Cultura
Nanni Moretti no va a cambiar
El director italiano vuelve a la autoficción con ‘El sol del futuro’, un emotivo (y por momentos tronchante) ejercicio de análisis político y cinematográfico.
Decía García Márquez que uno escribe para que le quieran. Seguramente ocurre lo mismo en el gremio del cine. Puede que Nanni Moretti se haya expresado alguna vez en sentido contrario, que haya dicho que nunca piensa en el público a la hora de hacer películas, que sólo piensa en sí mismo, en lo que a él le gusta y le interesa, pero no es así. Conoce a sus fans y les da exactamente lo que quieren. En realidad, ¿cómo podría ser de otra forma?
En El sol del futuro hace exactamente lo que su público espera de él. Se ofrece a sí mismo, como hizo en Caro diario (1993) y en Abril (1998), en la forma de un director de cine atribulado, reflexivo y autoirónico. Han pasado 30 años desde aquella memorable escena en la que le leía la crítica de Henry, retrato de un asesino a su propio autor, que se retorcía en la cama y entre lágrimas. Ahora hace lo mismo, esta vez interrumpiendo el rodaje de un joven cineasta enamorado de los tiros y la violencia. Cambia los paseos en moto por Roma por los paseos en patinete eléctrico. Y el tipo que le gritaba a la televisión «D’Alema, di algo de izquierdas. Di algo aunque no sea de izquierdas. ¡D’Alema, di algo, lo que sea!» vuelve a interrogarse sobre su orfandad política tratando de enmendar en la ficción todo lo que la izquierda hizo mal en el pasado.
Quizás la gran habilidad de Moretti sea la de hablar del fracaso desde la ternura. Hay algo maravillosamente reconfortante en su melancolía, que no se expresa desde el resentimiento sino desde la dulzura. Su personaje por excelencia, su alter ego, es un ser cómicamente atormentado en búsqueda permanente de la alegría. Y tiene para él, para nosotros y nosotras, un chiste, un guiño, una canción emotiva con la que aliviar nuestras heridas sentimentales y políticas. En El sol del futuro, otra vez, como ya había hecho antes con Leonard Cohen, Keith Jarret, Brian Eno o Damien Rice, utiliza la música de forma puñeteramente conmovedora. Música italiana, sobre todo, de Noemi, Luigi Tenco, Fabrizio De Andrè o Franco Battiato. Moretti sabe lo que quiere su público. Y se lo da.
Giovanni, el protagonista de su filme, es un cineasta que está rodando una película sobre una pequeña sección del Partido Comunista Italiano en 1956, el año en el que los tanques soviéticos irrumpen brutalmente en Hungría. A partir de ahí elabora una fábula correctora de la historia: ¿qué hubiera pasado si la izquierda hubiera mostrado su autonomía dando la espalda a Moscú? En el transcurso del rodaje ve cómo su vida personal y profesional empieza a tambalearse: su esposa quiere separarse de él, su hija se echa un novio particularmente chocante y la película tiene problemas de financiación. Netflix acude entonces al rescate y la secuencia de su absurda reunión con los ejecutivos de la plataforma es desopilante.
«Las plataformas son un problema», ha dicho Moretti en diversas entrevistas. «Buscan enriquecer a los productores, pero no apoyando proyectos personales sino productos estándar». Ridiculiza ese lema que va pasando de mano en mano, acrítica y machaconamente, desde los despachos de las plataformas a la prensa y al público: «¡Esta película se verá en 190 países!». Moretti, que sabe convertir sus cabreos en un irresistible ejercicio humorístico, defiende otro tipo de cine: «Yo quiero que las películas tengan su propio estilo, que tengan su propia personalidad, que no sean un objeto estándar bueno para todo el mundo».
El cine, a su juicio, tiene una dimensión ética que, por la hegemonía cultural de Estados Unidos, no parece tenerse en cuenta en la mayoría de los casos. Y en El sol del futuro comparte sus reflexiones, tan acertadas como divertidas, en torno al uso de la violencia en la ficción. Podría pensarse, con motivo, que se está refiriendo a Quentin Tarantino, aunque no lo cite en ningún momento. En efecto, Tarantino ha hecho de la violencia una fiesta. Se extiende sobre ello en un libro muy interesante, Meditaciones de cine (del que quizás hablemos por aquí algún día). Para el director de Malditos bastardos, Django desencadenado o Death Proof, matar nazis es divertido, matar miembros del Ku Kux Klan es divertido y matar a abusadores sexuales es divertido. Al menos no se equivoca de enemigos. Para Moretti, matar es un acto terrible que no puede ser banalizado en la ficción. «¡La escena que estás rodando le hace daño al cine!», le grita al joven director que está a punto de terminar su película con una escena impactante: un disparo a la cabeza.
Moretti ha envejecido y exhibe en pantalla todas sus manías. Con evidente placer, además. Es un gruñón verborreico y no va a cambiar. Incluso se lo dice a la jefa de Netflix cuando ésta le afea el nulo arco narrativo de sus personajes: «Es que en la vida real no cambiamos –explica–. La gente sólo cambia en las películas». Él, por ejemplo, entiende que el mundo ha cambiado, pero no lo acepta. Lamenta que la izquierda haya perdido su fundamento ideológico y que el cine pueda consumirse en un teléfono móvil. Es un representante cultural del pasado que, aunque se ríe de sí mismo, observa el presente con un claro aire de superioridad. Lo curioso del caso es que su nostalgia no se enclaustra en la amargura. Busca desesperadamente un salvavidas. Descarta los finales trágicos (para él y para sus personajes). Como Tarantino (y aquí, paradójicamente, coincide con su némesis), trampea la historia en busca de consuelo. Y como punto final, imagina futuros mejores. ¿Acaso no es ése el primer deber de la izquierda?
‘El sol del futuro’ se estrena en cines el 15 de septiembre.