Cultura
‘Notas para un personaje monógamo’, por Luna Miguel
El rincón para la creación literaria de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Con Luna Miguel.
LUNA MIGUEL
Quiere ser promiscua, pero no puede. Sobre ella pesa la maldición de un cierto conservadurismo. De un cierto decoro que en apariencia no le había sido impuesto por ideología alguna, pero que desarrolló a lo largo de dos décadas de monogamia. Es que santa no se nace; es que santa se hace una al toparse con los placeres fortuitos de esa vida tranquila: la comodidad de la cama hecha, el silencio al cenar cada uno en un cuarto de la casa, distancia, más distancia, todavía más distancia, la higiene bucal. Sí, la higiene bucal. A Victoria le habían entrado ganas de besarse con aquellos hombres que no eran su marido en muchas ocasiones, tampoco es que fuera del todo una mojigata. Había pensado en el olor infiel de sus cabellos. Había pensado con curiosidad en el grosor de sus pollas. El problema era que al imaginar sus labios, el deseo se arruinaba. ¿Cómo va a besar unos labios sin saber qué se esconde detrás de ellos? ¿Sin saber qué sabor el de aquellas lenguas? ¿O qué afilados los dientes? ¿Acaso caries? ¿O tabaquismo? ¿Usará esa pasta dentífrica mentolada que le da náuseas desde niña? Mucho peor que el esmegma le parece el sarro. ¿Y cómo va a dejarse penetrar por esos hombres que la enamoran, si después nunca va a poder besarlos? Repugnantes. Los besos en el cine le parecen repugnantes. Esas bocas que se juntan porque sí. ¿Violines de fondo? Sarro. ¿Mariposas en el estómago? Sarro. ¿Puede besar a la novia? Sarro, más sarro, todavía sarro. Por no besar una boca distinta a la de su esposo, Victoria ni siquiera dio esos piquitos tan monos que las madres suelen ofrecer a sus hijos recién nacidos, para sentir que hay alguien en el mundo que aún las quiere incondicionalmente. No hay sarro en la boca desdentada de un bebé, de acuerdo, como mucho hay baba y grumo de leche. Y aunque ella recuerda con excitación los días de expulsar calostro para Leo, también lamenta lo agrio de su boquita. Nunca podré besar a otro hombre que no sea Oriol, se decía para sus adentros allí sentada, en la cama del Hospital de Maternitat de Les Corts, con las tetas hinchadas, rebosando del sostén de lactancia, y con la cabeza calva de su hijo contra el agrietado pezón. Nunca lo haré, se lamentaba, nunca, más nunca, todavía nunca. Cepillo eléctrico Oral-B Pro 3500. La gloria en la boca de Oriol cuatro veces al día, y una extra, si por algún casual el domingo les daba por merendar café y pegajosos yalebis de la pastelería pakistaní de la esquina de Calàbria. Lacer Cloherexidina de 500 mililitros, hilo dental de bambú y lo que para Victoria es muy sexy: el raspador dental de LukinSmile que le regaló hace tres navidades, cómo no querer a esa boca. Cómo no desear chocar sus dientes contra esos dientes hasta que la muerte les separe. Calaveras relucientes. Cómo. El problema, el único problema, es que ella quiere ser promiscua. Quiere serlo porque contra todo pronóstico ha encontrado una boca ajena al asco. En la puerta del colegio, Anna besa su hijo Gabriel en los labios para despedirse, y después el niño le da otro beso a Frida, y a Joanna, y luego a Leo, muy emocionados todos porque ese día toca piscina. «Espera», le dice Victoria a Leo, «espera cariño», y por primera vez sus labios se apretujan contra los de su niño, con la excitación de haber estado un poco cerca, más cerca, todavía más cerca de los de Anna. Puede que Victoria no quiera ser exactamente promiscua. Tal vez sea que de entre todos los hombres que alguna vez la enamoraron, solo ansíe follársela a ella.