Apuntes de clase | Política

¿Por qué no vota la clase obrera?

"Combatir el individualismo y la apatía parece crucial para volver a conectar a la clase trabajadora, [...] que no tiene más salvadores que a ella misma", analiza la autora.

Dos trabajadores de un colegio del Barrio de Salamanca caminan de forma paralela a la cola de votantes en las elecciones de Madrid en 2021. DANI DOMÍNGUEZ

Las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo están dejando un reguero de análisis a raíz de unos resultados que muestran una aparente hegemonía social de las fuerzas conservadoras y reaccionarias. La pérdida de votos y feudos del PSOE ha llevado al adelanto electoral de las generales anunciado el día después por el presidente Pedro Sánchez. La izquierda transformadora, representada por Podemos y sus distintas confluencias electorales, ha sufrido un varapalo que la ha dejado en porcentajes de votación muy inferiores a los que venía cosechando. En paralelo, el PP y Vox han capitalizado la debacle de Ciudadanos. La ultraderecha entra con fuerza en muchos municipios y será decisiva para la conformación de nuevos gobiernos autonómicos.

Más allá de las explicaciones que proporcionan a este panorama la distribución de votos entre partidos, su análisis segmentado por grupos de edad, territorios, etc., hay un elemento común, presente en estas y otras votaciones, que no debería ponerse en segundo plano a la hora de abordar los resultados: la abstención. Y, dentro de esta, su porcentaje siempre mayor en los barrios de clase obrera. 

Abordar este tema es clave para la izquierda por muchos motivos. El primero y fundamental, porque no es posible ninguna transformación social real sin la participación de la clase trabajadora; segundo, porque, como demuestran los datos, cuando la clase obrera vota, lo hace principalmente por partidos de izquierda o progresistas; y, tercero, porque la movilización de los barrios obreros es la mejor garantía para frenar esa ola reaccionaria que amenaza con llegar a posiciones de gobierno para revertir todo tipo de derechos. 

Detrás de la abstención hay distintas actitudes hacia la política, lo político o los políticos. Desde el rechazo a participar en el sistema por una convicción política fundamentada, como podría ser el caso de los anarquistas refractarios a validar cualquier iniciativa que refuerce a un Estado en el que no creen, hasta la indiferencia de quien no se ve interpelado por un mundo que ve demasiado ajeno, existe toda una gama de posicionamientos que pueden responder a múltiples factores. 

Cierta izquierda crítica con el reformismo de los partidos hegemónicos de la izquierda plantea que la clase obrera no vota porque no ve en las ofertas políticas disponibles ningún partido que responda a sus expectativas o que hable de sus dificultades. Sin negar que existe un problema de representación y legitimidad de la izquierda para mucha gente de los barrios, que perciben a los líderes de la izquierda como a personas alejadas de sus condiciones materiales de vida, lo cierto es que detrás de la abstención no siempre hay un posicionamiento político que demande más y mejores políticas sociales a la izquierda en las instituciones o más contundencia y radicalidad en sus planteamientos. 

Ojalá existiera una mayoría de trabajadores que no vota porque quiere una izquierda más radical, pero los porcentajes de voto a fuerzas políticas con discursos políticos más rupturistas, o los porcentajes tradicionales de voto a las opciones abiertamente comunistas en España, no apuntan a este hecho. Por supuesto, afirmar lo anterior no niega que exista también desencanto por parte de los sectores más conscientes y combativos de la clase obrera insatisfechos con el posibilismo institucional de muchas de las principales formaciones de izquierdas. Y tampoco implica que los principios y valores de la izquierda deban abandonarse, sacrificándolos en una transversalidad electoralista.

Sin duda, la mayor abstención obrera es un fenómeno complejo, multicausal y diferenciado, que merecería reflexiones más pausadas y extensas, pero que no puede entenderse sin una mirada histórica de conjunto que apunte a las transformaciones de la sociedad y la política española. El reflujo de las luchas después de la Transición, la captación institucional, el paulatino abandono de los barrios por parte de la izquierda alternativa, la disminución del tejido asociativo y la consiguiente ruptura de los lazos vecinales tuvieron un gran impacto en la vida cotidiana de los trabajadores. Desde los medios y la alta política, el bombardeo de un agresivo discurso individualista y neoliberal, la banalización de los contenidos mediáticos y una marginación, cuando no ridiculización, de las opciones de izquierdas que no pasaran por votar al hegemónico PSOE, acabaron de poner las bases para el proceso de despolitización que subyace en la abstención. 

El descrédito de la política, la percibida inacción de los sindicatos mayoritarios y la crisis económica de 2008 explican, en parte, el estallido del 15-M en 2011. Fue un terremoto que cuestionó los cimientos del régimen del 78. El 15-M propició que se abriera un nuevo ciclo, también en lo institucional, con la creación de nuevos partidos políticos, como Podemos, y candidaturas ciudadanas municipalistas que pronto cosecharon muy buenos resultados. Con ojos actuales cabría preguntarse si no fue un espejismo de politización que hizo creer en la posibilidad de un horizonte de transformación cercano, pero en el que buena parte de la clase obrera se mantuvo también al margen de los acontecimientos, aunque sirviera para que otra se movilizara, por primera vez, después de mucho tiempo. 

Hoy nos encontramos ante un escenario donde el régimen logra esconder su crisis de legitimidad, que se sostiene gracias a los bajos niveles de involucramiento y participación política, aunque estos, paradójicamente, también socavan sus pilares. La crisis económica persiste, aunque con respuestas distintas al austericidio, y el eje del debate lo controla la derecha a través de su hegemonía mediática. No es de extrañar que, ante este escenario, una parte del voto de protesta lo está canalizando la ultraderecha.  

El apoliticismo imperante entre buena parte de la clase trabajadora se convierte en antipolítica gracias al individualismo atroz inoculado durante décadas. La injusta idea de que “todos los políticos son iguales” no ha sido barrida del imaginario ni siquiera a pesar de la acción gubernamental distinta de muchas fuerzas que han marcado en estos años la diferencia en las instituciones, sea en municipios, comunidades autónomas o desde el Estado. Quizás uno de los motivos puede ser que los logros tan publicitados no han llegado al conjunto de la clase trabajadora y ello lleve a un rechazo por el incumplimiento de expectativas. Siguiendo esta lógica, se penalizaría más a quienes dicen gobernar para los de abajo desde las instituciones sin que las personas supuestamente beneficiadas perciban en lo concreto sus resultados. 

Pero quizás estamos también ante un problema más profundo que va más allá de la desafección política hacia los partidos y la desconexión electoral, que puede ser también del sistema. Se trata de un estado de ánimo que parte de una resignación fatalista, sin duda inducida, que a veces se expresa en una despreocupación por cualquier tipo de acción colectiva, que se desdeña como inútil para resolver los problemas individuales. 

El sistema, a través de sus distintos aparatos ideológicos, ha sido hábil en inocular la idea de que luchar no sirve. Frases que consagran la atomización social como “nadie va a hacer nada por ti” impactan en lo electoral, pero disuaden incluso de la defensa de los propios derechos en el ámbito laboral. Quizás aquí radique el desafío más urgente que tiene ante sí la clase obrera, pues si no damos la batalla ni siquiera en aquello que vemos de manera más directa que nos concierne, como es la lucha en el trabajo, el lugar donde pasamos la mayor parte de nuestro día y del que depende nuestro tiempo y calidad de vida, poco podemos aspirar a transformar instituciones que están muy por encima de nuestra cotidianidad, aunque sus decisiones lejanas determinen también nuestras condiciones más próximas. 

Combatir en la práctica el individualismo y la apatía parece crucial para volver a conectar a la clase trabajadora con sus tradiciones de lucha, sindical y política, haciéndola salir del letargo en el que décadas de hegemonía neoliberal la dejaron. Una labor en la que, como no podía ser menos, la clase obrera no tiene más salvadores que a ella misma. 

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Comentarios
  1. Creo que la Transición, tomada como el resultado del «esfuerzo» de salir del franquismo garantizando su impunidad para construir una democracia, fue un perfecto chasco. Y, no solo, por cimentarse en la impunidad de la Dictadura, sino porque encorsetó en demasía los cauces por los que, en adelante, podríamos discurrir. El Sistema logrado consiste en un Poder por encima de las instituciones pero que las domina y controla. La Constitución, como dolorosamente constatamos a diario, es un redactado de artículos que si no se cumplen se paga penal y políticamente por ello pero otros artículos están precísamente para no ser cumplidos nunca. Es decir, tenemos unas instituciones que pasaron de la Dictadura a la democracia sin tan siquiera pasarlas el plumero, una Transición hecha a la medida de una monarquía impuesta y de un poder económico que neutraliza cualquier poder político, unos medios de comunicación al servicio de quien paga ( sí, los del Poder), una Constitución en consonancia con el Sistema pretendido, un sistema electoral que vulnera el principio de proporcionalidad y del valor supuestamente equivalente de un voto independientemente de la zona donde se emite y unos partidos que están al serviccio de esos mismos partidos porque, entre otras cosas, no pueden servir para otra cosa porque, en lenguaje coloquial y por lo dicho, ya está todo el pescado vendido. Por lo tanto, la izquierda, penosamente, sabiendo que no puede hacer gran sosa porque si lo hace, el sistema electoral los penalizará, se limitan a parchear y a conservar sus escaños porque eso supone financiación para pagar a una pléyade de políticos que no saben hacer otra cosa. La izquierda institucional ni quiere ni puede cuestionar el Sistema a no ser que arremeta contra él para superar el R78. Como esta situación se perpetúa, año tras año, proceso electoral tras proceso electoral, la ciudadanía de izquierdas ha perdido el mínimo de ilusión requerido para poder albergar esperanzas. Moraleja: Mientras no seamos capaces de superar este R78, desprendernos de la monarquía y renacer pero desde nuestras propias cenizas, no avanzaremos hacia algo parecido a democracia.

  2. Creo que hay dos factores que no veo nunca incluidos en los análisis y creo que son importantes:
    1. Quizás no seamos tan de izquierdas como pensamos. Una pincelada de lo que digo: con una mano votamos a un partido de izquierdas y con otra mano contratamos la luz con Endesa, el teléfono con Movistar o el banco con el BBVA, es decir, financiamos a la derecha y derecha+. En la balanza me temo que pesa más de lo que pensamos esa financiación.
    2. España es país con aproximadamente el 30-35% de la población rondando el umbral de pobreza o inferior. Es muchísima gente, no abstencionista sino excluida. A la par que es población excluida de comprar en Amazón, de plataformas digitales, de fines de semana emocionantes, de operaciones bancarias por internet, de fibra óptica, y los informativos son cosas que pasan en la televisión, unas elecciones lo mismo, son señores y señoras importantes que salen en la televisión, como una tertulia al uso, o un coche con la tecnología más avanzada. Y me temo que aumentando esa población excluida, seguirán bajando los votos de la izquierda.

  3. «LA IZQUIERDA HA PERDIDO LA BATALLA CULTURAL Y MEDIÁTICA», Pascual Serrano.
    La izquierda optó por cuestiones identitarias para captar votos…pero el madrileño barrio de Chueca votó por el PP.
    El énfasis en cuestiones identitarias y la pérdida de foco en los problemas que afectan a la mayoría de la población son factores clave que hay que tener en cuenta para poder explicarse lo sucedido.
    «En estas elecciones, la izquierda optó por cuestiones identitarias para captar votos, como el movimiento LGTB, las personas racializadas, los discapacitados, y la multiculturalidad». «La paradoja es que ni siquiera esos sectores identitarios que centraron el discurso de la izquierda les han apoyado». «La campaña se ha enfocado demasiado en cuestiones que, si bien son importantes para algunos, no son necesariamente relevantes para la mayoría»
    https://canarias-semanal.org/art/34489/pascual-serrano-la-izquierda-ha-perdido-la-batalla-cultural-y-mediatica

    Yo estoy totalmente de acuerdo con el análisis del periodista Pascual Serrano.

  4. «cuando la clase obrera vota, lo hace principalmente por partidos de izquierda o progresistas». Eso era antes Arantxa, cuando lxs trabajadorxs eran despiertxs, luchadorxs y solidarixs, nada que ver con lxs de hoy. Este cambio habría que estudiarlo a fondo, sería necesario entenderlo.
    Peor que «luchar no sirve» es que hoy la «democracia» no te deja luchar.
    La ley mordaza disuadió mucho.
    Por otra parte hoy al empresario le sobra mano de obra dispuesta a hacer el trabajo más barato que tú y si aún así le trae más cuenta la automatización de sus empresas a ello vá. Nadie se hizo empresario para cambiar el mundo a mejor.

  5. O simplemente será que lxs que luchamos en la calle nos reprimen más que ningún gobierno, palos,bolas,tanqueta,detenciones juicios,condenas a cárcel. Son unxs represores fascistas disfrazadxs de progresistas. La culpa la tienen psoe up, no la clase obrera.

  6. Arantxa, tengo que felicitarte por las ideas que has plasmado en tu escrito, no he leído ideas tan buenas, plasmadas en un escrito breve, debería ser un texto a debatir en los colegios sustituyendo la religión. Esta claro que la situación de hoy viene de lejos, que es el resultado de una suma de sumándos que se han ido elaborando desde hace años y ha dado sus frutos, la derecha ha ganado la batalla ideológica. El PSOE mató las ilusiones en el 82, Podemos ha matado las del 15 M.

  7. ¿Por qué suponemos que se edificaron las viviendas sociales en altura? Y no era solo cuestión de especulación con los metros cuadrados de una parcela, que por supuesto sí. Ya alguien sabía que debían aislarnos. Yuna de las maneras es esa: no solamente no nos relacionamos, aún peor, nos molestamos unos a otros en nuestras jaulas de ladrillo barato.
    A eso añadámosle el bombardeo de desinformación, mentiras y orientación interesada. Los problemas inducidos se han identificado incluso en el ganado estabulado.

  8. De lo poco que la gente de la calle puede percibir como un cambio positivo es el cese del desmantelamiento de la sanidad, sobre todo la recuperación de la atención primaria y especialistas sin los retrasos actuales.

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