Cultura

‘Siri’, por María Fernanda Ampuero

El rincón para la creación literaria de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Con María Fernanda Ampuero.

Detalle de la ilustración de Mónica Morales para 'El Periscopio' de #LaMarea85. Puedes verla completa al final del texto.

MARÍA FERNANDA AMPUERO

Fue cosa mala, malísima dejarlo traer ese aparato.

Que salía barato, que era móvil y que me facilitaría la vida: ¿no sabes hacer una lasaña? Siri te da la receta. ¿No sabes la hora a la que regreso del trabajo? Siri te la recuerda. ¿No sabes cómo seducir a tu hombre? Siri te lo explica. 

Yo murmuré que no necesitaba esa mierda para hacer las cosas que no quería hacer, que nunca quise hacer y que ahora no tenía excusa para no hacer. 

Él dijo qué y yo dije nada, hablo sola. Desde cuándo. Desde ahorita.

La tal Siri me perseguía y me hablaba con su voz mecánica, molesta. Robot y puta francesa. 

¿Qué vas a hacer de comer hoy? 
Deberías poner a helar la cerveza. 

Faltan setenta y nueve minutos con trece segundos para que Rodrigo llegue a casa. 

Lo intenté todo. Busqué un botón de apagado, la abrí buscando pilas, desenchufé todo, la encerré en un armario. La cosa no sé cómo se salía, me encontraba en el baño, escondida, escribiendo, y yo juraría que me miraba de mal modo, juzgándome, con esa pantalla que parecía un ojo. 

Faltan treinta minutos con dos segundos para que Rodrigo llegue a casa.

Me vale verga, le gritaba yo alargando la letra a hasta la demencia. 

Y ella erre que erre: la receta de la lasaña consiste en pochar una cebolla, luego. 

Yo me tapaba los oídos y empezaba a correr y a cantar, no oigo nada, soy de palo, tengo orejas de pescado, como cuando era niña y mi mamá me buscaba para que le sirviera el almuerzo a mi hermano. 

Allá donde fuera venía la monstrua detrás, casi resbalándose con sus patitas de ruedas.
Me daba risa.  

El secreto de una buena lasaña está en el refrito al que se le debe poner un chorrito de. 

Que no voy a hacer ni lasaña ni nada, estúpida, que voy a descongelar una sopa vieja.

A Rodrigo no le gusta la sopa vieja y eres fea. 

Un día, harta, puse con cuidado el separador del libro y me paré. Agarré la escoba y la estrellé contra la cabeza de bola de Siri. 

Te callas o te callo, bestia. 
Era inmortal. 

Con cada escobazo la voz se le ponía más gangosa y chillona, de loro electrónico, y así, más lentamente, me iba dictando la receta de la puta lasaña, el secreto para depilarse el bigote, los ejercicios para perder panza, la dieta de la toronja.

Rodrigo prefiere una mujer sexy. 

Y empezaba a leer el diccionario. 

Sexy, adjetivo, que tiene atractivo físico y sexual. 

Probé a irme de casa a escribir a una cafetería. Al volver, su voz de metal y pito te desgarraba los oídos: lasaña, sexy, cerveza, veinte minutos y treinta y tres segundos, panza, bigote, fea. 

La envolví en periódicos y la boté a la basura. 

Rodrigo volvió con ella bajo el brazo y ni me preguntó por qué. La volvió a poner en el suelo y la vaina reinició su persecución mientras yo metía a descongelar al microondas alguna cosa precocinada. 

A Rodrigo no le gusta la comida congelada. 

Rodrigo quiere una cerveza fría. 

Rodrigo esto, Rodrigo aquello, Rodrigo, Rodrigo, Rodrigo. 

Siri no sabía mi nombre. No lo dijo nunca. 

Mira pedazo de mierda, le dije un día, tú te vas a aprender mi nombre. 

Se lo repetí sesenta veces, se lo grité, lo repetí como loca por toda la casa mientras esa cosa me seguía insistiendo en lo de la lasaña, el bozo femenino, la seducción a tu hombre. 

Nunca lo dijo. Nunca dijo nada que tuviera que ver conmigo, con mi bienestar. 

De vez en cuando, en mi nuevo apartamentito, escucho una voz metálica lejana, como si estuviera debajo del agua, que dice Rodrigo, depilación, cerveza. 

Ya aprendí cómo callarla: grito mi nombre tres veces. 

Entonces se apaga.  

Ilustración de Mónica Morales

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