Crónicas | Sociedad
Un siglo luchando para ser un colegio público
Un encuentro en el patio del sevillano Huerta de Santa Marina rememoró su contribución a la supervivencia de esta vieja escuela levantada durante la II República que Franco quiso convertir en hospital de guerra para sus soldados.
Los acordes del himno de Riego avanzan por el jardín. Un hombre rebusca nervioso en su bolso hasta localizar el móvil que suena con el melódico símbolo de la II República. Enfrente, un improvisado escenario, sillas plegables, asientos entre macetas, varias generaciones de exalumnos, exdirectoras, vecinos, maestras… embutidas en un diminuto espacio del Huerta de Santa Marina, un colegio público del barrio sevillano de La Macarena, a tiro de piedra de la basílica de la que la democracia exhumó, hace apenas unos meses, los restos del general golpista Gonzalo Queipo de Llano.
Los ha reunido allí un proyecto largamente trabajado por la secretaria de la AMPA Somos Escuela del Huerta de Santa Marina, Maria Luisa Abad, con el propósito de recuperar a toda costa la memoria histórica del centro. Un proyecto aplazado por la pandemia y recuperado este curso por la directora de la escuela, Estrella Naranjo, aprovechando los programas Musealiza tu cole y Sentir y vivir el patrimonio.
Apagado el dispositivo, el silencio abre paso a los recuerdos de muchos de los presentes, que se funden de tal modo con el entorno que sus voces parecen surgir del propio edificio, un inmueble en lucha por ser colegio público pese al acoso del tiempo y de sus propios fantasmas. Francisco Mora, director del colegio en la década de los setenta, presta su voz a sus predecesores en el cargo, que le contaron el origen heroico de sus comienzos: cuando se terminó de construir el edificio de la escuela en 1937, el golpe de Estado de Franco ya se había interpuesto en su camino.
“Muchos maestros de Sevilla, que hasta entonces daban clases en locales alquilados o prestados repartidos por toda la ciudad, en cuanto se enteraron de que Franco se proponía utilizar el edificio del colegio como hospital militar para curar las heridas de sus soldados procedentes de África, se colaron en sus aulas con sus alumnos y empezaron a dar clases”, explica. Esta fue la primera vez que la sociedad civil sevillana se movilizó para ocupar el colegio, lo que inauguró una larga trayectoria de movilizaciones y acciones diversas en su defensa.
Carlos Méndez, profesor de infantil de la escuela, historiador y profundo conocedor de la historia del centro, sitúa el proyecto de construcción del Huerta de Santa Marina en 1928, durante la dictadura de Primo de Rivera. Posteriormente, se encuadra en un ambicioso plan quinquenal del Gobierno de la República que pretendía establecer en toda España un sistema educativo moderno, basado en el regeneracionismo de Joaquín Costa.
Centro de la resistencia
Pero Sevilla había caído pronto en manos del ejército autodenominado nacional, con la escuela sin estrenar. El barrio de La Macarena en el que se enclava había sido el epicentro de la resistencia republicana en Sevilla y escenario de los combates más intensos. De allí eran buena parte de las 40.000 personas mandadas fusilar por Queipo de Llano en las tapias del cementerio de San Fernando. Pese a la crueldad de los invasores con la ciudad, ni siquiera el régimen franquista se atrevió a desafiar el destino docente del edificio ocupado por los maestros.
En lugar de eso, el dictador lo rebautizó con el nombre de Padre Manjón, el religioso al que puso al frente de la institución. El colegio pasó el franquismo adscrito al patronato de la Iglesia, y padeció las sombras de la enseñanza franquista y ultra católica de posguerra: Mercedes Martín simboliza la discriminación que suponía ser una niña en la escuela en esos años: “Estuve siete años en el cole y nunca me hicieron pasar de curso”. Si una alumna no daba muestras de tener dotes extraordinarias para los estudios, lo normal era que quedase aparcada en un curso purgatorio hasta que su familia o el propio colegio decidiese su siguiente etapa. Nunca le faltó el aula de tareas domésticas, con la costura a la cabeza. Y por supuesto, jamás le vio “la cara a un chico del cole durante todos los años que estuve”, cuenta. Una consecuencia de la estricta separación de la enseñanza por sexos.
Francisco Mora recuerda perfectamente el clima de “ansiedad” con el que un profesorado de herencia franquista recibió, ya en democracia, la orden de restituir la enseñanza mixta: “Creían que aquello íba a ser un desastre, pero cuando lo hicimos todo el mundo descubrió que no pasaba nada”. La llegada de la libertad no fue una panacea para el Huerta de Santa Marina.
El centro, que formalmente aún se denominaba Altos Colegios Padre Manjón, fue cayendo en decadencia, las autoridades de la Junta de Andalucía apostaban por otro centro cercano, Altos Colegios Macarena, del que pasó a depender y que consideraban suficiente para absorber al alumnado de la zona. Pero con el tiempo este centro empezó a degradarse hasta que, finalmente, se desplomó su tejado, en 2005, durante la noche, lo que evitó una tragedia. Mientras tanto, el edificio del viejo Huerta albergó sucesivamente un instituto (Puerta de Córdoba) que duró pocos años y después un centro de la UNED. Estos vaivenes y su cercanía al olvido institucional alimentaron la segunda gran movilización de su historia, que tendrá lugar ya en los albores del siglo XXI. Cuando los vecinos de la Macarena se dan cuenta de que, tras el cierre del instituto, la Junta no tenía intención de abrir de nuevo el colegio, se echaron a la calle.
Consiguieron su reapertura como centro apéndice del Altos Colegios mientras este se encontraba en obras tras la caída del tejado, pero finalmente muchas familias deciden no regresar al antiguo centro y apostar por quedarse en el Huerta de Santa Marina. Maestros, madres y padres asaltaron y dieron comienzo a la segunda ocupación. Maria Luisa Abad recuerda jocosamente cómo, tras saltar varios padres las vallas del colegio, la conserje abrió la puerta con cara de asombro y les espetó a los asaltantes con cierta cachaza: “Si hubiérais llamado habría abierto”. Sacaron mesas y sillas a la calle y estuvieron muchos días con las aceras por aulas.
Clases en la calle
En octubre de 2005, después de un mes dando clases en la calle, consiguen establecerse en el Padre Manjón. En 2008 se produce la escisión del colegio. Durante aquellas movilizaciones, muchas madres y padres se arriesgaron a no matricular a sus hijos en el centro matriz a la espera de obtener la victoria que les permitiese formalizar la matrícula de sus hijos en un centro que aún no existía administrativamente. Ganaron. Faltaba la guinda: Soraya Salas, coordinadora de la AMPA que vivió la escisión de los dos colegios, recuerda: “De todo el proceso de movilización vivido, lo más emocionante para mí fue cuando estampé mi firma en el acta que restituía al colegio su nombre: Huerta de Santa Marina”. El nombre del viejo colegio regeneracionista que los ambiciosos planes educativos de la República habían levantado para el barrio de La Macarena de Sevilla.
Maribel Vidaller, directora del centro entre 2007 y 2020, considera que estas espaciadas oleadas de movilizaciones que lograron poner el colegio diseñado por la República al frente del sistema educativo de cada período durante casi un siglo suponen la prueba de que “este es un colegio que se empeña en ser colegio” a lo largo de la historia reciente.
Hoy, el Colegio de Educación Infantil y Primaria (CEIP) Huerta de Santa Marina, constituido bajo el lema Comunidad de aprendizaje, está considerado en Sevilla como un referente de modelo educativo moderno, inclusivo, en el que madres y padres desempeñan un papel activo en el desarrollo de sus actividades. En resumen, es un modelo que, desde ahora más que nunca, persigue que las nuevas generaciones de alumnos no olviden que el derecho a una educación pública de calidad es el resultado de la fe, el tesón, el esfuerzo y la lucha de muchas y muchos.
Sensacional ejemplo de cómo en los centros educativos de izquierdas, lo de menos es la educación.