Opinión
El factor humano
«Un partido político es una organización estable que se basa en una ideología. Podemos y Ciudadanos eran otra cosa», escribe Jorge Dioni en un artículo sobre la debilidad de los proyectos políticos personalistas.
Hace años, se lanzó la siguiente afirmación: los nuevos partidos ganarán las próximas elecciones. Eran Podemos y Ciudadanos. El bipartidismo estaba muerto, se decía, y ese modelo de cuatro partidos iba a ser transitorio hacia un nuevo esquema en el que los viejos serían sustituidos. La cosa ha ido como ha ido. El problema de esa afirmación era que el predicado se refería a un sujeto inexistente porque un partido político es una organización estable que se basa en una ideología. Podemos y Ciudadanos eran otra cosa. ¿El qué? No lo sé. ¿Startups políticas?, ¿movimientos coyunturales?, ¿plataformas de promoción personal?, ¿cuadrillas de amigos?, ¿grupos de Telegram?, ¿apostolados de convivencia?
La clave de todos estos formatos es la importancia del factor humano. Primero, en el liderazgo, que suele concentrarse en una persona con fuerte visibilidad pública. Con la excusa de la celeridad de los acontecimientos y la proximidad de citas electorales, esta persona crea un equipo próximo basado en la relación de confianza. Así, la vinculación personal se convierte en el elemento más importante tanto en la toma de decisiones como en la configuración de los órganos.
La cercanía a los líderes suele ser garantía de obtener una buena posición, ya que estos también desean rodearse de personas de confianza. Así, en esos órganos de dirección no suele haber debate, sino pruebas de fidelidad. Esto hace que no haya discrepancias, sino enfrentamientos personales que se prolongan a otros ámbitos que, por el proceso anterior, probablemente esas personas compartan. Las discrepancias provocan crisis cuya única resolución posible es la desaparición de una de las dos personas tras un conflicto de poder. Al ser percibidas de forma emocional, desligadas de su carácter ideológico, estas situaciones provocan hondos desgarros que suelen acabar con ataques personales, rupturas y, en ocasiones, la creación de nuevos espacios políticos.
La historia de la literatura está llena de argumentos parecidos, donde el líder es un rey o un padre. Las relaciones humanas siempre provocan afectos, roces, envidias, rechazos, atracciones, desafectos o infidelidades, concepto este último que no siempre tiene que ver con lo amoroso. Infiel es también un amigo que dice que se va a casa porque no quiere que te unas a su plan, ya que es con los líderes. El sistema clásico de partido político permite dos cosas. La primera es que los órganos no sólo se forman por relación personal y, en muchas ocasiones, las personas no tienen una vinculación previa. Estar ahí no depende sólo de la confianza de la dirección. También permite pasar de lo concreto a lo abstracto, aunque ya no hay debate ideológico como tal en las organizaciones y cualquier cosa pueda convertirse en personal, como explicamos los profes de narrativa en los talleres. Por estas cuestiones, los conflictos no derivan en desgarros emocionales que hacen tambalear toda la estructura. El partido es amplio. Estaba ahí antes y seguirá estando. No depende de una persona. No es una marca. Mejor dicho, es una marca y una estructura. Por eso, Pedro Sánchez ha recuperado a la gente que lo echó y Eduardo Madina o Susana Díaz no se han ido a montar su chiringo. Tendrán su momento.
Comidas, cenas y grupos de redes sociales
Vox, que aún no era importante cuando se lanzó la afirmación, es un buen ejemplo. La decisión de presentar una moción de censura encabezada por Ramón Tamames se tomó en la parte final de una comida en la que participó parte de la dirección y asesores externos. No hubo debate ni validación por parte de los órganos internos. Más que nada porque no existen. Es fachada. Es una plataforma política de grupos de pensamiento ultraconservadores gestionada por un grupo cerrado, igual que se haría con una pyme.
La existencia de esos grupos invitaría a pensar en una ideología fuerte, pero tampoco es así más allá de la vinculación al franquismo. Su visión de cuestiones clave, como la pertenencia a la UE, ha ido variando según pensaban que soplaba el viento, algo muy franquista, por otra parte. En todos estos proyectos, el centralismo, la estructura mínima y la ausencia de debate ideológico provocan conflictos territoriales a los que la prensa de Madrid no presta atención y que suelen acabar en una sensación de desánimo. Resisten los muy convencidos, los que tienen tiempo o los narcisistas que matarían por salir en un cartel electoral.
La ideología de Ciudadanos era difusa. Había sido fundado por personas cercanas al PSC, decepcionadas por el tripartito. Además de estar en contra del nacionalismo, la pervivencia de éste como eje cultural fastidiaba sus expectativas personales. Era gente de la universidad y la cultura que, tras años de enfrentarse al pujolismo, querían su parte, algo bastante humano y cabe reconocer que lógico. Esos intelectuales se retiraron y el proyecto quedó en manos de Albert Rivera, un aventurero intrépido que mostró una gran pericia en el arte de sobrevivir añadiendo compañeros de viaje y aventuras. En 2009 pactó con grupos de la extrema derecha para presentarse al Parlamento Europeo.
El salto a la política nacional fue rápido, provocado por la crisis del bipartidismo. Rivera formó su grupo de fieles y se movió un poco a la derecha para encajarse entre el PSOE y el PP. El hueco crea la forma. La base de su propuesta era regeneración y estabilidad. Es decir, la crisis política provocada por las consecuencias de la austeridad y la corrupción tenían que provocar un cambio, pero sin modificar realmente nada. La falta de una visión ideológica y la ausencia de una estructura orgánica y territorial provocaron que las relaciones personales entre la dirección y la prensa conservadora de Madrid condicionaran la posición del partido. De nuevo, las comidas, las cenas y los grupos de redes sociales.
Así, en 2019, Ciudadanos olvidó su propuesta de regeneración y estabilidad, y se integró decididamente en el grupo derechista, donde fue triturado sin clemencia. Sin estructura, la cosa se deshizo en cuanto llegaron los problemas, que es cuando se ve la necesidad de organización e ideología. Cuando las cosas van bien, eres novedad y cualquier gilipollez es una idea brillante. La clave es tener unos órganos que, cuando las cosas van mal, te digan que eso es una gilipollez, aunque se le haya ocurrido al líder. Y, más importante, tener una estructura que soporte la acumulación de gilipolleces. Los cargos públicos de Ciudadanos a los que les ha gustado eso de tener dietas y entradas para el fútbol se han buscado la vida. Hace semanas, El País publicó que la dirección había perdido el control de las cuentas de la división territorial. Eso no le pasará a Vox. Abascal ha tenido un bar y no perderá de vista la caja.
Temas sin capacidad transformadora
Podemos también era un grupo con lazos personales. Al contrario que los fundadores de Ciudadanos, decidieron ponerse al frente y elaboraron una propuesta que decía superar el modelo clásico de partido. No había tiempo. La idea probablemente venía de su experiencia latinoamericana y se basaba tanto en catalizar la decepción general como en movilizar a grupos de personas desvinculadas de la política. Tenía que hacerse de forma muy rápida para aprovechar la ventana de oportunidad y construir la nueva mayoría política desde arriba. Esta velocidad animó la creación de cuadros por afinidad, lo que provocó después que los conflictos fueran personales y, por tanto, insalvables.
Su punto de partida, teóricamente bien sustentado, era que no sólo el bipartidismo estaba grogui, sino que se había superado el eje izquierda-derecha. Todo ha saltado por los aires, se decía. Para volver a colocarse, cabe añadir. La cosa ha ido como ha ido, pero es interesante recordar esos pensamientos que servían de base, como que la fuerza es el método y no la ideología. Por lo tanto, proponían centrarse en la ética dentro de la práctica política. «Somos lo que hacemos», se dijo en un acto, hay que politizar lo individual. ¡Más factor humano! Así, el peso de la estructura y la ideología recaía sobre los hombros de las caras visibles del partido que mostraban su forma de vida como un ejemplo y la contraponían a la de lo que se denominó «casta».
Nadie pensó que las personas evolucionan y, por tanto, cambian. ¿Qué pasa con ese «somos lo que hacemos» cuando hacemos otras cosas? La ejemplaridad como discurso suele conducir al terreno religioso porque pertenece a él. Otro de sus puntos clave era crear un eje amigo-enemigo que definiera bien contra qué se luchaba para mantener prietas las filas. No hay que imaginar qué pasa cuando ese eje decae hacia el exterior y se aplica internamente porque fue exactamente lo que sucedió.
En ese momento, había otro concepto interesante: paquete. Según esta idea, cada espacio ideológico de la política tradicional se compone de una serie de cuestiones en forma de bloque que impide a las organizaciones crecer. Así, su propuesta era centrarse en un número limitado de temas que tenían «capacidad transformadora» y obviar otros. Por ejemplo, la monarquía, la OTAN o el aborto. En la actualidad, este último lo es porque el feminismo sustituyó al 15M como fuerza hegemónica cuya energía había que aprovechar.
Esta visión de centrarse en ciertos temas y reducirlos a consignas potentes puede funcionar en espacios cortos, pero hay un momento en el que pierdes la agenda y tienes que tomar posición sobre temas nuevos que no son los que querías. La ideología permite tener herramientas de análisis y la organización facilita el debate y visión unitaria para que las tomas de postura no se limiten a las reacciones personales de la dirección. Además, el análisis quita emotividad a los temas y la estructura interna puede evitar que se transformen en personales. Si las tomas de postura las realiza sólo el líder o la dirección, se produce una querella emocional que suele acabar en un proceso vertical de desánimo. ¿Qué hago aquí si no pinto nada? Al final, quedan los convencidos.
Al fondo, a la derecha
Ese es el pasado. Hurgar en él para buscar culpables conduce a una melancolía opiácea. Examinarlo para ver las decisiones, los comportamientos y las emociones puede estar bien para la ficción. Para los nuevos proyectos, la utilidad más importante es revisar el camino para no caer en los mismos baches. Todas estas lecciones están ahí y, si se repiten los factores, es probable que el resultado sea similar. La historia enseña, pero no tiene alumnos, decía Gramsci. Esperemos que se equivoque.
Los reportajes sobre la desaparición de los partidos políticos solían tener la foto de Emmanuel Macron, que había inventado una plataforma personalista que funcionaba a través de redes sociales y adhesiones personales. Cabe precisar que Berlusconi lo había testado antes. Todo suele suceder antes en Italia. Su triunfo sobre los restos del bipartidismo francés ocultaba una realidad que comienza a intuirse. Cuando se vaya, es posible que ya no quede nada, salvo una puerta al fondo a la derecha. La luz del Frente Nacional que, como el Movimiento Social Italiano, permanece como única organización ideológica en pie. La única tierra firme en un mar proteico, el embriagador arrullo de la nostalgia.
PERSONALISMOS Y CORRUPCION EN ESPAÑA, EN LA UE, EN TODO LO QUE ABARCA EL ORBE CAPITALISTA ESPECIALMENTE.
El capitalismo es lo opuesto al bien común, al civismo, a los ideales altruistas, al orden, a la cooperación, a la paz, al equilibrio, a la sensatez, a la sabiduría…
CORRUPCION EN LA UE.
Hace casi seis meses, la policía belga encontró maletas llenas de dinero, supuestamente procedente del Gobierno catarí, en los domicilios de varias figuras políticas europeas. El escándalo sacó a la luz la corrupción de las instituciones europeas y la urgente necesidad de leyes más estrictas.
Se prometieron grandes cambios, pero, de momento, no han cumplido su palabra.
El escándalo de los sobornos de Catar debe marcar un antes y un después. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, la clase política debe esforzarse por recuperar nuestra confianza.
Las prácticas ilegales de lobby, la corrupción y el engaño son unas líneas rojas intolerables para el electorado.
Ante las inminentes elecciones europeas, ¡necesitamos reformas profundas para recuperar nuestra confianza en la clase política! Díselo, apoya esta petición:
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