Cultura
Ocaña, el eterno marginado
Un libro reivindica la figura del pintor y ‘performer’ sevillano en el 40º aniversario de su muerte.
«A pesar de tanto periódico y de tanta fama, me tengo que poner a pintar paredes como un loco porque si no no puedo comer ni pagar el piso a final de mes», decía José Pérez Ocaña en el célebre documental de Ventura Pons Ocaña, retrato intermitente (1978). Amó y odió a la clase obrera. Amó y odió el activismo homosexual. Amó y odió su pueblo sevillano, Cantillana, de donde tuvo que huir para ser él mismo. Ocaña, que habló tanto de sí mismo, es, paradójicamente, un personaje inasible, un enigma. Con motivo del 40º aniversario de su muerte, la editorial Dos Bigotes publica un nuevo libro dedicado a este artista rompedor, poliédrico y tremendamente controvertido: Ocaña. El eterno brillo del Sol de Cantillana.
Coordinado por Carlos Barea, el ensayo recoge diversos textos de especialistas en su vida y su obra, como el artista Pedro G. Romero, el historiador y comisario de arte Juan-Ramón Barbancho o los escritores Luis Maura y Roberta Marrero. También intervienen personas que conocieron muy bien a Ocaña, como el citado Ventura Pons, el dibujante Nazario o su propio hermano mellizo. Además, el libro cuenta con dos documentos inéditos: una pequeña autobiografía y una carta que Ocaña le escribió a su amigo Felipe de Paco. «En realidad, la carta es muy trivial pero también muy simbólica. Enseña una forma de relación entre las disidencias de los hombres homosexuales de la época», explica Barea.
Luis Maura le dedica su capítulo al sexilio de Ocaña, esa huida del campo a la gran ciudad que muchos homosexuales no han tenido más remedio que emprender. «Ocaña era de pueblo, lo mismo que yo. Y los dos tuvimos que irnos para poder ser felices. Me quedé un poco tocado tras escribir este texto porque es doloroso ver que lo que ocurría hace 50 años sigue ocurriendo todavía», confiesa Maura. «Lo que propongo es volver a conquistar esos espacios, volver al pueblo con la cabeza alta. Por un lado, irse para poder desarrollar tu propia identidad en un lugar menos hostil. Y luego, en algún momento, volver al pueblo, que es lo que hizo Ocaña. Le querían, sí, y él se implicó siempre en los eventos festivos y religiosos de su pueblo, pero la homofobia rural seguía ahí».
«Aunque él, por decirlo con palabras actuales, se empoderó en Barcelona –apunta Carlos Barea–, es muy importante recordar que cuando volvía a Cantillana no se metía otra vez en el armario, no dejaba a un lado su identidad y su libertad. Él cuenta en alguna entrevista que los niños le tiraban piedras por la calle».
Su orientación sexual, sin embargo, no le facilitó la relación con el activismo gay de la época. «Ocaña es un personaje tremendamente complicado. No solo desde el punto de vista del arte sino dentro de las luchas LGTBI», explica Juan-Ramón Barbancho. Entonces, como hoy, existía una inclinación hacia la normatividad entre las caras visibles de la reivindicación homosexual. Una normatividad heredada, según el historiador, del movimiento homófilo francés, «que era terriblemente tránsfobo y terriblemente plumófobo». El amaneramiento de Ocaña, por tanto, no estaba bien visto. Como recuerda Carlos Barea, las desavenencias con Jordi Petit, miembro del Front d’Alliberament Gai de Catalunya y una de las figuras claves del movimiento, fueron notorias.
«Él lo dice en el documental de Ventura Pons y en otras declaraciones a la prensa: ‘Yo no defiendo la libertad de los homosexuales. Yo defiendo mi propia libertad’», apunta Barbancho, quien también evoca la problemática participación de Ocaña en la primera marcha gay en España, que tuvo lugar en Barcelona en 1977: «Ocaña acudió con bombín y mantón de manila, como puede verse en la famosa foto que le hizo Colita. Él estaba en la cabecera de la manifestación pero lo quitaron de ahí y lo mandaron atrás. Empar Pineda ha contado después que también quisieron quitar a las trans y a los más plumíferos porque daban una imagen muy desvirtuada del colectivo. ‘Esa estupidez no la volveremos a cometer’, decía Pineda, porque son ellas las que lucharon y las que recibieron los palos».
Del escándalo al silencio
Un «marginado». Así se definía Ocaña en el documental de Ventura Pons, en el que hace continuos esfuerzos por no colocarse él mismo ninguna etiqueta. «Yo no soy un travesti –decía–. Soy un teatrero y mi escenario son Las Ramblas». Pertenecía a «ese verdadero París chico, que está de la Plaza Catalunya para abajo». La Barcelona de Las Ramblas, del puerto, de las prostitutas, de los marineros. «De Plaza Catalunya para arriba es otro rollo –explicaba irónicamente–. Ahí está la gente buena».
Pintor y performer radical, llenó sus cuadros de vírgenes, de ángeles y de escenas rurales con un estilo estudiadamente naíf. En sus actuaciones mezclaba textos de Lorca y los hermanos Álvarez Quintero con stripteases, gestos procaces, coplas y saetas cantadas a pleno pulmón. Un torbellino cambiante, un artista incómodo e inclasificable. Quería ser reconocido como pintor, pero a la prensa sólo le interesaba explotar su perfil más extravagante, algo en lo que él colaboró conscientemente, con reparos pero también con largueza. Libertario arrebatado, se alineó políticamente con el anarquismo, que también lo marginó. «En el famoso espectáculo de las Jornadas Libertarias, [organizadas por la CNT] en el parque Güell, les dejaron actuar el primer día, pero al siguiente los quitaron de en medio. ‘Que dejemos que los mariquitas estéis aquí, vale, pero que vengáis diciendo lo que sois y lo que hacéis, eso no’, vinieron a decir», recuerda Barbancho. «Y todo el mundo sabe ya lo que ocurrió en aquel escenario: Ocaña se desnuda, desnuda a Camilo [su pareja habitual en las performances] y le hace una mamada descomunal. ‘Hasta ahí podíamos llegar’, dijeron».
Han pasado 46 años desde aquello. España no estaba preparada para algo así y tampoco lo está hoy, una época en la que, paradójicamente, sí son habituales otras performances más violentas, más sangrientas, incluso con peligro físico real para el artista. Ocaña estaba y está fuera de su tiempo. Lo demuestra el hecho de que haya desaparecido del catálogo. Simplemente no existe para el arte contemporáneo español, que nunca lo tuvo en consideración.
«La gente está muy equivocada respecto a la pintura de Ocaña», abunda Barbancho. «Por su estilo naíf se ha dicho que fue un pintor autodidacta. Eso es absolutamente falso. Ocaña estudió pintura en Sevilla con algunos maestros y después, ya en Barcelona, sacaba un poco de dinero pintando paredes para poder ir a la academia. Yo en el libro hablo de dos cuadros en los que utiliza una pincelada y una paleta extraordinariamente académicas según los estándares de las escuelas de arte. Ocaña sabía muy bien lo que pintaba, y es lo que yo he intentado plasmar en el libro: reivindicar al artista y al performer, que me parece una faceta fundamental. La mejor obra de Ocaña fue él mismo. Ocaña es la gran obra de arte de José Pérez Ocaña».
Podría pensarse que tras su muerte prematura (ocurrida por accidente, cuando unas bengalas prendieron su vestido el día de la fiesta mayor de Cantillana) y gracias a que el documental de Ventura Pons se convirtió en una película de culto, los cuadros de Ocaña habrían subido de cotización. Nada de eso. «Aun después del documental, nunca pudo vivir de su arte. Y su pintura no se ha revalorizado absolutamente nada con el tiempo. El gran hito del Ocaña pintor es la exposición que comisarió Pedro G. Romero en La Virreina [en 2010]. No se ha hecho un trabajo de análisis profundo de su pintura. Los miembros de su familia tienen sus casas atiborradas de cuadros. Cuando murió, vaciaron su estudio y se llevaron todo a Cantillana. Y Ocaña, prácticamente, desapareció».
Barbancho cuenta una anécdota que define muy bien el lugar que ocupa Ocaña en el panorama artístico español e incluso en el ámbito de su pueblo. Ocurrió el día de la inauguración del Centro de Interpretación de la Obra de Ocaña en Cantillana, al que Colita «muy generosa, ha donado todas sus fotografías» del artista. «La alcaldesa –continúa Barbancho– convocó a varias asociaciones LGTBI, a gente que tenemos responsabilidades culturales en ellas, al presidente de la Red Estatal de Municipios Orgullosos… Se iba a proyectar el documental y a hacer una gran presentación. Pero no acudió nadie. La alcaldesa, entonces, propuso que no hiciéramos nada, que nos fuéramos a tomar unas cervezas. Y eso hicimos. Del pueblo no fue absolutamente nadie».