Cultura | Opinión
Vivir en una serie coreana
«En general, la vida no consiste en superar obstáculos y en descubrir atajos, sino en reunir el valor para impedir que la experiencia haga su trabajo de demolición», escribe Belén Gopegui
Este artículo se publicó en #LaMarea92 (enero-febrero 2023). Puedes conseguirla aquí.
En estos días en los que viajo a través de un libro magnífico, Grada popular, y conozco las ciudades emergidas dentro de otras ciudades, las ciudades invisibles hechas visibles por la presencia, la atención y la conciencia de clase de Ignacio Pato, en estos días vengo a contar otro viaje, menor, cálido también a su modo, retazos de las horas que pasé en una serie coreana. Se llamaba Through the darkness, A través de la oscuridad, pudo ser otra. Si nunca han visto una serie surcoreana no romántica, una de las series serias, por así decir, seria y sin calamar, no busquen el argumento de esta. Porque el argumento les llevará a pensar en otras que conocen y, en cuanto a la serie, les confundirá, y en cuanto a este texto, más aún. Aunque sea seria, a veces en lo serio hay un humor distinto, el que procede del dar la vuelta. Algunas convenciones audiovisuales parecía que estaban ahí desde siempre y para quedarse; hay series serias surcoreanas que les dan la vuelta. Y, luego, pensar en nuestras convenciones es un poco como mirar a los soldados camuflados de las películas de guerra que, después de la escaramuza, se levantan y echan a andar con un pequeño arbusto sobre el casco.
No creo que nadie pueda imaginar El Quijote a través de un resumen de la trama, o El bosque de la noche de Djuna Barnes, o Tea Rooms, de Carnés, o Grada Popular, de Pato. La situación es un poco diferente cuando se trata de una convención estereotipada o kitsch, por ejemplo, 24 horas, serie estadounidense de atentados contra el presidente y de un agente que puede con todo. Al instante anticipamos el terrorismo, la precipitación, la efectividad de la agente, sus amoríos, su estar al borde de la muerte y sobrevivir de milagro cada vez, los helicópteros. Es posible que las series surcoreanas tengan, si no tal mecanicismo, sí quizá un código más o menos previsible, aunque diferente, y que sea ese código lo que a veces estoy buscando, con el que hago mi tregua. Pero no he visto las suficientes, en alguna no estaba y, desde mi condición diletante, digo que he encontrado en otras algo más que un estilo trillado: una posición que me sirve y agradezco.
En A través de la oscuridad hay criminales. No son Hannibal Lecter. Ni llegarán a serlo. No suscitan admiración, no caen bien, no son tampoco la encarnación del mal. Son patéticos, en el sentido de penosos y lamentables; causan, sí, un gran dolor y tristeza porque lo han causado y, al mismo tiempo, porque no se sabe si podrían haber evitado causarlo, lo cual en ningún momento les justifica. En la serie hay un diálogo con una historia breve. Contar no es solo contar lo que se cuenta, es también construir un espacio donde eso que se cuenta puede tener sentido. Así pues, antes de atender a esa historia que acaso hasta conozcan, traten de imaginar lo que todo el equipo de la serie ha construido: un entorno en el que esa historia no chirría, y no es necesario acudir a la ironía y desecharla. Conviene siempre protegerse de la supuesta ingenuidad paternalista que se limita a ensalzar el supuesto entrañable corazón de todas las personas; tal ingenuidad, con frecuencia interesada, debilita porque oculta el ring o el campo de batalla donde la mayor parte de los seres humanos ha de vivir porque otros les amenazan y presionan. Y conviene, en la misma medida, desconfiar de lo opuesto, el abismo del mal y su atracción, que al fin suena solo a individuos haciéndose los interesantes y genera el cómodo fatalismo de la impotencia: para qué querer cambiar nada si el mal anida en el corazón humano desde el principio de los tiempos, mejor ser solo quienes astutamente, plenos de egolatría, ya decían que esto iba a pasar. La serie no acepta ninguna de esas dos visiones del mundo. Ahí, lejos de ambas, les pido que reconstruyan la escena:
Un joven se incorpora a un equipo de investigación criminal que utiliza métodos nuevos. Un detective veterano y principal protagonista le pregunta por qué solicitó formar parte del equipo. El joven contesta: “Es cool. Equipo de Análisis de comportamiento, analista estadístico del equipo, suena muy bien”. “Cool”, sopesa el veterano, quien, mientras le escuchaba, ha estado mirando el informe de un asesino que presumiblemente metió partes del cuerpo de la víctima en bolsas de plástico. Entonces le cuenta la historia que tal vez conozcan: “Alguien preguntó a un hombre ciego que atravesaba una calle oscura con una linterna en la mano: ‘Usted no puede ver, ¿por qué carga con una linterna encendida?’”. El veterano pregunta al joven analista por qué cree que la lleva. Mientras el joven piensa, el veterano dice: “Quería que los demás pudieran ver bien y no caerse mientras caminaban. Iluminaba la calle para los demás, no para él. Es difícil durar aquí a no ser que tengas esa actitud, empiezas una carrera en la que te vas a encontrar con criminales”. El chaval asiente dubitativo y la secuencia cambia.
Es difícil durar aquí, quién no ha pensado eso. En la mayoría de las series, el porqué de la persistencia está dentro, porque era mi sueño, porque en mi constitución está ser una agente de la CIA, un hermano leal, una abogada mafiosa, un rico decadente, por mi familia, por una venganza personal, por dinero, por un amor, razones todas que, aunque parece que están fuera, están dentro. Si bien todo lo que está dentro está también fuera y viceversa, creo que se entiende lo que quiero decir: son razones que tienen que ver con un yo más o menos extendido que puede sentir rabia si lo atrapan, o incluso pena, pero no, por ejemplo, vergüenza. La historia del ciego al ser tan corta admite varios significados. En el contexto de la serie me gusta el hecho de que el ciego no sabe a quién está iluminando. Me parece que eso descarga un poco más al yo de su importancia. Para durar aquí, en una carrera en la que te vas a encontrar con criminales, y nos los encontramos, hace falta esa actitud, hermosamente contradictoria, firme e irrelevante.
Después la serie sigue, no abunda en los momentos proverbiales. Hay investigaciones, algo de intriga, periodistas en busca de morbo, jefes, y menos jefes, corruptos o serviles, y también ineptos y otros que prefieren no hacer algo bien porque les daría más trabajo. Pero incluso en lo anecdótico diría que no hay un personaje que conviva solamente con sus miedos y deseos, sus, solemos llamarlas, ambiciones. En numerosas series hollywoodienses y también europeas los personajes se limitan a dejarse llevar por una supuesta esencia, son crueles, cáusticos, cursis, inadaptados y, si cambian, ese es el gran argumento de la trama.
En A través de la oscuridad lo que impulsa a los personajes ha de enfrentarse con lo que piensan o saben que deberían hacer. A veces, el arco dramático consiste precisamente en no cambiar aun cuando querrían o aun si se ven abatidos por algo casi insoportable. Y el horror no trascendente, no escrito con mayúsculas, que provocan los asesinos de la serie, proviene de que son, precisamente, los únicos que parecen haber perdido esa capacidad de oponer a sus impulsos otra cosa que no esté solo dentro, sino también el mundo que quieren habitar.
Les cuento otra secuencia: hay una periodista que informa de los crímenes. Cuando se descubre a cada asesino corre, como todos, detrás de él, para preguntar, para contar, para entrar en los detalles. Un día duda, se dice a sí misma y dice a su jefe que alguien debería estar escribiendo de las personas que quedan desconsoladas, no del asesino. Su jefe, como en casi todas las series mainstream, contesta que el periódico necesita clicks y necesita exclamaciones en torno al asesino. Ella le explica su idea a un amigo y, sin alharacas, sin que sea punto de giro de nada, escribe un artículo distinto del esperado, uno que empieza así: “Sospechoso sin remordimiento, sociedad que no cambia y medios sin vergüenza que llevan lágrimas a las familias que perdieron a un ser querido”. Su jefe lo lee, lo publica, también lo leen los del equipo de investigación, y asienten, pero no pasa nada más, es un momento en el episodio porque no narra la consabida transformación del personaje. Lo que está narrando es el cambio continuo, el pensar y actuar con el conflicto constante acerca de cómo son las cosas y quizá no deben ser.
Si por un azar alguien de la embajada o una persona que haya vivido en Corea del Sur lee esto, por favor, no lo tome, en absoluto, como un análisis sociológico. Qué sé yo de la vida real en un país por haber visto cuatro o cinco series. Hablo del mundo que relatan y de su conexión, por cercanía u oposición, con el de aquí que sí conozco. A punto estuve de comparar las ollas de bambú, usadas en A través de la oscuridad para obsequiar la comida que los personajes habían cocinado, con nuestros táperes, que guardan el mismo afecto cuando alguien da lo que preparó, pero reflejan una cultura del plástico. Y luego, en la última serie que he empezado a ver, un poco regular aunque a la vez interesante, Life, de repente los táperes de plástico habían llegado, cualquier día me encuentro con un helicóptero o un punto de giro. Por otro lado, en cuanto a la posible representación social, no puedo evitar un movimiento de rechazo cuando aparecen hombres y más hombres regentando las instituciones y solo una mujer en cada oficina, en cada puesto, a veces dos junto a, claro está, madres o novias de vez en cuando. No siempre es así, pero sucede.
Hago, entonces, abstracción de mil factores y cuento solo nuestra tregua. Cae la noche y te vas a alguna serie, tú a Derry Girls o a Glow, tú quizá a una seria floja, malucha, pero que también se hace por un rato espacio donde cesan las hostilidades, tú tal vez a una serie surcoreana. Te dicen, nos dicen, que eso no es vida, que estamos apantallados, que miramos sombras proyectadas sobre la pared y las sombras no se entrelazarán, codo con codo, cuando haya que hacer frente a quienes crean los problemas. Hablaba el sociólogo Jesús Martín Barbero del concepto masivo-popular para evitar por un lado el dualismo que los separa como si no se alimentaran mutuamente; y por otro, el que confunde ambas cosas. Propongo hacer algo parecido con el escapismo: no oponerlo al estar ahí, haciéndose cargo, porque la relación fluye en ambas direcciones. Aunque tampoco identificarlos de tal modo que no se puedan distinguir. Escapista es quien se queda, y porque se queda, porque no ha huido para siempre, en algunos momentos tiene que hacer como que ha escapado, como que no está aquí, sino aquí y en otra parte.
Habrá quien recuerde cuando guardábamos en un disco duro las películas que compartía la comunidad p2p. Vienen tiempos en los que se reducirá el streaming, se racionará mediante el precio y, a lo mejor, un día dejará de haberlo. Tal como nos acompañaron las lecturas, de otro modo nos habrán acompañado esas sombras, esas personas imaginarias, habremos recordado sus gestos, habremos querido a veces imitarles, inclinarnos, por ejemplo, para saludar a alguien, para despedirle y, sobre todo, en señal de reconocimiento y gratitud. No porque no necesitemos el contacto y los abrazos, sino porque, nos parece, esa pequeña distancia otorgaría en algunas ocasiones no solamente al gesto, sino al carácter, cierto control sobre la velocidad.
Para una de esas ocasiones guarden acaso el último capítulo de la primera temporada de otra serie, Stranger, y póngalo y escuchen otra vez a un fiscal de quien ya conocerán el arco de su vida: no consistió en “aprender algo”, sino en dar un largo rodeo para atreverse a seguir sabiendo lo que ya sabía. En la escena se juzga el dictamen por el cual un maestro de escuela tuvo que renunciar a seguir impartiendo clases en un colegio, pues los textos que escribía habían sido considerados insultantes y dañinos para la nación por sus presuntas influencias japonesas, según ciertas autoridades. El fiscal rebate el sentido de esa decisión,y lee un fragmento de uno de los poemas que el maestro de escuela escribió: “¿Todavía es este un buen lugar para vivir? ¿Todavía guarda su belleza? No, es mentira. Todos los días fingimos no saber nada, escuchamos mentiras y soportamos latigazos que nos hieren hasta los huesos”. Después el fiscal se disculpa ante el maestro por aquel dictamen que otros hicieron, pide perdón “como contemporáneo suyo que ha aprendido de la experiencia”.
Pero en realidad, lo sabemos por haber visto la serie entera, no ha aprendido de la experiencia. Porque, en general, la vida no consiste en superar obstáculos y en descubrir atajos, sino en reunir el valor para impedir que la experiencia haga su trabajo de demolición. Y en desafiarla, a ratos, con las armas de un mundo de ficción donde nos sentimos seres humanos extraños y acogidos, y donde nos contaron cómo las consecuencias de los actos no desaparecen, sino que duran.
Criminales tambien son los que abusan de seres indefensos y los que gozan viéndoles sufrir.
Concentración antitaurina en el Puerto de Santa María con el lema «Ninguna tradición por encima de la razón»
Diversos colectivos han convocado la concentración donde continúan un año más por la lucha contra la tauromaquia. Mediante el cartel de la convocatoria, se ha querido que se entienda que los toros sufren y sienten igual que los perros, que, por lo general, son animales a los que protegemos y, en muchas ocasiones, tratamos como familia. Nadie pensaría en someter a un perro a los maltratos a los que se somete a un toro en una plaza, y la intención es llevar este mensaje a la sociedad mediante la empatía con sus animales.
Este año más que nunca es importante recalcar este mensaje de igualdad de derechos y protección entre estas especies, puesto que la nueva ley de Protección de los Derechos y el Bienestar de los Animales (Ley 7/2023, de 28 de marzo) que entrará en vigor a finales de septiembre de este mismo año, excluye a los toros, vaquillas y novillos usados en festejos taurinos.
Nuestro país se sigue acogiendo a una ley redactada hace 32 años, entorpeciendo la evolución social y el avance de la empatía con los animales, derivando esto en graves casos de maltrato animal que acaban en el olvido por la poca conexión de la sociedad española con los animales y el sufrimiento de éstos. Por suerte, hay muchas personas que han decidido avanzar en la Historia y no quedarse estancadas en una Ley del siglo pasado, y mucho menos en un festejo que tiene su origen en el siglo XVII, cuatro siglos atrás.