Cultura
‘1985’ y la fragilidad de la democracia
La serie belga se centra en el misterio de los asesinatos de Brabante, unos sucesos que conmocionaron al país y en los que pudieron estar implicados, según varias teorías, grupos armados de ultraderecha y la propia gendarmería.
«Este caso condensa la pérdida de la inocencia de todo un país», asegura Willem Wallyn, guionista de la excepcional serie 1985. Wallyn se refiere a los asesinatos de Brabante, una sucesión de atracos violentos que dejó tras de sí 28 cadáveres (incluidos los de algunos niños) y una montaña de preguntas que, 40 años después, siguen sin obtener respuesta. La principal de ellas es: ¿qué papel tuvo el Estado belga en aquellas matanzas?
Wallyn tenía 20 años cuando comenzaron los asesinatos. Estudiaba Derecho en la Universidad Libre de Bruselas, justo enfrente de la Gendarmería nacional. «Entre los dos edificios había un verdadero foso ideológico», evoca Wallyn. Uno de sus personajes en 1985, el de Vicky (interpretado por Mona Mina Leon), vive esa misma experiencia. «Recuerdo que muchos periodistas de la época, tanto flamencos como francófonos, hicieron un trabajo de investigación impresionante, sustituyendo a los propios investigadores», explica el guionista. Esa es la pieza clave de todo el rompecabezas: la policía y la justicia belgas no se mostraron demasiado diligentes, antes al contrario, a la hora de perseguir a los sospechosos de unos crímenes salvajes que conmocionaron a todo el país. ¿Por qué? ¿Tenían algo que esconder? Aquí es donde empiezan las especulaciones. Con ellas, Wallyn consigue armar un thriller político escalofriante.
Los asesinatos de Brabante han marcado la historia de Bélgica hasta el punto de que cualquier nueva pista sigue acaparando portadas en los periódicos. Cuando la serie se estrenó el pasado mes de enero, más de 1 millón de belgas se congregaba cada domingo ante la pantalla para seguir los avatares de Vicky, su hermano Franky (Aimé Claeys) y su amigo Marc (Tijmen Govaerts), estos últimos agentes novatos recién ingresados en la Gendarmería. Los tres son jóvenes de provincias que se trasladan a Bruselas a principios de los años ochenta, ingenuos y llenos de esperanza en el futuro, y terminarán envueltos en el enigma policial más doloroso (y longevo) del país.
La teoría de la conspiración
La gran aportación de Estados Unidos a la narrativa moderna ha sido la teoría de la conspiración. No se debe sólo al asesinato de Kennedy. Los múltiples golpes de Estado que Washington se dedicó a organizar durante todo el siglo XX son el telón de fondo, real y aterrador, que sustenta esta inclinación literaria por las manos invisibles. Si pasa algo en el mundo, lo que sea, seguramente esté detrás el Departamento de Estado norteamericano. Ese adverbio, ese quizás, sirve tanto para inspirar grandes películas como para desacreditar a quien se cuestione el relato oficial. La perversidad de este mecanismo dual es asombroso: se tiende a meter en el mismo saco a quienes dudan de que Lee Harvey Oswald actuara solo y a quienes creen que la Tierra es plana; a quienes sospechan que la CIA manipuló diversas elecciones italianas para impedir el triunfo del PCI y a quienes creen que las vacunas contra la COVID-19 contienen chips para controlarnos. Al final, ¿todos son lo mismo, conspiranoicos pirados? No, evidentemente no.
Lo que hace Willem Wallyn es coger los hechos reales y componer con ellos una narración plausible. Sin pruebas irrefutables, eso sí, pero es que ese es un deber del periodismo y no tanto de la ficción. ¿Y cuáles son los hechos? Pues que había un grupo de oficiales de la Gendarmería belga dedicados al tráfico de drogas y de armas; policías que espiaban, extrajudicialmente, y que se dedicaban al chantaje con la información obtenida; que quienes los investigaban desde el departamento de Asuntos Internos sufrieron intentos de asesinato; que estos agentes investigados llegaron a formar parte de grupos paramilitares de ultraderecha; que se produjeron sangrientos atracos a supermercados (los terribles asesinatos de Brabante) y que los llevaron a cabo individuos que, por su forma de moverse y actuar, parecían haber recibido adiestramiento en el ejército o en las fuerzas de seguridad del Estado; y, finalmente, que la Fiscalía no investigó debidamente a los implicados.
Luego, ya en el terreno de la (sensata) elucubración, emerge la citada conspiración: Gladio, la red de agentes durmientes desplegada por la OTAN para impedir una hipotética invasión soviética de Europa occidental, tenía presencia en Bélgica. Y también allí, como ocurrió en Italia, se ejecutó la «estrategia de la tensión»: sembrar el caos mediante atentados, acusar de ellos a la izquierda y promover un reforzamiento policial y militar del Estado. ¿Es esto producto únicamente de la calenturienta imaginación de Willem Wallyn? Parece poco probable.
Wallyn sabe de lo que habla: tras licenciarse en Derecho, y antes de dedicarse al cine, trabajó con el ministro flamenco del Interior, Luc Van den Bossche, en la preparación de la comisión parlamentaria sobre los asesinatos de Brabante. «No tengo la pretensión de decir “así es como ocurrió y estos son los asesinos” –asegura–, pero tengo una opinión bastante precisa». El guionista, en una declaración política quizás imprudente, no tiene reparos en declararse admirador de JFK y del trabajo de Oliver Stone. Esto, como ocurría con aquel «foso ideológico» que separaba los edificios de la Universidad y de la Gendarmería, también dividirá al público de 1985.
En su país, la serie, al margen de partidismos, ha tenido un éxito enorme entre las dos comunidades lingüísticas. De hecho, es la primera coproducción, en toda la historia, que han emprendido juntos los canales públicos, el que emite en neerlandés (la VRT) y el que lo hace en francés (RTBF). Las dos lenguas, como ocurre en Bruselas, se mezclan continuamente y ofrecen un retrato realista de la capital y de lo que ocurría en aquellos «años de plomo».
El eco de esta historia, además, resuena de forma particular en la actualidad. Entonces, como hoy, «había una enorme polarización en la sociedad», recuerda Wallyn. Y el poder de la ultraderecha, hoy renacida, también estaba muy presente. Para Wouter Bouvijn, director de los ocho episodios de la serie y perteneciente a una generación mucho más joven que la de Wallyn, 1985 propone «preguntas muy interesantes en relación a la fragilidad de nuestra democracia». Y no sólo a la de Bélgica, obviamente.
La serie ‘1985’ está disponible en la plataforma de Filmin.
Horribles crímenes ambos. Pero el uno nada tiene que ver con el otro. Ciñámonos a este asunto, los asesinatos de Brabante de obra de la mafia policial, política y judicial belga.
Cuando estaba viendo el primer episodio pensaba que, bueno, estaría basada en hechos reales, pero seguro que los habían inflado un poco. Es durante los créditos finales, con las imágenes de archivo de los atentados, cuando te quedas de hielo. A partir de ahí, sólo esperas ver el episodio siguiente y todos los que vienen detrás. Bien hilvanada a nivel dramático y demoledora a nivel sociopolítico.
Ésos asesinatos fueron grotescos. Pero, nada comparados a los asesinatos de 10 millones de congoleños qué el rey belga Alfonso XII ordenó y produjo en el llamado Congo Belga. No contento con matar a esos 10 millones, el bueno de Alfonso XII HIZO CORTAR AMBAS MANOS a muchos NIÑOS congoleses, cómo pena por robar un poco de comida para no morir de hambre. Hasta Hitler se habria conmovido y puesto a llorar por semejantes maldades, pero, los belgas no.
Cómo Alfonso XII el Bueno, llenó Belgica con el oro y los diamantes qué les robó a los congoleses, los belgas se hicieron los tontos frente a las aberraciones qué hacía su buen rey. Ciudades enteras de Belgica viven hasta hoy con la plata que ganan con la joyeria del oro y de piedras preciosas provenientes del ex Congo Belga.
Recién hace poco el gobierno belga pidió perdón al Congo. Pero, de pagar daños y devolver lo robado y pagar daños y perjuicios, nada.
Me parece muy interesante poder conocer la serie y les felicito por divulgar ,en estos tiempos, los hechos y la conspiración q pone en peligro el sistema democrático.