Internacional
Mario Amorós: “El único país en el que no se reconoce unánimemente a Allende como demócrata es Chile”
El el 50º aniversario del golpe, el biógrafo de Salvador Allende subraya que «la unidad de la izquierda y los sectores populares» es la mejor receta contra el auge de la ultraderecha.
Mario Amorós (Alicante, 1973) es periodista, historiador y autor de biografías de Víctor Jara, Pablo Neruda, Augusto Pinochet, Dolores Ibárruri y Salvador Allende. Acaba de publicar una edición actualizada con Capitán Swing de la del presidente chileno coincidiendo con el 50 aniversario del golpe de Estado que acabó con su gobierno. Un texto fundamental para entender a Allende, un hombre que se prometió a sí mismo de joven que dedicaría su vida a la justicia social y que le gustaría ser recordado por ser consecuente. Dos deseos que llevó hasta el final, cuando el Estado estadounidense y el gobierno de Nixon organizaron el golpe de Estado que, apoyado por la oligarquía chilena (que sigue teniendo el poder económico del país) y ejecutado por su Ejército, acabaría con algo que Kissinger y sus secuaces no estaban dispuestos a permitir: que Allende arruinase su dogma de que el socialismo no podía llegar al poder mediante la vía democrática. La Unión Popular, una alianza del Partido Socialista de Allende y el Partico Comunista, lo logró en 1970, y durante 1.000 días demostraría que la izquierda realmente mejora la vida de la mayoría social cuando se une para aplicar políticas apegadas a la realidad y se deja de «infantilismos revolucionarios», como denunciaba Allende y escribe Amorós. Un detalle significativo: para crear las condiciones sociales y políticas proclives para el golpe, Washington pagó para que decenas de periodistas internacionales escribieran noticias negativas sobre su gobierno.
Conversamos mediante videoconferencia con el biógrafo, que se encontraba presentando su libro en Chile.
Para entender el carácter heterodoxo de Allende y su capacidad para establecer lazos con personas de distinta ideología hay que atender a su origen: es descendiente de luchadores por la independencia de Chile, su abuelo, médico cirujano y miembro del Partido Radical –centro– llegó a dirigir los servicios médicos del Ejército chileno durante la Guerra del Pacífico, su padre era un médico y notario de clase acomodada y él mismo remarcó la influencia que tuvo en él Juan Demarchi, un carpintero anarquista italiano. ¿Qué sabemos de él?
Lo único que sabemos de su relación con Demarchi fue lo que le contó a Régis Debray en una entrevista en 1971. Se trata de un obrero que le transmite la conciencia de clase a un niño muy bien vestido y que le prestó algunos libros. Como Allende mismo dijo, no era un un hombre «de lecturas profundas». Yo creo que Demarchi le dejó la semilla libertaria, de rechazo al dogmatismo, de querer dialogar con otros sectores de la izquierda.
Allende contó en más de una ocasión que fue expulsado del Grupo Avance después de mostrarse en contra de crear los soviets. Fue expulsado por los votos de 395 de los 400 que tenía. En libro habla de cómo Allende se mostró muy contrario del radicalismo estéril, del infantilismo revolucionario. ¿Cuáles serían las claves del pensamiento de Allende?
No conozco otro país donde, como ocurrió en Chile, cuando se funda el Partido Socialista (en 1933) ya existiera el Partido Comunista. Cuando se crea el Partido Socialista ya existía la discusión entre los partidarios de la Internacional Comunista y los llamados sectores trotskistas. En ese contexto se crea el Partido Socialista en Chile, con una identidad latinoamericana, distanciada de Moscú. En aquella época, como médico, Allende podría haberse relacionado solo con la élite, pero tuvo vocación política desde muy pronto. Ya en los años cuarenta, Allende plantea que en Chile es posible que la izquierda se pueda aliar en un frente político y ser una alternativa de poder. Entre 1948 y 1958 el Partido Comunista fue reprimido, pero después hay 15 años de desarrollo democrático fuerte, con libertad de prensa y en el que, en medio del contexto de la Guerra Fría, él va perfilando su programa.
En aquel momento, no había muchos referentes en los que inspirar un proyecto socialista como el que planteaba más allá del que se desarrollaba en Perú, con el que tenía mucho contacto. ¿Por qué se decantó por el Partido Socialista antes que por el Comunista?
En 1933, cuando se funda el Partido Socialista, los partidos comunistas eran secciones nacionales de la Internacional comunista. En el caso de España está muy estudiado. Había un delegado de la Internacional que guiaba la política del partido, había un seguidismo de la línea que marcaba Moscú. Después hubo apertura a los frentes populares, pero en esa primera etapa, Allende no estaba de acuerdo con esa adhesión acrítica. Él prefería un partido sin ataduras internacionales, complemantemente autónomo y atento a la realidad chilena. También era un partido muy heterogéneo, sacudido por divisiones permanentes, con debates muy ideológicos, con un peso fuerte de las posiciones que rechazaban alianzas con los sectores medios… En esas aguas navega Allende con momentos tan complicados como cuando en 1951 la mayor parte de su partido apoya a Carlos Ibáñez, que había sido dictador en los años veinte. Él se rebela y lanza su primera candidatura presidencial.
No hubo ningún otro país en América Latina donde las izquierdas se unieran y consiguieran ganar. ¿Por qué fue posible en Chile?
Primero porque, con la excepción de esa proscripción del Partido Comunista entre 1948 y 1958, hay una un sistema democrático de 40 años, entre 1932 y 1973, que permite que la izquierda participe. En aquel tiempo, el sistema político tenía tres vértices: una derecha republicana y democrática, un centro político que primero fue el Partido Radical y después la Democracia Cristiana, y dos partidos de izquierda –el socialista y el comunista–, importantes electoralmente en diversos momentos de este periodo.
Era obvio que en un sistema presidencialista, donde no había segunda vuelta, si la izquierda quería ganar tenía que ir junta. Después, jugó un papel fundamental el liderazgo de Allende, su buena relación con el Partido Comunista, la generosidad de los dirigentes de éste, que vieron que Allende tenía la posibilidad de recorrer lo que se llamó la «vía pacífica al socialismo». Además, a partir de 1958, Allende tiene un liderazgo indiscutible en Chile. Ese año se queda a 34.000 votos de La Moneda. Allende hizo campañas electorales de un año y medio, viajando en trenes que tardaban 18 horas en recorrer 800 kilómetros, explicando su programa pueblo por pueblo.
Así fue creciendo la izquierda, en torno a la unidad del movimiento obrero, de una sola central sindical, con el apoyo de los intelectuales… Además son los años sesenta, en los que el pensamiento marxista vive una época importante en América Latina tras la Revolución cubana, las luchas en Argelia, en Vietnam… Y es también el momento en el que la Democracia Cristiana también habla de «revolución», aunque desde una perspectiva distinta. Así que hay dos tercios de la población chilena proclives a la revolución. Todo eso crea el clima de una época que hace que en Chile Allende saque el 39% de los votos en el año 64 y gane en el año 70.
«En la unidad de la izquierda fue fundamental el liderazgo de Allende y la generosidad del Partido Comunista, que entendió que junto a él podían recorrer lo que se llamó la ‘vía pacífica al socialismo'»
Hablaba del papel importante que jugaron los y las intelectuales. Por ejemplo, Pablo Neruda, reconocido militante comunista que tuvo un rol protagonista en la alianza de Allende y del Partido Socialista con el Partido Comunista. O Víctor Jara, que incluso compuso Venceremos, el himno de la campaña que terminó con la victoria de Allende.¿Cómo se implicó el mundo de la cultura en la victoria de la Unión Popular?
Fue muy importante. Además de Víctor Jara, en la campaña se implicaron Ángel e Isabel Parra (los hijos de Violeta Parra), Quilapayún, Inti-Illimani… Los músicos acompañaron los mítines y las concentraciones populares de decenas de miles de personas y contribuyeron a crear el clima que hizo creer que era posible alcanzar esa victoria anhelada. El cierre de campaña contó con un millón de personas en Santiago, en un país que entonces tenía 10 millones de habitantes. Después, durante el Gobierno también jugaron un papel importante porque rcorrieron América Latina y Europa mostrando la revolución chilena. Eso contribuyó a que después el exilio chileno haya recibido tanta solidaridad.
Allende era médico comunitario y desde sus inicios políticos tuvo claro que una política sanitaria eficaz tenía que comenzar por garantizar el alimento, la salubridad en las viviendas, el descanso tras las jornadas laborales… Esa visión holística de la política dirigida a mejorar las condiciones de vida de la población sigue siendo necesaria. ¿Qué políticas de las que Allende puso en marcha podrían replicarse hoy en Chile o España?
Ayer me dijo su hija, Isabel Allende, senadora socialista, que todavía se reparte el medio litro de leche diario. Claro, ya solo se hace entre los sectores más necesitados, no a todos los niños y niñas, pero es algo que no sabía. Esa mirada de un sistema nacional de salud universal no existe hoy en Chile porque lo destruyó la dictadura. Lo que hay hoy es un sistema privado que cuesta mucho dinero al mes –mucho más que las cuotas que se pagan en España–. Hay que recuperar una concepción de lo que llamamos derechos sociales, educación, sanidad, cultura, que fue lo que el gobierno de Unidad Nacional desarrolló. Después vino la dictadura y la involución del plan neoliberal, que lo privatizó todo.
¿Qué otras políticas definieron el gobierno de Allende?
El presidente inició su mandato el 3 de noviembre y una semana después restableció las relaciones diplomáticas con Cuba, interrumpidas en 1964 por un presidente de derechas. De inmediato, anunció que iba a comenzar los trámites para nacionalizar las minas de cobre, la banca y los monopolios industriales. Aceleró la reforma agraria, creó la editorial estatal, se despliegó totalmente la medida del reparto del medio litro de leche… Pero tras el primer año de grandes reformas, la oposicion reacciona y empieza a usar una estrategia de movilización. Las mujeres de la clase alta empiezan las marchas de las cacerolas vacías, se presentan como Poder Femenino, e interpelan mucho a las Fuerzas Armadas. Tiran maíz en las puertas de las casas donde sabían que vivían oficiales para, de esa forma, llamarles cobardes.
Después comenzó la etapa de lo que yo llamo «cargar trincheras» en el Congreso, es decir, destituir ministros de Allende, intentar restringir facultades que habían tenido todos los presidentes. Es entonces cuando la vía chilena avanza con muchas dificultades. Fuerzan continuos cambios en los gobiernos, y aunque el presidente buscó un acuerdo con Democracia Cristiana en varios momentos, ésta se negó.
Por supuesto, las diferencias dentro de la izquierda debilitan la acción del presidente. Pero claro, la izquierda chilena no era consciente de la magnitud de la agresión encubierta que estaba sufriendo y que hoy conocemos al detalle gracias a los papeles desclasificados por Estados Unidos. En ellos vemos cómo Nixon y Kissinger hablaban continuamente sobre Chile.
«Los sectores económicos que alentaron el golpe en Chile nunca han rendido cuentas por ello»
En el boicot al gobierno de Allende y en el golpe de Estado participaron activamente las principales organizaciones empresariales. Orlando Sáenz, presidente de la Sofofa (Sociedad de Fomento Fabril), admitió que se organizaron en una «estructura de guerra». ¿Qué peso siguen teniendo hoy esas familias y esas empresas en Chile?
Siguen teniendo el mismo o más poder que entonces. El periodista Manu Leguineche escribió hace muchos años que Chile demostró que la lucha de clases existe. La oligarquía no le reconoció la legitimidad a la izquierda para gobernar. Incluso un partido de centro como Democracia Cristiana, que decía defender un socialismo comunitario, se alía con la derecha capitalista y reaccionaria que le había combatido duramente en el anterior gobierno, que ésta había presidido. Cuando hubo que optar, Democracia Cristiana optó por el capitalismo. La Corte Suprema y las instituciones de la República, al margen del Ejecutivo, fueron muy críticas con Allende, le acusaban de haber sobrepasado la legalidad, los márgenes de la Constitución. El mismo presidente de la Corte Suprema que criticaba a Allende, el 12 de septiembre, un día después del golpe, emitió una declaración pública expresando su «íntima complacencia» con la junta militar y el derrocamiento del gobierno de Allende. Por tanto, no defendía la democracia sino el capitalismo y una sociedad de clases en la que la minoría que ocupaba esos órganos tenía la preeminencia, se sentía la dueña del país y veía horrorizada que los sectores populares tuvieran, por primera vez, la oportunidad de trabajar democráticamente por ser los protagonistas del futuro de Chile.
De hecho, el Gobierno llegó a elaborar un proyecto de Constitución, con todas las libertades democráticas, que iba a debatirse por el conjunto de la sociedad, pero, obviamente, con una orientación socialista. Esto les resultaba inaceptable. La derecha política y económica, grupos terroristas como Patria y Libertad, la dirección de Democracia Cristiana de 1973, agrupaciones empresariales que siguen existiendo hoy, todos ellos hicieron lo imposible por acabar con el gobierno de Allende, por crear las condiciones políticas y sociales que permitieran que triunfara un golpe de Estado y por arrastrar a las Fuerzas Armadas a ejecutarlo. Decían que Allende iba a implantar una dictadura totalitaria en Chile, que iba a acabar con la libertad de empresa, con la libertad económica… Movilizaron a las clases medias, hicieron una oposición sediciosa en el Congreso Nacional, fueron financiados por Estados Unidos, por la dictadura brasileña y por otros países. Y todos estos sectores civiles que tuvieron una gran responsabilidad en el golpe de Estado, nunca han rendido cuentas por ello.
En este 50 aniversario del golpe de Estado se ha instalado en Chile un revisionismo histórico por el que la mayor de los discursos recogidos por los medios de comunicación responsabilizan al gobierno de Unidad Popular de la asonada y la dictadura de Pinochet. ¿Qué ha ocurrido para que la sociedad se haya ultraderechizado de esta manera y se permita hablar en estos términos?
En Chile, prácticamente, no hay democracia en los medios de comunicación. Imagínate que en España solo existieran El Mundo, ABC y La Razón. En Chile solo hay dos diarios nacionales, que son del mismo propietario, y uno de ellos es El Mercurio, un periódico golpista que fue financiado por la CIA y que jamás ha escrito un editorial haciendo autocrítica sobre su papel protagónico en el golpe de Estado. Lo sabemos gracias a los historiadores, los documentos desclasfificados de la CIA e investigaciones de otros medios más pequeños.
La derecha chilena, de manera muy inteligente, ha logrado que en el 50 aniversario el único tema sea un debate muy sesgado sobre la figura de Allende. Dicen que no tenía liderazgo, que no supo manejar el gobierno, y que la Unidad Popular era una coalición desunida que estaba llevando el país al caos económico y que tenía un proyecto totalitario. Los mismos argumentos que se emplearon para justificar el golpe de Estado y la dictadura de Pinochet.
«En Chile solo hay dos diarios nacionales, que son del mismo propietario, y uno de ellos es ‘El Mercurio’, un periódico golpista que fue financiado por la CIA»
Nadie ha cuestionado el papel de la Democracia Cristiana, ni de Washington, ni están hablando de la participación de la derecha chilena en la dictadura, ni de la fuerte desestabilización provocada por los atentados de la organización terrorista Patria y Libertad. Todo esto es un retroceso muy grande con respecto a anteriores aniversarios del golpe.
Yo planteo críticas en la biografía porque, efectivamente, faltó cohesión en el gobierno de Unión Popular. Pero es llamativo que el único país en el mundo en el que no se reconoce de manera unánime que Allende era un demócrata es Chile. Aquí hay un sector que tiene el poder económico, como lo tenía en 1970, y tiene los resortes mediáticos.
Ante el auge de la ultraderecha también aquí, en Europa, ¿qué lecciones podemos extraer del pensamiento y la práctica política de Allende?
La unidad. La unidad de la izquierda y de los sectores populares, que cuesta mucho. Chile nos enseñó que esa unidad fue posible durante más de 20 años gracias a la generosidad de todas las partes. Aquel mundo era mucho más tranquilo que el de hoy. Éste es un mundo hipercomunicado, en el que las redes sociales condicionan muchas cosas, en el que la política es menos ideológica, más líquida, en el que ya no existen los grandes proyectos que orientaron la lucha durante décadas. Pero, bueno, en España hemos demostrado a Europa que es posible detener democráticamente la amenaza de la extrema derecha mediante el voto. Al menos en el gobierno nacional, y no era fácil . Se hizo porque a la izquierda del Partido Socialista se logró, con dificultades y a última hora, la unidad gracias a la generosidad de todas las partes. Hay que aprender que lo importante no es una sigla o un liderazgo, sino la mayoría social y, es triste decirlo, la democracia. Porque no eran unas elecciones más, sino que la disyuntiva era elegir entre seguir avanzando o una involución como no hemos conocido en España desde 1977. Estamos hablando de retroceder en derechos claves de nuestra convivencia. Ojalá sirva para que otros países europeos entiendan que la alternativa no es retroceder sino avanzar con gobiernos progresistas en los que la izquierda, que normalmente está fuera del Ejecutivo, esté dentro y tenga peso político.
El nombre de la coalición de izquierda fue Unidad Popular. Unión Popular nunca fue mencionada. Luego, también hubo grupos de soldados y marinos que se organizaron para participar y apoyar el proyecto emancipador de Salvador Allende, junto a la clase trabajadora. Bien trabajo de Mario Amorós.