Cultura
‘Todo está roto’, por Sara Mesa
El rincón para la creación literaria de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Con Sara Mesa.
SARA MESA
Caí en la cuenta de que todo en mi casa está roto. Tuvo que venir alguien de fuera que me lo hizo ver, con suma amabilidad.
Para empezar, no se pueden abrir ni cerrar las venecianas, tan viejas y endebles que se atascan.
La televisión no funciona, el microondas tampoco, al frigorífico hay que darle una patadita para cerrarlo por completo.
La batidora tiene el enchufe suelto. Funciona pero hay que sostener el cable en alto, en una posición muy concreta, para evitar que eche chispazos y dé calambre.
Muchos platos y tazas tienen desconchones. En algunos vasos los bordes están cascados. Mi visitante dijo que podrían provocar cortes en los labios.
También la ropa de cama tiene agujeros. Los hace el gato cuando se afila las uñas. Por los más grandes, caben hasta mis pies al darme la vuelta cuando duermo.
De los dos grifos del baño, uno pierde agua si se abre. Por eso, nunca se abre.
En la lavadora no funciona el programa de lavado rápido. Solo puedo usar el largo, de unas dos horas de duración. Gasto mucha electricidad a causa de esto.
El modo grill del horno se apaga y enciende arbitrariamente. Siempre es una sorpresa el punto en el que acabarán las pizzas, el pescado o el pollo: ¿tiernos o chamuscados?
El arenero del gato tiene el asa rota. Cuando lo cambio de lugar, tengo que sostenerlo por abajo para que no se desmonte y caiga una lluvia de arena y excrementos sobre el suelo.
La puerta del ropero no cierra. Se abre sola a poco que haga corriente, con un chirridito burlón. El gato entra y revuelve entre las prendas, que también tienen, cómo no, algunos agujeros.
El asiento de una de las sillas tiene un boquete del tamaño de un puño. Lo tapo con un cojín para que no se vea. En otra de las sillas he pegado una pata de la manera más chapucera que quepa imaginar. De las cuatro sillas, por tanto, pueden usarse dos, aunque con precauciones, porque también son viejas.
Los cuadros están colgados no sé cómo. Se han caído montones de veces. Los vidrios están rajados por aquí y por allá. Casi todos los marcos están descolocados.
Las plantas lucen preciosas, exuberantes, pero en tiestos rotos, agrietados de arriba abajo o despintados.
Cómo no me había dado cuenta de este desastre es un enigma. Era consciente de cada cosa aislada, cada desperfecto o cada rotura, pero así, visto todo de golpe, no tenía ni idea. Mi visitante dijo que, si no lo había notado antes, era para evitar sacar conclusiones. Para sacar conclusiones, dijo, hace falta una mirada de conjunto. Yo no quería, por tanto, sacar conclusiones sobre este asunto, ni mucho menos conclusiones sobre mí en relación al asunto.
Trató de consolarme. Los cuadros son bonitos, dijo, el gato es espectacular, el estampado de la ropa de cama, aunque esté hecha jirones, es de una belleza exótica. Las sillas de rejilla son originales, únicas. Hay figuritas por todas partes, máscaras y jarrones, todo con mucha personalidad, aunque, advirtió, no hay que confundir lo viejo con lo antiguo. También, dijo, debería quitar un poco el polvo, sobre todo en los libros. Debería comprarme una estantería decente, colocarlos por orden alfabético y dejar a la vista solo los más bonitos. Los de arte, por ejemplo, u otros de gran formato.
Mi visitante, con la misma amabilidad del principio, me dio algunos consejos más, que ahora soy incapaz de recordar uno por uno.
Curiosamente, sí puedo recordarlos en conjunto, y sacar conclusiones.