Opinión

Los dueños del país

«Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles», decía el bisabuelo de Jorge Dioni López. «No se revisó y, quizá por eso, hay grupos que se creen propietarios del país. España sigue siendo producto de la revolución franquista».

‘El abrazo’, obra del pintor Juan Genovés. WIKIMEDIA (CC BY-SA 4.0)

«En la guerra se robó mucho». Era una de las frases de mi bisabuelo, un tipo singular. Si alguna vez hago autoficción, será con su historia. Era un conservador: orden, propiedad, familia, etc. En los años 30, llegó a ser concejal por las derechas en un pueblo de Tierra de Campos y simpatizó con la rebelión hasta que se dio cuenta de que la idea no era restaurar la monarquía o instaurar una dictadura como la de Primo de Rivera, sino acabar con la mitad del país. Más o menos, como el Unamuno de Mientras dure la guerra. Estuvo cerca de correr la misma suerte por no colaborar. Los que él consideraba que tenían que defender el orden, la propiedad y la familia llevaban a cabo una revolución, fusilaban a la gente y se quedaban con sus propiedades. «Los más sinvergüenzas de cada pueblo se hicieron de Falange para poder robar, matar y violar», decía.

«Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles» era otra frase que repetía durante la Transición. Para una persona conservadora, el Registro de la Propiedad era el lugar adecuado para realizar el proceso que entendemos por reparación y que las asociaciones de víctimas suelen resumir en un lema: memoria, dignidad y justicia. Evidentemente, nunca se hizo. No se revisó y, quizá por eso, hay grupos que se creen propietarios del país. España sigue siendo producto de la revolución franquista. Revolución: cambio radical en la estructura social, económica y política de un país.

La Transición legitimó ese proceso revolucionario, confirmando propiedades, nomenclaturas, instituciones y cargos, como la propia Jefatura del Estado. Incluso, las sentencias con sus destituciones e incautaciones. Al hacerlo, realizó una deslegitimación implícita del período democrático anterior, la Segunda República, con el que la nueva democracia no trataba de conectar. Quizá, por temor, pero también porque no quedaba nadie para hacerlo. Había un nuevo país y el nuevo régimen sólo podía nacer desde la desmemoria, el olvido. Esta última frase es de Rafael Chirbes.

Una de las críticas que recibía el escritor valenciano era que escribía novelas viejas, realistas, más propias de los 50 o 60 que de los 80 o 90. En sus novelas, utiliza lo que llamaba la estrategia del boomerang: mirar al pasado para entender el presente. Para él, el relato de la Transición estaba escrito con buena letra, el disfraz de las mentiras. El franquismo había comenzado a tener legitimidad cuando había transformado la victoria en paz y la había unido a progreso: asfaltado de calles, agua y luz, viviendas, electrodomésticos, coche, vacaciones, etc.

España entró en un ciclo de crecimiento económico que completó el proceso revolucionario creando un nuevo país. Es algo que Max Aub explica en su libro La gallina ciega, donde describe una visita a España en 1969. No la reconoce ni él es reconocido. El relato de los exiliados es extranjero. Todo el país es fruto del régimen, incluida la oposición. Hay franquistas y antifranquistas. Estos últimos, partidos y sindicatos, no planteaban recuperar la legitimidad republicana rota por el golpe de Estado, sino un nuevo marco al estilo del resto de países europeos.

En Por cuenta propia, Chirbes tiene palabras duras para los últimos: «Los hijos de la burguesía –algunos procedentes de las clases medias profesionales que habían apoyado incondicionalmente al régimen o que incluso habían creado capital a su sombra– se pusieron al frente de los movimientos estudiantiles, de movimientos comunistas y de extrema izquierda, para investirse de la legitimidad que estaba naciendo». Es Ramón Tamames o el hijo rojo de José Ricart en La caída de Madrid. El viejo empresario franquista le pregunta de dónde cree que ha salido su universidad en el extranjero o sus vacaciones, todo eso que ahora dice que odia y quiere abolir. Los progres siempre reciben hostias en las novelas de Chirbes. Más que abolir, la idea era sustituir. La gran operación fue el asalto y robo de las siglas del PSOE, un momento que el relato oficial presenta como un triunfo de la juventud frente a los que querían seguir amarrados al pasado. El eje viejo-nuevo es algo que suele funcionar.

La memoria tiene un límite

Durante unos años, hubo una memoria controlada: se reimprimieron libros, se representaron obras de teatro, aparecieron memorias y regresó parte del exilio. Fue el reconocimiento de la victoria moral. Para Chirbes, este fenómeno limitado tuvo un carácter formativo y duró lo suficiente para que las capas burguesas pudieras construirse el soporte de su narración, de su epopeya, y no se prolongó más allá de lo imprescindible. No se revisó el Registro de la Propiedad ni tampoco el Registro Civil. El robo de niños sólo era algo terrible cuando pasaba en Argentina. La represión se conocía. Los lugares de los fusilamientos de posguerra eran famosos en cada pueblo o ciudad, pero no se hacía nada. La memoria llevada a sus últimas consecuencias amenazaba los fundamentos del nuevo régimen: la legitimidad de la nueva monarquía, buena parte del sistema de propiedad, el poder académico, el judicial, el militar, etc.

También se canonizó un concepto que estaba por encima de las clases y de las ideologías: la moderación, la frágil vía por que la circulaba el proceso. Hablar de moderación, para Chirbes, era un eufemismo para decir que el modelo se había cerrado y que había una narración canónica. Cerrado el relato, concluye el turno de preguntas. Plantear dudas sobre el modelo se consideraba desestabilizador y se corría el riesgo de quedar arrinconado con los que voluntariamente se habían excluido. Había que mirar adelante, con esa actitud que Walter Benjamin considera propia de la socialdemocracia y que supone la aceptación de la derrota, porque implica la renuncia a revisar la injusticia original de la que nace la legitimidad. Renunciar al marxismo, como hizo el PSOE, como ha hecho toda la izquierda en general, no quiere decir descartar ciertas soluciones, sino las herramientas que permiten analizar los problemas.

Los 80 era la hora de la economía, las obras, la Bolsa, la inversión extranjera, las primeras privatizaciones. Los que no podían acceder a la triada completa (triunfo, dinero y modernidad) se conformaban normalmente con la última a través de las nuevas propuestas transgresoras, frívolas o intimistas, que había sustituido a las anteriores: la comedia madrileña al cine quinqui, la movida al rock con raíces. La ideología, preguntarse por las relaciones de poder, por las relaciones económicas, se convirtió en un concepto pasado de moda. Es algo que viene de lejos, del arte deshumanizado de Ortega, y que aún conservamos. En los últimos años, se han publicado más novelas sobre tener hijos que sobre los efectos de la crisis de 2008. De ahí, el hecho de que la crítica considerase las novelas de Chirbes, donde se mira hacia fuera, como viejas.

El cambio llega cuando la socialdemocracia pierde el poder y, sobre todo, cuando se produce un cambio generacional. La memoria sirve para ganar legitimidad frente al desengaño de numerosas medidas sociales y económicas. Zapatero habla de la República y de los represaliados, y le responden con claridad: está traicionando el pacto anterior. No sólo lo hacen desde el gobierno de Aznar, que entonces reunía a toda la derecha, sino desde la generación anterior de su propio partido. La memoria los interpela: ¿qué habéis hecho?, ¿qué habéis hecho cuando podíais?

El franquismo vuelve a través del revisionismo y echa mano de los tradicionales mitos, incluida la pertinencia del golpe ante la ilegitimidad de la República: era un caos, manipulaba elecciones, preparaba una conspiración soviética. El mensaje cala. Siempre es necesario tener un relato legitimador; sobre todo, cuando el origen de tu historia familiar es un robo. Las propuestas sobre la anulación de las sentencias siempre han tenido el problema de la parte de las incautaciones porque es imposible calcular cuántas bombas familiares pueden explotar. Cuánta biografía meritocrática nace de ocupar la empresa, la profesión, la casa, la vida, en definitiva, de un represaliado.

Cuarenta años después de la Transición, el discurso revisionista tiene una amplia difusión y una cierta aceptación. Hay un partido que lo recoge explícitamente y otro que no pone muchos problemas. Ambos hablan de gobierno ilegítimo, un análisis que pide una solución: hay que usar cualquier método para acabar con él. Sobre todo, cuando hay una situación de crisis. «Hasta que no se revise el Registro de la Propiedad, no habrá eso del abrazo entre españoles». Mi bisabuelo tenía razón. Como no se ha revisado el Registro de la Propiedad, los dueños del país lo reclaman.

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Comentarios
  1. VAE VICTIS: AY DE LOS VENCIDOS. Enrique Gómez (ARMHA)
    «En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”.
    Había habido dos contendientes, pero solo unos purgaron por su derrota pagando muy cara su resistencia.
    A la derecha de nuestro país les parece inaceptable que el Estado actual ayude a familiares que siguen esperando poder enterrar dignamente a sus muertos.
    Al parecer es una cuestión de tiempo, no de Justicia. Para ellos esos muertos han caducado o, a lo peor, les recuerdan algunos hechos de los que prefieren no volver a oír hablar.
    Esto me lleva al momento político actual.
    Los ultraconservadores niegan los derechos de una gran parte de la sociedad.
    La sociedad se ha de regir por los esquemas morales que ellos quieren imponer. Acusan al progresismo de totalitario y dictatorial y nos quieren convencer de que un Estado desregulado, con un libertarismo extremo y neoliberal, es lo mejor para nuestra sociedad.
    En las todas las sociedades siempre mandan los poderosos, los que detentan el control económico.
    Lo que estos “supuestos antisistema” propugnan es que las reglas conseguidas con sangre y sudor, con las que nos hemos dotado para proteger a los más débiles, desaparezcan.
    En todos los momentos de la historia se producen movimientos pendulares hoy, normas de convivencia y consensos que han costado decenios conseguir, se ponen en cuestión.
    Ahora los ultraconservadores se erigen en los revolucionarios del momento.
    Ellos son los antisistema.
    El problema es que el sistema que ellos quieren es ultraliberal, anti servicios públicos, racista, homófobo, negacionista, negacionista del cambio climático y anti medidas universales de protección sanitaria; partidarios de la desregulación con la eliminación de impuestos, con el consiguiente desmontaje de los sistemas sanitarios, educativos y de protección pública; en definitiva, que cada cual se busque la vida en una selva social, y lo peor, lo peor, es que parece que hay un porcentaje, que asusta, de nuestros conciudadanos que apoya un programa tan destructivo como este.

  2. No es que se consideren herederos directos del actual penoso y agonizante reino de Españistan , es que continúan siendo sus propietarios . Eso si ; todo bien mullido y engranado en el gran engaño que resulto ser la gran estafa llamada » Transacción…….» a la democracia española .
    SPECIAL THANKS : » «GRACIASSSSSSSSSSSSSS , P$(—)€ » , ya sabéis………….» .
    Salud.

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