Sociedad

José Ignacio Carnero: “Hay una sobreexcitación exagerada del ámbito privado y un interés decreciente en lo común”

Escritor y cooperativista de La Marea, Carnero confiesa estar bastante harto de las ‘narrativas del yo’ y de los hombres que lo tienen «todo clarísimo». «Una sociedad mejor sería una que dudara más», asegura.

José Ignacio Carnero. Foto de Kiko Rincón

Esta entrevista forma parte de LaMarea92 | Nuestra agenda eres tú, un número conmemorativo por los diez años de ‘La Marea’.

Últimamente, José Ignacio Carnero (Portugalete, 1986) es más de mañanas que de noches. Al menos, en lo que respecta a escribir. Que tampoco es su profesión. Carnero se gana la vida de abogado, y eso es lo que se considera si tiene que medirlo por el tiempo, ese bien que ya empieza a escasear tanto como para considerarlo de mercado. Pero son esas noches, antes, y estas mañanas, ahora, las que le dan lo que él mismo define como felicidad. “Es mi vocación y mi ilusión, en ese sentido me siento escritor”, afirma. Lo hace cuando siente el impulso de contar y solo deja algún hueco a seguir una rutina para teclear en vacaciones. “Las veces que me he forzado me ha salido mal, gris. Necesito descanso para escribir”, reconoce. Y aunque las mañanas se hayan hecho fuertes en el hábito de explicar historias, intuye, sabe, que sus temas son más de noche: “El mejor párrafo puede que esté escrito por la noche”.

Esas cuestiones a las que se refiere, y que podemos enumerar muy brevemente como masculinidad, clase y salud mental, son las que salpican sus novelas Ama (Caballo de Troya, 2019) y Hombres que caminan solos (Random House, 2021), una novela publicada en plena pandemia. “Nos recluyó en soledad y ese es un mal lugar. Somos seres sociales, si nos cortan eso nos volvemos torpes, estúpidos y perdemos vitalidad”, señala. “La pandemia demostró lo consistente que es el sistema para aguantarlo prácticamente todo. Creo que hay gente que la vivió como una vuelta hacia lo privado. No acepto que nos hiciera mejores. Ni así se ha replanteado el sistema”. Parece que hace siglos de aquello y cabe actualizar la pregunta. ¿Cómo estamos hoy? “Precisamente toda esta preocupación acerca de cómo estamos suele aludir al ámbito de lo privado. Y hay una sobreexcitación exagerada de lo privado. Estamos claramente en una fase de interés decreciente en lo común. Me parece extraordinario que se hable de sentimientos, yo mismo he escrito sobre eso, pero como ciudadano es algo que me importa poco”, manifiesta Carnero.

¿Cómo se articula entonces el potencial político de la narrativa del “yo” con lo que compartimos? ¿Puede ese chispazo, cuando se da, generar pequeños incendios? “La presencia política del artista debe existir pero no hasta el punto de convertirlo en un referente. Hay una parte importante del arte que tiene que ver con lo que se hace en privado, y eso es sano y hermoso, pero la política, lo común, debe de ir mucho más allá. Sacar lecturas políticas del ‘yo’ y ponerlo en primera línea puede incluso llegar a ser perjudicial. El arte nos enriquece y nos cambia por dentro, nos hace mejores, pero no necesariamente el que escriba eso tiene que enarbolar un discurso político. No todo escritor tiene que ser un intelectual”. 

Y eso es bastante decir en época de frases gruesas y opiniones rígidas aun con la coartada de intentar combatir un escenario plagado de incertidumbre. El género influye y a los hombres nos cuesta callar más de la cuenta. “Es muy masculino eso de no dar un paso atrás, al menos en cuanto a hablar –indica Carnero–. El hombre tradicionalmente se ha ocupado del discurso público y la mujer de lo doméstico. Opinar de todo, tener siempre respuestas, no tener dudas, tenerlo todo clarísimo, eso es una cosa muy masculina, lo que no quiere decir que no lo hagan algunas mujeres que copian ese modelo. Una sociedad mejor sería una que dudara más, que fuera más sensible con los otros y que no se deje mover a base de certezas absolutas. Yo confío en las personas que dicen ‘no lo sé’ o ‘no te sé responder a esto’ o ‘deja que me lo piense’ o ‘esto es complicado’, por ejemplo”.

¿Hablamos tanto por lo difícil y laborioso que se nos antoja hacer? “Creo que nos tienen comprado el ego –explica–. Se ha descubierto algo increíble, que es que hay gente a la que es suficiente con alimentarle el ego. Es un precio baratísimo, tanto que ese aplauso es gratis. Queremos vernos, queremos vernos bien, que los demás nos vean bien, que nos reconozcan y nos encontramos muy cómodos en ese papel. Estamos tan bien ahí que, para ponerse a hacer cosas, sentimos que hace mucho frío fuera. Pero hay muchísima gente que hace cosas y no sale en los sitios, la función pública de la profesionalidad de un médico, una enfermera o un abogado del turno de oficio no sale en los medios. Quien sostiene la sociedad es gente oculta gracias a la cual la cosa resiste”. 

Las fieras de la jungla

En la conversación asoma la intuición de que esa invisibilidad de los que en un momento llegaron a ser considerados esenciales, o de los que nos acordamos solo como de Santa Bárbara cuando truena, puede contribuir a dibujar un paisaje en el que, por incomparecencia mediática, parezca que la mezquindad es más numerosa y está más presente que la generosidad. Es decir, que las fieras de la jungla, si es que aceptamos que de verdad vivimos en una, son más determinantes que las lianas, frutos, refugios y trabajo cooperativo que también se dan en este hábitat. Quizá el ruido de la crispación, tanto analógica como digital, esa que sabe que venden más las bajas pasiones que el reconocimiento de las cosas bien hechas, tenga algo que ver. 

Haga la prueba el lector y piense en el tono de las canciones que más suenan por tiendas, aeropuertos y reels. Seguramente casi todas son o tristes o festivas. O lo mejor ya pasó o lo está haciendo ahora, pero nunca parece estar por llegar. “Parece que solo hubiera dos caminos: la nostalgia o el olvido presentista –sostiene Carnero–. La sociedad ha progresado y en un pasado idealizado no vamos a encontrar muchos ejemplos para construir el futuro. Lo que se puede recuperar del pasado es el impulso para un futuro mejor. Una nostalgia bien entendida puede llegar a ser útil si se entiende ese tiempo como un fracaso y rescatamos las derrotas, sabiendo que lo son, y las esperanzas que dieron lugar a ellas. A la vez, una vida reducida al presente me parece pobre. No tener pasado ni futuro es el triunfo absoluto del neoliberalismo: vivir solo un presente de producir, consumir y dormir. Lo que le falta a esta ecuación es el futuro. Nos han dicho que las utopías no son posibles, que por ese camino no vayamos, y lo hemos aceptado. Compramos que vivimos en el mejor presente posible, con unas condiciones materiales mejores que en el pasado y la apariencia de que todo está fenomenal, pero deberíamos vivir más en el futuro”.

José Ignacio Carnero es cooperativista de este medio que cumple ya una década. “Cuando salió La Marea me pareció algo extraordinario. Es muy importante que exista un periodismo libre que cuente historias. Que no tenga solo el objetivo puesto en la última noticia, o en el bombardeo de las redes sociales, sino en algo más reposado, en contar las cosas con criterio, espacio y tiempo. Eso es necesario. Creo que todo lo que no sea eso contribuye a empobrecer la sociedad. Medios como La Marea van en contra de los tiempos en el sentido de que suponen una impugnación del presentismo. Y por lo demás, tienen que existir voces que ofrezcan una visión no alternativa, sino propia. La etiqueta de alternativo la pone el establishment como dando por hecho que es él quien marca la realidad. Hay que ser ambiciosos para no conformarse con que simplemente te dejen estar, y creo que La Marea lo está siendo”, cuenta.

Para que de aquí a diez años más podamos seguir haciendo y leyendo este medio que ahora mismo está el lector, la lectora, sosteniendo con sus manos en todos los sentidos, serán necesarios algunas mejoras colectivas, pues ni La Marea ni nadie puede seguramente articular una existencia plena en el vacío social. “Más que esperanza lo que tiene que haber son proyectos. Proyectos que se ejecuten, que se hagan –cree Carnero–. A veces pecamos demasiado de cierto discursismo: hablamos y hablamos y hablamos. Me preocupa el abandono de lo público, de aquello que nos concierne a todos y que nos hace a todos humanos. Estamos demasiado preocupados por marcar la diferencia con el resto, y eso está muy bien como actitud artística, pero como actitud ciudadana creo que no tanto. Quizá las mujeres son una excepción, ya que en los últimos tiempos han demostrado que son capaces de encontrar puntos de unión entre sí”, radiografía Carnero, que hace hincapié en ese punto en que sustento y emociones hacen un nudo que casi siempre se nos insiste en que deshagamos tirando del mismo cordón. 

“La transformación de un problema común en privado que tiene que ver con nuestra salud mental es falso, tiene que ver con las condiciones materiales. Me preocupa ese exceso de, precisamente, preocupación por cuestiones que no tienen que ver con las condiciones materiales de vida. Si ‘no te da la vida’ te mandan al psicólogo pero, si nos ocurre a casi todos, es algo que entonces no tiene que ver con la mentalidad o con la psicología. Que la jornada laboral siga siendo la misma desde hace décadas, por ejemplo, o que haya gente autoexplotándose de manera radical para conseguir simplemente que las cosas le vayan medianamente bien. Es que si trabajas 15 horas al día solo faltaría que no tuvieras para tomarte una cerveza un viernes. La pregunta es si ese es el triunfo. ¿Eso es lo que conseguimos: sobrevivir? ¿hasta ese punto nos han cortado la vida? La vida no es alcanzar la jubilación y bien morir, la vida es mucho más, es bien vivir”, reflexiona. 

Un mundo, quizá, en el que cada vez más gente pueda identificar, encontrar y no tener que renunciar a sus momentos de sosiego y plenitud, ya se produzcan estos más frecuentemente por la noche o en mañanas felices como las de Carnero.

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Comentarios
  1. Carnero confiesa estar bastante harto de las ‘narrativas del yo’ y de los hombres que lo tienen «todo clarísimo». «Una sociedad mejor sería una que dudara más».
    Pues no se si ha progresado la sociedad o estamos yendo para atrás. Te diría que ahora mismo vamos a peor José Ignacio; pero quiero ser optimista y pensar que se va a superar esta etapa más que chunga. Cada vez más idiotizados, más autómatas y no obstante más «matones» y arrogantes.
    Cuando hay una crisis de valores, cuando no sabemos detenernos a mirarnos a nosotros mismos con honestidad y tratar de superarnos en nuestros defectos y limitaciones, cedemos ese espacio al culto a la personalidad de uno mismo que muchas veces deja mucho que desear, queremos saber, ser y tener más que el otro. En lugar de descubrirnos a nosotros mismos, competimos, muchas veces inconscientemente.
    Conocidxs que trabajan de cara al público me están manifestando últimamente que nos hemos vuelto «muy malos».
    …»hay una sobreexcitación exagerada de lo privado. Estamos claramente en una fase de interés decreciente en lo común».
    Es que ya deseducan para éso, desde la enseñanza privada a las universidades financiadas por poderosos grupos empresariales y monopolios. En lugar de enseñar valores como la cooperación «instruyen» en la competitividad y en los «valores» del neoliberalismo.
    Aquella Escuela Pública, Laica y Republicana que enseñaba a pensar por uno mismo, que instruía en valores, a la que tanto odiaba el nacionalcatolicismo y el francofascismo. Quien la pudiera recuperar.

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