Política

Elizabeth Duval: “Me parece inconcebible heredar el discurso de la anti-España y no poder participar en una idea de país”

Elizabeth Duval publica 'Melancolía' (Temas de hoy, 2023), un ensayo que recorre la política actual española

La escritora y analista política Elizabeth Duval. ARIADNA ROJAS

Elizabeth Duval (Alcalá de Henares, 2000) aparece puntual en la pantalla, relajada, con ganas de conversar sobre su último libro, Melancolía (Temas de Hoy, 2023), un ensayo que analiza el panorama político español con desparpajo, a caballo entre la reflexión filosófica y la memoria personal. Es su quinto volumen publicado, tras éxitos como Después de lo Trans (2021) o la novela Madrid será la tumba (2021), lo cual nos indica que estamos ante una autora tan prolífica como precoz, pues todavía no ha cumplido los 23 años.

Licenciada en Filosofía por la Sorbona de París, comparte su mirada incisiva sobre numerosos temas de actualidad en medios como elDiario.es y los programas televisivos Al Rojo Vivo (La Sexta) y GenPlayz (RTVE). Aquí nos centramos especialmente en Melancolía, donde están presentes cuestiones clave como la falta de promesa generacional o el patriotismo de izquierdas.

¿Cómo surge este libro? En algunas partes dices que no querías estar escribiéndolo, que preferías hacer otra cosa. Sin embargo, lo has escrito. ¿Por qué?

En un primer momento surge como encargo, pero me dan un encargo que tenía más que ver con todos los discursos que han aflorado sobre tradición, lo que se ha catalogado como el discurso “neorrancio” en los últimos años. A mí me interesaba escribir un ensayo de teoría política, pero no esa propuesta, sobre todo porque había cierto hartazgo a la hora de definirse todo el rato a la contra… Así que cogí el encargo inicial y, después de una primera fase de estar leyendo e investigando, hice un poco lo que me dio la gana, y acabó saliendo otro ensayo completamente distinto de cosas que me interesaban mucho más.

Al mismo tiempo, yo creo que ahora estamos en una etapa en que la política se parece más a algo muy cargante, muy tedioso, y eso hace que reflexionar sobre ella no sea lo más grato del mundo, con lo cual había momentos en los que de repente me habría apetecido estar dedicando la imaginación a otra cosa, a la ficción, o… En octubre y noviembre me interesaron mucho los cuentos infantiles, pero no podía dedicarme a Peter y Wendy porque tenía que estar escribiendo este libro, y porque había una urgencia de un ensayo así, que no era tanto exterior sino también autoimpuesta.

Has presentado tu libro con Yolanda Díaz. ¿Por qué crees que es necesario colaborar con distintas figuras políticas? ¿Crees que tu libro puede influenciar la política institucional?

Escribiendo el libro había una parte de ser consciente de que muchos políticos de distintos sitios lo iban a leer o se iban a interesar. Sí que hay una voluntad explícita de cierta influencia discursiva, o de cierta crítica a determinados discursos. Creo que esto apareció en la reseña que hizo Jordi Amat para Babelia: él decía que no se trataba de un manual del buen gobernador, o de un libro que diera pautas per se para la acción política, sino de una reflexión que procedía por otros derroteros. Sí que es cierto que no tiende a darse esa relación [entre el ensayo y la política institucional] porque muchas veces las ideas políticas funcionan por importación, o por las propias formaciones de las personas que están metidas dentro de las instituciones y, cuando se hace el análisis político, es muy de actualidad, o muy sociológico –tipo: “éstas son las cifras”–, o con una suerte de utilidad muy instrumental, y esos conceptos políticos no me interesaban tanto. Pero me hizo gracia, por ejemplo, que Javier Padilla de Más Madrid llegase a hacer una versión de unas frases del libro para un discurso electoral. O sea que influencia, en ese sentido, sí que ha tenido, y sí que busca influir dentro de la política más allá de la incorporación discursiva. Son reflexiones más de fondo.

Afirmas que “para [Judith] Butler, el duelo, o la conversión del duelo en un recurso para la política, implica extrapolar la experiencia de la vulnerabilidad propia a la de los demás, y tejer de esa extrapolación un plural un nosotros”. Sin embargo, a pesar de reconocer que esa vulnerabilidad asociada a la melancolía tiene un potencial político, tú te posicionas en contra. ¿Por qué? Yo creo que hay que hacerse cargo de esa melancolía, que por otra parte es normal después de décadas siendo aplastados por el neoliberalismo…

Hay que hacer distinciones entre tipos de melancolía. De fondo, late en el libro una pulsión que tiene que ver con Spinoza y con la reelaboración de una filosofía política spinozista muy influenciada por el marxismo, que es la de Frédéric Lordon en Francia. Lo que sucede con lo melancólico –y es normal que se construya en estos momentos una atmósfera melancólica– es que en el último ciclo político hay toda una serie de ilusiones perdidas, o una entropía de las ilusiones, de afectos que no eran necesariamente melancólicos y que, en un primer momento, podían haber tenido que ver con formas de rabia, de descontento, de estallido social…

Pero creo que la versión de la melancolía que a mí me parece más criticable tiene mucho que ver con esa fijación psicoanalítica con aquello que pudo ser y que ya no está, que es una forma específica de relación con el pasado. Lo cual no quiere decir que descontentos, tristezas y rabias no sean politizables. Lo que es más difícil de articular políticamente es la cristalización de esos momentos del pasado que se convierten en estatuitas a idolatrar, o en grandes eventos de los que poder contar las batallitas del abuelo pero no conducen a ninguna perspectiva de futuro, sino a una suerte de duelo eterno. Tiene mucho que ver con lo que vemos actualmente en las izquierdas, que son muchos duelos mal llevados, muchas rencillas arrastradas de las capacidades que no llegaron a concluirse que hacen que la potencia de obrar, en comparación con el ciclo de 2015, esté bajo mínimos. Esa parte de relación con el objeto perdido es distinta de la politización del malestar o la vulnerabilidad.

Criticas el 15M, hablas de “política afectiva de la resignación”, dices que “los quincemayistas nunca desean verdaderamente la realización de las esperanzas”. A mí me parece que actúa de mito fundacional para mucha izquierda actual. ¿Hay que superar el 15M? Y, en caso afirmativo, ¿con qué reemplazarlo?

Cuando digo lo de “los quincemayistas no desean la realización de las esperanzas” hablo de los quincemayistas a posteriori, o de un quincemayismo enquistado. Lo que se convierte en un cementerio no es tanto la Plaza de Sol durante el 15M como el recuerdo de la fotografía, el intento archivístico. Yo creo que es un mito fundacional que no hay exactamente que enterrar… Sin embargo, me preocupa enormemente una cuestión: hay toda una generación ya, después del ciclo político último, y pienso sobre todo en la gente entre 18 y 25 años, a la cual este mito no apela en absoluto. Se vivieron algunas consecuencias, pero no tiene un potencial para apelarles en su vida en general. Miras la intención de voto de esta franja y, comparado con hace unos años, se plantean mucho más votar al PSOE, o hay una intención de voto a VOX realmente preocupante; o sea, se ha derechizado por muchísimos factores.

Pero, sobre todo, no es que la gente se derechice, sino que está sumida en un profundo abstencionismo porque tampoco hay una respuesta que les apele, o no se han sentido partícipes de un movimiento particular. Hay eventos históricos, pero una diferencia entre un evento como el 15M y la pandemia, por ejemplo, es que durante el 15M sí podías sentirte partícipe de algo, de un proyecto; la pandemia no, la pandemia arrasa con muchas cosas y no hay ningún proyecto.

O sea que no tendríamos nada con que reemplazarlo.

Yo creo que, por ahora, no hay un objeto con que reemplazarlo, y eso es una carencia, por ejemplo, cuando se hace la apelación desde Sumar a un proyecto de país porque, aunque sea necesario un proyecto en que participar, solamente con la enunciación no se convoca a la gente o se consigue que haya el mínimo interés. Es muy difícil dar con la tecla exacta para que haya momentum, pero es necesario. A mí me parece una clave sobre la cual hay mucho desconcierto ahora, y una clave que hay que pensar más. Por ejemplo, cuando el Partido Socialista anuncia sus nuevas medidas, el 20% de crédito para una vivienda, o financiar el interraíl… hay puntos que son propuestas vergonzosas, pero es que por parte de otros partidos tampoco está habiendo apelaciones exitosas a la juventud. Y la apelación del PSOE está siendo un caramelito, una chuche.

Dices: “sí se puede amar a un país”, te “sientes” española, y al mismo tiempo señalas que fue vivir en Francia lo que te hizo sentir este patriotismo por desposesión. Decía Edward Said que los exiliados tienen tendencia a abrazar ideologías más extremas, como algunos nacionalismos, porque parten de una carencia enorme. ¿Crees que la izquierda debe reivindicar el patriotismo? ¿Qué tipo? ¿Cuál sería el peligro?

La crítica que hago es que, cuando el espacio de cambio ha utilizado la noción de patria, se ha hecho de forma instrumental; es decir, se enseña o se oculta según se crea que va a dar o no votos en ese momento, lo cual acaba convirtiendo la reivindicación de la patria en una suerte de veletismo. Y cuando hablo de la desposesión, lo que quiero decir es que, una vez desposeída, te das cuenta de la desposesión… Estaba leyendo el libro de Yásnaya Elena Aguilar, AA: Manifiestos sobre la diversidad lingüística, y hay un momento muy bello en que ella decía: en mi aldea o comarca, de indígenas mexicanos, me identifican como de mi aldea; en México soy indígena, y cuando me voy fuera de México soy mexicana. O sea, que hay un reconocimiento de la identidad por contraposición. Y creo que en las generaciones más jóvenes se da un fenómeno que tiene que ver con cómo se legisla en España, un olvido de todos para todos, y esto cercena una cierta vinculación con la historia del país.

En los más jóvenes la relación con la historia no es tan traumática como la que se ha podido experimentar en una generación anterior. Es por eso que comento… se ha identificado tanto históricamente a la izquierda como formando parte responsable de la “anti-España” que se ha asumido ese discurso como si España fueran ellos [la derecha], ¿no? A mí me parece inconcebible tener que heredar ese discurso de la anti-España y, al hacerlo, no tener derecho a la posibilidad de participar en un proyecto político, o en una idea política que es la idea de país, como de algo que se quiere transformar. ¿Por qué, por ser de izquierdas, no puedo tener una idea de aquello que quiero transformar? Porque, al final, vínculo con el país tenemos todos, pero se exacerba mucho más cuando nos vamos lejos o cuando hay posibilidad de hacer un análisis comparativo.

Avisas de la superioridad moral de la izquierda, y dices que se ha convertido en superioridad racional, lo cual es peor porque descalifica al otro: lo tacha de imbécil. Yo me pregunto si no hay una tercera vía: ¿se puede hacer pedagogía? No pensar en el otro como un imbécil, sino como alguien a quien se puede educar.

Sí, y eso me parece importante. Sobre todo, ver las ocasiones en que no puedes transformar o educar al otro, no porque sea imbécil sino porque tiene prioridades racionales o marcos mentales que son otros, y no lo vas a mover de esos presupuestos. Una consecuencia de esto es pensar que, como pretendemos tener las ideas adecuadas, el problema es que no las estamos comunicando bien, porque seguimos con una visión de la razón instrumental donde aquello que tiene más razón, que es más cierto, acabará ganando la batalla. Pero eso no es así, porque la política no es un tablero de juego racional.

A propósito de eso, tengo varias citas más. Afirmas: “La política no va de fenómenos racionales, es una puesta en escena de los sentimientos”. Más tarde: “En lo que no puede convertirse la izquierda es en portavoz de la castración. Es lo que se percibe en cierta vigilancia moral franciscana y lo que ha aprovechado una parte de la derecha para convertirse en falso adalid de la libertad, de lo macarra, de lo punk, de la transgresión, de la rebeldía”. Estas afirmaciones me llevan a pensar que necesitamos mejor marketing, ¿es eso? ¿Y qué hacer con la gente que dice: “oye, la verdad y la moral importan”?

Yo creo que la verdad y la moral importan, desde luego. Lo que pasa es que la verdad y la moral no son victoriosas por sí solas. No por ser una cosa más buena o más verdadera va a convencer mejor. Yo creo que se percibe mucho en cierta mutación discursiva que ha habido en Podemos -aunque el libro está escrito antes– que tiene que ver con decir las verdades, y que además se convierte en “hay que enunciar todas las verdades siempre”, con una falsa pretensión…, porque tampoco están enunciando todas las verdades siempre.

Pero sí que hay que hacer una comunicación mejor, yo creo. Hay una parte de puesta en escena en la que sí se fracasa, y la cuestión de la castración creo que también tiene que ver en el orden de lo racional con la ola de reacción en los últimos tiempos de parte del movimiento feminista o LGTB. El movimiento LGTB se ha vuelto muy fácilmente parodiable, como una suerte de maestro o tutor que buscaría enseñarle a la población un vocabulario, los conceptos concretos, el lenguaje… Hay una obsesión lingüística que tiene que ver con lo racional: si encontramos las palabras, los conceptos perfectos, entonces lograremos victorias. Pero no funciona así. Y creo que, comunicativamente, a favor de esos conceptos muchas veces se han dejado atrás herramientas afectivas que funcionaban mejor. En el ámbito LGTB se podría haber hecho una comunicación más amplia haciendo una pedagogía que tenga que ver con la empatía. Es decir, ¿por qué como campaña de la Ley Trans funciona mejor un anuncio de JB que las campañas oficiales del gobierno?

“El pensamiento de esta izquierda reaccionaria comparte pasarela con uno de los sentimientos o impulsos que motivaron el surgimiento de Podemos: la sensación de que un cierto tipo –o estilo– de vida que había sido prometido para un cierto grupo o colectivo les está ahora siendo negado, y la rabia ante esta negación”. Parece que criticas esa negación, pero luego tú misma dices que, generacionalmente, te ha sido negada la posibilidad de una vivienda estable.

Una diferencia con el momento en que estalla la crisis de 2008, el 15M, esa generación… es que en ese momento había una promesa real, había motivos para creer en la promesa, pero luego la promesa se niega. Eso es algo que mi generación, la gente de 20, yo creo que en ningún momento nos lo hemos creído.

¿No había promesa?

No, y creo que es casi peor. Porque al menos la promesa sirvió para articular algo en reacción a la falta de cumplimiento. Pero mi generación directamente estando en primaria, o en secundaria, andábamos metidos en la crisis. En 2008 yo tenía 8 años. En la ESO, el mercado laboral ya era una mierda, el mercado de la vivienda era una mierda, y todo el mundo era consciente de ello. Había muy poca ilusión. Ver que había una promesa antes… no es una crítica per se.

Elizabeth, ¿cómo se navega la vida sin promesa?

Mmm… La promesa tiene mucho que ver con cierta forma de autorrealización, o de realización de proyecto personal. Yo he tenido la suerte, por éxito laboral y profesional, de haber podido hacerme promesas a mí misma, construirme promesas propias. Pero creo que, si no hay promesa mayor, al final lo único que queda es cierta forma de juicio moral.

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