Internacional

Terremoto en Marruecos | “Han puesto estas pocas tiendas para hacer con nosotros su propaganda”

Mientras los supervivientes del seísmo sobreviven gracias a su tesón y a la ayuda de la sociedad civil, países como Emiratos Árabes Unidos hacen una demostración de fuerza mediante su ayuda humanitaria.

Unos niños heridos durante el terremoto juegan frente a sus casas destruidas en Azro. P. S.

“Hasta hace tres días, toda mi vida se centraba en sacar las mejores notas para poder estudiar Medicina. Ahora todo se ha acabado. Soy incapaz de imaginarme en el futuro, y más siendo doctora”. Selma tiene 16 años. A sus espaldas, su casa reducida a escombros; delante, un centenar de personas viviendo en una huerta de árboles frutales. Las alfombras se han convertido en su único suelo; las cortinas y pañulelos, en su nuevo techo. 

Junto a su mejor amiga, Zaineb, Selma está sentada sobre una bombona de butano. “Tengo la sensación de que estoy soñando. Todavía estamos en shock, es todo demasiado irreal”. Las niñas explican que cada noche intentan charlar hasta tarde para reírse mucho y conseguir así dormir. “Puede parecer extraño pero es que es demasiado doloroso. Han muerto niños y adultos vecinos nuestros. Ya no están y queremos olvidarlo”. Selma traduce a Zaineb, así que las reflexiones son compartidas.

Alrededor de las niñas se construye un nuevo mundo, extraño, solidario y violento. Cuatro días después de que tuviese lugar el terremoto, una caravana humanitaria de Emiratos Árabes Unidos circula ante ellas. Decenas de ambulancias, coches de bomberos, rastreadores con perros en coches de alta gama… Todos ellos nuevos, sin un rasguño, con su personal para emplearlos, enviados en aviones Hércules. Un grupo de periodistas marroquíes viaja empotrados con ellos. En algunos campos de personas desplazadas como el de Zaineb y Selma entran directamente haciendo directos con sus móviles. Se meten en las haimas sin pedir permiso, apuntando con sus micrófonos a sus moradores. A ratos, todos parecemos formar parte de un show de Truman tétrico.

Las carreteras son un río de coches y furgonetas conducidas por una población marroquí que se ha volcado en asistir a su pueblo con lo que tiene. Mientras, el régimen de Marruecos mantiene su rechazo a recibir material humanitario de países como Francia o Argelia. Las crisis humanitarias son también un tablero geopolítico en el que los líderes de los países siguen librando sus cuitas de poder a costa, incluso, del sufrimiento de su pueblo. Y, también, son un espacio que los aliados emplean para hacer ostentación de su poderío. 

A ras de escombros, los supervivientes sobreviven gracias a las fuentes públicas -algunas de las cuales, arrojan agua contaminada por el colapso de las tuberías- y a su esfuerzo por mantener la dignidad. “Necesitamos plásticos”, dice Zaineb. “Si llueve, se estropeará lo poco que tenemos”, le complementa Selma. Y así es como se expresa la cordura en medio de tanta palabrería estéril. Cuando todo se desmorona, queda en pie la capacidad de las mujeres para preservar la vida con sus manos, su lomo y su generosidad.

En las cuerdas con las que han construido las jaimas, cuelgan también la ropa lavada a mano. En un barreño, los platos y la comida a salvo de los insectos y el polvo. A resguardo del viento, la cocina de leña encendida. Los niños, lavándose los dientes cada manaña y cada noche. No se puede medir el esfuerzo que requiere mantener la salubridad en contextos en los que no hay agua, ni baños ni electricidad. 

Selma y Zaineb en el campo improvisado en el que viven en Ourgane tras el terremoto. P. S.

“Cuando ocurrió el terremoto, conseguí salir de la casa gateando. Me temblaban las piernas, no podía ponerme de pie. Uno de mis gatos murió. Masha sí sobrevivió con sus cinco cachorros. Es todo increíble”, explica Zaineb, que le sorprende incluso escucharse contar lo vivido.

Su padre trabajaba como guardia de seguridad en la represa del río Nfis, que se convirtió hace años en un reclamo turístico como lago de Ouirgane por la belleza del paisaje. Estos días apenas si lo ha visto porque se ha dedicado a rescatar a sus vecinos de los edificios destruidos. Uno de ellos, su propia casa, de la que apenas ha quedado un muro en pie. Para entender la dimensión de las consecuencias del terremoto de Marruecos hay que pensar que hay decenas de aldeas inhabitables. No se trata de una casa o dos, sino de decenas de miles. De ahí que no haya resquicio para la esperanza, más que seguir la tradición de encomendarse a los designios de Dios. 

Cadena humana para descargar mantas donadas. P. S.

A la hora de tomar la fotografía, Selma y Zaineb piden pañuelos para cubrir sus cabezas desnudas a las mujeres mayores que las observan curiosas desde sus tiendas. Todas ríen, se besan, se cuidan. “Ahora somos todos una gran familia. Compartimos todo lo que nos llega de ayuda. Es extraño, sentimos que lo que vaya a ser de nosotros es compartido”, explican con esfuerzo, intentando poner palabras a algo que no sabían que existía. 

A unas pocas tiendas de distancia, Fozia acuna a su bebé. Tiene 26 años y, junto a su marido, su única misión las veinticuatro horas del día es garantizar el bienestar de su hijo. Comparte haima con sus suegros y su marido y, cuando no lo está amamantando, se dedica a buscar verduras, algo de carne y agua embotellada para prepararle la comida. Pregunta si con la ayuda humanitaria llegarán potitos. A estas alturas, poco pueden hacer por ellos los rescatadores de Dubai, los camiones de bomberos de Emiratos Árabes, los Chevrolet Tahoe de Abu Dhabi. 

Es todo propaganda. Estas haimas de plástico colocadas junto a la carretera son propaganda para que los periodistas grabéis, para las fotos cuando pase el Rey en el coche, para que parezca que hacen algo. ¿Cómo vamos a vivir mis tres hijos, mi mujer, mi madre y yo con esta otra familia aquí?”, dice Abdel Karim señalando el plástico azul en Ansi, la población en la que el Ejército marroquí ha establecido una base militar de campaña y, al lado, unas cuantas tiendas azul y amarillo para los desplazados. 

Este hombre trabajaba como cocinero para grupos turísticos. “¿Qué voy a pasar otros 35 años trabajando para construirme mi casa? No podemos volver a empezar. No hay futuro aquí. Nos tenemos que ir a otra ciudad o a otro país”, dice con desesperación ante la atenta escucha de su familia, todos sentados dentro del plástico. Su madre, una anciana que apenas se puede mover y que ha permanecido en silencio hasta ahora, interviene: “Yo no me voy a ir a ningún sitio”. 

Justo entonces se sabe que el Rey Mohamed VI visitará Marrakech. No por un comunicado oficial, sino porque se han fotografiado operarios limpiando y pintando las arterias principales de la ciudad y, frente al hospital donde fueron ingresados algunos heridos, empezaron a agolparse mujeres a la espera de algo. Horas después, el monarca haría su primera aparición pública cuatro días después del seísmo y se fotografiaría besando a algunos de los supervivientes. Para entonces, ya se comentaba que, probablemente, también visitaría Amizmiz, otra de las poblaciones más sacudidas, porque sus calles empezaban a ser barridas y repintados algunos bordillos de las aceras. 

“No le importamos a nadie. Han puesto estas pocas tiendas para hacer con nosotros su propaganda”, concluye Abdel Karim, mientras sus niños observan atónitos el lujo de la caravana del Golfo Pérsico. 

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Comentarios
  1. La verdad es que no encuentro diferencias ( y todas sustanciales ) entre la penosa , degenerada , corrupta , represora y agonizante monarquía egpañola y la del también penoso , degenerado , corrupto , represor y ¿ también agonizante ? reino de Marruecos , porque el método aplicado es el mismo .
    Salud.

  2. Lo único que se me ocurre, además de las naturales tristeza e indignación, es que hay que difundir este reportaje al máximo. Que todo el mundo sepa lo que está pasando.

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