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Los valores de Europa se ahogan en el Mediterráneo

Aquellos intelectuales europeos que fomentaron la solidaridad y la humanidad «deben de estar revolviéndose en sus tumbas», escribe Tarak Bach-Baoubab, de Médicos Sin Fronteras.

Imagen del vídeo difundido por Frontex que muestra al pesquero 'Adriana' antes del naufragio.

TARAK BACH-BAOUAB // Escribo este artículo no solo como asesor humanitario, sino también como europeo y, sobre todo, como ser humano.

La noticia de la muerte de al menos 81 personas, el rescate de más de un centenar y la posible desaparición de hasta 600 personas tras naufragar su embarcación frente a las costas del sur de Grecia nos recuerda con crudeza la terrible situación y la magnitud de los riesgos a los que se enfrentan refugiados, migrantes y solicitantes de asilo que huyen de la persecución, la violencia y los conflictos en todo el mundo. Grecia ha declarado tres días de luto ante una de las mayores tragedias migratorias de su historia.

Por desgracia, la historia no hace más que repetirse. Sin embargo, el alcance de las medidas disuasorias adoptadas por las autoridades en las rutas migratorias y la obscenidad de algunas de las tácticas utilizadas para tratar a nuestros semejantes han alcanzado niveles sin precedentes.

Enfrentadas a situaciones desesperadas que no les dejan otra opción que huir, estas personas prefieren correr riesgos cada vez mayores, a pesar de la respuesta que reciben en las costas europeas, para encontrar lo que consideran seguridad. Demasiado numerosas para mencionarlas aquí, estas situaciones límite son el resultado de conflictos interminables, de la persecución y violencia contra determinadas poblaciones o, cada vez más, de la pérdida de sus medios de vida a causa del clima o de la falta de perspectivas económicas a corto o medio plazo.

Y sin embargo, Europa se ha construido en torno a las migraciones de población, sobre todo durante los conflictos o las crisis alimentarias. Desde la terrible hambruna irlandesa de mediados del siglo XIX hasta los movimientos migratorios menos documentados de Italia al norte de África, a partir de principios de la década de 1830 y durante más de un siglo, huir de la violencia o de la pobreza extrema es una característica recurrente de las sociedades. Pero hoy parece que la alteración del sentido de estos movimientos de población los ha convertido en inaceptables hasta el punto de que personas que corren riesgo de naufragio son criminalizadas.

En los últimos meses, el número de personas que llegan a la fortaleza europea por mar ha aumentado. En 2022, según datos de ACNUR, se produjeron 159.410 llegadas a Europa. El Geo Barents, el barco de búsqueda y rescate de Médicos Sin Fronteras en el Mediterráneo, rescató a más de 3.800 personas. Lejos de los focos de los medios de comunicación, la difícil situación de estos seres humanos es, en el mejor de los casos, menospreciada y, en el peor, completamente ignorada.

Hay que decir que la narrativa de ciertos grupos políticos en torno a estas situaciones apenas ha cambiado con el tiempo: individuos que vienen solo para apoderarse de puestos de trabajo en los países de acogida, abusar de nuestros sistemas de bienestar o, peor aún, para «reemplazarnos» en un gran esquema que apesta a xenofobia públicamente asumida.

¿Es ésta realmente la Europa política que esperamos?

El alma perdida de Europa

Nuestros antepasados intelectuales, que sentaron las bases de la solidaridad con los más desfavorecidos y situaron la noción de humanidad en el centro de nuestras sociedades, deben de estar revolviéndose en sus tumbas al ver la forma en que sus descendientes tratan a sus semejantes.

Parece que las políticas públicas europeas restan importancia o prefieren no ver las repetidas historias de embarcaciones abandonadas a la deriva a propósito. Sin embargo, el destino de estas personas debería suscitar indignación. Estos «condenados de la tierra», según la expresión de Frantz Fanon, forman parte de nosotros mismos, y la inhumanidad con que se les trata exige a Europa rendir cuentas.

Resulta paradójico que, procediendo precisamente de Grecia e Italia, los valores de compasión humanitaria que defendemos como europeos se estén ahogando lentamente en el Mediterráneo. Y esto sucede mientras gran parte de la opinión pública europea mira hacia otro lado ante estas historias repetidas de abusos, maltratos y humillaciones. El destino de los pasajeros del Adriana, abandonados a su suerte en el anonimato de las frías aguas del Jónico, debería, repito, provocar indignación, porque representan la pérdida de nuestros valores, de nuestra alma y de todo lo que nos han enseñado que representa Europa.

*Tarak Bach-Baouab es asesor de incidencia política de Médicos Sin Fronteras en Grecia.

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