ortiz.
Antes de nada, ¿cómo estás? ¿Cómo se vive este momento de pasar del trabajo creativo, callado, a la exposición de tres películas casi al mismo tiempo?
Pues es muy contradictorio. Pero, como diría santa Teresa, «en la contradicción está la ganancia»… He estado mucho tiempo que parecía que me había salido de la rueda, que no estaba haciendo nada. En realidad, nunca he dejado de trabajar. Es cierto que la maternidad ha implicado un sobreesfuerzo y ha marcado otros ritmos. Además, yo vengo de familia trabajadora, a veces hay que trabajar en otras cosas. Y al mismo tiempo, Al otro lado del río y entre los árboles, Teresa e Hildegart son el fruto de los últimos cinco o seis años de vida, de un trabajo permanente. Ahora de pronto salen a la vez, lo que para mí es un poco sobrepasante. Hubiera preferido que las películas tuviesen un ritmo de salida y de asimilación y un recorrido más pausado, pero estas cosas pasan.
Vamos a empezar por Al otro lado del río y entre los árboles. Es tu primera película rodada en inglés.
Esta película ha sido un encargo de una productora americana para una adaptación de Hemingway. Me llamaron por haber adaptado a Lorca, que yo dije: ¡no tienen nada que ver! Si hay alguien opuesto a Lorca, es Hemingway… Inicialmente me dio mucho miedo hacer una película tan norteamericana, con el idioma tan en el centro por ser un autor literario cuyo estilo es muy definido y muy particular. Y al mismo tiempo de un autor al que yo tengo amor-odio, como creo que nos ocurre a muchas mujeres, y en general a mucha gente. Así que hubo una razón muy extraña para hacer esta película, algo que nunca me había pasado, que era hacer la película de alguien antagónico a mí. El gran macho cronista de los grandes conflictos del siglo XX, abordado por mí que soy una mujer del siglo XXI. Y una sensibilidad masculina que es en sí misma la cristalización de todo el patriarcado: las guerras, el ejército, el boxeo, los toros, la caza… Nada de eso tiene que ver con mi sensibilidad, pero formaba parte de un hombre que también fue la gran identidad masculina del siglo XX que luchó contra el fascismo. Yo creo que los narradores tenemos que abordar también nuestro opuesto.
Al final lo convertiste en una película sobre la intimidad.
Es que esta es una novela muy especial de Hemingway. Es muy autobiográfica, el personaje del coronel Cantwell es un trasunto directo de él, en un momento ya de declive y de desmoronamiento. Por eso en la película transformamos el final de la novela en el final real de Hemingway. La novela no deja de ser el encuentro con otra persona antagónica a él (en generación, en edad, en cultura, en contexto) que le confronta, le restituye, le alivia. Y ahí él se pregunta si ha merecido la pena. Si todo ese Hemingway que conocemos, el gran Hemingway de París era una fiesta o de Adiós a las armas, si todas esas batallas y esas guerras, si estar en el centro del conflicto o de la fiesta, de la sangre o del vino, había merecido la pena. A veces me preguntaba si él mismo se deconstruye, que yo creo que no. Pero se desmorona. Y al desmoronarse hace preguntas que creo que son muy interesantes. Y que son necesarias porque somos hijos de esos hombres y de esa sociedad.
En la película vemos el cruce entre un mundo que acaba y un mundo que llega. Y en eso es clave el otro personaje, Renata, en el que me imagino que hay mucho de Paula Ortiz.
¡Probablemente! Hubo una reescritura que hicimos [el actor] Liev Schreiber y yo juntos, y creo que al final hay mucho de Liev en ese Hemingway y hay mucho de mí en esa Renata que interpreta Matilda De Angelis. Porque era precisamente el encuentro de ese hombre ya en el final de su vida, siendo el narrador de un siglo que ya acaba, con ella al principio de una vida que quiere romper con muchos círculos que son impuestos. Hay una idea de un filósofo francés justo posterior a la Segunda Guerra Mundial, [Emmanuel] Lévinas, que se planteaba cuál es la manera, en una sociedad arrasada, de volverte a reconstruir. Él decía que, éticamente, la única forma era el encuentro con un otro que te confronte y te restituya. Y ellos se confrontan y se restituyen, uno para acabar su vida y la otra para comenzarla.
Ese encuentro se da en una Venecia que pudisteis vivir de una manera especial.
Se rodó en pandemia, lo que fue durísimo y al mismo tiempo absolutamente extraordinario. Poder rodar Venecia vacía, probablemente lo más parecido a como fue la Venecia arrasada por la Segunda Guerra Mundial, silenciosa, invernal. Es un lugar muy, muy contradictorio: es un vórtex de Europa, es un lugar de cruce, de comercio, es una de las ciudades que demuestran todo lo bello que hemos sido capaces de hacer. Pero es una ciudad en la que también escuchas los muertos bajo el canal. Hay muchos muertos a costa de esa belleza y de ese comercio y de ese dinero.
Con esa contradicción nos vamos a santa Teresa. Si en Al otro lado del río y entre los árboles hablábamos de un encargo, Teresa nace de ti y de tu deseo.
Sí, Teresa nace de un deseo de hace muchísimos años. Cuando la leí, Teresa provocó en mí una revulsión poética como pocos poetas. Como la supuso san Juan, como la supuso Lorca, como la supuso Yeats, como la supuso Alejandra Pizarnik. Una de las cosas buenas que tiene la vida es que un día te llegue un poeta, una poeta y te haga eso. La verdad es que gracias a eso seguimos adelante haciendo cosas que cuestan muchísimo esfuerzo. Para mí Teresa es una de las plumas en español más poderosas por su tensión. Lo que nos regala esa tensión es alucinante, a mí eso me ha acompañado siempre.
Hablábamos en una entrevista con Las Hijas de Felipe de que esa potencia es la que la ha hecho interesante para todo tipo de perspectivas, que lo mismo la reivindica Pilar Primo de Rivera o Franco que vosotras.
El problema es que Teresa es muy difícil de abordar. Tiene una historia muy difícil: hay una Teresa política, hay una Teresa histórica, hay una Teresa teológica… Como diría Walter Benjamin, hay personajes que son ángeles de la historia, que son susceptibles de ser leídos de un modo u otro según desde qué agenda política, cultural, desde qué sensibilidad se haga. Hay mil Teresas en Teresa.
Quizá por eso nos ayuda a entender qué cosas tan distintas han significado la libertad y el poder para las mujeres en otros momentos.
A esta mujer la querían quemar por muchas razones, por lo que era, por lo que decía, por lo que hizo, que fue generar una nueva comunidad de mujeres con unas nuevas reglas. Pero lo que más miedo les daba era la oración mental, es decir, el librepensamiento. Porque el silencio implicaba: «No repito tus rezos, tengo capacidad de pensar o adentrarme en mi pensamiento y en mi parte espiritual libremente». Cuando ella dice «pocos entienden que la clausura es libertad», es así de contradictorio: en ese momento la única manera que tenían estas mujeres de ser libres era encerrarse en una comunidad propia, y en esa comunidad propia tener tiempo para el libre pensamiento y para el silencio. Eso era lo subversivo, y es antagónico a la lucha feminista actual, que lo que necesitamos es que no haya encierro y salir del silencio.
¿Cómo ha sido el trabajo con Juan Mayorga? ¿De qué manera se relaciona la película con su obra [La lengua en pedazos, por la que obtuvo en 2013 el Premio Nacional de Literatura Dramática]?
Ha sido un trabajo entre los dos y eso ha sido una maravilla. Y hacerlo además con la palabra de Teresa como centro. Es un viaje experiencial al interior de la duda y la determinación de Teresa. Y al mismo tiempo es un viaje sensorial, es una película muy loca, que salta en el tiempo, en el espacio, en la imaginación… Porque yo creo que la potencia de Teresa es demostrarnos que la capacidad de la imaginación es tan enorme que es la que constituye en realidad nuestras conciencias, nuestra fe, y la que nos mantiene vivos. Como película es algo rara, pero a mí es probablemente la película que más me ha gustado hacer, que más he aprendido haciendo. Entiendo que es difícil, y estamos en unos tiempos áridos donde exigir entrar en un viaje que se sale de la carretera es difícil en el mercado, pero yo sigo pensando que merece la pena.
Vamos ahora con el último de los personajes, el último de los mundos: Hildegart.
Hildegart está por venir y me dejan hablar poco… ¿Qué puedo decir? Es una historia fascinante también. Esta película aborda la historia desde los ojos de la hija, pero es inevitable abordar también a la madre. Una mujer que educó a su hija para la libertad, como una líder que encabezara la reforma y la revolución de las mujeres en España, especialmente en los ámbitos de la sexualidad y del cuerpo, en el contexto absolutamente eléctrico y bullente que fue la Segunda República. El trabajo de Hildegart Rodríguez, sus textos, se han enterrado por lo apabullante de su muerte, por el «caso», pero yo creo que si los discursos de Hildegart se dijeran en una plaza hoy en día, se liaría parda, de pura modernidad y de pura valentía y precisión en lo que dice. Pero estaban en un momento de gran tensión, donde convivían todas esas ideas eugénicas que en el extremo desembocan en todos los fascismos. En el caso de Aurora, lo que hizo con su hija no es más que un acto de fanatismo, de fascismo en última instancia.
Es algo en lo que confluyen todas estas historias: tu reivindicación de los personajes de mujeres, y de la manera feminista de estar en el mundo, es desde personajes complejos.
Creo que es muy importante, precisamente porque estamos en un momento cultural muy blanco y muy de brocha gorda. Es esencial para avanzar buscar las aristas, buscar las complejidades. Es necesario mirar también las quiebras que tienen los personajes femeninos a lo largo de la historia. Porque el problema que podemos tener si no es hacernos solamente hagiografías a nosotras mismas. Y así no vamos a ahondar en nuestros conflictos, no vamos a avanzar. De la misma manera que hay que ahondar también en las voces culturales de la masculinidad y los centros del canon. Sentirnos con la legitimidad para hacer un Hemingway, un Shakespeare, un Cervantes. Bucear en eso y distinguir qué es lo que nos ha conformado, qué es lo noble y qué hay que desmontar. Creo que es importante. A mí Hemingway me ha enseñado eso.
‘Teresa’, de Paula Ortiz, se estrenó en cines el viernes 24 de noviembre.
Esta entrevista se publicó originalmente en el último número de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Puedes conseguir un ejemplar en papel aquí. También puedes suscribirte aquí y seguir apoyando el periodismo independiente.