Cultura

Bewis de la Rosa: rap para que crezcan los tomates

Su propuesta es lo que llama “rap rural”, una apuesta por llevar los ritmos y formas de este tipo de música, identificada generalmente con lo urbano, a otros paisajes.

La artista Bewis de la Rosa.

La primera vez que escuché a Bewis de la Rosa su voz llegaba como una letanía mientras se paseaba despacio entre los asistentes al 99 aniversario del ciclo Poesía o Barbarie. “Me dicen que espere / pero yo no espero / quiero comprender el suelo”. Con la luz baja seguía dando vueltas mientras a la repetición de unos pocos versos se le iban sumando texturas e intensidad con juegos de sintetizadores y pedales. Hasta llegar al escenario, donde su figura en vivo se fundía con su imagen en un vídeo en el que se la veía cantar azada en mano entre ruinas de piedra, o prendiendo fuego a matojos ataviada con un chándal de colores y un pañuelo a la cabeza. 

La segunda vez que escuché a Bewis de la Rosa, apenas dos días después, esa misma letanía sonaba de otro modo. Esta vez llegaba desde lo alto del escenario de la pradera de San Isidro, en pleno domingo de fiesta. Cerraba la tarde de rap. “¿Dónde está mi tierra, dónde? / ¿Dónde está mi territorio?”. El mismo vídeo ahora le servía de fondo a un caminar enérgico, punteado por saltos, disputándose la atención con los bocatas de panceta. “Ahora quieren cultivarlo / sin contar con nuestras manos”. Público entregado antes de acabar el primer tema. Todoterreno desde luego es, pensé.

En ambos casos, el concierto desplegaba un mundo: “Vengo de un pueblo en La Mancha manchao por la indiferencia / alimentao por las gachas, / desierto, fue herido en guerra”. Las letras, los sonidos, la puesta en escena: todo llevaba ahí. Coreografías blandiendo una gran cuchara de madera, ropa basada en la tradicional castellana, un momento de pararse para cortar con navaja una naranja. Su propuesta es lo que llama “rap rural”, una apuesta por llevar los ritmos y formas de este tipo de música identificada generalmente con lo urbano a otros paisajes: “En mi pueblo la gente camina / por mitad de la calle no existe la acera / y se suben andando a la ermita”. Aunque no se trata sólo de las letras: a las bases de hip hop les sale al paso de pronto una jota, una coplilla. “Mantel y tierra; cortejo, esquina”. 

Y es que detrás del alter ego (o debería decir aka) de Bewis de la Rosa está Beatriz del Monte, una artista multidisciplinar que creció en los noventa en el extrarradio madrileño, pero que tenía un pueblo: Villamayor de Santiago, en Cuenca, de unos 2.500 habitantes. Ese pueblo iba a marcar su trabajo como investigadora, bailarina, actriz, coreógrafa y música, que desde 2014 articula a través de una compañía llamada Malditas Lagartijas. 

En Amor más que nunca, su primer álbum, editado hace unos meses, la reivindicación del entorno rural se trenza con otras preocupaciones: la salud mental, la memoria histórica, los modos de relacionarse afectivamente. “Cogen el grano, ramo de flores. / A mí me gustan y olé los labradores”.

Como una Rodrigo Cuevas a la castellana, toma canciones que tal vez cantaba su abuela y se las lleva a su terreno, politizándolas como quien no quiere la cosa: “Que llueva, que llueva, Virgen de la Cueva / Las putas, las santas, locas regaderas”. Bewis baila en escena con mandil y los gestos de una Gata Cattana. “No quiero que me quieras demasiado / Te pones celoso, se te ve venao”.

La tercera vez que escuché a Bewis de la Rosa fue en mi casa. Llegué y abrí el disco que me había comprado. Dentro no había disco. Había un papel de semillas con un código QR y una propuesta: “Que en diez años en lugar de un disco en el río haya una tomatera en tu casa”. 

“Amor más que nunca / Amor con amor”: cada vez que la riego, se lo tarareo. 

Ese, el amor, es otro de los elementos clave de este proyecto. Además de un póster desplegable con las letras de las canciones –chica de los noventa, ya hemos dicho–, el disco-no-disco contiene un fanzine que reflexiona sobre la forma en la que nos relacionamos con quienes comparten nuestra vida. Propuestas desde las no monogamias, desafíos al pensamiento romántico, vueltas a las ideas de sexualidad o de responsabilidad afectiva. “Hasta que el queer no esté en casa no es vigente la teoría”: igual que pasa con el rap, parece a veces que este tipo de aproximaciones a la pregunta de cómo estar en el mundo solo pueden tener por escenario una ciudad. Y no. 

“Veía comadrejas /queriendo saltar los charcos, / ranas mirándome fijo / con un verde y fino torso (…) La serpiente y la lechuza se asomaban a mi lecho”. La cuarta, la quinta, la décima, la vigésima vez que escuché a Bewis de la Rosa, el campo y el pueblo y mi infancia y esa parte de este país a la que tan poco miramos entraron a borbotones por mis oídos. Para quedarse. 

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