Cultura
Tierra de nuestras madres: habitar el vacío
La película 'Tierra de nuestras madres' nos sitúa frente al espejo del éxodo rural. La historia de gente que es testigo mudo de todos los que se van del pueblo. La historia algo más ruidosa de los que no se van, los echan.
Me pongo un guante de plástico. Lo debería hacer cada periodista cada vez que se inmiscuye en un tema que no controla; que no le toca; que lo puede contar, sí; que logrará cerrar el artículo y pasar a otra cosa, también, pero que son temas que, o se viven -o han vivido- en primera persona o quedarán, tras la publicación, muchas capas soterradas para contar la verdad. Una verdad solo patrimonio de sus protagonistas.
Esto era una digresión. O una forma de presentación, como ocurre en la película Tierra de nuestras madres en la que cada persona es presentada debidamente. De eso vamos a hablar: de muchas personas y una película. “¿Ah sí? ¡Yo pensaba que íbamos a hablar de periodismo! Entonces, adiós”, dice el guante. Porque, como usted puede leer, los guantes de plástico hablan. O las cabras, como la de esta película, un ser que teme algo, que lo investiga y confirma la amenaza que se cierne sobre ellos. Finalmente, la cabra habla y pronuncia la siempre rastrera frase de “ya te lo dije”. Esto, en esta película, pasa.
Pasa que en La tierra de nuestras madres, la cabra, de nombre Emilia aunque todo el mundo le llama cabra o chiva, hace eso y mucho más.
El caso es que, frente a un teclado de plástico, como el ya errante guante, me dispongo a especular sobre la película, o el tema de la misma, en un intento de texto que, en este punto, desconozco si verá la luz. “Escribe algo ligero sobre la película; que den ganas de ver la película: a ver, que todo no va a ser Barbie; que Filmin muy bien, pero las películas en el cine, también”.
Tierra de nuestras madres nos sitúa frente al espejo de un tema -el éxodo rural- (“eso es, un tema liviano”) novelado mucho últimamente (“relaja, no vayas ahora a meterte en tema literario; no digas nombres”). Es una historia del éxodo rural, aquí sí el blanco y negro es de verdad, no de ese blanco y negro que destiñe y huele a naftalina (¿eso se fuma?) y odio; algo parecido al hedor que emanan las banderas. El caso: la película sucede en un pueblo llamado Villacarrizo. Manchego. “Antiguamente bonito; antiguamente”, describen en la cinta. Pero sucede en La Mancha.
La protagonista, Rosario, tiene una laguna seca de la que extrae sal. Una sal que vende, aunque ya nadie compra porque no quedan agricultores y si quedan, ya no usan la sal como fertilizante. Porque, pese al blanco y negro, es una película que habla del ayer, hoy y mañana. Porque en esta película, estar en 2023 y contar la historia en blanco y negro tiene justificación narrativa.
El periodismo de varias capas sabe que esta historia ya se ha contado: la historia de gente que es testigo mudo de todos los que se van del pueblo. La historia algo más ruidosa de los que no se van, los echan. Llámese un fondo de inversión; un macroparque eólico; o tú, que vives de alquiler y a tu casera le ha venido el hijo y necesita el piso. En este punto se plantean tres escenarios. Escenario 1: “Tú, un mes; luego, a la calle. Adiós”. Escenario 2: “Tú, 300€ más o a la calle. Adiós”. Escenario 3, sufrido por varias personas del pueblo en la película: “No hay alternativa, ni lugar, ni hueco para vosotros aquí. Sois, sencillamente, pasado”.
Pero lo del pueblo casi mudo pasa en La Mancha y ahí el entorno cobra una dimensión con José Luis Cuerda arriba y los Chanante abajo, contemplando la llegada de otro referente del humor manchego. Una idiosincrasia cultural ya inconfundible. Ironía desde la resignación y reflejo de la escasa solidaridad intergeneracional cuando la gente mayor del pueblo toma el control de la protesta para evitar el desalojo o el desahucio o la desesperación ante un destino trampeado. ¿Se acuerda de las manifestaciones de jubilados de cada viernes? Esta es otra buena ocasión para repensar la sociedad edadista que habitamos.
No cuento más. Cuando ‘Barbie’ deje unos metros para acceder a otras salas, verán que aquel maldito guante y yo queríamos hablar de una realidad que, por mucha literatura, conferencias, debates, esta propia película –Tierra de nuestras madres, dirigida por Liz Lobato- y piezas periodísticas -como esta (?)- resulta para los que no la vivimos de cerca una historia de otro tiempo, otro lugar.
Uno de esos lugares comunes en los que sus habitantes, como Rosario, la protagonista (sublime Saturnino García), se mueren viviendo en ellos o, se marchan muriendo por ellos.
Ah y que la cabra habla y ocurre que su dueña Rosario entiende a la cabra y Rosario y la cabra se plantan ante el desahucio y desarraigo que representan los inversores que quieren comprar el pueblo. Lo que el grupo M-Clan vino a llamar progreso gris (a partir de 1’ 20”). Solo eso y todo eso pasa en esta película.
Si lo de la cabra no acaba de convencer para ver la película, fíjense en las miradas del elenco. Ahí está toda la historia.
O mejor, quédense con esta reflexión de la cabra: “La tierra de nuestras madres a veces ya no es nuestra tierra y no lo queremos ver”.
O vean Barbie, puede que les pille más cerca. Aquí ya está (casi) todo ‘contao’.
“Lagarto, lagarto”, que repite Rosario.