Internacional

El homicidio de Nahel fractura Francia

La policía mató a un joven durante un control de tráfico en Nanterre, lo que ha desatado seis días de graves disturbios en todo el país.

Un momento de los disturbios acaecidos en Marsella tras el homicidio de Nahel. STEPHANE FERRER / HANS LUCAS

El presidente francés, Emmanuel Macron, suspendió hoy su viaje oficial a Alemania para ocuparse de los disturbios desatados en su país tras el homicidio de Nahel M. a manos de la policía, el pasado martes en Nanterre, un municipio al noroeste de París. El joven, de 17 años y orígenes familiares argelinos, intentó saltarse un control de tráfico en el que un agente le apuntaba con un arma a través de la ventanilla. Su intento por escapar no se produjo a gran velocidad ni puso en peligro la vida de los policías, sin embargo, el agente que lo encañonaba abrió fuego. Aquel fue el desencadenante de seis días de altercados callejeros que se han multiplicado por toda Francia.

Durante varias jornadas, el Ministerio del Interior ha desplegado 45.000 policías para controlar la ola de ira e indignación que ha tomado las calles. La muerte de Nahel se suma a una larga lista de excesos de las fuerzas de seguridad: entre 1977 y 2022, han perdido la vida 861 personas a resultas de actuaciones de la policía o de la gendarmería, según datos recabados por la revista Basta! Estas víctimas, a menudo indefensas y racializadas, se han ido acumulando año tras año y han acabado por provocar lo que hoy se considera ya una incuestionable fractura social.

La respuesta popular a esta creciente ola de brutalidad policial (las muertes a manos de la policía se han duplicado en la última década) ha alcanzado una intensidad desconocida hasta hoy. Han ardido barrios enteros, se han saqueado comercios, se ha amenazado y atacado a alcaldes de varias localidades. Las impactantes imágenes han colocado al país en el centro de una espiral de acción y reacción de difícil pronóstico: por un lado está la cólera justificada contra un sistema de represión estatal que no ha parado de crecer en los últimos años; por el otro, una corriente de opinión que gana adeptos gradualmente y que pide más mano dura, alineándose con las tesis de la extrema derecha. Hay un dato elocuente sobre esta alarmante ruptura social: el fondo de ayuda a la familia del policía homicida [que fue arrestado tras matar a Nahel] ha alcanzado los 800.000 euros.

Llamadas a la calma y expresiones de desprecio

Los disturbios llegaron a tal grado de intensidad que la propia abuela del muchacho asesinado intervino en la televisión BFMTV para pedir calma: «Lo único que quiero es [que se haga justicia con] el policía que mató a mi nieto. A los jóvenes que están produciendo estos destrozos les digo: parad. Tenéis que parar de romper escaparates, de romper los colegios, de atacar a los autobuses. Hay madres en esos autobuses. Parad. Hay que calmar las cosas». Según el balance provisional realizado por el Ministerio del Interior, 1.059 edificios han sido incendiados o degradados desde el inicio de las protestas. También se han registrado 254 ataques contra locales de la policía y la gendarmería. La cifra de detenidos ronda los 3.000.

El ministro del Interior, Gerald Darmanin, consciente de que Francia tiene un problema de desigualdad intolerable en la periferia de sus grandes ciudades, afirmó que había llegado la hora de «escuchar a los barrios», pero también de que iba a ser «firme con los golfos». Su retórica recordaba a la utilizada por Nicolas Sarkozy en 2005, cuando era ministro del Interior con Chirac. Entonces, la muerte de dos adolescentes que huían de la policía en Saint-Denis también provocó graves disturbios que se propalaron por toda Francia. Sarkozy usó la palabra racaille [‘chusma’] para referirse a aquellos alborotadores.

Las declaraciones de Darmanin contrastan con las del alcalde comunista de Nanterre, Patrick Jarry, quien en un discurso pronunciado esta mañana condenaba la violencia callejera pero no obviaba sus causas objetivas: «Deseamos que se haga justicia con Nahel y que se oiga y se respete la petición de su familia, en particular la de su abuela, de detener la violencia y la degradación. Por supuesto, en nuestra ciudad, en nuestros barrios, nosotros continuaremos trabajando para que nuestros habitantes, sobre todo los jóvenes, tengan los servicios públicos de calidad que necesitan. (…) Seguiremos pidiendo más igualdad y más justicia social». Jarry ofrecía, así, otro tipo de respuesta política a los disturbios, más allá de la oficial adelantada por Darmanin: más policía armada en las calles. «No es la República la que va a recular, son los golfos», decía el ministro del Interior, poniendo el concepto de «república» al servicio de sus intereses partidistas.

La postura exhibida por los sindicatos policiales también ha sido particularmente subida de tono. En un comunicado de prensa conjunto, la Alliance Police National y UNSA Police llegaban a hablar de «hordas salvajes» y de «parásitos». El texto ha alarmado a los sectores progresistas. En la alusión a ejercer sus «responsabilidades» hay quien ha visto, incluso, un llamamiento tácito al golpe de Estado. «Restablecer el orden republicano y poner a los arrestados fuera de circulación deben ser las únicas señales políticas que hay que dar», recomendaban los policías en su mensaje. «Para hacer frente a las hordas salvajes no basta con pedir calma, hay que imponerla», añadían antes de finalizar con un enunciado especialmente belicoso: «Hoy los policías están en lucha puesto que estamos en guerra».

Tras la muerte de Nahel, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos señaló que Francia debía ocuparse de sus «profundos problemas de racismo y de discriminación» en el seno de sus fuerzas del orden. Los casos de abuso y violencia policial se suceden, efectivamente, desde hace décadas. Y el componente racial es evidente en la mayoría de estos sucesos; entre ellos destacan por su impacto público el de Malik Oussekine y el de Adama Traoré, ambos muertos a manos de la policía. No han sido los únicos, ni mucho menos.

El escritor Mahir Guven ponía el acento, en una tribuna publicada en Libération, en la desigualdad de trato que existe con las personas racializadas: «Nahel ha muerto porque un policía decidió que sus tonterías de adolescente debían castigarse sobre el asfalto y sin juicio. Otros adolescentes, en cambio, los hijos de un expresidente, de un exministro, también han pisado la línea continua con su coche o con su scooter, y se les ha excusado por sus errores de juventud». Y añadía que la exclusión institucionalizada, que el desprecio normalizado, junto con el auge de los discursos de odio, son los que han acabado matando a Nahel: «Si el arma la sostenía el policía, es nuestro inconsciente colectivo el que tenía el dedo sobre el gatillo, y es la extrema derecha la que lo ha apretado».

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