Cultura
‘El baño de arriba’, por Andrea Abreu
El rincón para la creación literaria de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Con Andrea Abreu.
ANDREA ABREU
Gladys abre la puerta del baño con cuidado. Si él estaba cagando no tuvo la delicadeza de cerrar el fechillo. Si hay algo que Gladys odia es la gente que caga sin cerrar el fechillo. Termina de empujarla y de repente ve los tenis sucísimos de tierra del marido. Siente la vejiga pesada como un saco de piedras. Lleva tres horas sin ir al baño. Los tenis blancos ennegrecidos, encachazados, con trozos de hierba, pequeños trozos de hierba incrustados en los dibujos de la goma de la suela. Una silla de la cocina botada. Gladys siente que se le va a desprender la cabeza del cuello. Se da cuenta de que los tenis del marido están elevados en el aire. Como clavados en el aire. Mi marido está volando, piensa. Desliza los ojos desde la punta de los pies hasta el cuello del marido. Muy despacio, como intentando encontrar un alfiler en la ropa del marido. Los pantalones grises de chándal que le compró en la tienda de deportes del pueblo. Los compró en unas rebajas buenísimas, de tenis a veinte euros y camisas a cinco. La cadera tan huesuda y prominente. Siente que el pene lo tiene abultado, duro, y se asusta. Sigue caminando el cuerpo del marido y le alcanza la cara. Tiene los ojos abiertos, la boca abierta, las narices, las orejas, abiertas. Algunos mechones de pelo le cuelgan sobre la frente. La barbilla inclinada sobre el pecho. Hay una cuerda que lo sostiene. Gladys se lleva las manos a la boca. Hay una cuerda que balancea a su marido muy despacio, que lo arrulla. Es un bebé balanceándose, un bebé sucio balanceándose. Tan despacio que parece que no se está moviendo. Gladys se destapa los labios y mete dos dedos dentro del delantal. Siente el picotazo de las tijeras. Aparta los dedos y los vuelve a introducir con más cuidado. Saca un chicle de fresa y se lo coloca encima de la lengua, como una pastilla. Recuerda que tiene a Gloria La Tortuga en la planta de abajo, con el tinte puesto. Abajo, en la peluquería. La peluquería que ya lleva siete años escondida en el garaje de la casa. Seguramente sentada en el sillón amarillo de la esquina. Justo al lado del lavacabezas. Mirando a la nada. Viendo la pared de pósters con modelos de cortes de pelo y marcas de laca. Rascándose las patillas manchadas, irritadas, todas churreadas de tinte rojo. Gladys remueve el chicle en el interior de la boca y la lengua se le empapa de saliva. Todo es ese sabor plástico dentro de los dientes. Observa a su marido tan hermoso, aún balanceándose sobre el piso. Gladys piensa en la belleza del marido muerto. En los pies tan perfectos, estirados como punchas. Piensa en las mujeres de la peluquería. En si también ellas podrían ver belleza en el marido ahorcado, colgando del techo como una vaca despellejada en una cámara frigorífica. Se restriega los párpados con los nudillos. De repente todo es blanco y el cuerpo le pesa. Se deja caer sobre los azulejos del suelo del baño. El piso es frío como la primera nieve en el Teide. El piso es frío como la primera nieve.