Crónicas | Cultura
‘Horizonte’, las condiciones de África para construir un puente en el Estrecho
María Iglesias traza en esta novela, basada en noticias reales, cómo está cobrando fuerza una nueva generación africana que lucha por un cambio en la relación con Europa: “En África se detecta un mar de fondo como se detectaba aquí antes del 15-M".
Dice María Iglesias (Sevilla, 1976) que ella es fundamentalmente lectora de narrativa; y que por eso, entre ensayo o novela, se decanta por la segunda, porque cree en el enorme poder de conexión que tiene con el lector, con la lectora. La que acaba de publicar es la tercera. Se llama Horizonte (Edhasa, 2023) y está basada, irremediablemente, en su trayectoria periodística, centrada en política internacional, migraciones y derechos humanos.
En ella habla de un puente, un puente que no es ficción y que lleva pergeñándose desde la firma de Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos I tres días después del golpe de Estado de Tejero. Sí, en 1981. Según ha publicado ElDiario.es, España está reactivando el proyecto, abanderado por la Sociedad Española de Estudios para la Comunicación Fija a través del Estrecho de Gibraltar (Segecsa). En realidad, el puente no se llama puente, sino Enlace Fijo Europa África.
«Creemos firmemente que en pleno siglo XXI, la definitiva ejecución de la gran obra del enlace fijo lo convertirá en una puerta, un camino, una empresa común que facilitará la cooperación, la colaboración y la hermandad entre pueblos vecinos que será de mutuo provecho en todos los sentidos, y realzará el protagonismo que merecen ambas naciones en la comunidad internacional”, escribe el presidente de Segecsa, José Luis Goberna Caride, en un artículo publicado en la revista Awraq este mismo año.
Lo que quieren los protagonistas de esta novela se resume en pocas palabras: que el puente se construya, por supuesto, pero no con las condiciones de Europa, sino impulsado desde África para lograr sobre todo una cosa: el pleno reconocimiento de derechos en reciprocidad.
“Me arrepiento, me arrepiento, lo siento tanto… Ojalá pudiera volver en un abrir y cerrar de ojos. Pero, mírame, estoy atrapado. Aunque pida socorro como un loco, aquí nadie nos oye. No queda más que aguantar, aguantar y seguir hasta salir del infierno […] Mamá, por dios, sálvame”, se puede leer en los primeros pasajes del libro.
Es una de tantas travesías de horror que se viven a diario, cuyos muertos son contados –a veces– en los titulares de los medios, perdidos en la mayoría de las ocasiones en la inmensidad de las redes y los teléfonos de última generación. Pero hay algo muy diferente en este fragmento recreado nacido de la realidad: la fuerza que un titular y otro y otro y otro más han dejado de tener desde hace tiempo: «Muchas veces, los lectores de prensa, los espectadores, los oyentes… son atravesados por esos inputs sin dejarles un poso. Si vemos la muerte de un niño blanco nos atraviesa el alma; si es sirio nos la atraviesa menos, y si es negro ya no nos la atraviesa nada. Yo he intentado reelaborar en este libro esas noticias que ya están, que ya estaban. Pero con la intención de que conecten con el lector, con la lectora, en la intimidad de su casa, y les deje una huella, si puede ser, más transformadora”.
María posa el libro, de 438 páginas, en una mesa de una cafetería en el barrio sevillano de Triana. Al lado, una tónica fría en un vaso de cristal; y como prólogo, una pequeña charla sobre el devenir del periodismo y la importancia de verse las caras en una entrevista. Horizonte, de hecho, nació de una. “Me encargaron una entrevista en ElDiario.es a Sani Ladan, [analista internacional y de derechos humanos]. El espacio asignado era muy pequeño, no recuerdo si unas 500 palabras. Pero cuando vi el perfil y me documenté, me pareció que era mucho más interesante, y le propuse desde un principio que grabáramos como si no hubiera un mañana, que ya veríamos que hacíamos con eso después. La entrevista en persona superó aún más mis expectativas. Yo me fui de allí segura de que íbamos a hacer algo porque había descubierto algo”.
¿Qué es Horizonte para usted, qué ha supuesto el proceso de escritura y en qué consistió ese descubrimiento?
Sani Ladan tiene un periplo migratorio epopéyico, heroico, como tantas personas a las que obligamos con toda crueldad a superar una serie de obstáculos y una infinidad de peligros para hacer un viaje que nosotras podemos hacer en avión de manera segura. Pero, más allá de eso, él me habló de una generación de jóvenes africanos que eran ya tan conscientes de la injusticia del expolio y de la falta de derechos en reciprocidad que no lo iban a soportar más. Eso me interesó muchísimo, porque estamos acostumbrados a contar siempre la parte trágica, dolorosa… y él me advirtió también de que subrayarlo tanto era un peligro porque se quedaba en la pena y, de alguna manera, paraliza tanto al que lo lee como a ellos mismos, los victimiza y los deja reducidos a objetos. Mientras lo que ellos reclaman es que se les reconozca como los sujetos políticos que ya son.
Por otro lado, tengo una pulsión literaria que me hace desear escribir, inventar y crear. Y fabulé sobre esa generación que quería echar un pulso a Europa. Veía un brazo blanco y un brazo negro sobre el Estrecho. Y recuerdo que me encontré con un amigo, Javier Martín- Arroyo, que me dijo: “¿Tú sabes que existe un proyecto de puente oficial?”.
¿Lo conocía?
No, yo no conocía ese proyecto para nada. Y no está escondido, ni es secreto. Pero está como camuflado: no se habla de puente, sino de “enlace fijo” en el Estrecho, que no sabes si están hablando de un empalme de cables o de qué. Y cuando tú lo buscas y ves todos los planos que hay, las infografías… cuando tú ves el edificio y, a su vez, la zona del Estrecho, que es tan hermosa en sí misma y tan fuente de dolor y desigualdad, pues te das cuenta de que tienes un material muy inspirador para alguien que disfruta escribiendo.
“Lo que propone mi novela, con esa generación liberadora, es lo contrario: África se reapropia de sus recursos y, ahora, si Europa quiere este puente o este enlace será con otras condiciones”
Ese puente partiría de la Isla de Tarifa, la punta más meridional de Europa –o terminaría en este punto desde África, según se mire–, donde paradójicamente ha permanecido tantos años una cárcel llamada CIE. De algún modo, ¿ese puente pone a Europa delante de su propio espejo?
Los protagonistas de la novela parten de la certeza de que si ese proyecto existe es para esquilmarlos más y mejor. Si no, ¿para qué, a la vez que construimos muros, que ponemos cámaras y concertinas, el Estado se va a estar gastando dinero público en eso? La propuesta de la novela es darle la vuelta: que los africanos utilicen esa herramienta en la ficción como ahora en la realidad están usando las insurrecciones de liberación en muchos países, para decir que aquí hay que cambiar las reglas de convivencia. ‘¿Vosotros queréis venir como estáis haciendo? ¿Necesitáis nuestros recursos? Pues como son nuestros, vamos a poner unas condiciones. Y, para empezar a hablar, pongamos sobre la mesa el reconocimiento de la más mínima reciprocidad. Porque ¿a santo de qué nosotros no vamos a poder viajar a vuestros países como vosotros viajáis a los nuestros?’. No es que ellos se engañen, ya ellos saben que promovemos ese ‘puente’ para seguir expoliándolos. Lo que propone mi novela, con esa generación liberadora, es lo contrario: África se reapropia de sus recursos y, ahora, si Europa quiere este puente o este enlace será con otras condiciones.
Suena a utopía total.
Hay mucho de política ficción utópica, no distópica; pero, al mismo tiempo, me parece muy naif pensar que por este camino que vamos no vamos a la desaparición. Tanto en lo medioambiental como en lo migratorio, por este camino vamos a la implosión. He visto esta mañana en la portada de El País [la entrevista fue realizada el lunes 25 de septiembre] cómo Alemania está restringiendo las políticas de acceso reforzando las fronteras de Polonia y Hungría. Son dos países a los que les conviene muchísimo utilizar el fenómeno migratorio para sembrar pánico en Europa y engordar al resto de partidos neofascistas en Europa, entre ellos nuestro VOX.
Por este camino que vamos, en el que un gobierno progresista en Alemania está planteando hacerle el juego a la ultraderecha, a mí lo que me parece más plausible en un futuro cercano es que nos gobierne la ultraderecha. La gente progresista no debemos caer en la inercia, como cuando Rajoy decía que con Catalunya no hiciéramos nada. No, hagamos cosas.
En España tenemos también ejemplos. En esa misma portada de El País venía un nuevo incendio en las infraviviendas de migrantes en Huelva.
Por supuesto. La matanza de Melilla… Este gobierno de coalición progresista está aplicando políticas migratorias de ultraderecha. Los partidos de izquierda cometen un error. El tema migratorio hay que abordarlo desde la búsqueda de soluciones y ponerlo en la escena pública. No hay que tener miedo de que lo utilice la extrema derecha para generar pavor en la gente. Y yo creo que algunos políticos temen eso, porque creen que no da votos sino que resta. Los movimientos migratorios son una realidad, han existido siempre y existirán; y, en la medida en que nosotros esquilmemos los recursos de determinados países y no frenemos una crisis climática que les afecta mucho más a ellos, pues estaremos inflando el fenómeno migratorio.
“Este gobierno de coalición progresista está aplicando políticas migratorias de ultraderecha”
Ayer hablábamos de Lesbos, una realidad que usted conoció de primera mano. Hoy de Lampedusa… Más allá de la política, ¿qué margen de reacción tenemos como ciudadanía para intentar cambiar esto?
La ciudadania, no te digo ya ni siquiera progresísta, que también, sino con un sentido de la fraternidad y de los derechos humanos fundamentales, existe en la realidad: religiosos, monjas y sacerdotes que cumplen una labor magnífica en el tema migratorio. Lo que yo creo es que con un análisis realista del panorama habrá que generar unas políticas diferentes. Pero para eso la ciudadanía tiene que presionar. Si no, los políticos no lo van a hacer. Por eso también me gusta lo del puente, porque es la idea de enlazarnos las sociedades civiles frente a las élites que sirven a a intereses de unas minorías cada vez más pequeñas y más ricas. Debe haber una unión y eso se veía en Lesbos. Cuando alguien salía de la patera, conectabas simplemente con la mirada, a pesar de hablar idiomas diferentes.
Creo mucho, además, en las vinculaciones de colectivos: periodistas, médicos… Eso sí que lo podemos construir, y aquí tenemos ejemplos de éxito total de programas como Vacaciones en paz con la población saharaui. Me consta que el cambio de política de este gobierno de Pedro Sánchez con el Sáhara ha dolido realmente en el alma porque hay una amor personal por esos niños y esas familias. En resumen, no podemos acoquinarnos pensando en que si hablamos de la migración le estamos dando armas a la ultraderecha. Es al revés.
Cuando se habla de migración, muchas veces se piensa en caridad. “Yo no soy racista y en todo lo que pueda ayudarlos lo voy a hacer, ropa, comida…”. Pero desde el punto de vista de la caridad, no de los derechos humanos. ¿Qué reflexión hace de ello?
Nosotros somos todos racistas, como somos machistas, hasta el punto de que a los negros los consideramos subhumanos. Por eso nos duele menos su dolor. Por eso, si vemos la muerte de un niño blanco nos atraviesa el alma, si es sirio nos la atraviesa menos y si es negro ya no nos la atraviesa nada. Se refleja no sólo en cuestiones personales sino de manera sistémica.
Y seguimos necesitando que nos hagan reaccionar. Ha sido muy comentado estos días, por ejemplo, el podcast No hay negros en el Tíbet, en el que entrevistaban a uno de los pocos actores negros de doblaje, Rafa Arkebi, y ponía en evidencia ese racismo del que muchas veces no somos conscientes.
En España, y en Andalucía en concreto, hay muy poca presencia en el espacio público, en el periodismo, el cine, la creación… Cuesta todavía verlo, frente a países como Francia o Portugal. Y, por otra parte, eso que hablábamos de la caridad, el conmoverte o contemplar unas instituciones que teóricamente palian la desigualdad se rebela también como una trampa, de manera que esta generación pujante de la que habla el libro nos dice ‘no nos deis ayuda a la cooperación; cuando vengáis a hacer negocio, pagad impuestos’. Macron se ha permitido la osadía de decir que va a vincular las ayudas a a la cooperación a que los gobiernos allí sean responsables con la migración. Pero vamos a ver. El chantaje ya a cara descubierta. Por buenas personas y entregadas y útiles que sean, la cooperación no deja de ser una industria de empleo para blancos. Estamos vinculando esas ayudas a interferir en la política de esos países, que pueden ser acertadas o equivocadas, iguales que las nuestras. Y se está cronificando la dependencia de los países blancos. Todo ese modelo tiene que cambiar.
«Macron se ha permitido la osadía de decir que va a vincular las ayudas a a la cooperación a que los gobiernos allí sean responsables con la migración. Pero vamos a ver. El chantaje ya a cara descubierta”
¿Y cómo vive esa nueva generación cuando suceden, además, tragedias como las de Marruecos o Libia? ¿Siguen viendo algún horizonte?
Lo que es sorprendente es que nosotros, partícularmente en Andalucía y España, vivamos de espaldas a la realidad africana cuando es el continente más próximo y todo lo que ocurre allí nos influye tanto. Eso no es casual. Los grandes medios de comunicación tienen uno o ningún corresponsal en un continente de 55 países. De manera que la visión que tenemos es tan parcial que es falsa y nos estamos haciendo continuamente trampas al solitario porque desconocemos nosotros mismos, e incluso la gente que nos interesamos por esos temas, una visión muy pequeña y muy parcial. ¿Qué está ocurriendo en esos países? Pues no te puedo decir qué esta ocurriendo en todos. Pero sí es verdad que, desde ese 2018 en el que entrevisté a Sani Ladan, he ido mirando con atención y he detectado que mucho de lo que se me anunció en esa conversión se ha ido cumpliendo. No es casual que desde hace tres años para acá se hayan producido una serie de golpes de Estado, lo que en África se está viviendo con movimientos de insurrección liberadora. Ellos no están informando allí de estos hechos como golpes de Estado, ni la población en la calle está aterrorizada, sino que lo viven como una liberación del opresor extranjero colonial. Esos movimientos que se han ido dando en Mali, en Burkina Faso, en Níger, en Guinea Conakry, en Gabón… todos esos movimientos están ocurriendo porque hay una sociedad civil partidaria de un cambio en la relación con el Occidente, con Europa y muy particularmente con Francia.
“Esos golpes de Estado, que en África se están viviendo como movimientos de insurrección liberadora, están ocurriendo porque hay una sociedad civil partidaria de un cambio en la relación con Occidente”
En otros países como Senegal, la insurrección está siendo civil, que a mí particularmente me parece mucho más interesante porque soy contraria a que las decisiones se impongan por la fuerza militar. Pero, injustamente, toda esa insurrección civil se está opacando mucho más en Europa que los golpes militares. Y en otros países como Marruecos o Libia o Túnez, Europa está convirtiendo en su aliado y socio al autócrata que se está cargando la única primavera árabe que había fructificado. ¿Qué va a ocurrir? No tengo una bola mágica. A poco que se habla con la diáspora afrodescendiente o migrante africana en España, a poco que se les sigue en las redes sociales o se viaja a África y se contacta con ellos, se detecta un mar de fondo como se detectaba aquí antes del 15-M. Hay que gente que se sorprendía mucho y otros que no. Yo lo estoy viendo y, como lo estoy viendo, lo cuento.
“Europa está convirtiendo en su aliado y socio al autócrata que se está cargando la única primavera árabe que había fructificado”
¿Lo van a conseguir ellos o no? Es un gran reto. Pero lo tienen claro: es un reto que tienen que llevar adelante ellos y ellas. Y eso nosotras, como mujeres feministas, lo podemos entender muy bien. Tú puedes tener un compañero fantástico colaborador, una juventud masculina cada vez más progresista y más feminista, pero la revolución feminista o la hacemos nosotras o no se hace. Porque nadie que tenga el poder lo va a perder de su buen grado. Las africanas y africanos tienen claro que por más que haya un activismo blanco, europeo, comprometido, su revolución y liberación o la hacen ellos o no se hace.
“En África se detecta un mar de fondo como se detectaba aquí antes del 15-M”
¿Y entre ellos?
En mi opinión, hay un gran reto por afrontar, que es coser esa brecha entre el Magreb y el África subsahariana. Es un juego del divide y vencerás que nos conviene a los blancos de Occidente mientras que a ellos les perjudica. Muchos migrantes subsaharianos, cuando llegan al Magreb, sufren por primera vez el racismo de una población que ellos sienten como hermana. Es una debilidad que el continente debe superar para echar ese pulso poderoso. E igual que Europa tenía muy claro que había que unirse con las diferencias enormes que tenemos entre nosotros –de hecho la población africana joven atribuye muy mayoritariamente el asesinato de Gadafi al impulso de una moneda única africana– ellos tienen que reconstruir a través de una moneda o un organismo, una unidad continental que les daría una fuerza enorme.
María Iglesias presentará su novela ‘Horizonte’ en Madrid el 4 de octubre, en la librería Antonio Machado del Círculo de Bellas Artes, a las 19 h. El 25 de octubre estará en Cádiz, en el Aulario La Bomba, en el Edificio Constitución 1812, también a las 19 h. Y el 28 de octubre, a las 20 h., la presentará en la Feria del Libro de Sevilla.