Opinión
La España que no sabe bien qué es eso que estudian sus hijos
"El objetivo es claro: acabar con los avances civilizatorios logrados en los últimos años. Y para conseguirlo con el aval de las urnas tienen a su servicio los altavoces más potentes del Gran Hermano", opina Patricia Simón.
Seguimos viviendo en un país en el que hay muchos padres y madres que no saben qué es eso que estudian sus hijos. Hombres y mujeres a los que les cuesta recordar el nombre de las carreras universitarias, de los módulos de FP, de las profesiones por los que tan orgullosos están de sus niños. Personas que, con suerte, acabaron la secundaria y que han sacado adelante a sus familias mes a mes, con el trabajo de sus manos, con cada vez más varices en los tobillos.
Personas deslomadas de tanto cargar cubos, bolsas, cajas, cestos; rostros prematuramente ajados por las facturas, las estrecheces, los sudores; miradas de párpados caídos y bolsas inflamadas que rejuvenecen cuando hablan de los estudios de sus hijos, de sus hijas, sin dejar de pasar la fregona, de descargar la bombona, de cambiar la bujía o de pesar la fruta. Padres y madres que no saben dónde hay que ir para matricularse en un grado medio o para solicitar una beca, a quienes les fustra no poder aconsejar a sus adolescentes sobre las asignaturas a elegir, en qué país hacer el Erasmus, ni qué pasos dar para tener más opciones de terminar trabajando en lo que están estudiando.
Seguimos viviendo en un país en el que la primera vez que muchos hombres y mujeres pisan la universidad es para asistir a la graduación de sus hijos. Y entonces se visten con los trajes reservados para las bodas, bautizos y comuniones y lo celebran como un logro compartido porque en ese título está grabado todo lo memorable, todo lo bueno, lo malo y lo regular de sus vidas. Si nos hubiéramos creído de verdad que somos una sociedad laica y heredera de la Ilustración, la televisión pública emitiría cada domingo una de estas ceremonias en lugar de la misa, porque no hay mayor milagro que el valor que le sigue dando la clase trabajadora a la educación pese a que ya no garantice salir de la precariedad.
Pocos logros mayores conserva esta debilitada democracia que el hecho de que María pueda presumir de que su hija Laura estudie Ingeniería de Telecomunicaciones en la casa en la que limpia unas horas para completar su salario en una empresa de trabajo temporal.
Pocos fracasos mayores que, tras cuarenta años de educación y de medios de comunicación públicos, María no tenga claro quiénes trabajan, con mayor o menor ahínco, para que las demás hijas también puedan estudiar lo que quieran y quiénes para que sigan barriendo, a poder ser sin contrato, para ellos. Y tanta inconsciencia no puede ser culpa de María cuando son cientos de miles de personas en este país las que, pese a haber visto por primera vez mejorar sustancialmente sus salarios –mínimos–, se jactan públicamente de dedicar su voto a acabar con el sanchismo, a castigarlo por haber negociado con “terroristas de Bildu”, a conseguir que vuelva el PP para echar a los “niñatos de Podemos” y a que “ponga orden”, como he escuchado repetidamente en las últimas semanas.
Uno de los grandes fracasos de esta democracia es haber concedido licencias a radios y televisiones privadas sin crear previamente unos organismos de control democráticos que impidan que se pueda mentir, manipular y envenenar a la sociedad a diario. Las consecuencias las vimos con Donald Trump y la cadena Fox en Estados Unidos y la estamos comprobando desde hace tiempo en España. El objetivo es claro: acabar con los avances civilizatorios logrados en los últimos años. Y para conseguirlo con el aval de las urnas tienen a su servicio los altavoces más potentes del Gran Hermano.
Ojalá que Laura no haya sido abducida por sus mensajes de desesperanza y de odio. Y ojalá que la joven sea capaz de recordar, junto a su madre, que sin el trabajo y la inteligencia de ambas sus logros habrían sido tan imposible como sin una educación y becas públicas. Y que, ante todo, a ninguna madre le debería volver a costar tanto sudor, sacrificio y lágrimas poder decir: “Mi hija estudia Ingeniería de…. Telecomunicaciones”.
Parece mentira , pero son miles los que» tiran piedras a su tejado» y lo peor de todo sin saberlo.
Parece mentira pero los terraplanistas aparecen por decenas.
Parece mentira pero los negadores ambientales -ágrafos ell@s- o por lo menos despistados, aparecen por cientos y así el «Parece mentira » se dirige a la dixtoppía.
Me encanta el artículo por la realidad que tan fácil y sencillamente trasmite. Gracias, comparto.