Cultura
Arantxa Echevarría: “Llamar chinito o moro a un adolescente le puede joder la vida”
La directora estrena ‘Chinas’, una historia centrada en los hijos de la comunidad china de la diáspora, esa segunda generación que vive a caballo entre una cultura y otra.
«Yo creía que estaba haciendo una película para el público español, pero resulta que no. Estaba haciendo, eso me dijeron, una película para la comunidad china de la diáspora». Así explica Arantxa Echevarría (Bilbao, 1968) la favorable reacción del público cuando organizó, recientemente, un pase privado de su última película, Chinas, para 250 personas de origen chino residentes en Madrid. Al terminar la proyección, los espectadores entablaron un entusiasta debate entre ellos. Chinos y chinas de diversas generaciones, padres, madres e hijos, se vieron reflejados en la historia. «Antes de ponerles la película yo estaba muerta de miedo», confiesa ahora, con alivio, la directora. Para ella era muy importante obtener su beneplácito después de la polémica que rodeó a Carmen y Lola (2018), la historia de amor entre dos gitanas adolescentes que ofendió a una parte del feminismo de esa comunidad.
En Chinas sigue los pasos de Lucía, Xiang y Claudia, dos niñas y una adolescente que tratan de hallar su identidad en una sociedad (la española) que las relega, con desprecio o con condescendencia, por sus rasgos y sus orígenes culturales. Quieren encajar, ser una más, pero no lo tienen fácil. Y en esa lucha, claro, sufren. En el caso de Lucía (interpretada por Daniela Shiman Yang), porque sus padres, humildes dueños de un bazar, no pueden darle todo lo que otras niñas españolas de su edad sí reciben, como una muñeca o una tarde en el parque de atracciones. Claudia, su hermana (a la que interpreta Xinyi Ye), por sus intentos de integrarse en una pandilla de adolescentes y de zafarse de un noviazgo concertado. Y Xiang (Ella Qiu) porque, sencillamente, no sabe quién es: sus padres adoptivos (Leonor Watling y Pablo Molinero) son españoles y ella intuye que no es de ningún lado, ni china ni española. Si el primer ingrediente para el éxito de una película es el casting, el de Chinas da un paso enorme en esa dirección.
Los espectadores no podemos apartar los ojos de Lucía. Tiene algo hipnótico. ¿Cuánto tardó en encontrarla?
Mucho. Tardamos ocho meses en hacer todo el casting. Además, las actrices tenían que ser de la misma provincia de China, porque si no el acento las delataría. No podían ser la hija de Pekín y la madre de Shanghai. Eso nos restringía aún más las posibilidades. Yo a Lucía me la imaginaba exactamente como aparece en la peli: una niña llena de luz, superdivertida, limpia. Los niños, cuando hacen un casting, lo primero que hacen es ponerse tiesos, decir sus frases rápidamente y querer irse cuanto antes. Hay que persistir y verlos varias veces para que se relajen. Verlos jugar, verlos en otro espacio en el que puedan ser ellos mismos. La primera vez que vi a Daniela me encantó. Pero tenía dudas porque era un poco dispersa, no me hacía demasiado caso. No paraba quieta, iba de un lado para otro, se ponía a bailar hip hop… Pero a los tres meses fui a una escuela dominical de China en el polígono industrial Cobo Calleja y la vi a través de la ventana de la puerta dando saltos y llamándome: «¡Arantxa! ¡Arantxa!». Y entonces lo tuve claro: «Es ella». Y con Valeria, la chica que hace de su amiga en el colegio, ocurrió lo mismo. Era otro vendaval y congeniaron muy bien. Durmieron una en la casa de la otra, fueron juntas al parque de atracciones, van a los cumpleaños… Hoy, más de un año después del rodaje, siguen siendo muy amigas.
Ese tipo de amistades interculturales no suele ser muy habitual, ¿no?
Por la parte española sí. Es normal ir a dormir a la casa de una amiga, por ejemplo. Aquí yo creé el concepto «pijamada», para que conocieran a sus padres respectivos. Los chinos son muy hospitalarios. En la mesa ponen siempre lo mejor que tienen, y eso es algo que he querido reflejar en la película. Son maravillosos. Pero les cuesta que entres en su casa. Por varias razones: no manejan bien el idioma, tienen miedo de molestarte o de que no entiendas bien sus costumbres, tienen mucho respeto. Pero Daniela va a un colegio en el que comparte aula y amistad con todo tipo de niños: españoles, chinos, magrebíes… Los que tenemos problemas somos nosotros, los adultos. Los niños no tienen ningún problema para relacionarse.
Aunque después tuviera dificultades con Carmen y Lola, antes de rodarla usted mantuvo muchas entrevistas con miembros de la comunidad gitana. ¿Cómo lo ha hecho esta vez con los chinos?
Carmen y Lola fue un máster para mí. Aprendí mucho. Busqué entre las asociaciones y entre la diáspora china referentes con los que pudiera hablar y que me guiaran. Encontré una asociación que se llama Liwai. En ella trabajan Yue, una psicóloga que ha sido asistente social en Usera [el barrio madrileño que tiene una mayor comunidad china], y Xirou, una performer que hace poesía y videoarte. Con ellas tenía cubierta la parte sociológica y la parte artística. Y les di el guion para que lo valoraran. Al principio me recibieron con algo de desconfianza y es normal. Pensarían: «¿Qué hace esta mujer hablando de nosotros?». Siempre hay que tener cuidado con eso, y más después de la experiencia de Carmen y Lola. A los dos días me llamaron y me dijeron: «Tenemos que hablar contigo». Me puse a temblar. «Ya está. La he liado…», pensé. Pero no. Todo lo contrario. Yue me dijo: «Esta historia es mi historia. Gracias por contarla». Me acompañaron para conocer de cerca a personas mayores chinas, y también a muchos adolescentes. Gracias a Cangrejo Pro pude entrar en contacto con creadores chinos. Me empapé. Y, además, ellas estuvieron presentes en el rodaje. Lo vigilaban absolutamente todo, hasta la colocación correcta de los platos en la mesa. Me hicieron muchas correcciones en los detalles, pero no sobre el fondo de la historia. Me indicaron, por ejemplo, que no se puede escribir el nombre de alguien con tinta roja porque eso significa que le deseas la muerte. Y que no se pueden clavar los palillos en el arroz, porque recuerda al incienso que se pone en homenaje a los muertos y se considera una falta de respeto. Un montón de cosas. Pero ha sido un viaje precioso.
¿Yue y Xirou le dieron alguna pista sobre cómo podría ser acogida esta película en China?
Hace una semana hice un pase. Reuní a toda la gente china que pude, recurriendo a asociaciones y a colegios. Yo estaba muerta de miedo. Porque hay chistes racistas en la peli, hay cosas que podían herir su sensibilidad. A lo mejor la mitad del público se levantaba y se iba. Había personas muy distintas: gente mayor que ha emigrado desde China y sus descendientes, que son españoles de nueva generación y comparten las dos culturas. Yo les dije: «He hecho una película desde el punto de vista occidental para explicarle a los occidentales cómo es vuestra comunidad. Si la he cagado, decídmelo». Cuando terminó la peli no pude hablar durante el coloquio. Se montó un debate entre ellos. Una señora se levantó, cogió el micrófono y dijo: «Yo soy esa señora que aparece en la película. Llevo aquí 20 años y no he podido hacer ni un solo amigo». Y después se levantó una adolescente para intervenir: «Vosotros, que sois nuestros padres, no os dais cuenta de que a mí me llaman chinita por la calle. No tenéis ni idea de lo que yo sufro». Y así discurrió el coloquio. Y fue entonces cuando una mujer me dijo: «Tú crees que has hecho una peli para los occidentales, pero no. Has hecho una peli para la propia comunidad inmigrante. Y la tendrían que ver en China, porque allí creen que venir a España o ir a Inglaterra es una maravilla. Y no lo es. Es traumatizante, lo hemos pasado muy mal. Hemos hecho dinero, sí, pero el otro lado de la moneda es que yo no he criado a mis hijos. Me he pasado la vida en la tienda y mi hija ahora no me habla. Y nuestros nietos ya no hablan chino. Imagínate todo lo que hemos perdido». Salí de aquel debate aliviada. Mi gran miedo era caer en el estereotipo o en el paternalismo. Eso hubiera sido terrible.
Tuvo siempre esa duda de «¿me estaré metiendo donde no me llaman?»…
Claro. Esa duda siempre la tienes. Porque, además, es mi visión, por mucho asesoramiento externo que tenga. Hubo una escena que, sobre el papel, ponía muy incómodas a Yue y Xirou: es cuando las dos niñas juegan a ponerse tiritas en los ojos. Estirarse los párpados para parecer chino es algo muy insultante para ellos. Insistían en que debía eliminar aquello. Pero cuando vieron a las niñas en acción, cuando vieron la ingenuidad, la naturalidad y la gracia con la que lo hacían, se partieron de risa. Así las convencí. Pero sus reticencias eran lógicas. Es un gesto muy, muy ofensivo. Una vez lo hizo la selección española de baloncesto. Se hicieron una foto todos juntos, aparentando que tenían los ojos rasgados, durante los Juegos Olímpicos de Pekín. Una torpeza.
Habrá escuchado la polémica sobre el programa de Jorge Javier Vázquez, Cuentos chinos, que fue considerado racista. Tenía un decorado de estilo oriental y el presentador aparecía vestido con una chaqueta con cuello Mao. Ya lo han cancelado.
Me alegro un montón de que lo hayan cancelado. Es racista porque está haciendo burla, no está empoderando a una cultura. Mucha gente me ha dicho que reaccionar así es una exageración, pero no lo es. Y para entenderlo sólo hay que imaginar un programa de televisión alemán en el que todo girara en torno a clichés españoles. En el que apareciera un gordo echándose la siesta y una mujer gritando: «¡Niñooo, cómete el chóped!». ¿A que no te haría gracia?
Y con los chinos, además, hay un racismo inconsciente, inadvertido. Nadie se para a pensar en que les pueda sentar mal. Son invisibles hasta para eso.
Exacto. Yo, por ejemplo, al hacer la película, me enteré de que les duele muchísimo que llamemos «chinos» a sus tiendas, que digamos por ejemplo: «Voy al chino de la esquina a por cerveza». Y me explicaron por qué: «Nos estáis racializando y cosificando. ¿Por qué no podemos ser, simplemente, la tienda de tu barrio?». Y tienen razón. ¿Por qué no los llamamos «tiendas» o «bazares»? Tenemos que ser menos displicentes y más… compañeros de vida.
En la película, Lucía escribe una carta a los Reyes Magos. Eso fue algo que le ocurrió a usted en la vida real, ¿no?
Sí, esa historia es mía. Le pedí a Carolina Yuste que me interpretara. La historia ocurrió tal cual: yo iba mucho a una tienda de Lavapiés y la hija de la dueña me enseñó su carta a los Reyes. Pero su madre no quería que le trajeran la muñeca que pedía. No estaba contenta con sus notas y decía que la niña no le ayudaba lo suficiente en la tienda. Así que lo hice yo. Se la compré y por la noche la metí entre las rejas de la tienda. Me fui a casa pensando: «Qué tía más maja soy…». Pero estando en la cama, de repente, me di cuenta de mi error. «¡Pero qué estoy haciendo! ¿Por qué me inmiscuyo en una cultura que no es la mía? ¿Por qué le estoy creando un problema a esta mujer? ¿Por qué tengo yo que decirle cómo criar a su hija?». Estaba teniendo esa mirada europea, condescendiente, de la que he intentado huir en la película. Bajé corriendo, de madrugada, a la tienda para recuperar la muñeca, pero no fui capaz de sacarla de la reja. Y no volví a la tienda nunca más. Me creí mejor que aquella mujer, y eso hacía que me muriera de la vergüenza.
En la película hay un detalle muy bonito y muy moderno que habla de esa segunda generación. Es cuando Claudia, la adolescente, se pone a llorar delante de su amigo chino y éste le pregunta con mucha dulzura: «¿Quieres que te dé un abrazo?». Ese es un gesto feminista.
¡Te has dado cuenta! [Risas]. Es que así es como debe ser. Como está siendo ya, de hecho. Y como va a ser en el futuro. A mí la juventud me preocupa, sobre todo por la no educación sexual que está recibiendo. Eso también aparece en Chinas. Nuestra educación al respecto [la de los que tenemos entre 40 y 50 años] fue una mierda, pero es que ésta no es mucho mejor. Se educan a través de las redes sociales y los influencers. Eso me asusta mucho. Para entrar en las pandillas tienes que hacer determinadas cosas. Quitarle importancia al sexo, por ejemplo. Tratarlo como una especie de mercadeo. Participan en determinadas prácticas grupales, como la del muelle, para sentirse parte de la cuadrilla. Hay, por ejemplo, una falsa información sexual en torno al empoderamiento femenino a través del sexo. Es una falacia de la nueva sexualidad. También hay determinada música que es para llevarse las manos a la cabeza: «Tú me perteneces, tú eres mía, yo soy tu rey…». Una porquería de letras. Y programas de televisión en los que una chica busca un chico para tener relaciones sexuales… Se está cosificando a la mujer y se le está quitando demasiada importancia al sexo, en mi opinión. La sexualidad es muy divertida y hay que disfrutarla en libertad, pero no con juegos como la ruleta sexual. No a los 17 años. No sin tener conocimientos sobre los riesgos de quedarse embarazada, de contraer una ETS… No así.
Confieso que tuve dudas viendo la película. Me preguntaba si esa práctica era real. Y, claro, luego entendí que si no fuera real usted no la hubiera puesto en la historia.
El muelle existe, por desgracia. Y habrá padres que pensarán que es algo que hacen los chicos de clase baja en barrios deprimidos, en los márgenes. Nada de eso. El caso del que yo tuve conocimiento, a través de una madre, ocurrió en Las Rozas, con niños pijos. Esa no educación sexual está universalizada. TikTok y OnlyFans lo ven igual un chico de Pozuelo que una chica de Orcasitas.
También me pareció extremo el ataque que sufre la madre de Lucía en el bazar.
Y también está basada en una historia real. Me la contó una mujer que acudió al casting. La vi un poco triste y le pregunté la razón. Se me echó a llorar. La noche anterior, en su tienda, unas crías le habían tirado una cerveza por encima de la cabeza. «Que me roben lo que quieran», me decía. «Pero que no me humillen así. ¿Tú sabes cómo me siento, a mis 55 años, cuando una niña de 16 me hace eso? ¿Cuando demuestra que, a sus ojos, no soy persona?». Y todo esto delante de un cliente español que no hizo nada. Se limitó a mirar la situación. Yo no sabía que esta violencia se produce a menudo en los bazares. Y luego está ese menosprecio continuo, como el hecho de intentar regatear. ¿Tú pides una rebaja en el supermercado o en la panadería? ¿Por qué lo haces en una tienda de una persona china o paquistaní? O lo de decir: «Me lo voy a llevar, pero seguro que es una mierda porque es chino». Por favor, no insultes a la gente. Son personas, como tú y como yo. Trátalas con respeto.
En Carmen y Lola y en Chinas hay unas escenas que son paralelas en cuanto a desgarro, a intensidad dramática. En la primera es cuando el padre de Lola la repudia por ser lesbiana y le grita: «Tú no eres mi hija. Tú no eres nada. Tú no eres gitana». Y en Chinas cuando Xiang conoce a su madre biológica por videoconferencia. Son escenas increíblemente duras.
Ahí le hice una putada a Leonor. Ni ella ni Ella Qiu sabían lo que iban a ver en ese ordenador. Les pedí que reaccionaran como ellas quisieran. «Sentid y responded como queráis», les dije. Lo que no me esperaba es que el sentimiento fuera tan abrumador. No podían ni reaccionar. Se puso a llorar todo el equipo. Hasta los maquinistas, que son los forzudos de un rodaje, se pusieron a llorar. Esa grabación que les puse era la de una madre real que había entregado a su hija en adopción. La obligaron a hacerlo cuando China tenía la política del hijo único. Le robaron a su niña. Ella misma me contó cómo la mantuvo escondida un tiempo, pero la denunció su suegra y se la quitaron. Una historia que te rompe el corazón. Cuando la grabé yo tampoco podía parar de llorar.
Cuando los padres de niños chinos adoptados vean la película…
Van a sufrir, lo sé. Ojo, la adopción me parece maravillosa. Pero es muy complicada cuando se trata de una adopción internacional. Por razones obvias, todo el mundo sabe que la niña es adoptada. Incluida ella. Lo de llevar en todo momento un cartel que dice que tus padres no son tus padres biológicos es muy duro. Si no lo sabes y te lo cuentan con 18 años pues no cambia nada. Siempre los has considerado tus padres y les quieres con locura. Pero cuando tienes ocho años y ves que todo el mundo por la calle lo sabe y lo comenta… Los padres hacen todo lo posible por ayudarles. Yo creo que ningún niño es más deseado que un niño adoptado. Es un proceso larguísimo y doloroso. A esos padres hay que ponerles un monumento. Pero qué viaje para los niños, ¿no? También hablé con muchos niños adoptados. Y adoran a sus padres adoptivos, claro. Una cosa no quita la otra.
¿Y los padres suelen llevar a sus hijos a clases de chino para que no pierdan sus raíces?
Suelen hacerlo, sí. Quieren que mantengan su cultura, pero los niños la rechazan.
¿Por qué?
¡Porque son españoles, qué coño! Tienen los ojos rasgados, pero nada más. No tienen nada que ver con esa cultura. Lo que ocurre es que, al cabo de un tiempo, cuando son más mayores, sí les entra esa curiosidad. Con 18 años dicen: «Soy china y molo». Y es entonces cuando emprenden ese viaje, el de querer conocer sus raíces. Pero cuando eres pequeña no molas. Tú lo que quieres es ser igual que el niño que tienes al lado. No quieres ser diferente. La película trata de la pertenencia. De dónde estás. De cuál es tu sitio en el mundo.
Eso puede provocar mucho sufrimiento a los niños.
Y yo la he hecho precisamente para que sufran menos. Para ellos y para nosotros. Para que comprendamos mejor a esos niños y dejemos de llamarlos chinitos o moros. Eso, a los adolescentes les puede joder la vida. Quería contar la historia de una comunidad que para nosotros es invisible. Y de cómo Lucía, la pequeña, en el futuro será Claudia. Lucía es pura y llena de luz, pero poco a poco irá oyendo ese ruido de fuera, irá sintiendo la xenofobia, el racismo, la cosificación, y eso la convertirá en Claudia, que es una adolescente que está en tierras movedizas, ahogándose entre una cultura y la otra.
‘Chinas’ se estrena en cines el viernes 6 de octubre.
@Armand, hay patanes racistas en todas partes tu comentario ya lo es bastante
Y llamar «sudaca», » jodaca», » criollo», » indio», » indiano», » mestizo» a los suramericanos que viven en España, no les jode la vida? Sean estos niños, adolescentes o adultos ? Que tal si en Sur America llamariamos » Culos negros» a los españoles? , que eso hacen los rusos. En efecto, los rusos tildan asi a todos los sur europeos. O como hacen los suecos, que les llaman los » cabecitas negras»?