Cultura
La gente buena existe
Ken Loach regresa con ‘El Viejo Roble’, una historia en la que la bondad se impone al neoliberalismo que ha envenenado nuestra convivencia.
Tras presentar su anterior película, Sorry We Missed You, Ken Loach (87 años) decía en estas mismas páginas que no sabía si tendría la oportunidad de dirigir otra vez. Por un lado estaba su avanzada edad y, por otro, la dificultad de encontrar financiación para contar unas historias que parecen, cada día que pasa, más apartadas de nuestra desoladora realidad. Pero sólo lo parecen. Se trata de una falsa impresión. Podría pensarse, equivocadamente, que Thatcher ha triunfado y que la solidaridad ha muerto. Podría pensarse, con motivo, que la sociedad no existe, que cada uno va a la suya, que nadie mira por el prójimo. Viendo, por ejemplo, los 14 millones de votos que ha sido capaz de reunir en Argentina un engendro libertariano como Javier Milei podría pensarse eso. Y nos equivocaríamos. Y Ken Loach está ahí, sus películas estarán siempre ahí, para recordárnoslo: hay gente buena en el mundo.
De eso trata, precisamente, su última cinta, El Viejo Roble. Cuenta la historia de T.J. Ballantyne (interpretado por Dave Turner), propietario de un bar en una comarca inglesa dedicada a la minería hasta los años ochenta, que ve cómo su comunidad (y sobre todo el sentido comunitario de sus habitantes) ha ido deteriorándose con el tiempo. A ese pueblo depauperado y sin esperanza llegan unos refugiados sirios y, entonces, estos forasteros sacan los peores sentimientos de aquellos antiguos mineros, en otro tiempo orgullosos representantes de la lucha obrera, de la resistencia contra el poder, de la fraternidad en los peores momentos del acoso y derribo thatcheriano.
Es de agradecer que el maestro Loach ponga el foco en un lugar incómodo para la izquierda. Efectivamente, una parte de la clase obrera se ha derechizado. ¿Cómo podría explicarse si no el triunfo de un disparate como el Brexit? Cuarenta años de destrucción del Estado del bienestar y de bombardeo ideológico neoliberal han hecho posible que los trabajadores y las trabajadoras de todo el mundo voten en contra de sus propios intereses. Muchos han desarrollado comportamientos mezquinos, racistas, xenófobos que atentan directamente contra los principios más elementales de su ideología. En su grotesco retorcimiento político incluso han originado un nuevo y espeluznante ideario: el rojipardismo. Resulta que ahora son los migrantes, los más pobres entre los pobres, los que nos quitan el trabajo. Y no sólo ellos. ¡Hasta las mujeres nos quitan el trabajo! Con lo bien que vivíamos todos (incluidas ellas) cuando se quedaban en casa cuidando de los niños… Este tipo de barbaridades se están diciendo (y escribiendo) entre algunos sectores de la izquierda.
Puede que Ken Loach esté mayor, pero no ha perdido su contacto con la realidad. Si en Sorry We Missed You se ocupó de retratar la uberización del mercado laboral (esa pesadilla que tan bien explicó Jorge Dioni López), ahora se ocupa de esa capa desclasada y desorientada de la población, la de los trabajadores que simpatizan con los valores de la burguesía y llegan a convertirse (quién sabe si conscientemente y con placer) en su músculo represor. El protagonista de El Viejo Roble lo verbaliza de forma explícita: «Nunca miráis arriba. Pisáis a quienes están por debajo de vosotros».
Quizás sea ésta la única pega que, a efectos cinematográficos, tenga la última película de Loach; a efectos políticos y sobre todo humanos, no tiene ninguna. Pero, sí, es cierto que sus personajes a veces hablan subrayando conceptos que son bastante obvios para su público habitual. No es necesario que T.J. Ballantyne verbalice determinados pensamientos sobre la decadencia moral de los clientes de su pub. Eso ya se ve. Ya lo vemos a nuestro alrededor. Continuamente, además. Gente pobre que necesita de los servicios sociales para vivir con un mínimo de dignidad y que vota masivamente por el desmantelamiento de esos mismos servicios sociales. Gente que ha emigrado (por ejemplo a Cataluña; los andaluces conocemos bien esa experiencia) y que trata con desprecio, cuando no con crueldad y racismo, a otros migrantes como los que ellos fueron. Ese es un capítulo problemático para la izquierda que Loach no quiere dejar de abordar. Él sigue atento a las clases populares (como, de hecho, debería hacer cualquier persona progresista) y, aunque señala sus defectos, no las condena. Eso es, de hecho, lo mejor de El Viejo Roble.
Hay una propensión, sobre todo entre la izquierda cultivada, a dar a esas clases trabajadoras desorientadas por perdidas. Estos chavs, por utilizar la terminología de Owen Jones, se han convertido en fascistas y no tienen solución, vienen a decir. Loach no está de acuerdo. Primero, deja muy claro que no todos son así. Muy al contrario, sigue habiendo personas preocupadas por el bien común, proclives a acoger y a compartir con aquellos que menos tienen. «Quienes comen juntos permanecen juntos», dicen en la película, promoviendo un sano ejercicio de convivencia multicultural entre Oriente y Occidente. Así pues, la gente buena y generosa existe, no sólo en el cine sino en la realidad, y no importa que un puñado de influencers y políticos tóxicos digan que estas personas son tontas o ingenuas. Existen y son una bendición para la sociedad (que, por cierto, también existe). Y, por otro lado, dice Loach, quienes han optado por el camino de la crueldad siempre pueden rehabilitarse. Basta con que se sienten a la mesa común. Las puertas de El Viejo Roble, el pub de T.J. Ballantyne, están abiertas a todo el mundo.
‘El Viejo Roble’, de Ken Loach, se estrenó en cines el viernes 17 de noviembre.
Maravilloso Ken Loach, lástima que se nos van yendo los sabios de generaciones más lúcidas, más reflexivas, más sabias.
La dictadura del capital se mantiene y muy opíparamente del consumismo inconsciente de sus propias víctimas. El consumismo es una droga con la que intentamos llenar el vacío de valores y que nunca nos saciará, al contrario, cada vez nos aleja más de nosotros mismos.
Y ya sólo nos faltaba la tecnología y la inteligencia artificial para convertirnos en robots, para que ya no sepamos ejercer como conciencia consciente, reflexiva y lúcida.
Ha sido la propia dictadura del capital la que ha conseguido despojarnos de estos valores para convertirnos en esclavos de ella y vivir opíparamente de sus esclavos..