Cultura

‘Fragmento de verano’, por Pol Guasch

El rincón para la creación literaria de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Hoy: el relato del poeta y novelista Pol Guasch.

Detalle de la ilustración de Maite Gurrutxaga para 'El Periscopio' de #LaMarea84. Puedes verla completa al final del texto.

POL GUASCH *

Delante de un río. Así, de lejos. Es desde aquí que pienso en el día que fuimos hasta allí. No era un río como éste, sino un lago.  Decíamos que estaba enfermo porque un sinfín de ramas lo desgarraban desde dentro. Como tenedores. Tal cual ramas de árboles sepultados por el agua. Habíamos tendido una vieja sábana en el suelo. Dijiste que haría las veces de mantel. Le plantaste encima una neverita de plástico, desgastada, y la botella de vino que habíamos abierto la noche anterior. Sudaba, la botella, que empezaba a calentarse con aquel calor de media tarde, el sol que cae y abrasa el suelo, el sol que cae y gratina el lago, el sol que cae y aquellas malditas ramas, las ramas hiriendo el agua, alargando una sombra que hace de telaraña. 

Y en esta parte enlodada del río, ésta que ahora veo, no pasa nada de eso. Podría ser elegíaco, el relato, podría ser romántico. Como de una añoranza adolescente o un amor condescendiente o un recuerdo que pesa demasiado. Pero no: este dolor de ver el río, ya sin nada, este río que no es aquél sino otro, otro río de tantos, este dolor duele porque está vacío. Como si no fuese nada. Y quizá el dolor venga de ahí: de ti, que señalabas cada rama y decías mira son antenas, y nos reíamos porque todavía nos daba un poco de risa nuestra manera de estar juntos. Y quizá nos reíamos por no decir que ya nos encontrábamos en ese momento en que la esperanza no estaba en lo que podía venir, sino en lo que algún día había sido. 

Vinieron tus padres. Traían cerveza fría y conversación de hombre mayor. De hombre viejo. 

Su voz aguda y su silencio denso. Di algo, venga, di algo que no sea el profundo análisis de las curvas de esta carretera tan perra, di algo que no sea que este vino es malísimo. Tú ya no me mirabas y yo te buscaba los ojos para pedirte un entendimiento, te los rebuscaba: valora este esfuerzo, que tú no lo haces, tú no aguantas los gritos desatados de mi madre, ni sus preguntas inquisidoras. Pero yo sí. Y tú ya ni te fijas. Y el sol cae y no están las ramas ni nada. Pero tú sí que estás, en algún lugar. La última vez fue en un supermercado y llevabas guantes de plástico mientras tocabas, insistente, los albaricoques. Y ahora vuelve el verdor. La superficie del lago, como una tela. Como aquel mantel sobre el verde. Como aquella piel, picante, después de frotar la hierba. Como aquella ropa de verano, las manos medio sucias, los ojos brillantes, la piel quemada, el pelo grasiento, las uñas largas y tantas cosas más. Como la canción, ya medio olvidada, siempre en el coche, la canción en la cama, la canción en la cocina, la canción en la ducha y tantas cosas más. 

Luego tus padres se fueron y nos quedamos solos. El culo de botella ya se había recalentado. La botella no sudaba. La botella sólo brillaba. Y el sol, lentamente, también se había ido. Y eran las nubes, ahora, como trampas protegiendo el cielo. Luego la lluvia, y tus manos doblando la sábana, recogiendo tres platos, dos latas, unos cubiertos pringosos de queso. Y el camino, que ya era amargo, hacia el coche. El camino sin decirnos nada más. Y yo todavía rebuscándote los ojos, pero tus ojos rebuscando el suelo, y tus pies rebuscando la piedra grande para hacer el camino un poco más amable. Luego, el volante, y la carretera perra que decía tu padre, la carretera enfurecida y perra, en silencio. El lago ya visto de lejos, entre las curvas. Las ramas como astillas que salen de la piel. El lago ya visto de lejos. Más tarde, llegamos a casa. Tus padres nos esperaban en el bar del pueblo. Nos habían dicho, al irse, que nos esperaban allí. Tú no querías ir. Yo te decía de ir, más por ti que por ellos. O por vosotros. Que cada gesto que hacíais, lo hacíais sólo para menospreciaros. Y yo amansaba un poco aquella mezcla de reproches, de cosas poco habladas. Y ahora aquí, delante de un río. Como si añorase mi forma de negociar, de encontrarme siempre en medio para unirte a aquello que no querías. Para obligarte un poco a ser alguien que no querías ser. Sería eso lo que marcó el final. Aquí no hay ningún pincho, ninguna rama que peine el río. Ninguna mirada rebuscando otra. 

Ilustración de Maite Gurrutxaga

* Traducción de Rita da Costa, quien también ha traducido al castellano ‘Napalm al cor’, la novela de Pol Guasch que ganó el último premio Anagrama de novela en catalán.


Puedes leer el texto original en catalán aquí.

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