Internacional

Los miserables al sol

«La sensación de impunidad, de no tener que dar explicaciones por el uso de la violencia y que la diana siempre sean los mismos son claros signos de racismo estructural», escribe Puchol Bogani tras los disturbios provocados por el homicidio de Nahel.

Fotograma de la película ‘Los miserables’ (2019), de Ladj Ly. SRAB FILMS / CARAMEL FILMS

¿Os acordáis de Santa, el personaje que Javier Bardem interpreta en Los lunes al sol, la maravillosa película de Fernando León de Aranoa? Santa tiene que pagar una multa de 8.000 pesetas por haber roto una farola durante una manifestación contra el cierre del astillero en el que trabajaba, de donde es despedido a causa de la reconversión industrial. Se trata de un hombre de principios, comprometido, que no está de acuerdo con tener que realizar el pago de esa multa, pero al final sus amigos le convencen para que salde su deuda con el Estado. Santa acaba pagando, pero al salir de los juzgados lo primero que hace es coger una piedra y destrozar otra farola. Es su forma de vengarse del Estado. Para el personaje de Bardem, lo público representa el Estado, un Estado que le ha fallado.

Pues bien, en Francia, esto es, de alguna manera, lo que está pasando desde que comenzaron las protestas por la muerte de Nahel a manos de un policía, pero con un añadido fundamental: el racismo. Nahel es la representación de los olvidados, de los excluidos, de los chavales sin futuro, jóvenes que, a pesar de haber nacido en Francia, no se sienten franceses porque su país de nacimiento no cuenta con ellos, a no ser que sean grandes futbolistas o cantantes, claro. Muchas personas se preguntan por qué han quemado bibliotecas, colegios y ayuntamientos. Pues bien, lo hacen por el mismo motivo que Santa, porque lo público representa a un Estado que les ha dejado de lado.

Estos chicos han nacido en las cités, esos edificios tipo colmena inspirados en los preceptos de la arquitectura moderna que fueron construidos masivamente entre mediados de 1950 y mediados de 1970. El plan fue realojar a las familias que hasta entonces vivían en los barrios obreros, los ciudadanos que hasta aquel momento residían en zonas insalubres, la mano de obra de las grandes fábricas y los repatriados de Argelia que llegaron a Francia tras la declaración de Independencia del país africano, después de más de un siglo de colonización por parte del país galo.

Estás cités fueron construidas en el extrarradio del extrarradio, en las zonas más alejadas de lo que ya eran las afueras de las principales ciudades del país. Son apartamentos conocidos como HLM (‘Habitation à Loyer Modéré’), algo así como hogares de alquiler moderado, alrededor de los cuales también hay una infraestructura de comercios, colegios y centros sociales que, en muchos casos, permite a sus habitantes no tener que salir de ahí y acaban por convertirse en guetos.

Siguiendo con la metáfora cinematográfica de antes, Los miserables, la cruda película de Ladj Ly, refleja a la perfección en qué se han convertido muchas de esas cités: lugares en los que la inmensa mayoría de sus habitantes son chavales negros y árabes que estudian para tener un futuro mejor que el de sus padres, y mujeres y hombres que trabajan a destajo para sacar sus familias adelante, pero también un saco de pobreza generadora de desesperación y violencia en el que los adolescentes sienten que no tienen ningún futuro. “Sí, sois franceses y os queremos con nosotros porque os necesitamos, pero no muy cerca”. Esto mismo decía un chico de uno de estos guetos tratando de analizar cómo se sentía después de una noche de altercados.

Brutalidad policial

Esa desesperación, esa sensación de no tener un futuro ilusionante, genera violencia, una violencia por la que la policía francesa es conocida en todo el mundo. Y claro: violencia + violencia = mal asunto. Las imágenes todavía recientes de las manifestaciones de los chalecos amarillos, o los disturbios ya más lejanos de 2005, dieron la vuelta al mundo y mostraron, en muchos casos, una furia policial indiscriminada e injustificada.

Un dato muy significativo es que, sólo en 2022, trece jóvenes murieron en Francia a manos de la policía, mientras que en Alemania, por ejemplo, ha habido un caso en los últimos diez años.

Por otro lado, el caso de Nahel lo hemos conocido por pura casualidad, solamente gracias a la grabación de vídeo que realizó una ciudadana que pasaba por ahí. ¿Qué habría pasado si no hubiera existido esa grabación?

La sensación de impunidad, de no tener que dar explicaciones por el uso de la violencia y que la diana siempre sean los mismos son claros signos de racismo estructural.

Un caso que ejemplifica perfectamente la diferencia que hace la policía entre unos y otros, es un vídeo que ha salido estos días en el que unos chicos blancos que acaban de robar en una tienda, no son siquiera cacheados por la policía que se encuentra en el exterior del establecimiento. Todos sabemos qué hubiera ocurrido si los chavales hubieran sido negros o árabes.

Y mientras, el presidente Macron ha desaparecido, o casi. En los primeros días de los disturbios asistió a un concierto de Elton John. Unas imágenes le mostraban moviendo el pie derecho arriba y abajo, intentando llevar el ritmo de una de las canciones de Rocketman, mientras Nanterre estaba en llamas, como si no fuera con él lo que estaba ocurriendo en el país.

En 2005, el por entonces presidente Jacques Chirac, dio un discurso por televisión ante más de 20 millones de personas en el que dijo: “Todos los niños de los barrios difíciles, sea cual sea vuestro origen, sois hijas e hijos de la República”. El mensaje de Chirac sirvió para apaciguar los ánimos. En esta ocasión, a Macron no se le espera, mientras que su ministro de Interior, Gérald Darmanin, lo único que ha hecho ha sido poner a 45.000 policías en las calles, sin que la medida haya tenido éxito, más bien al contrario.

Mi impresión es que Francia es una olla a presión que mantiene una calma aparente entre tragedia y tragedia, con un pasado históricamente reivindicativo y violento, que estalla cada vez que se produce una injusticia y un horror del tamaño de la muerte de Nahel. Y lo cierto es que no parece que haya mucho interés en encontrar una solución a corto plazo.


Daniel Puchol Bogani ha sido corresponsal en París entre 2009 y 2020.

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Comentarios
  1. La ley del karma.
    Francia, lo mismo que España y otros países, hemos sido invasores y depredadores, ahora toca responsabilizarnos y recoger, nos guste o no, la cosecha de nuestra siembra.
    A día de hoy codiciosos países imperialistas siguen especulando con fines geoestratégicos o espoliadores, siguen sembrando el mundo de muerte y destrucción.
    Un ejemplo:
    Las declaraciones del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la cumbre de la Alianza que se celebra en estos días en Vilna. Este individuo ha hecho dos declaraciones jugosas, la primera la profirió cuando daba la bienvenida a los representantes de los países pertenecientes de la OTAN, agradeciéndoles
    “…el apoyo militar que los aliados han proporcionado (a Ucrania) durante meses, en realidad empezando en 2014 y, desde la invasión plena en febrero del año pasado, aumentando sustancialmente la ayuda.”
    “La entrada de Ucrania en la OTAN implica una posibilidad del 99,9% de una guerra contra Rusia. Pero esa es la mejor opción, tras nuestra victoria, entraremos en la OTAN.”
    Oleksvy Arestovich, asesor jefe de Zelensky.
    https://insurgente.org/juanlu-gonzalez-una-guerra-para-entrar-en-la-otan/

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