Opinión

Inventar el presente. Inventar quiénes somos

"Estoy convencido de que [personajes] como Aznar, González, Otegi, Puigdemont o Ayuso han ido creando una narrativa que los exculpe o al menos atenúe la gravedad de sus actos", reflexiona Ovejero.

Ayuso y Aznar, durante una intervención en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid. REUTERS / LUIS SOTO / SOPA

Estoy en Alemania, más concretamente en Westfalia, más concretamente en Unna, que no sabría decir si es un pueblo grande o una ciudad pequeña. 

Por la tarde he tenido una presentación de un libro; más bien una lectura, como es habitual aquí, combinada con una conversación con la escritora alemana Regula Venske. Como suele suceder, alguna de las preguntas planteadas tienen que ver con las razones para haber escrito tal o cual libro, o haberlo hecho de tal o cual manera; no es infrecuente que la pregunta –no es así en este caso– se amplíe a las razones para ser escritor. Y tengo que confesar que, aunque intento reflejar con fidelidad las razones de mis decisiones pasadas, suelo tener la conciencia de inventar parte de la explicación y así se lo digo al público. Porque cuando reconstruimos el pasado, es casi una perogrullada decirlo, lo inventamos. 

Primero, porque a menudo ignoramos por qué hacemos las cosas; como escribió Spinoza, “los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan”. Explicar nuestros actos es, sobre todo, construir una narración que les dé sentido.

Pero, además, nuestro recuerdo nunca es fiable. Suelo comparar la memoria con un álbum de fotos: las imágenes que vemos en él reproducen escenas que tuvieron lugar, pero no vemos lo que las rodea, un contexto que podría modificar su interpretación: y entre foto y foto hay un vacío, un conjunto de sucesos que quizá hemos olvidado. Y así buscamos una narración que conceda una lógica a esas imágenes, a menudo usando otras que recordamos –más o menos vagamente– pero que no están en el álbum.

Sin una narración que nos sustente es muy difícil vivir. Sin una lógica de lo que somos. Para hacer manejable esa narración, tenemos que elegir, seleccionar, dejar fuera. Por ejemplo: uno de mis bisabuelos, durante y poco después de la guerra, recogía cadáveres de las cunetas y los enterraba. La guardia civil le amenazó más de una vez por hacerlo, puesto que se trataba de cadáveres de rojos. Puede que no sea cierto que respondió que una vez muertos no se les distinguía el color; ya no sé si me lo contaron o si me lo inventé en una novela en la que aparecía este personaje: las sucesivas reconstrucciones o invenciones del pasado lo van modificando, de forma que nuestra memoria acaba siendo un continuo entre realidad y ficción.

En mi reconstrucción del pasado también figuran un abuelo revolucionario cubano y una abuela que fue a la cárcel por repartir panfletos en la posguerra. Resumiendo: me he construido una genealogía de izquierdas, rebelde, valiente y con ella he creado un modelo ético al que me gustaría responder, con, como decía el narrador de cierta novela «esa frecuente desfachatez que permite a las familias considerar patrimonio propio las medallas y laureles obtenidos por sus antecesores, sin haber movido un dedo para ganarlos». No hace falta que explique que la historia que me cuento sobre mí mismo sería muy distinta si incluyese en ella a mis otros dos abuelos y siete bisabuelos borrados.

Habréis entendido que no estoy hablando de mentiras; no hay en las operaciones mentales de las que hablo un deseo de engañar o engañarme, aunque a veces pueda existir ese impulso inconsciente: «Nadie es culpable para sí mismo», escribió el célebre escritor, actor y exdelincuente Edward Bunker. Nuestras narrativas tienden a subrayar esa frase; si no conseguimos exculparnos, sí tendemos a buscar circunstancias atenuantes para nuestros delitos.

¿El porqué de esta larga disquisición? Vamos a él. Me preguntaba estos días, mientras seguía la actualidad política, qué tipo de narración de sí mismos habrán elaborado personajes como González, Guerra, Aznar, Otegi, Puigdemont, Ayuso. Es obvio que todos ellos han mentido sobre, pongamos, el terrorismo de Estado, el atentado del 11-M, la actividad criminal de ETA, la independencia imposible o los muertos en las residencias. Han mentido de forma consciente para alcanzar sus fines pero, aun así, y aunque sigan mintiendo ahora, estoy convencido de que en sus cabezas han ido creando una narrativa que los exculpe o al menos atenúe la gravedad de sus actos: modificando las razones, difuminando las consecuencias, tergiversando los porqués y los cómo.

Aznar defendiendo la Constitución que tanto criticó o pontificando sobre lo que conviene a España, ¿dónde ha archivado sus mentiras conscientes sobre los atentados del 11-M o sobre la guerra de Irak, cómo engarza en su pasado haber indultado a condenados de Terra Lliure por terrorismo cuando le convenía? Las mentiras de Guerra y González sobre el ingreso de España en la OTAN o sobre las actividades del GAL, ¿habrán conseguido retocarlas para que parezcan, les parezcan, otra cosa? 

La solución más fácil sería concluir que sus posturas morales son resultado de un cinismo purísimo, de una negación total de la verdad en sus vidas («la verdad no importa», decía Berlusconi, él sí, un cínico casi perfectamente inmoral). Pero no consigo creerlo. 

Sin duda, el pragmatismo político puede llevarte a pregonar posiciones  diferentes según las necesidades del momento en cuestiones que no te parecen tan graves –ahí tenemos las sucesivas contorsiones de Sánchez para adoptar posturas contradictorias respecto a Catalunya–. Pero ¿justificarán de forma pragmática también participar en una guerra imperialista o apoyar el terrorismo? ¿O habrán ido, poco a poco, día a día, escribiéndose unas memorias que alivien su conciencia? 

Hace bastantes años escribí un poema, no muy bueno, en el que fantaseaba con mi propia demencia senil pero también con la necesidad de, mientras fuese posible, no engañarme sobre quién era, sobre mis responsabilidades, y lo concluía así: «Qué vergüenza si, dentro de unos años,/ tan sólo olvidara cosas/ que ni siquiera fueron ciertas”.

En cierta medida esto nos sucederá a todos. Creyendo olvidar la verdad, sólo olvidaremos nuestras ficciones. 

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Comentarios
  1. Me ha encantao, magnífico, una genial descripción de la crisis que sufre la racionalidad actual corrompida por el singularismo atomista. Psique y espíritu se disuelven entre la mente personal y la pública sin dejar oportunidad alguna de entrever el movimiento real —que se escapa de la conciencia al situarse ésta como espectadora-objetiva-y-no-dóxica del mundo en vez de situarse como una protagonista más. Y de esta imposibilidad intelectual se aprovechan estos renombrados para llevar a cabo sus tropelías políticas.

  2. A la memoria de Txiki, Otaegi, Sánchez Bravo, García Sanz y Baena Alonso.
    Reivindicando a los cinco últimos fusilados-asesinados por Franco.
    No solo eran militantes antifranquistas, también lucharon por una sociedad sin clases.
    Ninguno de los últimos fusilados por Franco luchó y perdió la vida por lo que los herederos de éste ahora tratan de vendernos como democracia.
    El FRAP fue fundamentalmente impulsado por el PCE (marxista-leninista), que era una escisión del PCE y no tragó con la farsa de la llamada Transición. Está claro, pues, que Sánchez Bravo, García Sanz y Baena Alonso lucharon por el socialismo como fase previa hacia el comunismo. En cuanto a Txiki y Otaegi se refiere, decir que éstos militaron en ETA para construir una Euskal Herria reunificada, socialista e independiente. No hace falta esforzarse demasiado para darse cuenta de que los objetivos de los cinco revolucionarios están a siglos luz de ser alcanzados.
    Quien derrocó al Gobierno republicano legalmente constituido murió en la cama dejando todo atado y bien atado. Lo que vino después no fue otra cosa que la adaptación del franquismo sin Franco camuflado con el falso sello de la democracia….
    https://insurgente.org/paco-azanza-telletxiki-reivindicando-a-los-cinco-ultimos-fusilados-asesinados-por-franco/

  3. No me pongas a la misma altura a Otegi y a Puigdemont con los que lo siguen teniendo todo bien atado, no estoy en absoluto de acuerdo.
    Otegi luchó contra la dictadura dura y Puigdemont contra la dictadura más sutil, ninguno de los dos pertenecen al bando del golpismo fascista y de lo que aún siguen bien atado por el bando del golpismo.
    A González y a Guerra los creimos en su momento; pero pronto nos dimos cuenta de que eran traidores a la causa, impostores.

  4. Pienso que más bien se creen que están por encima de la ley, del bien y del mal. Las razones y narrativas de los que tienen poder nunca se parecen a las del común de los mortales, mucho menos cuando se tiene la posibilidad de reescribir el pasado colectivo y manipular la hemeroteca.

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