Cultura

María Rosa Aránega: “En el sector del arte contemporáneo tenemos fichados a los hombres que acosan sexualmente”

La artista, que presenta una exposición en el Instituto de las Mujeres sobre las represaliadas en el franquismo, reflexiona sobre el arte y las estructuras patriarcales que aún dominan este sector: "Existe bastante sororidad para contarnos las experiencias de abuso entre nosotras. Pero hay que tener un apoyo legal y social contundente para sentirse segura y lograr que la justicia llegue a alguna parte".

La artista María Rosa Aránega. JAVIER LENTE

La artista María Rosa Aránega (Almería, 1995) vive desde que era una niña en un pueblo del altiplano granadino, en Cúllar. En su familia, ella y sus primos son la primera generación que ha logrado tener formación superior. Hasta los 18 años, no tuvo apenas contacto con ningún tipo de expresión cultural. Su amor por el arte vino por otro camino: “Las actividades culturales están centralizadas en las ciudades y lo que llega a los pueblos suele ser muy pobre. Yo empecé a dibujar como cualquier niña a los seis años, pero se convirtió en algo obsesivo a partir de los ocho años, a raíz de mudarme a mi actual pueblo, donde aguanté un acoso escolar, una toxicidad y una soledad que duró unos diez años. Así que el dibujo fue una forma de desahogo que ya nunca fui capaz de abandonar. Es probable que esto también influyese bastante en mi compromiso antifascista y en el impulso por defender siempre la diversidad y derechos humanos”. 

Con una trayectoria centrada en el trasfondo de las violencias –muy particularmente la que tiene que ver con el franquismo y las mujeres represaliadas y olvidadas–, trabaja desde la denominada periferia andaluza y ha sufrido y conocido por otras compañeras el peso de las estructuras patriarcales, aún hoy, en el sector del arte contemporáneo: “Si bien no son nada comunes las denuncias públicas con nombres y apellidos, sí veo que existe bastante sororidad para contarnos las experiencias de abuso entre nosotras. De esta forma, tenemos al menos fichados a los hombres que realizan malas prácticas o que acosan sexualmente, que no son pocos y de cualquier orientación sexual”, denuncia. Ahora presenta El silencio, una exposición que podrá ser visitada hasta el 5 de noviembre en La Casa Abierta, en Madrid, dentro de la Agenda Cultural del Instituto de las Mujeres, que celebra su 40º aniversario.

Una de las imágenes de la exposición ‘El silencio’.

¿En qué consiste su última exposición y qué quiere transmitir con ella?

El silencio es una obra que mapea las diferentes formas de violencia que han sufrido específicamente las mujeres a partir del genocidio franquista hasta prácticamente la actualidad. La mayoría de ellas siguen sin obtener justicia ni reparación, desde las detenciones sin razón pasando por las agresiones sexuales, las humillaciones públicas e incluso vejaciones post mortem hasta la práctica de los bebés robados. Se estuvieron vendiendo bebés robados hasta 1995 y aún no hay ninguna ley que les preste una mínima atención… Mi objetivo principal es crear un lugar donde poner estas violencias tan difíciles de rastrear por falta de voluntad política en un mismo espacio visual para conectarlas y leerlas desde un mismo prisma que es la violencia patriarcal, que, en este caso, alcanza su máximo nivel de la mano del franquismo y del nacionalcatolicismo.

¿Cómo llegó a escuchar usted ese silencio? ¿Cuándo fue la primera vez que supo de la historia de mujeres represaliadas por el franquismo?

Llegué a través de mi abuela materna, Rosa, después de muchos intentos para que hablase de esa época. Llegó a hacerlo, pero de una forma muy contenida. Estaba claro que tenía miedo, no por ella sino por mí. Es increíble lo normalizado que tenemos que nuestras abuelas y abuelos se mueran sin encontrar un marco político, social y cultural seguro donde hablar de la violencia franquista, un terrorismo de Estado que, como tal, le sigue correspondiendo al actual Estado reparar. La violencia franquista no sólo se resume en los asesinatos y en los encarcelamientos de los que se tiene registro, sino también en la represión ideológica y violencias machistas, económicas, religiosas que llegaron a cada casa de este país. 

¿Qué le decía su abuela?

De las conversaciones con mi abuela me sorprendió la falsa normalización con la que me hablaba de las mujeres que fueron rapadas en mi pueblo o del rumor de una matanza de unas trabajadoras de una fábrica en la Plaza de Toros de Granada y de la que no he encontrado ningún registro. Digo falsa normalización porque se palpaba el quiebre emocional y la contradicción que supone saber de estos crímenes contra la humanidad y tener que normalizarlos porque no se han depurado responsabilidades o porque sigue vigente una Ley de Amnistía que protege a cientos de criminales y a sus herederos que continúan en puestos de poder.  

«Es increíble lo normalizado que tenemos que nuestras abuelas y abuelos se mueran sin encontrar un marco político, social y cultural seguro donde hablar de la violencia franquista»

¿Cómo cree que el arte, su arte en concreto, puede impactar en las generaciones más jóvenes?

Creo que juega un papel fundamental a la hora de interpelar y conectar con nuestro pasado traumático a alguien que inicialmente lo creía lejano. Dar cuerpo y poner en circulación discursos que permitan integrar la Historia oficial en nuestra historia familiar y personal es algo a lo que tienen que acostumbrarse desde ya las instituciones y organismos que pretendan abordar el franquismo. Estoy bastante harta de ver exposiciones que son espacios simples y donde se vuelcan datos históricos en paneles de una forma fría, obsoleta, distante y tremendamente aburrida. Así es imposible preguntarse qué tiene que ver esa época con nuestro presente. 

Ya no basta con dirigirse sólo a las víctimas directas. Hay que dirigirse también a las personas que no hemos vivido ese pasado porque pronto habrá que tomar el relevo al movimiento memorialista y buscar nuevas estrategias de divulgación. Concibo la cuestión memorialista como interseccional a todas las demás luchas, debe ser el motor para encaminarlas sí o sí. Hay que materializar la idea de que hijas, nietas o bisnietas somos consecuencia de un pasado de crímenes contra la humanidad que ocupa espacios públicos y privados. Aspiro a que mi obra genere espacios con narrativas no lineales que hilen pasado y presente y den cuenta de que ese franquismo sociológico continúa en nuestras familias, nuestros pueblos, nuestros ayuntamientos, juzgados, comisarías y en una infinidad de instituciones y empresas que violentan nuestra existencia. 

«Hay que materializar la idea de que hijas, nietas o bisnietas somos consecuencia de un pasado de crímenes contra la humanidad que ocupa espacios públicos y privados. Aspiro a que mi obra genere espacios con narrativas no lineales que hilen pasado y presente»

¿Y en las generaciones mayores? ¿De qué manera les puede hablar un dibujo suyo, por ejemplo?  

Diría que hay una doble acción reparadora en las generaciones mayores que tiene también mucho que ver con el status impostado que trae consigo el arte y los espacios museísticos. Por un lado, está el acto de escucha y simbolización de una realidad a la que no se le había prestado antes atención; y, por otro lado, el hecho de colocar en un espacio público esa materialización en forma de obra artística supone una revalorización doble de sus testimonios y vivencias. Que esto ocurra en espacios públicos o institucionales es importantísimo para que pierdan el miedo y vean que hablar de la violencia franquista no puede ser más un tabú ni un peligro. 

Estar a medio camino entre la contemporaneidad y la tradición es otro hándicap que también intento explotar para lograr una mayor comunicación con un público lo más amplio posible, independientemente de su generación, clase social o nivel de formación. En el hecho de trabajar principalmente una técnica tan accesible e inmediata como el dibujo también he notado con los años que conecta especialmente con las generaciones más mayores. Además, el grafito tiene unas connotaciones simbólicas y sociales perfectas para lo que quiero trasmitir porque tiene mucho que ver con las conexiones entre tiempo, memoria, testimonio e inmediatez. Un lápiz puede ser un arma en un papel o en el ojo de un franquista. 

La exposición ‘El silencio’ podrá visitarse hasta principios de noviembre.

Como dice, las víctimas del franquismo se están muriendo y muchas siguen sin obtener la reparación, la justicia y la verdad que vienen reclamando desde hace años. ¿Qué hacemos, pues? 

El trato que se le está dando a las víctimas del franquismo es otra forma de maltrato y de terrorismo de Estado, muy similar a la luz de gas o gaslighting. A pesar de las leyes de memoria de 2007 y 2022, a pesar incluso de que exista una Secretaría de Estado de Memoria Democrática, la realidad de las víctimas del franquismo no ha cambiado mucho, apenas ha llegado a la calle. Es distópico que sean las asociaciones las que se ocupan, a través de subvenciones, de recuperar a las víctimas de los crímenes contra la humanidad del franquismo. 

Espero no morirme sin ver a las asociaciones memorialistas y a los grupos de arqueólogos, antropólogos y forenses siendo condecorados por el gobierno que haya. Debe de ser frustrante dedicarse a hacer con tan pocos medios lo que le corresponde al Estado español. Debe de ser agotador porque el margen de acción con tan pocos recursos es pequeño y, normalmente, ese asociacionismo se logra organizar como buenamente pueden en algunas ciudades. A los pueblos, el contacto con el movimiento memorialista no le alcanza siquiera porque es algo de lo que se tiene que ocupar el Gobierno poniendo recursos y haciendo políticas activas de memoria estatales desde ya. Es una cuenta atrás.

«El trato que se está dando a las víctimas del franquismo es otra forma de maltrato y de terrorismo de Estado, muy similar a la luz de gas o gaslighting«

¿Cómo cree que se puede combatir ese discurso de odio que se ha instalado en España e incluso esa censura a la que estamos asistiendo en algunos gobiernos de PP y VOX?

Sinceramente a estas alturas no lo sé. No tengo ni idea de cómo encauzar la deriva de un país que ha tragado 40 años de dictadura hasta la muerte del propio genocida y otros 40 años de monarquía parlamentaria impuesta también por él a una población que no tenía y sigue sin tener una cultura democrática real. 

Los discursos de odio que estamos escuchando en los últimos años por PP y VOX no han surgido de la nada, siempre han estado ahí, bajo esa anestesia social que lleva implícita la palabra ‘democracia’. Estos discursos, como en otros países vecinos, han aprovechado de políticas de memoria fallidas o inexistentes que se han realizado desde la Segunda Guerra Mundial, en el caso de Europa. Las políticas de memoria tienen que brindar también herramientas para reconocer en cualquier lugar y tiempo estos discursos de odio antes de que vuelvan a entrar en los organismos públicos, y en eso Europa ha fallado. 

Un gran problema también es que se coloca como referencia un único momento histórico y se sobremonumentaliza, como por ejemplo al Holocausto. Esa sobreelaboración desde un punto de vista meramente historicista también genera distancia, que impide en muchísimos casos integrar esta historia con mayúsculas en las historias familiares. Pareciera que todo lo que no sea algo exactamente igual y de la misma magnitud del Holocausto no es motivo de preocupación ni de alarma. Claramente ninguno será igual que otro. No habremos aprendido nada de los grandes genocidios mientras no seamos capaces en el futuro de reconocer y frenar los discursos de odio desde su etapa más temprana. Y eso se tiene que hacer en todas las áreas posibles: educación, justicia, política, fuerzas policiales, cultura, deporte…

«Los discursos de odio que estamos escuchando en los últimos años por PP y VOX no han surgido de la nada, siempre han estado ahí, bajo esa anestesia social que lleva implícita la palabra democracia»

También existe un buenismo político en el que parece que hay tolerar a un partido de origen franquista o que atente contra los derechos humanos porque se encuentra dentro un supuesto marco constitucional. La mayoría de países que han visto el fin de un autoritarismo se han reconstruido, con más o menos defectos, pero siempre sobre el reconocimiento de las víctimas, como mínimo. Pero en España sigue vigente la ley de secretos oficiales de la dictadura franquista o una Ley de Amnistía que protege a los criminales franquistas… ¿Qué partidos políticos llevan en su programa electoral derogarla? Lo de España es realmente una anomalía que debería avergonzar a cada una de las personas que pisa el Congreso de los Diputados. 

¿Ha habido algún discurso actual que la haya llevado inmediatamente a lo que se decía de las mujeres en la dictadura o al papel que las mujeres tenían asignado durante el franquismo?

Muchísimos y de todos los colores políticos. Al final, los roles de género que señalo en la exposición El silencio no son sólo exclusivos del franquismo. Alcanzaron ahí su máxima legitimación institucional, pero vienen a ser dogmas patriarcales que están en cualquier lugar. Da igual el territorio, el tiempo, la ideología política, la clase… donde haya hombres hay patriarcado más o menos explícito.

Sobre lo que me preguntas, fue muy revelador encontrar una ficha de las que realizaba el Patronato de la Mujer para evaluar el comportamiento y las capacidades de las mujeres que retenían en sus centros religiosos. He hallado muy poca documentación sobre ello, pero se encontraban en muchísimas capitales. Voluntad, egoísmo, sensualidad, simpatía, piedad, herencia familiar o inteligencia moral eran algunas de las facultades evaluadas. La infantilización y la cosificación de las mujeres que estuvieron en el Patronato no distan mucho de lo que seguimos viviendo hoy las mujeres en muchos ámbitos.

¿Es optimista, cree que las cosas pueden mejorar?

No es cuestión de ser optimista, sino de no conformarse nunca. Los cambios a mejor también dejan víctimas en el camino. Cuando se conquista un derecho llega el momento de reconocer otro y así… No hay que dar nada por sentado y menos en estos momentos de pleno auge de una ola liberal fascista. La verdadera tarea está en la calle haciendo lo que esté en nuestra mano y aprovechando, por supuesto, los marcos políticos que llegan muy lentamente desde arriba. Simplemente la lucha es continua.

«La infantilización y la cosificación de las mujeres que estuvieron en el Patronato durante el franquismo no distan mucho de lo que seguimos viviendo hoy las mujeres en muchos ámbitos»

Y el arte, esta profesión, se ha convertido al final en su forma de vida.

El caso es que el dibujo fue mi vía de escape de otra realidad violenta a muy pequeña escala. Cuando llegó el momento de elegir una carrera universitaria fue difícil decidir finalmente Bellas Artes, pero es que yo no me visualizaba en ningún otro lugar. Mi familia siempre ha trabajado para otros en el campo y, literalmente, tienen el cuerpo reventado. El sacrificio económico para que yo estudiase fue enorme, por lo que elegir Bellas Artes, una carrera con tan pocas salidas, fue un dilema en muchos sentidos. Antes de acabar el grado comencé a echar convocatorias de residencias artísticas, exposiciones, becas de producción… Es un sistema competitivo, precario, inestable y de derechos mínimos pero que va facilitando muy poco a poco seguir en esto. Por suerte o desgracia, gracias a ir siendo seleccionada en algunas de esas convocatorias estos años atrás, he podido seguir produciendo, mostrando mi trabajo e ir sobreviviendo. 

¿Qué le aporta a usted, más allá de lo que quiere transmitir, en su día a día?

En mi día a día, el arte me ha llevado sobre todo a construir un pensamiento crítico y de empoderamiento que surge desde mi alrededor, empezando por las desigualdades que parten de mi propia familia, vecinos o amigos. Hacerlo desde un un área tan elitista y tan dependiente del poder adquisitivo de unos pocos como es el arte contemporáneo también se me presenta como un desafío por hacer de esta profesión algo más horizontal y crítica con los modelos de producción y mercado. Desde un pueblo del altiplano granadino, en Andalucía, es muy importante ocupar espacios con relatos descentralizados hechos por y desde aquí. Es una forma de empoderamiento, de alzar la voz para evitar ese paternalismo territorial que sufrimos en el sur. Para mí, es una herramienta de visibilización de realidades poco conocidas desde un posicionamiento político natural y que no me tomo un ejercicio de ego como hacen tantísimos otros artistas, sobre todo hombres. 

¿Cómo logra hacer su trabajo desde aquí?

Lo difícil desde aquí no es hacerlo, sino moverlo, comunicarlo, difundirlo. Hay un punto también en el trabajo artístico que no es solamente producir trabajo encerrada en el estudio sino crear, establecer contacto con otros profesionales, artistas, coleccionistas, comisarios, galeristas… Y desde un pueblo es difícil tener esa presencia. La vida en el pueblo no hay que romantizarla, no hay que mirarla de una forma paternalista, ni tampoco catastrofista, pero sí es verdad que tiene sus pros y sus contras. En Cúllar estoy conectada a una realidad que es a la que verdaderamente pertenezco y que me es esencial para poder trabajar sin perder el norte. El sistema artístico es tremendamente endogámico, elitista, clasista, centralizado en unas pocas ciudades es una pompa, una burbuja complemente desconectado de la realidad. Cuando he estado en ella he sentido un síndrome de la impostora terrible. Para romper esta jerarquía y esta burbuja también trabajo, no para satisfacer a los que se encuentran dentro de ella.

«Desde un pueblo del altiplano granadino, en Andalucía, es muy importante ocupar espacios con relatos descentralizados hechos por y desde aquí. Es una forma de empoderamiento, de alzar la voz para evitar ese paternalismo territorial que sufrimos en el sur»

Ahora estamos hablando del #SeAcabó con el fútbol español. ¿Cómo considera que han podido afectar esas estructuras patriarcales a las mujeres en su profesión, en el arte?

Pues me encanta que me hagas esta pregunta porque la mayoría de puestos de poder en el circuito artístico, como en el deporte, están liderados también por hombres. La punta del iceberg es el trato paternalista que se sufre a menudo. Como yo no estoy en el meollo, estoy en mi pueblo, la verdad es que lo evito bastante bien. Pero hay casos realmente graves que no tienen visibilidad por distintos factores. El sector del arte contemporáneo tiene poquísima visibilidad y hay bastante individualismo. Si bien no son nada comunes las denuncias públicas con nombres y apellidos, sí veo que existe bastante sororidad para contarnos las experiencias de abuso entre nosotras. De esta forma tenemos al menos fichados a los hombres que realizan malas prácticas o que acosan sexualmente, que no son pocos y de cualquier orientación sexual.

Como en cualquier denuncia pública, hay que tener un apoyo legal y social contundente para sentirse segura y lograr que la justicia llegue a alguna parte, pero sobre todo para afrontar con fuerza mental un proceso en el que se va a cuestionar continuamente tu status de víctima. Acabamos de ver cómo hasta con una cámara delante se cuestiona a la víctima de una agresión. 

«A mis 23 años, un comisario que me doblaba la edad y que no conocía, me puso la mano en las ingles e invadió mi espacio personal. No supe reaccionar. Me llegué a preguntar si había habido algo que le hubiese dado pie a ello»

A mis 23 años, un comisario que me doblaba la edad y que no conocía, me puso la mano en las ingles e invadió mi espacio personal. No supe reaccionar. Me llegué a preguntar si había habido algo que le hubiese dado pie a ello, pero más tarde tomé conciencia de lo violento de la situación y de que ha sido y sigue siendo un cerdo con varias compañeras artistas más. En estos últimos meses, una amiga ha sido acosada sexualmente y maltratada a unos niveles gravísimos por un galerista. Él le ha chantajeado con no devolverle sus obras. Te podría contar decenas de casos más que tratamos de relativizar por paz mental y laboral. Hay que entender que no siempre se está preparada mentalmente para denunciar a alguien que pertenece a tu mismo ámbito laboral o con quien incluso tienes relaciones laborales. A esto hay que sumarle las consecuencias a nivel laboral y social que traen estos procesos a la víctima y a las personas que se posicionan junto a ella. No es nada fácil tener fuerza mental para denunciar públicamente, meterse en un fregado así y ser cuestionada más que el propio agresor.

¿En algún momento ha pensado que se ha equivocado de profesión?

Para nada. Sólo me dejé llevar. No tenía ni idea de cómo funcionan los circuitos artísticos, son tan herméticos que no se comprenden las dinámicas hasta que estás dentro. Tratar al franquismo y sus consecuencias comenzó por pura inercia y como búsqueda familiar, a la que, por cierto, aún no he sido capaz de darle forma artística. Después fui ampliando mi campo de trabajo a medida que me he ido sintiendo apelada por determinadas cuestiones o territorios. Sin darme cuenta, he venido haciendo un trabajo muy procesual. Cuando mi obra empezó a despertar el interés de algunos espacios y agentes culturales, comenzó la verdadera maduración. Nunca imaginé estar dedicándome a esto y lograr mantenerme. Eso es una simbiosis entre encontrar una línea de investigación y lenguaje genuino y sincero y estar en el momento y en el lugar exacto, tener visibilidad y que lleguen oportunidades. 

El camino a la profesionalización es duro y precario. España no tiene un tejido cultural fuerte. En ocasiones, sí me he replanteado la forma de tomarme esta profesión, intentar que no me ocupe tantísimo tiempo y energía, rebajar la carga de trabajo diaria o dedicar menos esfuerzo a presentarme a convocatorias precarias. Me he llegado a replantear mi forma de producción pero nunca que me quiera dedicar a esto. Lo seguiría haciendo con o y sin recursos y aunque tarde el triple de tiempo.

¿Tiene alguna otra exposición ahora mismo que se pueda visitar?

Pues muy pronto, a partir del 29 de septiembre estaré exponiendo en Berlín Galería, en Sevilla. La exposición se titulará Cómo avanzar bajo el fuego enemigo, y será un compendio de obras centradas en poner cuerpo a las víctimas y a los distintos colectivos que han luchado por la democracia desde el golpe de estado franquista. Es mi primera vez exponiendo en una galería  de arte porque casi siempre me he movido dentro de espacios institucionales, y la verdad es que tengo muchas ganas. Parece mentira, pero no es nada fácil encontrar espacios privados y comerciales que apuesten sin complejos por trabajos como el mío. 

Y una curiosidad: de los mensajes que recibió en el proyecto Dicen –un espacio de participación e intercambio de testimonios relacionados con la Guerra Civil y la dictadura franquista, ¿hay alguno que le impactara más, que le diera a conocer algo que desconocía hasta ese momento?

Pues hay dos que me impactan especialmente no tanto por la violencia que describen, sino por la forma de contarla y por quién la contó. Cuando hice Dicen esperaba recibir testimonios más explícitamente violentos y la realidad es que lo que recibí fueron testimonios que en su mayoría hablaban más de la violencia económica, que era la más generalizada.

Hay dos testimonios que a mí me interesaron muchísimo. En uno, un nieto describe cómo su abuelo se libró de ser fusilado porque se cagó encima cuando lo llevaban a fusilar y lo echaron del camión donde lo desplazaban. Me interesa mucho lo icónico de ese recuerdo que ha marcado la supervivencia y continuidad de una familia entera. Y, por otro lado, está un testimonio que me fascina porque describía cómo su abuelo, para sobrevivir, trapicheaba con chocolate y tabaco con el ejército italiano. La persona que lo hizo incorporaba emoticonos como un xD o :P. Me encantó. Da buena cuenta de la evolución del lenguaje desde mi generación y la forma tan natural de leer el ánimo de ese recuerdo. Dicen fue el primer proyecto en el que me empecé a focalizar también en la transmisión que se realiza sobre las segundas y terceras generaciones. Además, esta obra también detonó un interés y una revalorización de las vivencias de sus familiares. 

Proyecto ‘Dicen’.

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