Crónicas | Cultura
El ‘coaching’ de la conciencia de clase
En la gran mayoría de los programas de telerrealidad, las personas asistidas proceden de la periferia y ello influye en nuestro imaginario.
La clase obrera se ha convertido en un fantasma. No por su capacidad para dar miedo como en las películas de terror, sino porque nos cuesta percibirla a nuestro alrededor, porque solo la miramos de vez en cuando con los ojos entrecerrados, haciendo un esfuerzo por intuir su silueta. Un fantasma resbaladizo con el que no sabemos bien cómo relacionarnos y al que aludimos a veces desde la incomodidad o el distanciamiento: “yo no soy clase obrera” y “yo no sé si soy clase obrera” han pasado a ser dos expresiones muy comunes.
La idea ha sufrido un desplazamiento por el que ha dejado de ser una “categoría para la disputa” (para las luchas sociales, las reivindicaciones laborales o la mera agrupación de los colectivos) y se ha convertido en una “categoría disputada”, puesta en duda. Ya no se debate sobre cuáles son los objetivos o las batallas de esa clase social, sino que directamente se habla sobre su existencia o su desaparición: “La clase obrera ha muerto, es una categoría caduca, debemos pensar en otras formas de nombrarnos”.
¿Cómo llegó el coaching a nuestras vidas?
Esto no es solo una percepción en las conversaciones cotidianas o en los medios de comunicación, sino algo que también se ha consolidado como un fenómeno en el interior del pensamiento académico y ensayístico. Mertens, Jones, Standing, Castel, Bernabé: todos, al unísono, discuten sobre la posible o imposible existencia de lo obrero en la actualidad. Hay unos pocos que defienden que la clase obrera sigue siendo un sujeto válido en nuestro mundo y hay otros, muchos más, que insisten en que lo obrero murió a finales del siglo pasado y necesitamos encontrar nuevas formas de nombrar la explotación o la precariedad, nuevas formas de leer la realidad que nos rodea.
Este cambio se debe a un conjunto de factores de complejidad evidente, como los nuevos sistemas políticos y económicos o la transformación en las formas de trabajar. Pero también tiene que ver con procesos subjetivos e identitarios: con cómo nos pensamos –o no– como parte de la clase obrera. En las últimas décadas hemos asumido de manera generalizada una retórica de superación identitaria que nos hace identificarnos más fácilmente con los estratos sociales medios y demonizar o ignorar lo obrero. Un concepto útil para entender cómo ha pasado esto es el de coaching de la conciencia de clase.
Empecemos por el coaching a secas. En el año 2000 llegó a España la ASESCO (Asociación Española de Coaching), que importaba los presupuestos generales del coaching europeo y estadounidense. La descripción oficial de la asociación la presenta así: “El coaching profesional es un proceso de entrenamiento personalizado y confidencial mediante un gran conjunto de herramientas que ayudan a cubrir el vacío existente entre donde una persona está ahora y donde se desea estar. En la relación de coaching, el coach ayuda al desarrollo personal elevando la conciencia, generando responsabilidad y construyendo autoconfianza (…) Es el arte para que las personas consigan lo mejor de sí mismas en todo aquello que deseen”.
Entrenamiento, responsabilidad, autoconfianza, entrega, energía, trabajo duro, alianza entre coach y cliente… Las palabras clave de su definición remiten a una retórica que pivota en torno al individualismo, la confidencialidad y el esfuerzo al más alto nivel. El coaching consiste en trasladar al individuo desde un estado actual cifrado como negativo hacia un estado futuro deseado, y a ese proceso de cambio se le llama “superación”. El entrenamiento ayuda al sujeto a satisfacer pulsiones que tienen que ver con su propio estado físico o psicológico, de manera que lo cambiable nunca es el entorno material, sino siempre el individuo.
El “asistido” tiene la responsabilidad de su no-perfección física, alimenticia, mental, laboral, etc., de manera que las condiciones exteriores en que desarrolla su vida o su trabajo quedan invisibilizadas. El coaching fomenta así la imagen de la persona que es capaz del autocuidado y la autodisciplina en tanto integra como propias necesidades producidas por el sistema. Necesidades que benefician, en última instancia, a los ritmos del rendimiento laboral: este tipo de funcionamiento se populariza en una serie de empresas que contratan los servicios del coaching y entrenan a sus trabajadores y trabajadoras para aumentar los beneficios comerciales.
La telerrealidad como coaching
Pero las técnicas de superación empresarial se expanden a otros ámbitos, entre ellos el de la propia identidad. Y ahí es donde la cultura tiene un peso fundamental. En las últimas décadas, una parte de la producción cultural ha absorbido el funcionamiento del coaching para generar narrativas basadas en esa “superación” del sujeto imperfecto. El ejemplo más reconocido y multitudinario es el de los llamados makeover shows, los programas de telerrealidad.
En España, especialmente a partir del año 2006, programas como Cámbiame, Hermano Mayor, Supernanny o El jefe infiltrado tienen un éxito considerable en la parrilla televisiva porque ponen en escena un discurso de servicio público basado en la ayuda al ciudadano. Como explica la investigadora en comunicación Mercé Oliva, “son programas que afirman que su objetivo es ayudar a los ciudadanos a educar mejor a sus hijos, a tener mejor aspecto físico, a vivir en mejores condiciones… Tienen un marcado carácter prescriptivo, es decir, recomiendan al espectador modelos de vida que el programa pretende que sigan”.
La clave es retransmitir el proceso para mostrar cómo es posible la superación: ya sea a partir de la obtención de una casa reformada (Esta casa era una ruina), el cambio en el aspecto físico (Cámbiame, Cambio radical), la mejora de la economía doméstica (Ajuste de cuentas) o la conducta subjetiva (Hermano Mayor, Supernanny).
Si la primera declaración de la Asociación Española de Coaching pautaba que el entrenamiento debe ser “personalizado y confidencial”, estos programas dirigidos a un público masivo espectacularizan y difunden las imágenes del entrenamiento. Los efectos, por tanto, no solo recaen en la persona asistida, sino que tienen consecuencias en los espectadores del proceso: al ver el programa, sentimos rechazo, malestar o miedo y estigmatizamos a esas personas.
Y aquí es donde vuelve el fantasma obrero: en la gran mayoría de los makeover shows, las personas asistidas proceden de la periferia, las identificaríamos con la clase obrera. Mientras que el coaching profesional tiene un coste económico elevado que solo pueden pagar las clases medias y altas, los programas de televisión desplazan el entrenamiento hacia sectores sociales marginalizados y ofrecen un servicio caritativo de coaching que, aunque simula ser gratuito, lo intercambia por la imagen pública del individuo. Las conductas inapropiadas, estigmatizadoras y violentas no se atribuyen a un individuo aislado, tratado en la consulta del coach, sino que se asocian con funcionamientos generales de una posición de clase concreta.
El coaching de la conciencia de clase
Es así como ha tomado forma el coaching de la conciencia de clase: asumimos como naturales las narrativas que se centran en la superación, pero no solamente en una superación que tiene lugar en nuestro espacio de trabajo o de entrenamiento físico, sino también con respecto a nuestra propia identidad (¿quiénes somos, a qué clase social pertenecemos?). Se legitima y se potencia el deseo de superación de un estado de carencia (lo obrero) hacia un estado de perfeccionamiento y equilibrio (clase media), y el individuo se presenta como el único responsable de pertenecer a una u otra y de querer (o no) ascender en la escala social.
Como explica Owen Jones, autor de Chavs: la demonización de la clase obrera (Capitán Swing, 2011), “demonizar a los de abajo ha sido un medio conveniente de justificar una sociedad desigual a lo largo de los siglos. Después de todo, en abstracto parece irracional que por nacer en un sitio u otro unos asciendan mientras otros se quedan atrapados en el fondo. Pero ¿qué ocurre si uno está arriba porque se lo merece? ¿Y si los de abajo están ahí por falta de habilidad, talento o determinación?”.
Esto se agrava si, además, la clase obrera queda representada a través de plantillas marginales o imágenes caducas: sobre todo, a partir del cliché de los obreros fabriles racistas, machistas y homófobos. En este punto vuelve a tener una importancia capital la producción cultural: ya sea a través de series o películas (Manolo y Benito, Aída, La que se avecina) o de obras literarias (Cachito, un asunto de honor).
Al relacionar de manera simplista lo obrero con ese trabajador estigmatizado se cierra la categoría y nos resulta casi imposible sentirnos identificados con ella: nos cuesta pensar que en el interior de la clase obrera haya una pluralidad de personas –amas de casa, limpiadoras, camareras, profesoras, operarios, cocineros, maestros…– y deseamos pertenecer a la clase media, ese espacio atrapalotodo que no nos molesta ni nos marca negativamente.
Aunque la cultura también puede servir para pensar estos procesos: en las últimas décadas, otras producciones y creaciones han indagado de forma crítica en la figura del sujeto que quiere renunciar a su clase de origen (la obrera) y aparentar ser miembro de esa deseada clase media: así ocurre por ejemplo en las novelas Made in Spain (2014), de Javier Mestre, Animales domésticos (2003), de Marta Sanz, o La caída de Madrid (2000), de Rafael Chirbes. La cultura, en definitiva, resulta ser un espacio idóneo para observar cómo funcionan estas lógicas de superación del coaching y qué efectos tienen en la manera de pensarnos; por qué, al fin y al cabo, seguimos siendo ese fantasma al que le cuesta incluso mirarse en el espejo.
¿Como una técnica usada para adoctrinar a la gente, en el egoísmo y que» yo puedo solo «, puede convertirse en algo tan » maravilloso para autorealizarse»?. ¿Que no entendemos que como animales y mamíferos, no somos nadie sin el grupo?. Divide y vencerás, es algo más que un refrán, es lo que usan los que manejan el mundo , para tenernos controlados y sumisos. Los logros en tu vida se consiguen con el apoyo del resto que te acompaña. De que te sirve, ser estupendo , si nadie está a tu lado. Producir no es sinónimo de vivir.
Y hablando sobre el tema: Una cosa es cultura a la que todos tenemos derecho en una democracia , a través de las instituciones a su cargo , que para eso pagamos impuestos y otra cosa es el » lavado de cerebro que nos imponen , a través de la educación, programas de televisión , periodismo, jueces , políticos y las redes sociales. Esto no es cultura, es adoctrinamiento. Es usar poco el cerebro y las ideas y usar las emociones. No está mal sentir, pero no cuando los hechos y los datos son objetivos y dicen lo que dicen. Discernir, y pensar que puede haber otras formas de ser o de vivir.,es usar la inteligencia. Usar el cerebro, es pararse a pensar en lo que se comunica, no es repetir frases como hooligans, sin sentido y vacíos de contenido racional. No sé puede usar el marketing como forma de vivir, esto solo es una forma de vender, pero la vida de las personas es mucho más que vender y comprar. Se trata de pasar por este mundo con sentido común, sin individualismo y mirando al bien común. No somos nadie sin la gente que tenemos alrededor y en las situaciones complicados nos puede echar una mano o simplemente estar ahí. Que me puede decir un político o hacer algo por la sociedad cuando traiciona al que le apoya, al que tiene al lado. Si hace eso que le importó yo que ni tan siquiera me conoce