Cultura

‘Habitación doble con vistas’, por Sara Torres

El rincón para la creación literaria de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Con Sara Torres

Detalle de la ilustración de Ana Penyas para 'El Periscopio' de #LaMarea90. Puedes verla completa al final del texto.

SARA TORRES

El único alojamiento con habitaciones disponibles donde estábamos permitidas resultó ser el hotel César, frente a la playa de Vilanova i la Geltrú. Como a todas, nos estaba costando sobrevivir a las altas temperaturas del agosto en Barcelona. Yo andaba lenta, dilatada y voluminosa, pero no había perdido las ganas de caminar hasta alguna librería cercana, visitar la casa de mi amiga y tumbarme en su cama a charlar y sudar frente al ventilador. Tú, sin embargo, empezabas a negarte a salir de casa. Tan pronto atravesabas el quicio de la puerta, parece que sentías el aire caliente en la punta de la nariz y frenabas en seco, negando con la frente hacia delante, mirándome fijo, diciendo que no. Y lo peor era el pavimento, nunca lo expresaste así, pero aquello era fuego y tú, oscura y bajita, te recalentabas hasta tal punto que había que parar junto al mar y arrastrarte dentro, o en una fuente y meterte debajo, para que regresaras, contrariada y ofendida, pero mucho más ligera. 

En algún momento supe que tenía la responsabilidad de llevarnos de vacaciones, de sacarnos de ahí. Si no lo hacía yo, tú no tomarías la iniciativa, no tenías medios, estabas atrapada en tu lealtad, tu dependencia, nuestro amor inmenso. Con los ojos negros redondos y las cejas castañas —que añaden a tu gesto ese toque de ingenio— me examinabas exhausta desde el sofá mientras trataba de encontrar una habitación para la dos en algún pueblo de la costa, al que pudiésemos llegar cómodamente en tren. 

Pero nada, la ocupación era muy alta y en lo poco disponible no estábamos permitidas. Tú y yo, juntas. No se podía. No quise decirte que el problema eras tú, preferí decir que el problema éramos “nosotras”. Nuestra relación, que se negaba a cortar despectivamente por el eje que separa animales de humanos. Me negaba a jerarquizar, nuestro vínculo hacía imposible que fuese natural marchar sola de hotel a la costa más fresca de Cataluña mientras tú te quedabas al cuidado de alguien que seguro tenía menos ganas que yo de pasar tiempo contigo. No tenemos en común suficiente lenguaje abstracto, Pan, —eso sí es una faena— para explicarte las veces que la norma me obliga a que tú no entres, a que esperes fuera, a que te quedes en casa: “No soy yo quien prefiere esto”, “la orden que te doy, no me representa” —me gustaría poder decirte—, “no está permitido”. 

“¿Quién lo impide?”, contestarías seguro mirando hacia los lados, “no hay nadie aquí”. 

“La norma, Pan, no tiene cuerpo y sin embargo determina la libertad de todos los cuerpos”. “Pero nosotras merecemos estar juntas, desobedezcamos”.

“Nos lo impedirán”. 

En la Costa Dorada, entre el parque natural del Garraf y el parque natural de Foix, el hotel César resultó ser una casa de estilo colonial pintada en azul ultramar y blanco. Al cruzar la portezuela de la entrada, atravesamos las terrazas del restaurante donde varias señoras bebían vino frío y comían fuentes de mejillones hervidos y pequeñas montañas de patatas bravas. En las mesas del fondo, junto a la piscina, una mujer en bañador de una pieza estaba leyendo plácidamente el periódico junto a un Pomerania blanco y negro, como un oso panda. La playa estaba solo al final de la calle, su olor podía anticiparse mezclado con el del cloro y el de la flor blanca. Juntas habíamos pasado el invierno en Alemania, rematadamente solas, sin hablar el idioma, sin preferencia alguna por la cocina bávara. Yo te había dado las gracias, Pan, por aguantarme la nieve y la lluvia, te había prometido el verano, el mediterráneo, la vuelta a casa.  

“Bienvenidas al Hotel César, esperamos que disfruten de sus vacaciones”, pronunció una voz amiga sujetándonos la puerta. “Históricamente regentado por mujeres, conserva elementos del siglo XIX, como la chimenea y la biblioteca, y los combina con zonas más modernas, como el jardín y el restaurante. Tenéis disponible la piscina entre las 19:00 y las 21:00 y también ofrecemos servicio de masajes”.

Se puede decir que nos miramos y después sonreímos. 

Quien ama a un perro sabe qué tipo de sonrisa compartida es esa.

LM90
Ilustración de Ana Penyas

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