Cultura

Un halo de esperanza entre ruinas

'El último artefacto socialista', una serie que te reconcilia un poco con la vida. "Te descubres volviendo a creer", analiza Ignacio Pato.

Un fotograma de 'El último artefacto socialista'. FILMIN

Reconozco que comencé a ver El último artefacto socialista, sin demasiada esperanza. No eres tú, soy yo, le hubiera dicho a la serie. Soy yo, seguiría, que por mucho que ponga un escudo contra el cinismo –qué paradójico: usar hielo para defenderte del hielo–, al final esta especie de ideología dominante del desapego va calando y aquí me encuentro, dándole al play con las cejas arqueadas y mordiendo carrillo. Se pone uno en alerta contra el hype porque ya son muchos años, digo, de su hegemonía. En los últimos tiempos le hemos puesto hasta nombre a su origen: la economía de la atención. En su nombre exageramos. Quizá no por ningún rasgo humano natural. No me imagino a un neandertal frustrado por no poder comunicarle a otro que acababa de ver el atardecer más bello de su vida aunque esto último fuera verdad.

Vivimos en una era de la hipérbole en la que estirar lo positivo y lo negativo, aunque nos desagrade reconocerlo, renta. Y no sólo en el mundo digital, donde manda un algoritmo que reparte visibilidad según la estridencia y rotundidad del mensaje. También en el mundo analógico –ese que insistimos en llamar real incluso a la altura de 2023– a menudo hay que hacerse un hueco con algún “me ha pasado una cosa increíble”.

Y claro, ya antes de empezarla había leído que El último artefacto socialista era buenísima. Que no había que dejarla pasar. Yo no sé si es ese tipo de tren y, como imaginará el lector, me resisto a entrar a ese trapo. Pero sí que puedo decir que la serie me ha gustado mucho. No me ha cambiado la vida pero es que: ¿qué producto cultural es capaz de cambiar una vida, qué libro que no sea por ejemplo el Código Penal?

El último artefacto socialista (adaptación de una novela de Robert Periši?) venció a esa odiosa desconfianza adoptada con la que ni siquiera me reconocía a mí mismo y, conforme iba avanzando, me ha dado algunos de los mejores ratos que este año he pasado frente a una pantalla. Oleg y Nikola llegan a un pequeño pueblo croata donde no tienen cobertura pero sí un encargo misterioso. A partir de ahí la trama y los propios personajes van desarmando tu coraza. Qué bien sienta. Te reconcilias un poco con la vida. Te descubres volviendo a creer.

Nadie nunca mejoró las cosas echándole algo en cara a los mal llamados ingenuos o repitiendo machaconamente ‘ves, te lo dije’, reclamando para sí el cobarde crédito personal de quien ni siquiera lo ha intentado. El último artefacto socialista nos coge de la mano y nos lleva a contemplar la luz de un halo de esperanza entre ruinas. Esas últimas palabras se pronuncian en una escena. Se te quedan dentro, dejan poso. Sales de verla mejor de lo que entraste. Es mucho más de lo que le pido a una serie.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. Otra obra, más que recomendable, necesaria.
    SOBREVIVIR FUE SU VICTORIA, Ana Rioja Jiménez.
    na fecha 31 de agosto de 1937; unos nombres: don Pedro, María, Julia, Daniel, don Anselmo; unos lugares: Tudela, Pamplona, zona del Moncayo, Dantxarinea (Baztán).
    Amor, odio, arrepentimiento, maldad, solidaridad, tristeza, desesperación, son los ingredientes para un libro que habla de la tragedia que comenzó nuestro país en 1936 y de la que todavía, estamos arrastrando sus consecuencias.
    La magnitud de esta catástrofe, provocada por seres humanos no por la naturaleza, destruyó y marcó a toda una población.
    Esa población estaba compuesta de personas, con nombres y apellidos, con esperanzas, con toda la vida por delante.
    Las bombas no tienen ideología, al que le caen encima le da lo mismo si los aviones que les han tirado eran de los suyos (cierro comillas) o de los otros.
    La guerra es la constatación del fracaso más profundo entre las relaciones humanas, más si es dentro de una misma sociedad.
    El relato objetivo de las desgracias de estos personajes nos acerca mucho más a la realidad vivida por esto semejantes nuestros que cualquier libro de historia.
    Está por hacer aún la historia oficial que, desde nuestra democracia, rescate del olvido a esas personas que fueron asesinadas sólo por su ideología, sin formación de juicio o con parodias que no respetaban los más elementales principios jurídicos.
    No es lógico que un camarero de Mieres o un librero de Zaragoza, por su pertenencia a una asociación memorialista, tenga que responder a las legítimas demandas de un familiar de una víctima del franquismo. ¿Donde está el Estado? Recuperar la historia de estas personas injustamente asesinadas por militares, fuerzas de orden público y paramilitares al servicio de estas instituciones, es un deber de un Estado que verdaderamente quiera tildarse de democrático.
    No se construye bien sobre las ruinas, hay que limpiar el suelo, restañar las heridas recuperando del olvido, despejando el suelo para poner buenos cimientos que aseguren una convivencia democrática perdurable. Condenar franquismo en sede parlamentaria, crear un Libro Blanco sobre la represión, tomar medidas a partir de las conclusiones de dicho libro para normalizar la recuperación de la memoria de esos ciudadanos y ciudadanas, debería llevarlo adelante el Estado, no unas asociaciones privadas, por eso, libros como el de Ana son tan importantes, rellenan huecos de nuestra historia que conviene no olvidar pues, si no, podemos volver a cometer los mismos errores.
    Consuelo para convencidos, enseñanza para jóvenes a los que nunca se les ha instruido sobre esa parte de nuestra historia tan cercana, tan influyente todavía.
    Ana nos regala una obra coral, con la escritura segura de quién está acostumbrada a manejarla.
    Desde mi posición de lector pero también de memorialista le agradezco este regalo y le animo a seguir con esa vocación literaria que recupera, también, la memoria de esas mujeres que sufrieron tanto.
    (Enrique Gómez Arnas – ARMHA)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.